Chema Pamundi contra los suecos

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Esta es una historia basada en hechos reales. Los nombres de algunos personajes especialmente idiotas han sido cambiados para preservar su identidad (si pudiera, cambiaba incluso el mío).

IKEA 3En el interminable proceso de intentar convertir mi casa en un lugar habitable, que deje de recordar al antro de Ella-Laraña y se parezca más a la vivienda de alguien que ha superado la fase anal, un buen día me doy cuenta de que necesito algún tipo de estantería, armariete o similar en el que colocar mis patéticos intentos de pintar miniaturas roleras, pasatiempo para el que la providencia me ha maldecido con un pulso como para robar panderetas y un criterio en la elección de colores que haría entrar en fuga epiléptica a un daltónico. Baste decir que mis guerreros del Caos hacen sobrado honor a su nombre, y que mis tiránidos parecen figuritas de chocolate para decorar la mona de Pascua. Hace mucho que asumí mis limitaciones en ese campo y decidí sustituir el pintado de miniaturas por la masturbación compulsiva, otro entretenimiento manual para el que, paradójicamente, mi pulso febril ha resultado ser de lo más adecuado.

Sea como sea, el caso es que me hace falta hacerme con una suerte de vitrina en la que colocar los moñecos. Empiezo visitando varios bazares de muebles pero enseguida compruebo que los modelos que me ofrecen son feos con ganas (al menos para mbilly-bookcase-white__43607_PE139450_S4í, que no tengo los mismos gustos que Tony Montana) y sus precios están fuera de mi órbita (¿80 euros por cuatro estantes de vidrio? Ni de coña, eso son por lo menos tres navecitas de X-Wing y un tomo Marvel Gold de Spider-Man), así que acabo recurriendo al lugar común de siempre a la hora de equipar un hogar: el sacrosanto catálogo de IKEA. Tras darle un repaso a fondo, llego a la conclusión de que, en vez de comprar un mueble nuevo, me bastaría con vaciar una de mis dos estanterías Billy pequeñas (no será difícil reubicar los tebeos que tengo allí), ponerle una puerta
con cristal y arreando. O sea, una inversión de sólo 20€, la mar de razonable. Sí, me tocará montar las piezas, pero así funcionan los suecos estos (ya sabéis el viejo chiste: “Bienvenido a su entrevista de trabajo en IKEA. Monte esta silla y siéntese, por favor”). Así que al día siguiente, para allá que me voy.

IKEA l’Hospitalet, 16:30 horas. Resulta que, como mis dos Billys tienen incorporada la pieza adicional de altillo (un estante más que se monta encima de la Billy básica para ganar espacio de almacenaje), necesitaré comprar no solo la puerta normal de cristal sino también la mini-puerta para dicho altillo. Esto significa que la inversión ya no va a ser de 20€ sino de 30. No pasa nada, sigue siendo barato; trinco un carrito, meto las dos piezas dentro y enfilo hacia la caja. Pero ¡Espera!, acabo de recordar que también me hacen falta algunos topes de metal para poder añadirle a la Billy una balda suelta que tengo por casa (no sé de dónde salió; simplemente se manifestó un buen día en mi trastero, de manera espontánea). “Esto lo deben de vender en alguna parte”, me digo, y le pregunto al respecto al primer dependiente con el que me cruzo, un tipo con una pelambrera estilo Chewbacca. Me contesta que no, que no venden topes sueltos, que me tendría que comprar una balda, y que cada balda ya viene con sus propios cuatro topes. “Pero es que ya tengo la balda”, le contesto. Demostrando un vocabulario más corto que las galletas de la fortuna de un restaurante chino, me repite que me compre una balda, que cada balda ya viene con sus propios cuatro topes. Entenderse con este tipo es inútil, así que decido dejar ganar al wookie y buscarme la vida por mi cuenta.

Evidentemente no voy a gastarme 9 eurazos en una balda QUE YA TENGO para conseguir los 4 malditos topes de metal que necesito, así que haciendo gala de todas mis habilidades ninja (que se reducen a ninguna) me acerco a la sección en la que están las estanterías Billy, hago ver que me las miro durante un rato, y en cuanto me quedo solo abro el embalaje de una de ellas, trinco los topes de metal y me los meto en el bolsillo. Tengo que repetir la operación tres veces porque las dos primeras, con los nervios, me he equivocado de modelo y he acabado haciéndome con los topes de un armario Fjälkinbrul y los de un zapatero Prötoflok, que no me sirven para una mierda. Pero bueno, al final consigo mi objetivo y salgo de la tienda como un comprador satisfecho, con la misma cara que el gato que se comió al canario. Llego a casa.

Mi disposición de estanterías en la “sala de peligro” (que es como llamo a la habitación en la que tengo los tebeos, los juegos, los dildos y demás frikadas de uso diario) es, de derecha a izquierda: juegos de tablero, juegos de rol, juegos de miniaturas, comics, libros. Como ya he dicho antes, tengo dos estanterías Billy pequeñas, que son las candidatas a convertirse en la flamante vitrina para mis miniaturas. Una de ellas está en la sección de comics (y, evidentemente, está llena de tebeos), mientras que la otra está en la sección de juegos de rol y miniaturas. Presa de un inusitado rapto de lucidez, decido usar esta última.

Despliego las instrucciones y los componentes. Paso 1: recomiendan clavar la Billy a la pared (lógico, para que el peso de las puertas de cristal no la hagan caer), así que uso un taladro y el clavazo que me indican las instrucciones para dejarla perfectamente sujeta. Paso 2: montar las bisagras de la puerta acristalada, aprovechando algunos de los agujeritos que la Billy lleva de serie para poner baldas. Qué raro, los tornillos de montaje bailan, no quedan ajustados. ¿Me he equivocado de tornillos? No, son los únicos que vienen en la caja. ¿Se habrán torrado los de IKEA? No parece probable, los suecos son gente eficaz: sus albóndigas son de una reCaptura de pantalla 2015-02-22 a las 21.16.06dondez inmaculada, inventaron la dinamita, el soplete, la escala Celsius, los hits musicales “Chiquitita” o “The Final Countdown” (métricamente tan perfectos que seguro que si los pones al revés oyes la voz de Dios) y sus unidades de voluntarios de las Waffen SS eran conocidas por su profesionalidad. ¿Cómo van a liarla parda con algo tan inocente como los tornillos de un mueble? No, debo de ser yo, que estoy acarajotao…

Durante media hora sigo negando la realidad, intentando ajustar con la fuerza de mi mente unos tornillos que siguen bailando porque sencillamente son mucho más estrechos que el agujero en el que pretendo meterlos. A ver, un momento… miro la otra estantería Billy, y veo que sus agujeros son más pequeños. Claro, ¡es el modelo nuevo! En algún momento indeterminado, el Sr. IKEA decidió renovar las Billy, cambiando arbitrariamente el tamaño de los agujeros y de los tornillos de montaje, como un Dios colérico y caprichoso jugando con las leyes de la creación; y yo, claro, tengo una Billy de cada tipo. Pues nada, las cambio de sitio y monto la puerta en la Billy nueva… pero espera espera espera espera… no puedo cambiarlas de sitio porque HE CLAVADO LA BILLY VIEJA A LA PUTA PARED. Mi muñeco de peluche de Cthulhu paga los platos rotos cuando empiezo a darle de hostias para intentar calmarme.

Una vez completada mi tronada imitación del increible Hulk, me siento en el suelo y recapacito. ¿Qué haría McGyver en mi situación? ¡¡¡MCGYVER SE HUBIERA COMPRADO LA ESTANTERÍA CORRECTA Y NO UNA DE CADA, PORQUE NO ES UN GILIPOLLAS COMO YO!!! No, Chema no, tranquilízate, la ira no es el camino (lo dijo aquella marioneta que imitaba a Yoda en Star Wars Episodio I: La amenaza fantasma). A ver, ¿qué tenemos? Tenemos una Billy modelo antiguo en la que no casan los tornillos de montaje, y una Billy modelo nuevo en la que SÍ casan los tornillos de montaje. PEEERO no podemos moverlas de sitio. Bueno, pues la cosa está clara, ¿no? Me levanto y empiezo a montar la puerta grande a la Billy nueva, haciéndome a la idea de que voy a tener mis miniaturas expuestas en medio de los comics, y no con los juegos (pura entropía, pero es lo que hay). Una vez colocada la pieza, me dispongo a montar la mini-puerta del altillo… y descubro que el altillo también pertenece a un modelo antiguo de Billy. O sea, que de vuelta al problema de los tornillos que no encajan. Es aquí cuando rompo a llorar. Son las 8:30 de la tarde.

Tras recuperar la presencia de espíritu se me ocurre bajar a la ferretería, a ver si suena la flauta y tienen unos tornillos similares a los que necesito. La ferretería de mi barrio es un comercio bastante peculiar: está regentado por dos individuos taciturnos y patibularios que llevan escrita en la frente la palabra “PELIGRO” y que parecen de todo menos ferreteros. Su tienda está tan atestada de cosas como la cueva de Ali Babá (hay herramientas incluso colgando del techo), pero desde que vivo aquí he intentado hacerles gasto al menos una docena de veces y nunca tienen de nada. He probado a comprarles un cable de alargo, un destornillador de estrella, unas pilas AAA, un tubo de super-glue, una escalera metálica… y en todos los casos me han mirado como si estuviera loco y uno de ellos me ha contestado con un escueto “De eso no tenemos”, mientras el otro negaba con la cabeza en gesto de desaprobación, o emitía una inquietante risita ahogada. Yo creo que la tienda es en realidad una tapadera, y estos dos julianes son agentes encubiertos de Spectra, o alienígenas, o cultistas de Nyarlathotep (y en la trastienda celebran sacrificios rituales, invocaciones mágicas y cursillos de bricolaje).

TOTAL, les describo el problema y les enseño una muestra de los tornillos que me hacen falta (“Como éste pero un poco más anchos”). Por supuesto, “de eso no tienen”. Claro, mira que yo también… esperar que en una ferretería me vendieran tornillos… a quién se le ocurre. Me entran ganas de gritarles “¿Y QUÉ COÑO TENÉIS AQUÍ?”, pero aprieto los dientes y, conteniendo a duras penas una mueca de odio homicida, me limito a sisearles si saben dónde podría encontrar tornillos de ese tipo. Cruzan miradas en silencio y uno de ellos me contesta con voz robótica que pruebe en Servicio Estación. Hostia claro, Servicio Estación, la macroferretería de cinco o seis plantas que hay en la calle Aragó con Passeig de Gràcia. Normalmente cierra a las 9 de la noche. Miro el reloj del móvil. Las nueve menos diez. Corriendo no llego a tiempo, necesito pillar una bici. Salgo de la tienda a toda mecha, sin dar las gracias ni despedirme. Ellos se quedan allí, supongo que llamando a su puta nave nodriza para informar de lo sucedido.

Corro hasta la estación más cercana de Bicing (el servicio de bicicletas compartidas del ayuntamiento de Barcelona), a unos 50 metros de distancia. Solo queda una bici libre y hay una chica que ya está sacando su tarjeta para pasarla por el sensor y llevársela, pero al ver mi enloquecida cara de “Si tocas ese manillar convertiré tu vida en un infierno”, decide cederme el turno. Me siento como Terminator cuando entra en el bar de carretera y le dice a uno de los parroquianos aquello de “Necesito tu ropa, tus botas y tu motocicleta”. Me monto en la bici y pedaleo al sprint Rambla de Catalunya abajo. En Servicio Estación tienen realmente todo tipo de útiles de ferretería, incluyendo cosas que dudo que haya necesitado nunca nadie, así que tardo cinco minutos en localizar los tornillos de montaje que busco. Cuatro euros y pico por una caja de 20, de la que solo voy a aprovechar cuatro. O sea, a más de un euro el tornillo. Me toca las narices pero, en cualquier caso, parece que por fin el karma se ha cansado de jugar a los dados con mi destino y me está dando un poco de cuartelillo… pero no, la broma dista mucho de haberse acabado. Porque cuando llego a la cola de caja me doy cuenta de que, con las prisas al salir de casa, me he dejado la cartera y no llevo encima ni un clavel, ni en efectivo ni en plástico. Cierro los ojos y estudio posibilidades mientras la cola avanza, pero me cuesta concentrarme en algo que no sea estrangular gatitos (de algún modo tengo que liberar la mala hostia que llevo acumulada). ¿Volver mañana a comprar los tornillos? Nanay, esto ya es una competición de a ver quién tiene los huevos más gordos, si el karma o yo. En realidad, lo veo con una claridad diáfana justo cuando me convierto en el siguiente cliente al que le tocaría pagar, solo existe UNA opción: el ladrón de tornillos va a atacar de nuevo.

La cajera ya está estirando los brazos para cogerme la caja de tornillos y podérmela cobrar, pero yo reacciono con los reflejos de un jaguar, sacándome el teléfono móvil del bolsillo y simulando que alguien me llama para poder abandonar la cola sin que parezca demasiado sospechoso (es un truco que uso a menudo, con gran éxito, como improvisada bomba de humo para escapar de conversaciones coñazo en fiestas y reuniones sociales diversas; “Uy perdona, tengo que contestar, que estoy pendiente de un tema muy tocho”). Me escabullo por las escaleras mecánicas y me pongo a pasear por la planta de fontanería, mientras disimuladamente abro la caja de tornillos, vacío su contenido en un bolsillo del abrigo y la dejo caer por ahí, oculta entre unos chubasqueros o yo qué sé. Luego salgo de la tienda simulando otra conversación de móvil y mirando al guardia de seguridad de la entrada con mi mejor expresión de “No estoy robando nada, estos no son los tornillos que buscais”.

Vuelvo a casa a paso ligero, subo los escalones hasta mi piso de tres en tres, entro y, sin siquiera sacarme el abrigo, agarro el destornillador y empiezo a colocar la puerta del altillo usando los nuevos tornillos, que encajan perfectamente. Resulta que el tornillo que usé para sujetar la Billy a la pared no era para eso sino para montar el tirador de la puerta del altillo. Ni me inmuto, voy a la caja de herramientas, pillo otro tornillo que me parece similar y monto el tirador a mala hostia. A estas alturas, me la pela cómo quede. Es casi como si me estuviera follando a la Billy por la fuerza. Soy Jack Bauer montando un mueble de IKEA, nada puede pararme. En mi cabeza, la banda sonora de esta escena es la fanfarria triunfante de la película Rocky. De hecho, al acabar levanto los brazos al cielo igual que el buen Balboa. Alguien debería aparecer y colgarme una medalla o darme una ensaladera de plata. Son las once de la noche. Lo he hecho. He montado la puertecita de una estantería Billy. Me ha costado siete horas y dos delitos de hurto, pero los malditos suecos no han podido conmigo.

Si tan solo supiera por qué pollas la puñetera puertecita no cierra bien…

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11 comentarios en “Chema Pamundi contra los suecos

  1. Pues desde la perspectiva de la foto, parece que no cierra bien por que topa con la puerta del módulo Billy de abajo. Quizá con una lima o «raspa» se pudiera solucionar. XD

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  2. Puede deberse a tres posibilidades:

    1.- Roza con la puerta de la vitrina inferior (tendrás que volver a S.E. a sustraer una lima o asumir que los suecos son más poderosos que tú).

    2.- No apretaste bien las bisagras (no, las Viagras no, las bisagras) pero que no te ajusten los tornillos a estas alturas tampoco extrañará a nadie.

    3.- La portezuela ha cobrado consciencia propia, tiene sentido común y hace todo lo posible por no acercarse más a tus tomos de X-Men. Se soluciona a la nazi usanza: quemando los libros por malos.

    En cualquiera de los tres casos yo apuesto doble contra sencillo por el karma y por los suecos cabrones antes que por tus soluciones McGyver

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  3. Joder, macho.
    Cómo me alegro de haber ido a renovar mi salón y tenerlo montado antes de leer esta entrada.

    Tomando en serio tu problema del cierre de la puerta, se me ocurren 2 teorías.

    1 choca con la de abajo. En principio debes desanclar la puerta del altillo, desatornillar los dos tornillos que estan en la parte superior e inferior de las piezas que has puesto y volver a apretarlas procurando que queden más altas.( la ranura de la pieza metálica debe darte cierto margen para ello)
    Y después anclar de nuevo dicha puerta a esas piezas.

    2 el modelo de anclaje no permite eso. Entonces, en las piezas que están enganchadas al mueble debe haber un tornillo como centrado… Si lo sueltas y mueves el anclaje, debe permitirte… O bien separar la puerta del mueble y que cierre mejor o bien te debe permitir que quede más blanda y cierre por completo.

    Suerte y gracias por el humor mostrado

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  4. Lástima no haber visto esta entrada a tiempo. Estoy en la misma situación que tú… pero sin ninguna solución. Tengo unas cuantas librerías Billy de Ikea. Casi todas con puertas de cristal, para que los libros de mi biblioteca no cojan demasiado polvo. Pero dejé un par de librerías sin puertas, en plan «multiusos». De eso hace cinco años ya y los libros se han ido acumulando, así que ayer se me ocurrió comprar un par de puertas (con las de sus correspondientes altillos) para ampliar la biblioteca.

    Al ir a atornillar el soporte de la bisagra, me doy cuenta de que, efectivamente, los tornillos son demasiado finos para el agujero. Imposible colocar la bisagra. Ahí en cuando me mosqueo. Se habrán equivocado… Pero por si acaso, hago una consulta en Internet, que ya sabemos como son estas cosas. Un tornillo medio milímetro más fino se traduce en cientos de miles de euros de ahorro para la compañía.

    Bingo! El problema está identificado. Me bajo a la ferretería del barrio, pero como es sábado, está cerrada. Menos mal que el barrio es muy apañado y hay otra ferretería un poco más lejos. Y si, tienen unos tornillos casi iguales que los que necesito. Un poco más largos, pero válidos.

    Muy feliz con mi suerte, atornillo los soportes de las bisagras al mueble. Coloco las bisagras en la puerta. Y ya entonces me doy cuenta de que el pomo de la puerta no es igual al modelo que yo tengo, el mío es un poco más largo, más fino y tiene una pequeña banda de plástico gris en un extremo. Pero la diferencia no me parece demasiado exagerada. Cuando estoy atornillando la segunda bisagra me doy cuenta de que mis puertas tienen un cristal de una pieza mientras que la puerta que yo estoy montando son dos piezas, hay una banda de madera que divide la puerta en dos. Vaya… que raro… Eso si que se va a notar, pero tampoco creo que quede mal.

    Ya un poco mosqueado, levanto la puerta para colocarla en el mueble y… vaya, las bisagras de la puerta no coinciden con los soportes del mueble. Están en distinta posición. Habrá que cambiarlos de posic… Eh! Un momento!! Esta puerta es más GRANDE!!! Es más ALTA!!!!

    Si alguien se está preguntando por los negros nubarrones que cubren el norte del país esta mañana, seguramente son debidos a mis coloridas maldiciones. Nada, desmontarlo todo, empaquetarlo todo y habrá que volver a Ikea. Y sólo espero que no haya problemas para recuperar mi dinero, que las puertas no han sido baratas precisamente.

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  5. Pues hoy dos años después, tu relato sirvió para que me echase unas risas, pues me hizo mucha gracia la forma de contarlo claro está , porque el hecho de que las puertas no sirvan no tiene puta gracia , yo tengo una Billy antigua y quería poner puertas por eso es que llegué hasta tu relato, pero va a ser que no, que ni puertas ni leches . Saludos

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  6. Son las 5:47 de la mañana, no duermo del disgustazo de comprobar que las billy nuevas que he comprado y montado quedan cono el culo con.las antiguas que hay en la misma habitación. Estaba pensando si podría comprar puertas nuevas y ponerlas en los viejos…pero después de leerte casi que no…Hacía tiempo que no me reía TANTO!!!! (Espero que hayas podido ajustar la puertecita)

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  7. He dado con este post buscando en internet “iluminación para vitrinas”. Resulta que como tú tambien quiero exponer las miniaturas pintadas en una Billy que ya tengo, pero lo último que esperaba era encontrarme a Chema Pamundi explicando una anécdota de lo más graciosa en el mismo escenario en el que yo me encuentro 6 años después :). No se si te ayudará saber que actualmente han sacado baldas de cristal para la Billy para convertirlas en vitrina… Espero no tener que cometer delito para poder exponer las miniaturas como se merecen. Gracias por este rato y por liberarme del agujero negro en el que se entra cuando se busca algo por internet.

    P.D. Viva “Qué rico el mambo”!

    Angels.

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