Superbowl LI: Forajidos de leyenda

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La 51ª edición de la Superbowl sirvió para acabar de un plumazo con un buen montón de discusiones de barra de bar. ¿La mejor dinastía del fútbol americano? Check. ¿El mejor quarterback de la historia? Check. ¿El mejor entrenador de todos los tiempos? Check. Ni Montanas, ni Dolphins, ni Lombardis: Patriots, Brady y Belichick. Puede sonar fuerte, sí, pero es una afirmación avalada por las cifras en bruto, que ni el más desquiciado ataque de «forofismo hater» puede ya discutir. No es necesario que nos guste (a casi ningún no-fan de los New England Patriots le gusta), pero sí que toca reconocerlo, igual que a los culés nos toca reconocer las once Copas de Europa del Real Madrid. Quizás a mí, al ser seguidor de un equipo de “ADN loser” como Los Angeles Rams, me resulte más fácil asumir cosas de este tipo, pero en cualquier caso negar semejante evidencia equivaldría a negar que la Tierra es redonda y gira.

Y ni siquiera se trata de un debate sobre estadísticas, o sobre la consistencia en títulos que debe tener una dinastía para ser considerada como tal. Si el domingo 4 de febrero en Houston los Pats hubiesen palmado (algo que estuvieron haciendo durante 59 de los 60 minutos de “regulation time” de la final, y que si me apuras se merecieron en cuanto a calidad global de juego y desempeño táctico), a día de hoy seguiría pensando lo mismo. Me seguirían pareciendo una conjunción irrepetible que le ha dado a este deporte mucho más de lo que, presuntamente, le haya podido quitar mediante Spygates, Deflategates y otras mandangas. Nos caen mal, sí (aunque a mí ya se me ha pasado en buena parte), pero el caso es que van volando los años, van mutando las estrategias dominantes casi de una temporada a la siguiente (ahora triunfan los equipos de pase, ahora los de carrera, ahora los ultradefensivos…) y lo que siempre permanece ahí son los Patriots. Ni mucho menos inmutables, sino justamente adaptándose a todo: a las limitaciones de plantilla, a las lesiones, a las rondas inservibles de draft, a la incipiente cuarentena de su capitán y al hecho de que todos los demás equipos de la liga viven obsesionados por contrarrestarles.

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Los Patriots de Belichick & Brady han cambiado el fútbol americano como pocos equipos campeones precedentes. Desde una mentalidad de minuciosidad, pragmatismo, astucia y sacrificio colectivo por encima del dominio de los jugadores-estrella (en vez de pagarlos a precio de oro, se los fabrican), han hecho de la NFL un espectáculo todavía mejor de lo que era antes de que llegaran; y ojo, repito que lo digo como seguidor de los Rams, un club cuyas aspiraciones dinásticas se quedaron en un solitario título (demasiado poco para una generación de jugadores excepcionales) por culpa, justo, de los puñeteros New England Patriots. Fuimos sus primeras víctimas. El paciente cero. ¿Os ha dolido verles ganar todas estas Superbowls? Pues si no sois fans de los Rams, de los Panthers, de los Eagles, de los Seahawks o, ahora, de los Falcons, no tenéis ni puñetera idea de lo que duele.

Por encima de todo, lo que ha hecho míticos a estos Patriots es que, lejos de conseguir sus títulos desde una superioridad insultante (al estilo, por ejemplo, de las aburridas palizas que arreaban los Dallas Cowboys en los 90), los han conquistado de manera agónica, estableciendo una narrativa propia de los mejores thrillers. Si pusiera por escrito un Top Ten de las Superbowls más emocionantes y divertidas que he visto nunca, estos Pats aparecerían como mínimo en la mitad de entradas de dicha lista; y eso, ya los ames, los odies o te dejen indiferente, hay que agradecérselo. Su carrerón ha sido como una de esas sagas épicas que empiezan con la aparición del héroe (sus tres primeros títulos, cuando el mundo aún se preguntaba de dónde habían salido), continúan con el descenso a los infiernos (las dos finales perdidas contra los New York Giants de Eli Manning, un jugador cuya carrera anterior y posterior certifica que el lugar que ocupará en la historia será como némesis de Tom Brady), y culminan con la resurrección y victoria definitiva contra las fuerzas de las tinieblas cuando peor les pintaba la cosa. Los New England Patriots son Luke Skywalker disparando el torpedo de protones en modo manual contra la Estrella de la Muerte. Son Frodo Bolsón tirando el anillo al Monte del Destino con Gollum enganchado a la giba. Son John McLane correteando descalzo y en camiseta imperio por el Nakatomi Plaza mientras nos grita “¡Yipi-Kiai, hijos de puta!”.

Eli Manning, Tom Brady

Esta Superbowl LI, por ejemplo, ha supuesto la sublimación más delirante posible del concepto de “victoria contra pronóstico”. El “qué”, la victoria en sí, podría quedar como un peldaño más hacia la gloria eterna (simplemente otro de sus cinco anillos en década y media de «Patriot-tiranía»), pero es el “cómo” lo que la convierte en especial, en la mejor Superbowl jamás celebrada. Una final que nos ha dejado el récord absoluto de yardas de pase a cargo de un QB (466, Brady), el récord de primeros downs a cargo de un equipo (37, los Patriots), el récord de deficit de puntos remontados, 25, para ganar el título (nunca antes se le habían dado la vuelta a más de 10), el de minutos jugados (la primera vez en 51 ediciones que se llega a la prórroga)…

Pero, de nuevo, todo eso que acabo de citar es el “qué”, y yo he venido a hablar sobre todo del “cómo”. De que esos 25 puntos de desventaja se enjugaron en un límite de tiempo ridículo (19 de ellos en el último cuarto). De que para lograrlos, y forzar así la prórroga, los Patriots necesitaron anotar dos touchdowns con sendas conversiones de 2 puntos (o sea, Brady tuvo que cascarse cuatro pases buenos a la end zone sin margen de error; el equivalente a “cuatro Joe Montanas” de los de la última jugada de los 49ers en aquella Superbowl del año 89 contra los Bengals). O de que todo empezó a gestarse con un 4º y 3 que los de Boston sacaron adelante cuando perdían 28-3, a finales del tercer cuarto y en la yarda 46 propia, con dos cojones, un pase bueno a Danny Amendola que mantuvo latiendo el ataque y acabó derivando en cinco drives de anotación consecutiva (e incontestada por parte del rival). O de que la recepción-carambola de Julien Edelman en el momento más peludo del partido es LA jugada inverosímil para acabar con TODAS las jugadas inverosímiles; un sólo milímetro de rebote distinto del balón y quizás estaríamos comentando la primera Superbowl de los Falcons. De ese tipo de cosas quería hablar yo.

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El partido en sí fue una batalla loquísima entre dos entrenadores que se pegaron el uno al otro con todo lo que tenían a mano. Llegado el descanso parecía que Atlanta, bajo la batuta de Kyle Shanahan, el actual wonderboy de los coordinadores ofensivos de la liga, le había tomado la medida a los de Belichick, incapaces de frenar el aluvión que se les venía encima por tierra y aire. La cosa lucía 21-3 a favor de los Falcons, incluyendo una humillante intercepción a Brady para touchdown; y en el tercer cuarto aún se les haría más de noche con otro TD en contra para 28-3. Tras poco más de media hora de juego efectivo, los del equipo de Georgia ya estaban festejando el título. En las redes sociales (durante las finales me gusta pasearme por los foros de una y otra afición, a ver qué ambiente se mastica) sus fans se dedicaban a hacer porras sobre a quién de los suyos le iba a caer el MVP. El resto del partido parecía puro trámite. ¿Trámite? Parece que no aprendamos, coño. Delante estaban los Patriots. En coma, pero no muertos. Les hacía falta un milagro, pero era un milagro todavía en los lindes de lo factible. Eran 25 puntos en 20 minutos. Cualquier equipo de élite es capaz de lograrlo. El problema era anotar esos 25 puntos sin encajar ni uno más. O sea, había que ejecutar en ataque y en defensa de manera perfecta, algo que no parecía posible atendiendo al severo correctivo que los Falcons les habían estado propinando durante tres cuartos seguidos. Aún así, cuando leí a un veterano seguidor de Atlanta decirles a sus colegas “Boys, boys, calm down. This is far from over”, no pude por menos que darle la razón. Cautela.

Y entonces, de pronto, hicieron aparición dos factores que cambiaron por completo el cuadro. El primero ya lo conocemos de sobras: la legendaria capacidad de los Patriots para ajustar mecanismos cuando la cosa no les está funcionando, sobre todo cuando tienen a la vista un objetivo claro que les permite simplificar y centrar su juego, dejar a un lado las dudas y los nervios y entrar en modo berserker. Cuando están contra las cuerdas es cuando mejor juegan. El segundo factor fue producto de una estadística del partido que en ese momento aún no parecía gran cosa, pero que acabaría por revelarse como el agujero de iceberg que hundiría el Titanic de los Atlanta Falcons: el cansancio.

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En efecto, los Patriots, pese a su pírrica producción en puntos, habían tenido el balón en ataque el doble de tiempo que sus rivales, que habían anotado en drives rápidos como latigazos. Si tú tienes todo el rato a tu equipo de ataque sobre el terreno de juego, significa que el otro tiene todo el rato a su equipo de defensa; y las defensas, cuanto más juegan, más se agotan. Los ataques también, claro, pero el desgaste de la defensa suele ser mucho más intenso, más colectivo, y sus errores más costosos en cuanto a posición de campo. Además, la defensa de los Falcons se había tirado toda la función encadenando jugadas de anticipación en tromba, con el objetivo de llegar hasta Brady e impedirle lanzar cómodo, tratando de romper la dinámica de ataque de los Patriots en lo que se preveía como un partido a muchos puntos, en modo “toma y daca”. Hasta entonces les había funcionado a las mil maravillas (Brady recibió estopa a más no poder), tan bien, de hecho, que de manera inesperada habían logrado secar al ataque de Nueva Inglaterra casi por completo. No obstante, esa es una estrategia brutalmente exigente en lo físico y, quedando todavía un cuarto entero por jugar, se notó. La defensa de los Falcons estaba derrengada de tanto correr, pegar y morder.

Podríamos decir, simplificando, que Atlanta planteó la batalla a 45 minutos, a lograr en ese tiempo la ventaja de marcador suficiente como para gestionarla el resto del partido, mientras que los Patriots la plantearon a 60 minutos; y si una cosa es poco recomendable en este negocio es regalarles a Bill Belichick y Tom Brady el último cuarto de una Superbowl (la gestión de reloj: otra parcela del juego en la que nadie les va a enseñar a esta pareja nada que no sepan ya). Los Patriots escupieron la sangre de la boca, se levantaron e hicieron lo que se les da mejor, lo que les había hecho ganar cuatro finales antes de esta: capitalizar su desesperación para mantenerse vivos en el filo. Para ganar a base de dar la sensación de que TE VAN A GANAR. No hay otro equipo en el mundo que intimide más tirando de pura actitud y fuerza de voluntad.

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De pronto, los Falcons empezaban a llegar tarde a los placajes, las pantallas y las ayudas. De pronto, Brady tenía aire en el pocket y empezaba a ametrallarlos con pases rápidos y cortos, siempre a un receptor diferente, ganando yardas cada vez que soltaba el brazo. Poco a poco, de manera sistemática. De 5 en 5 y de 6 en 6. Lentos pero inevitables como la muerte. A la que se pusieron 28-9, aún fallando el punto extra de su touchdown, muchos miramos el crono, hicimos cuentas y llegamos a la conclusión de que, si New England seguía resolviendo en ataque y aguantando en defensa, había partido. Los Falcons también lo pensaron; y cuando quisieron darse cuenta estaban 28-12, luego 28-20, y finalmente 28-28 y de cabeza a la prórroga. El suelo se les había evaporado bajo los pies.

Aún así, a media remontada Atlanta lo tuvo una vez más. Sólo necesitaban un field goal para alejarse en el marcador hasta unos inalcanzables 31 puntos, y a cuatro minutos del final estuvieron ahí, con segundo down y en la yarda 23 de los Patriots. Todo lo que debían hacer era clavar rodilla en tierra en primer, segundo y tercer down, dejar agotar el tiempo, chutar a palos en el cuarto down y adios muy buenas. Sin embargo, el estado generalizado de shock y agarrotamiento en el que ya habían caído les hizo cometer el error de rifar otras dos jugadas para tratar de avanzar un poco más, y lo único que se llevaron de ahí fue un sack y un holding en contra, que les sacaron de distancia de chute. Lo que viene siendo pegarse un tiro en el pie, vamos (contra New England esa es otra cosa que suele pasar; y si no, que les pregunten a los Seahawks por su frivolité en la última jugada de la Superbowl del 2015).

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A esas alturas Atlanta era ya un animal moribundo. Cuando el árbitro tiró la moneda de la prórroga y salio que los Patriots empezarían atacando, todo el mundo supo que, de facto, el partido estaba decidido. Un ataque inicial de Falcons todavía podría haber sacado las suficientes fuerzas de flaqueza como para ganar aquello. Pero su defensa, sencillamente no. Ni cinco minutos les duraron a los Pats: 34-28 y otro Vince Lombardi que se va para Bostón. Quizás sea el último que ganen. Desde luego fue el mejor. Llevo 30 años tragándome Superbowls y no he visto nunca nada igual de épico que esto.

En el lado malo de la valla, los Falcons sufrieron la derrota más humillante, cruel y descorazonadora que se haya encajado en medio siglo de finales. Es infinitamente menos doloroso perder de 50 que perder así. Queda en el campo de batalla una afición destrozada, una ciudad que sigue sin haber ganado casi nada (esas imágenes de críos llorando con la camiseta del equipo puesta y la cara pintada de rojo y negro, las tiendas de Atlanta retirando en silencio todo el merchandising conmemorativo de una victoria que daban por hecha…), y un equipo joven, que tendrá que ser mentalmente muy fuerte, tendrá que demostrar que de verdad es «La Hermandad» («The Broterhood») de la que siempre presume, si quiere levantar cabeza y volver a ponerse tan a tiro de la gloria.

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Pero en fin, así son estas cosas. Para que existan unos Patriots que den una lección de historia es necesario que existan unos Falcons que la reciban. Atlanta tenía el partido ganado y no lo supo ganar. New England lo tuvo perdido y ni se le pasó por la cabeza perderlo. Esa es la diferencia entre el grupo de Bill Belichick y los otros 31 equipos de esta liga maravillosa, de este deporte como no hay otro. Esa viene siendo la puta diferencia desde hace quince años. No queda más que ponerse en pie y aplaudir, seas del equipo que seas.

9 comentarios en “Superbowl LI: Forajidos de leyenda

  1. Fabuloso artículo fenómeno. Durante el partido te lance un par de preguntas por twitter (y pasaste de mi cara, jaja). La que recuerdo es en la que te decía algo así como «Recuerdas que el ultimo super ataque que se enfrento en una Superbowl a los Patriots fueron tus Rams. ¿Le vengaran los Falcons?».
    Los muy canallas empezaron su ciclo cargándose al mejor ataque del fin de siglo pasado, y posiblemente terminen ciclo cargándose al mejor ataque el siglo XXI.
    Lo que mato a los Falcons, como bien dices, fue el colapso físico de su defensa, demasiado tiempo en el campo.
    Llevo desde los 90 viendo todas las SuperBowls, de echo soy de los Cowboys por ser hijo de mi época, he tenido temporadas de ver menos NFL, pero la SuperBowl siempre, vamos que llevo unos 25 años sin perdérmela, y coincido de pleno contigo, nunca vi algo así.
    Por si fuera poco, falte a una de mis máximas, en la que siempre digo, «nunca apuestes contra Belichik», esta vez lo hice y palme pasta (es en el único evento deportivo en el que pongo pasta), pero sabes que, no me dolió tanto, ya que lo pase pirata.
    Un saludo, y la siguiente vez contesta!!! jajaja

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    • Créeme que si no contesto es porque no me entero con Twitter. Ni te vi. 😀

      Pues debimos de empezar a ver Superbowls a la par. La primera que pillé fue la del 89 (justo la de los 49ers – Bengals que comento en el artículo), porque la emitió TV3 en abierto. Luego ya llegó el Canal Plus y empezó a ser tradición quedar para verla cada año. ¡Cómo odiábamos a los Cowboys! Eran el equipo antipático de los 90 (por ganadores), igual que ahora lo son los Pats. En cambio, los Cowboys actualmente me caen de coña, entre otras cosas por influencia de la serie «Friday Night Lights».

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      • Nada no te preocupes, era una broma, aunque hoy te twittee otra vez y no me hiciste caso jaja.

        Yo soy algo más joven que tu, y con 12/13 años eres facilmente influenciable, y cuando conocí la NFL los Cowboys es los que lo petaban. Y ya no se puede uno cambiar de chaqueta. Aunque disfruto luego con todos, tengo camisetas de un montón de equipos, y sobre todo soy muy de jugadores.

        Imagino que la conocerás, sino te recomiendo Ballers, es mas del negocio que de la NFL en si pero esta guapa.
        Y de comics, estan editamdo en España «Paletos Cabrones», que mola bastante.

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  2. Hola,

    Como parece que vas a poner de moda esto del bloodbo… perdon, del futbol americano, voy a tener que buscar a «mi equipo» para animarlo, hablar de sus virtudes y conocerme a sus jugadores estrella y demas, a ver si puedes ayudarme.

    ¿Cual sería el equivalente del Betis?. Ya sabes, para poder decir «Viva el … manque pierda». Gracias.

    Tiempo Extra: ¿Para cuando un videotocho?

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    • Pues así a bote pronto, me parece que te cuadran bastante los Jets de New Jersey. Van de verdiblanco y tienen una rivalidad histórica con otro equipo de su zona (los NY Giants). vamos, que ni pintaos. 😀

      El próximo videotocho lo tengo todo en la cabeza, pero el nivel de trabajo no me está dejando ponerme a grabarlo. 😦

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      • Esos Jets güenos ahiii!!!!!

        Pues muchas gracias Señor Pamundi por la respuesta.

        Siendo sinceros, esta temporada ha sido pésima, la verdad. No es que solo perdieramos contra los Rams 9 a 6, estarás contento con ello, o que terminaramos últimos en la clasificación de la AFC East, si no que perdimos contra los Giants (con su equipacion roja y blanca) por 20/21 en el derbi de la Pre-season.

        Tocó aguantar al dia siguiente a los Giantistas en el trabajo… ¡pero no pasa ná!, ya sabes, «viva los Jets manque pierdan»!!.

        A ver la proxima temporada como se nos da.

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  3. Magnífico articulo. Pero hablando de juegos de Football. Si quitamos el Blood Bowl (El mejor juego de mesa/miniaturas que existe, para mi) o el 1rs & goal que hablaste hace un tiempo. ¿Que otros juegos recomendarías?

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    • De los clásicos a mí me gustaba el «Paydirt» de Avalon Hill, que era un término medio muy apañado entre el más genérico «Football Strategy» (en el que sólo había dos equipos estándar) y el para mí demasiado detallado «Statis Pro Football» (que tenía stats diferenciados para cada jugador y los partidos duraban mil horas). De los modernos, me llama la atención uno de cartas que me enseñaron el otro día. Se llama «Fliip Football» y funciona a base de bluff: el jugador atacante elige una carta de ataque, el defensor una de defensa, ambos las giran a la vez y las unen por un sistema de flechas para determinar cómo acaba el down. Tiene una pinta buenísima.

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  4. Has alcanzado un nivel de epicismo cuasi tóxico; a algo que de base es épico no puedes ponerle cámara lenta, llamas en el firmamento y querubines tocando mientras los arcángeles blanden sus espadas, porque algún lector sensible puede terminar echando espuma por la boca.

    Excelente articulo.

    Pero recuerda las enseñanzas de kung fu panda sobre el exceso de alucinancia :]

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