Tres debates y medio

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25 de noviembre de 2012, elecciones autonómicas al Parlament de Catalunya. Estoy con mi madre delante del colegio electoral, haciendo cola en la calle. De pronto mi madre me agarra del brazo y me dice:

-“Ay Chema, que no sé a quién votar.”
-“Joder mama, que estamos en la cola…”
-“¿A quién voto Chema, a quién voto?”
-“Eso es cosa tuya, mama, yo no te voy a decir lo que tienes que hacer.”
-“Una ayudita, va, Chema. Dime cuatro cosas y decido rápido.” (e ilustra la frase con un movimiento de manos que siempre hace ella, a medio camino entre un pase mágico y un repique de castañuelas).
-“A ver mama, ¿tú qué quieres que pase?»
-“Yo lo que no quiero es que gane ese” (y me señala un cartel).
-“Mama, ese es Chick Corea, que viene a dar un concierto el mes que viene…”

Esta anécdota completamente real, que nos parecería un gag redondo si la viéramos en Seinfeld o en cualquier otra sitcom similar, ilustra a la perfección la relación de pasotismo que siempre han tenido mis padres respecto a la política. En “can Pamundi” jamás se les ha hecho ni puto caso a los programas electorales, los mítines, los debates ni demás espectáculos del circo político. En cambio a mí, supongo que por esa tendencia natural que tienen los hijos a distanciarse de sus padres para marcar personalidad propia, siempre me ha parecido la releche de divertido.

12033094_10206807610541887_5972519039929114856_nAhora mismo, por ejemplo, estoy enfermo de campaña electoral catalana. Tenía a medio cocer un escrito sobre otro tema (una anécdota saladísima de cuando fui mecenas de V. Cañasveras, el mayor y más incomprendido talento artístico que ha alumbrado el siglo XXI; el día que os la cuente no vais a dar crédito…), pero hace ya algunos días me di cuenta de que, hasta que no acabe este show que tenemos liado en el Principado, hasta que no llegue el día 27 de septiembre por la noche y se cuenten todas las papeletas, y por fin empiece a intuir si la Golondrina catalana zarpa rumbo a Ítaca o a la mierda, no voy a ser capaz de escribir (de pensar) sobre otra cosa que no sean las elecciones autonómico-plebiscitarias.

Quizás alguno de los lectores de este blog conozca una extraña película de 1990 titulada Mister Frost. En ella, Jeff Goldblum interpreta a un demoníaco personaje (precursor clarísimo de Hannibal Lecter) que, entre otras aficiones, cocina elaborados platos, tras lo cual los fotografía con una cámara Polaroid y los tira a la basura sin probar bocado. Le interesa más el proceso que el resultado, más el camino que el punto de destino. Bueno, pues a mí con las campañas electorales me sucede algo parecido. Normalmente les dedico bastante atención, las sigo como si fueran los play-offs de un campeonato deportivo o la temporada final de una serie de suspense… pero la mayoría de las veces, cuando llega el “día D”, acabo no votando a ninguno de los replicantes que se presentan (es cierto que, en un post anterior con motivo de las últimas municipales, me comprometí a votar en las tres citas que se celebraban este año en Catalunya; sin embargo, a la hora de la verdad voy a hacer una semi-trampa con estas autonómicas, un “votar sin votar” que ya explicaré otro día). Me contento con acompañar a mi madre al colegio electoral y ayudarla a emitir su voto (consultando en qué urna le toca, poniéndole en el sobre la papeleta que ella me indica, etc), tras lo cual solemos irnos los dos “xino-xano” a tomar lo que, con los años, hemos bautizado como “el vermut de la democracia”.

Dicho lo anterior, reconozco que mi nivel de inmersión campañil durante estas últimas dos semanas ha sido ya de cuadro psiquiátrico: desayunándome cada día con las tertulias políticas de RAC 1 y Catalunya Radio, leyendo La Vanguardia, El Periódico y Vilaweb, tragándome en modo zapping sincopado el Telenoticies de TV3 y el Telediario de TVE (ambos compitiendo por ver quien daba la información más sesgada), cenando con el programa 8 al Día de Josep Cuní en 8TV (otro que tal) y tomándome el yogur de postre con L’illa de Robinson en el canal El Punt Avui (que es un poco como el Cuarto Milenio de las tertulias políticas catalanas). He dejado de leer comics (desde aquí estoy viendo el último volumen de Los muertos vivientes sobre mi mesa, aún con el precinto puesto). He dejado de ir al cine. He dejado de ver series. Cuando quiero reírme un rato, en vez de un episodio de Louie o Parks and Recreation me pongo un rato la tertulia de 13TV (la que sea; ese canal es una puta ruleta de tertulias) y disfruto cual gorrinaco en charca viendo a Antonio Jiménez, Carlos Cuesta, Isabel San Sebastián y el resto de vampiros españistaníes explicarme por qué el independentismo catalán es una plaga peor que los orcos de Mordor, la organización criminal Spectra de las pelis de James Bond y la Kraft durch Freude nazi, todo junto.

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Para empeorar aún más mi obsesión aguda, resulta que en esta campaña las televisiones han ofrecido tres debates electorales y medio. Es decir, tres debates con los siete cabezas de lista, más un cara a cara (de perro) entre Oriol Junqueras y el ministro español de exteriores José Manuel García-Margallo como armagedónico fin de fiesta. Pues bien, lo que vais a leer a continuación es un resumen pormenorizado de esos tres debates y medio. Ya que me los he tragado, que me cundan para algo. Estamos quizás ante las elecciones autonómicas más tochas e inciertas de la historia de Catalunya y, aunque la mayoría de la gente está ya movilizada y tiene el voto decidido de manera impermeable, aún queda una bolsa de indecisos que se calcula en torno al 30%. Además, según las últimas encuestas la mayoría absoluta está ahí ahí, en el alambre. Por lo tanto, no es arriesgado decir que el reparto final de los quesitos puede acabar de decantarse, en cierta medida, por lo ocurrido en la pantallita de TV a lo largo de estos días. Veremos.

Hago notar que mi natural escepticismo ante cualquier borregada de más de tres personas (que me convierte en un “botifler” de perfil bajo cuando hablo con mis colegas indepes, y en un tonto útil del “procés” cuando hablo con mis colegas constitucionalistas), sumado a mi escaso sentimiento patriótico en cualquier sentido (el único himno que me hace llorar es la marcha imperial de Star Wars; y si pudiese elegir me gustaría nacionalizarme cimmerio), hacen que a la hora de poner por escrito este análisis me la hayan traído muy al fresco las consideraciones propagandístico-morales. El presente artículo no es una tesis religios… digo ideológica, y por tanto no pretendo convencer a nadie de nada. Voy a limitarme a analizar lo bien o mal que ha estado cada candidato a la hora de vender su burra ante las cámaras, y lo bien o mal organizado que ha estado cada debate como puro espectáculo. O sea, voy a hablar de televisión más que de política.

Eso sí, no vivo aislado en una cámara de vacío ni voy de equidistante o de lobo estepario, muy al contrario tengo mi propia mochila de prejuicios, filias y fobias, como cualquier hijo de vecino. Básicamente, Antonio Baños y Miquel Iceta me caen bien. De Baños me fascina su argumentario, brillante, divertido, con pocas fisuras y sin rastro de caspa (lo explica de coña en su libro La rebelión catalana, y antes de eso ya lo cantaba en las letras de su estupendo grupo de punk-pop Los Carradine). No soy particularmente indepe (alguna vez ya he comentado que me convertiré justo el día después de que Catalunya se independice, porque entonces no quedarán más cojones que jugar para el equipo y remar todos en la misma dirección), pero sí me atrae mucho la posibilidad de vivir una revolución social a corto plazo que lo haga saltar todo por los putos aires. Por tanto, si tuviese que votar a alguien en estas elecciones, pinza en la nariz mediante, sería a la CUP. Respecto a Iceta, me parece en general un buen tipo. Me gusta que cante y baile en plan locaza y encuentro clasista, mediocre y en cierto modo muy de “catalanet resclumit” criticarle por ello, quizás porque una de mis frases históricas favoritas es aquella de Emma Goldman que me descubrió mi amiga Amaia Carreira y que dice “si no puedo bailar, no es mi revolución”. Lo que dice Iceta me parece grosso modo un montón de estiercol (llega tarde, no es creíble y ni siquiera interesa), pero él me cae bien. El resto de candidatos me dan bastante igual. ¿Capisci? Pues vamos allá…

PRIMER ASALTO: EL DEBAT DE 8TV
La televisión privada catalana del grupo Godó (La Vanguardia, RAC 1 y demás máquinas informativas de dar miedo) fue la primera en golpear, que en este caso sí que fue “golpear dos veces” porque los candidatos (cómodamente sentados en unos butacones blancos estilo nave Enterprise) estaban aún frescos y eso propicio un debate con más enjundia que los dos posteriores. La ordenación en tres bloques temáticos (“Motivos para el Sí o No”, “La viabilidad económica” y “El reto europeo”), discutible a priori, demostró ser un acierto pues ayudó a oxigenar y hacer amenas lo que de otro modo podrían haber sido dos horas y media intragables.

El moderador Josep Cuní estuvo, como de costumbre, fantástico. La mayor parte del tiempo ni siquiera se notó que estaba allí (lo que se dice de los buenos árbitros de fútbol, y eso). Muy a la americana, se mantuvo en un segundo plano dejando hablar y simplemente dando la palabra a unos y otros para compensar tiempos de intervención sobre la marcha. Ahora se ha puesto de moda entre el «borinotisme» patrio meterse con Cuní acusándole de practicar periodismo tendencioso (ya, ¿comparado con quien?), pero dejando al margen su sesgo ideológico, a mí me parece que no tenemos en Catalunya a otro animal televisivo capaz de montar un tinglado de este tonelaje y salir así de airoso.

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En cuanto a los tres periodistas de apoyo, que iniciaban cada uno de los bloques de discusión lanzando una pregunta al aire (para romper el hielo), por suerte tuvieron menos papel del que me esperaba, lo cuál es bastante meritorio dado que uno de ellos era Pilar “Talking Head” Rahola. De hecho, la Rahola fue la mejor de los tres, la más fresca e incisiva, porque Marius Carol estuvo tan gris y alcanforado como siempre y Jordi Basté, que se quejaba todo el rato de que al día siguiente tenía que madrugar para su programa de radio, podría haberse ido en efecto a clapar a las diez de la noche y nadie habría sufrido demasiado.

Respecto a los candidatos…

Medalla de oro: Raül Romeva (Junts pel Sí)
Pese a las hostias que se llevó tanto al hablar de Europa como al ser acusado de “capgròs” de Artur Mas (no supo esquivar ninguno de los dos sartenazos), salió como ganador holgado. Demostró solvencia, carisma y labia para vender su pollino haciéndolo parecer mejor de lo que es, o sea maquillando la habitual indefinición de Junts pel Sí a base de frases floridas sobre libertad, dignidad y otros plagios a aquella peli en la que Mel Gibson se pintaba la cara de pitufo. Un discurso acaso algo básico pero bien transmitido. Fue, de largo, a quien más le cundió la velada.

Medalla de plata: Anna Gabriel (CUP)
Como la CUP tiene el rollo este del asamblearismo sin líderes verticales y sin personalizar y bla-bla-bla, enviaron al debate no a su número 1 de lista (Antonio Baños) sino a su número 2, Anna Gabriel, a la que yo personalmente nunca había oído debatir y que me pareció bastante demoledora. Supo diferenciarse de los otros seis (Iceta y Espadaler, en cambio, a veces dieron la sensación de hacerse coros mutuos) y situarse en la habitual posición de superioridad moral que tan bien se le da a la CUP, para repartir estopa dogmática “a tort i a dret” sin recibir apenas ningún ataque a cambio (en parte porque es dificilísimo pillarlos en un renuncio, y en parte porque los demás saben que meterse con el único partido sin pufos conocidos, que tiene imagen limpia y honesta y que antepone el idealismo a cualquier otra consideración, es como torturar en directo a un gatito; quedas fatal).

Medalla de bronce: Inés Arrimadas (Ciutadans)
El discurso populista de la formación de Albert Rivera no resiste el más mínimo análisis en profundidad (lerrouxismo «up to eleven»), pero Inés Arrimadas cae simpática, tiene una imagen excelente, sabe lo que tiene que decir en cada momento y logró el conjuro mágico de que tanto PP como PSC pareciesen dos opciones inútiles, y que para eso era mejor votarla a ella. La vi solidísima.

Medalla de latón: Miquel Iceta (PSC), Xavier García Albiol (PP) y Ramon Espadaler (Unió)
Ninguno de los tres aportó demasiado. Más que candidatos parecían periodistas agresivos rollo Ana Pastor (luego hablamos de ella) entrevistando a los otros cuatro. Se asumieron como personajes secundarios de la película y, aparte de soltar algunos chascarrillos graciosos (otros no tanto: en cierto momento Iceta se dirigió a Romeva como «fill meu», un coloquialismo de barra de bar que no tocaba), lo único que hicieron en realidad fue trabajar a favor de Ciutadans: todo lo que sembraban lo recogía tan campante la Arrimadas.

Cuchara de palo: Lluís Rabell (Catalunya Sí que es Pot)
No sé quien ha engañado a las cúpulas Pablemistas haciéndoles creer que el sosias de Shrek era un candidato presentable, pero sea como sea el debate certificó que todo esto le viene enorme; y no en el buen sentido, rollo Ada Colau o Manuela Carmena (o sea, sensación de cercanía, empatía y nobleza aunque meta la pata de vez en cuando), sino en el mal sentido: atacado de los nervios (le temblaban las manos al hablar), malhumorado, quisquilloso, con permanente cara de oler huevos podridos, usando un lenguaje demasiado arcano y, en un desesperado intento final por contrarrestar los dolorosos misilazos que le iban lanzando desde Ciutadans y la CUP (Inés Arrimadas le acusó de chavista, Anna Gabriel de tibio), incluso adoptando un tono un poco verdulero. Se equivocó de fecha y de canal: el debate-bronca en La Sexta era dos días más tarde. Mala impresión.

SEGUNDO ASALTO: EL DEBATE DE LA SEXTA
Plató muy de color verde y con un suelo decorado a base de celdillas rollo balón de fútbol (parecía que se lo habían prestado los de El Chiringuito). Los candidatos, de pie y agarrados con las manos a unos mini-atriles como si tuvieran miedo de que se los fuesen a robar; y enfrente, la bicha: Ana Pastor.

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Ana Pastor es esa periodista especializada en entrevistas políticas que hace años nos parecía incisiva y valiente, hasta que empezó a confundir la incisión y la valentía con ser maleducada y borde, y hoy en día sus entrevistas son básicamente una sucesión de interrupciones al invitado, que recuerdan a lo que hacía el Dr. Maligno en aquella mítica escena de Austin Powers, misterioso agente internacional. Su conducción del debate fue peor de lo que yo preveía (y mis expectativas ya no eran muy altas), erigiéndose en protagonista (Ana, el Octavo Tertuliano) cuando lo que tocaba era hacer justo lo contrario. Sus injerencias constantes para amonestar a los candidatos (sobre todo a Romeva, al que daba la palabra por alusiones y luego reñía por contestar por alusiones), hacer chistecitos y repetir como un loro las normas o la frase promocional (si me llego a tomar un chupito cada vez que dijo “primer debate en una televisión nacional” caigo redondo antes del segundo corte publicitario), colaboraron a histerizar aún más un ambiente que ya venía crispado de serie.

La ausencia de bloques ordenados por temas no parecía una mala idea (que la retórica fluyese hacia donde tuviese que fluir) pero, de nuevo, la deficiente moderación de la Pastor llevó de cabeza al caos. Su obsesión por compensar los tiempos de palabra casi de inmediato (en vez de gestionarlos a largo plazo, “Cuní style”), dio lugar a situaciones absurdas, como que un candidato al que acababan de aludir directamente tuviese que esperar a responder hasta que hubiesen hablado antes otros dos o tres que llevaban consumido menos tiempo, con lo cuál cuando el primer candidato por fin contestaba la alusión ya nadie recordaba de qué estaba hablando. Esto empezó a ocurrir de forma constante y a veces en paralelo, con cruces de alusiones acumulados en “cola de espera”, degenerando muy rápido en un diálogo para besugos, con todo el mundo contestando a algo que había dicho alguien un cuarto de hora antes. Estamos en La Sexta, ¿no? Pues que se note: gallinero.

En fin, puntuaciones:

Apartamento en Torrevieja: Antonio Baños (CUP)
Dominó la escena con la tranquilidad del que “come aparte”. Estuvo claro, simpático y transmitió la sensación de que la independencia, lejos de ser una posibilidad política complicada de lograr, es algo inevitable, casi un fenómeno meteorológico como las lluvias de abril. Estuvo redondo en el speech final, que colofoneó con el mejor one-liner que he escuchado en toda la campaña: “la España de los afectos es irrompible, pero el estado español es inviable”. Juego, set y puto partido.

Fin de semana en Punta Cana: Inés Arrimadas (Ciutadans)
Ya hemos quedado en que Ciutadans es menos un partido político que un equipo de debate. Por eso sus candidatos funcionan tan bien delante de la cámara (aunque su ideología sea una mayonesa populista en la que caben igual los ingredientes típicos del centroizquierda que los de la extrema derecha). Inés Arrimadas estuvo sostenidamente bien en todas sus intervenciones, calcando las mismas dos o tres cositas que ya había dicho en 8TV (su discurso se agota a partir del cuarto eslogan), y demostrando venirse arriba en el ambiente de bulla. Incluso tuvo un momento digno de hacerle la ola, cuando vinculó a Espadaler con la corrupción sacando un cartel de CiU y soltándole un navajazo dialéctico en plan: “¿Ve usted esta U? Pues hasta hace dos meses esta U era usted”. Catacrocker.

Juego de sartenes: Miquel Iceta (PSC) y Ramon Espadaler (Unió)
Tiene mérito lo mucho que están intentando remar este par, teniendo en cuenta que su barca navega hacia ninguna parte. Pese a lo estéril de sus respectivos esfuerzos (los dos se van a pegar una hostia mítica el 27-S), hicieron un papel razonablemente digno en medio de la olla de grillos. A Iceta se le vio muy pancho, con un discurso en plan “va, no os enfadéis, nos sentamos todos y hablamos, que veréis cómo encajamos a Catalunya en el puzzle” (angelico…). Tiró de sorna en muchas ocasiones y dio imagen de político bregado. Espadaler, siempre gesticulando mucho con las manos, siempre apuntando con el boli, siempre con media sonrisita y cara de “tranquils, que jo controlo”, recordaba a un amable maestro de escuela que explica cosas tan razonables como la ley de la gravedad de Newton. Su plan pareció el más lógico de todos. Lástima que, en realidad, no tenga ninguno.

Muñeca chochona: Raül Romeva (Junts pel Sí)
Romeva lo pasó en general mal, en un tipo de debate particularmente hostil para él. Aquello fue un siete contra uno, porque no le dio aire ni la moderadora. Incluso Baños le metió estopa. Se defendió de manera poco convincente, echando balones fuera, tirando de su currículum de eurodiputado (como si eso fuera algún tipo de superpoder) y volviendo sobre su mantra de “estas elecciones son el referéndum que no nos han dejado hacer” cada vez que intentaba ampliar su discurso (hablando de pensiones, Europa o financiación) y se veía acorralado. Esta vez sí, tuvo pinta de ser un mero pararrayos del pérfido Mas. Se puso nervioso enseguida y así se tiró dos horas, incapaz de explicarse sin resultar antipático. ¿Algo de esto le va a perjudicar el domingo? Ni hablar. Junto con Ciutadans y la CUP, su candidatura es la que tiene el voto más blindado a cualquier golpe de viento externo. Sólo puede crecer, pero en esta ocasión no supo hacerlo.

Calabaza Ruperta: Xavier García Albiol (PP) y Lluís Rabell (Catalunya Sí que es Pot)
Este era en cierto modo el debate más importante de los tres para Albiol, cuya mejor esperanza de aumentar su bolsa de votantes se encuentra justamente entre la caspa populista que se queda los sábados en casa mirando La Sexta Noche (yo también suelo hacerlo, pero yo soy GUAY). Pues oye, estuvo lamentable. Su problema de tos no le ayudó (en su primera intervención, nada más empezar a hablar, le subió un pollaco a la garganta), pero aparte de eso sólo aportó follón y discurso del miedo (ni una puñetera frase en positivo), se entrabancó demasiadas veces y hasta le pudimos ver desencajado cuando creía que la cámara no le enfocaba. Transmitió una desesperación similar a la de Rabell, que cada vez que hablaba era como si recitara la tabla de multiplicar en el desierto. El “Mini yo” de Pablo Iglesias siguió sin conseguir hacerse escuchar, tirando de una retórica aburridísima (llena de palabros como “precarizante” o “sistémico”) y vendiendo un mensaje machacón que se centró en dos ejes: ataques abstractos hacia Artur Mas (sin interpelar de manera directa y hurgante a Romeva como sí hicieron Arrimadas o Iceta) y sainetes naftalínicos sobre justicia social de pancarta. Pareció mucho más un político de Iniciativa-Verds que de Podemos, y eso nunca puede ser interpretado como un elogio.

TERCER ASALTO: EL DEBAT DE TV3
La noche siguiente al aquelarre gritón en la caverna de Atresmedia llegó el debate final y (aparentemente) decisivo en la “caverneta” de TV3. La tarde previa había estado dominada por el torticero castigo de la Junta Electoral Central a la cadena autonómica, al considerar que su retransmisión de la macro-manifa del 11-S fue un “acto electoralista”, pese a que se celebra cada año desde 2012 y que, dada su relevancia informativa, es cubierto en mayor o menor medida por televisiones de todo el mundo (o sea, a la JEC le hubiera parecido normal que los actos de la Diada pudiesen verse en Japón pero no en Catalunya; bien, bieeeeeen…). Sea como sea, para compensar y tal, TV3 fue obligada a emitir tres horas de programación con actos electorales de los cuatro partidos que no habían ido a la mani (Ciutadans, Unio, PSC y PP). Esas tres horas cosecharon los peores registros de audiencia de la historia de TV3 un domingo por la tarde (sí, otro triunfo inapelable de la mayoría silenciosa), pero el caso es que había un run-run de cabreo en el ambiente, y eso se trasladó al debate.

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El asunto empezó con una introducción larguísima de la moderadora Monica Terribas (mezclando frases grandilocuentes, reflexiones astutas y sopapos subjetivos), seguida por una cortinilla de presentación épica y tremendista, con planos aéreos del terruño y música estilo Tron: Legacy. Una cosa de acabarse el mundo, oye. Los siete candidatos llegaron a plató sin apenas tiempo para recuperarse de lo de La Sexta (Baños empalmando literalmente desde un mitin) y casi sin ganas. Se les notaba ya muy cansados, en piloto automático. Quizás por eso se decidió arrancar el show planteándoles un juego, como a los niños con déficit de atención: cada uno respondería a una pregunta inicial formulada por otro candidato secreto, y al final del debate caramelito de menta para los que acertasen quién había preguntado qué. Aparte de esa gracieta un tanto tontaina (que a la Terribas le parecía tronchante), la idea era que el debate fuese ágil, sin los bloques temáticos impuestos por Cuní ni las obsesiones cronometradoras de Ana Pastor. ¿He dicho ágil? Pues aquello fue un puñetero pantano…

Mónica Terribas es una profesional excelente, muy acostumbrada a manejar estos cotarros (soy fan desde los tiempos de su informativo La nit al día), y supo demostrar que no hace falta emular al sargento de La chaqueta metálica para mantener a raya a las fieras. A ratos quizás se le fue la mano metiendo cuñitas y apostillando a todo el mundo (¿hacía falta cachondearse de Albiol por celebrar la victoria de la Roja en el Eurobasket?), pero en general supo dejar hablar cuando tocaba y cortar antes de que el guirigay se disparase. El problema no estuvo en ella, sino en los contertulios…

Gran Maestro Jedi: Nadie
Hoy he visto por la tele a Artur Mas y Pablo Iglesias insultarse por mitin interpuesto usando el lenguaje de los indios, prueba palmaria de que esta campaña electoral empieza a dar síntomas de agotamiento. Creo que todo el mundo (hablo de los candidatos, pero también aplica a los votantes) hubiera firmado que durase una semana menos, porque hemos llegado a ese punto en que el cerebro ya no hilvana bien y los políticos se entregan a la astracanada, probablemente pensando que el único voto que les queda aún por captar es el de los locos. De aquí al domingo no descarto ver a Espadaler hacer magia con naipes, a Romeva bailar en moonwalking o a Rabell convertido en hombre bala. En todo caso esa fatiga, no sólo física sino en cierto modo también de sí mismos, dio lugar a un debate flojo y repetitivo, en el que a los siete candidatos se les trabó la lengua y en el que ninguno brilló en especial. Posteriormente pasaron en TV3 imágenes del plató durante los descansos por publicidad, y todos parecían estar deseando irse a casa y que los abrazara su madre. Por lo tanto, nadie merece el primer premio.

Caballero Jedi: Antonio Baños (CUP)
En un principio, la actitud de Baños me pareció pura indolencia rollo “paso, me duele el tarro”. Casi no intervenía y, lo que es peor, ni siquiera intentaba hacerlo. Terribas casi tuvo que rogarle un par de veces que dijera algo. Sin embargo, cuando la cosa llevaba cerca de una hora rodando me di cuenta de su plan: mientras todos se arrojaban con torpeza a la melé unos contra otros, él permanecía en una esquina sin arrugarse el traje. Sabía que, por las propias reglas de compensación de tiempos del debate, iba a acabar hablando lo mismo que los demás, así que, ¿para qué desgañitarse? Se limitaba a esperar que la moderadora le cediera la vez, y entonces se cascaba una intervención larga, un semi-monólogo bastante ameno en el que primaban los mensajes constructivos salpimentados con hostias finas que vestían de torero a sus contrincantes. Consiguió pintar a todos los partidos unionistas bajo una luz negativa (dejó a Rabell convertido en estatua de sal al apuntar que Podemos ya no hablaba de “tsunami” sino de “ola”, y que a ese paso iba a acabar en “marejadilla”) y una vez más jugó su papel de policía moral del procés para evitar que Junts pel Sí se convierta en «Junts per Mas» a partir del lunes 28. Completó con nota alta lo que ha sido una campaña modélica por parte de la CUP, tanto en imagen como en mensaje (bueno, excepto por lo de Willy Toledo dándoles apoyo; eso nos lo podrían haber ahorrado). Es el único partido al que estas dos semanas se le han hecho cortas.

Padawan raspado: Raül Romeva (Junts pel Sí)
Necesitó tres debates, pero por fin Romeva se preparó una respuesta para cuando le preguntasen por la labor de gobierno de Artur Mas y los casos de corrupción de CiU. Tampoco es que dicha respuesta fuese la repanocha, pero al menos era mejor que quedarse callado y poner cara de lemur (resumiendo mucho, dijo que él no estaba en ese gobierno, que hay cosas que él hubiera hecho de manera distinta, que cualquier miembro de Junts pel Sí al que se le encontrase un roto tendría que responder por ello, y que en todo caso lo que tocaba ahora era sumar fuerzas para lograr la soberanía). A fin de salir menos apaleado que en el debate de La Sexta, redujo su discurso a las sales esenciales (“Necesitamos las herramientas de un estado soberano” y, de nuevo, “Estas elecciones son el referéndum que no nos han dejado hacer”). Le funcionó. Con todo, deja la sensación de estar un poco en guerra ajena y de que Artur Mas, en su lugar, se hubiera comido crudos a los otros seis candidatos (sí, incluyendo a Baños). De Mas se podrá decir lo que se quiera (que si el 3%, que si se hizo indepe cuando le convino, que si tal) pero nadie puede negar que, hablando ante un micro, no lo tumba ni Dios.

Androides de protocolo: Miquel Iceta (PSC), Ramon Espadaler (Unio), Inés Arrimadas (Ciutadans), Lluis Rabell (Catalunya Sí que es Pot)
Si una cosa hay que reconocerle al independentismo es que, al hablar del déficit económico catalán, te vende una idea. Será todo lo alocada/fantacientífica que se quiera, pero al menos es una idea y es ilusionante: un estado propio nos daría más dinero y más recursos que gestionar (sobre el papel, suena bien). El frente unionista, en cambio, vende un “sigamos igual pero cambiando” que se entiende poco y trempa aún menos. Nos cuentan que tienen grandes planes económicos y sociales, pero no aclaran de dónde van a sacar la pasta para implementarlos ni por qué, si tan claro está todo, no se ha hecho hasta ahora. Iceta, Espadaler, Arrimadas y Rabell abundaron en esto, cada uno con sus matices, y sonaron a discurso viejo. Arrimadas, pese a todo el coaching que ha recibido para hablar en público, no dice suficientes cosas como para llenar tres debates completos (y las que dice no las concreta, más allá de enumerarlas todo el rato contando con los dedos). Rabell (al que sus asesores le pusieron esta vez un traje de anchas hombreras que le hacía parecer Kingpin) se enroca en que todo pasa por esperar hasta diciembre y tumbar al PP en Madrid. O sea, todo pasa por algo que tiene que ocurrir en otro sitio y que, de hecho, lo más probable es que ni siquiera ocurra. En cuanto a Iceta y Espadaler, se compenetran ya tan bien a la hora de atacar a Junts pel Sí y proponer un federalismo de la Srta. Pepis que, tras su más que previsible descalabro electoral, podrían ganarse la vida como pareja cómica (Espadaler, que es más serio, haciendo el papel de augusto, y el cachondo Iceta como cariblanco). Incluso podrían reutilizar los mismos chistes que han estado explicando en estos tres debates.

Esbirro del Lado Oscuro: Xavier García Albiol (PP)
Cuando empezó la campaña comenté a unos amigos que, más allá de lo facha que llega a ser el tipo, la elección de Albiol como relevo de la ya amortizadísima Alicia Sánchez-Camacho era un acierto para el PP catalán, porque su perfil agresivo movilizaría el voto de la mano dura y podía hacerle daño a Ciutadans. Sin embargo, y aunque CUALQUIER COSA hubiera sido mejor que la Camacho, creo que a nadie escapa que Albiol ha resultado ser un candidato muy decepcionante en lo mediático, un orador mediocre con tendencia a empanarse y con un lenguaje corporal muy limitado (ese constante dirigir el tráfico con las manos…). Estuvo patético sacando por tercera vez en tres debates el papelito de la Generalitat que hablaba de corralito (“CO-RRA-LI-TOW”, como dice él, separando mucho las sílabas, igual que si estuviera haciendo un anuncio radiofónico de una marca de pollos a l’ast), y se le cruzaron los cables varias veces con lo de los catalanes dejando de ser europeos si nos independizamos (¿Really? ¿Los cuatro hijos de la Infanta Cristina, por ejemplo, perderían súbitamente la ciudadanía europea? Hostia, esto no me lo pierdo…). Varias de sus intervenciones eran recibidas con risas por los otros siete contertulios (sí, Terribas included), y él ni siquiera se enfadaba.

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TERCER ASALTO Y MEDIO: EL CARA A CARA DE 8TV
Cerramos el círculo volviendo al mismo canal donde empezamos, con un «one on one» entre José Manuel García-Margallo, ministro de asuntos exteriores del gobierno español, y Oriol Junqueras, líder de Esquerra Republicana de Catalunya y semi-camuflado número 5 en la lista de Junts pel Sí. Lo extraordinario de la cita (todo un ministro de exteriores “bajando al barro” a debatir con un líder indepe) desconectaba ya por completo el discurso cavernícola de que esto son unas elecciones autonómicas corrientes y molientes. Aparte, el elevado nivel de debate que se les sabía a los dos pájaros garantizaba un duelo eléctrico. El choque de trenes de la campaña.

La cosa se había ido calentando en los días previos hasta llegar a cobrar más relevancia que los tres debates anteriores juntos. Muchos en la cúpula del PP estaban cagaditos, no entendían qué réditos podía reportar el asunto y desconfiaban de Margallo, al que ven como una especie de díscolo ye-ye porque se ha manifestado a favor de estudiar una eventual reforma de la Constitución. Aparte, el día anterior se había producido el inenarrable momento “Pues, eeeeh… ¿y la europea?” de Marianico el corto en Onda Cero, que en apariencia había hecho saltar por los aires el principal argumento del miedo en contra de la secesión.

Con las cosas más apretadas que nunca (según las encuestas) y la bolsa de indecisos que seguía sin desinflarse a 72 horas de que se abrieran las urnas, si algún debate televisivo podía acabar de decantar la balanza a favor o en contra de una mayoría absoluta barretinaire, era este. En un 90% de probabilidades la cosa no tendría ninguna influencia sobre el voto… pero claro, ahí estaba ese 10% restante, ese 10% de que uno de los dos metiera la pata con alguna declaración suicida o se sacara un conejo de la chistera. Por ese 10%, merecía la pena estar pegado a la tele. ¿Cervezas? Check. ¿Palomitas? Check. ¿Desconectar el móvil, a fin de evitar llamadas a medio debate de mi amigo Pedrín para contarme el último juego que se ha comprado en Gigamesh? Check. Me pongo las pantuflas, me repantingo en el sofá y bajo las luces. Josep Cuní aparece en pantalla, con los dos contendientes sentados frente a frente, Margallo a la izquierda de la pantalla, Junqueras a la derecha. No sé por qué, pienso en la peli Rocky (quizás por la cortinilla de presentación, muy “combate del siglo”, con primeros planos cerrados de Margallo en plan Mike Tyson y una imagen de Junqueras alzando los brazos y gritando durante un mitin, como si fuera Hulk Hogan). Collons, quins nervis…

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Pues bueno, tras una hora de debate, el ganador es… ninguno de los dos. O sea, a ver si me explico:

Margallo es una máquina de debatir, apabullante contrarrestando datos. No se trata de si lo que dicen uno y otro es más o menos cierto, más o menos exacto: Margallo suena convincente (recordemos que me estoy tragando esto como un espectáculo por sí mismo). Sin embargo, su discurso se apoya demasiado en papeles (típica escuela PP de debatir: tienen la superstición de que decir directamente “75%” es menos efectivo que mostrar un papel con una barra azul en la que ponga “75%”) y el tipo da un poco de miedo. Con todo, a base de enumerar leyes y contraleyes acaba logrando que su contrincante se haga la picha un lío y diga algo así como que los catalanes nos vamos a independizar pero seguiremos siendo españoles (¿WTF?). Junqueras ofrece en general una imagen relajada y simpática, habla de memoria (que siempre gusta) y mezcla los datos con sencillas apelaciones a la lógica. Cuando la discusión vira hacia las consideraciones sociales/sentimentales y el análisis de las políticas del PP, Junqueras consigue atragantar al rival y da sensación de poder liquidarlo, pero ya sólo quedan diez minutos de debate y no le da tiempo (de hecho Junqueras acaba pidiendo otro debate, porque se nota fino). Margallo se las ha ingeniado para que la mayor parte del partido se jugase en el terreno que más le convenía.

Al final los dos se lanzan mutuas flores (Margallo llega a decir que Junqueras es “el jefe”) y todo el mundo para casa. Ha sido, de largo, el mejor de todos los duelos dialécticos vistos en esta campaña. Hubiera cambiado sin dudarlo los tres debates a siete bandas por una horita más viendo a estos dos mostrencos intercambiar estocadas. Dicho esto y tal como se preveía, no se ha obrado el “10% mágico” y este debate va a tener poca incidencia (o ninguna) sobre la intención de voto. Nadie ha sacado los pies del tiesto con un titular que pueda ser utilizado de manera efectiva por el aparato de propaganda rival (ni Margallo ha repetido lo de que una Catalunya indie vagará por el espacio por los siglos de los siglos, ni Junqueras ha soltado ninguna de sus tontunas sobre los genes catalufos). Las personas afines a cada opción política dirán que ha ganado el suyo y santas pascuas.

CONCLUSIONES
Treinta y pico mil caracteres después, tengo la sensación de que no he dicho nada y os he aburrido hasta la muerte. Todo este post podría resumirse en: los debates electorales no sirven para un carajo. Sin embargo yo necesitaba poner toda esta mierda por escrito, purgarla del sistema, aunque no me leyese nadie. Por el camino creo que he dejado caer bastantes pistas acerca de lo que pienso sobre la zona geográfica en la que nací y resido, su independencia y la pastelera madre que nos parió a todos, que asimismo podría resumirse en: haced lo que os dé la gana y ya me diréis. Yo mientras tanto estaré viendo las dos temporadas que me faltan para acabar Community. Aunque al final, las vueltas que da la vida, me he acabado mojando y firmando un manifiesto que corre por ahí. ¿Por qué? Porque me lo pidió un amigo (al que le saco 20 años pero del que no paro de aprender cosas), porque me pareció chulo el texto y porque a mí también me gusta el rocanrol.

En un próximo post contaré lo que he hecho al final con mi voto y, después de eso, me tiraré una buena temporada sin escribir nada más sobre política. Volveré a hablar de pelis, de juegos, de series, de sexo, de electrodomésticos y de las anécdotas imbéciles que me ocurren a diario (¿Os he contado mi odisea paranoide la primera vez que usé Wallapop? ¿No? Pues esa es buena…). Es decir, volveré a escribir sobre las cosas importantes de verdad. Hasta entonces, lo más sensato que se me ocurre para acabar esto es citar al futbolista africano Emmanuel Amunike, ese insigne tuercebotas que militó temporada y media en el Barça (yo siempre defendí que el bueno era su compatriota Daniel Amokachi pero que, aprovechando lo parecido de sus nombres y la negritud de ambos, el representante nos vendió al tronco). Cuando Amunike salió al balcón de la Generalitat durante la celebración de una Recopa (o algo así) ganada por los culers en 1997, trincó el micrófono y pronunció una frase con la que me identifico plenamente (y que explica, por ejemplo, por qué me mola Antonio Baños): ¡Visca Calayuya!

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3 comentarios en “Tres debates y medio

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