THE HANDMAID’S TALE: LA MUJER DE ROJO

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Los ocho primeros episodios de The Handmaid’s Tale me han parecido fenomenales, sin duda las mejores 8 horas de televisión que he visto en lo que va de año. Aparte de la milimétrica puesta en escena, con esas composiciones de “simetría kubrickiana”, o de las sobresalientes interpretaciones (lo que hace Elizabeth Moss en el papel protagonista es increíble, pero es que incluso el a menudo insulso Joseph Fiennes me ha dejado atónito), aparte de todos los apartados artísticos y técnicos que pudiera enumerar, lo que más me ha cautivado de esos ocho episodios ha sido su narrativa sutil, apenas subrayada (en base a un uso tan inteligente como económico de los diálogos, los flashbacks y la voz en off), que logra comunicar al espectador la información justa y necesaria, tanto para poner la trama en contexto como para entender los estados de ánimo en que se mueven los personajes. Una puñetera maravilla. No obstante, hoy no vengo a escribir una reseña técnica sobre The Handmaid’s Tale sino a vomitar una serie de reflexiones que me ha dejado su visionado, recién acabado hará cosa de un par de horas. Por lo tanto, disculpad si este texto no tiene demasiada estructura ni dirección. Es casi un ejercicio de escritura automática; y sí, evidentemente contiene spoilers, así que si todavía no has visto la serie deja de leer ahorita mismo.

PRIMERA REFLEXIÓN: ¿A QUIEN LE IMPORTA EL REALISMO?
No acabo de estar de acuerdo en que The Handmaid’s Tale sea una ficción “escalofriantemente realista”, tal como he leído en diversas crónicas. Lo que nos cuenta resulta sólo un pelín más plausible que Los juegos del hambre o THX-1138: en un futuro cercanísimo, debido a una crisis de infertilidad generalizada en los seres humanos, Norteamérica se ha transformado en la “República de Gilead”, una dictadura heteropatriarcal en la que las mujeres han perdido casi todos sus derechos, han sido esclavizadas y sirven como vientres preñables para las clases acomodadas. La cosa ha ocurrido casi de la noche a la mañana, con los cabecillas del asunto logrando como por arte de magia no sólo derrocar al gobierno y controlar paramilitarmente todos los medios, sino ya de paso inculcar a las masas una teocracia loquísima, que mezcla el puritanismo del s. XVII con un catálogo de doctrinas que se dirían redactadas durante una noche de taja. Cuesta bastante tragarse que una sociedad avanzada en genética, fecundación in vitro y programas de adopción (en un planeta, además, superpoblado) pueda pasar de cero a cien ante un desafío similar en tan corto espacio de tiempo, del “Bah, no pasa nada” directamente al “¡Hostia-hostia-hay-que-montar-el-IV-Reich-rapidito-porque-VAMOS-A-MORIR-TODOS!”, sin pasos intermedios.

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Por fortuna, no parece que el “hiper-realismo” fuera una de las pretensiones de los creadores de la serie. Al igual que ocurre con la mayoría de distopías futuristas (desde Farenheit 451 hasta cualquier capítulo de Black Mirror), The Handmaid’s Tale es justo eso, un cuento, una hipérbole ideada para llevar las hipótesis que plantea hasta su punto de ruptura, y a partir de ahí analizar los rincones más inquietantes de la naturaleza humana. Lo cual no implica, claro está, que no hayan intentado narrar la fábula de la manera más verosímil posible. En este aspecto comparte espíritu, por ejemplo, con el remake de La guerra de los mundos dirigido por Steven Spielberg en 2005: en ambos casos el planteamiento es “Desde luego que no va a pasar, pero si lo hiciera, ¿cómo sería?”. Así que no, por mucho que a algunos les apetezca ver paralelismos directos, la serie no es un espejo de la América de Trump (aunque es una feliz coincidencia que se haya estrenado justo ahora, su gestación y rodaje tuvo lugar en plena campaña presidencial, cuando todo el mundo daba por hecha la victoria de Hillary Clinton), del mismo modo que la novela original en que se basa, escrita por Margareth Atwood en 1986, no era un espejo de la América de Reagan. Sus miras son, por suerte, más amplias, y por eso se ha mantenido como una historia relevante y “actual” durante más de tres décadas, con reediciones constantes y adaptaciones al cine (Volker Schlondörff la dirigió en 1990, con Natasha Richardson de protagonista), a radionovela e incluso a ópera de cámara.

SEGUNDA REFLEXIÓN: ¿A QUIEN LE IMPORTA EL FEMINISMO?
Del mismo modo, pongo en duda que The Handmaid’s Tale sea un manifiesto abierta y declaradamente feminista; y aquí coincido tanto con la actriz protagonista Elisabeth Moss como con la autora del libro Margareth Atwood, cuando apuntan a que la cosa va mucho más por el flanco de la metáfora sobre los totalitarismos como modelo, sobre los mecanismos que utilizan para moldear a la peña a la que oprimen, y sobre cómo los oprimidos aprenden a vivir con ello, a asumir que lo aberrante se ha convertido en su nueva cotidianeidad. Mientras me zampaba un episodio tras otro en modo atracón descontrolado (me acabé la temporada entera en tres sesiones), los referentes que me venían a la cabeza eran cosas como Raíces, 1984 o incluso Maus. El sujeto dramático central de The Handmaid’s Tale son las mujeres, cierto, pero podría ser cualquier otro grupo social y, con los cambios pertinentes, la historia funcionaría igual de bien. Por ejemplo, en un tono menos dramático los esclavizados podrían ser los pelirrojos, como en aquel videoclip de M.I.A. para su canción Born Free.

Eso no significa que la serie no aproveche para tocar de lleno temas vinculados al feminismo tan actuales como el derecho a disponer del propio cuerpo, la maternidad subrogada o los roles tradicionales en los que el hombre ha intentado siempre mantener encasillada a la mujer (en la República de Gilead sólo hay madres, criadas, esposas, carceleras y putas). Sin embargo, el discurso que deja ir no resulta complaciente ni unívoco hacia el feminismo, sino más bien al contrario: reparte sartenazos indiscriminados contra mujeres, hombres y viceversa, poniendo al descubierto varias de las contradicciones y puntos débiles presentes en cualquier movimiento ideológico, por muy cargado que esté de buenas intenciones. Algunas de las normas bajo las que funciona la República de Gilead son caricaturas deformadas del ideario feminista más radical, como la demonización del culto a los cánones de belleza física o el modo ejemplarizante en que se ajusticia a los violadores.

A pesar de su visión con tintes críticos del “feminismo de manual”, o quizás precisamente por atreverse a hablar de estas cuestiones sin esconder nada bajo la alfombra ni devenir en panfleto, preveo que The Handmaid’s Tale puede ser una obra importante a la hora de poner sobre la mesa algunos que otros debates de género. Si atendemos al volumen y profundidad de análisis que está generando en internet, parece claro que ha logrado un mayor nivel de impacto social que por ejemplo Girls u Orange is the New Black, por el simple hecho de que, debido a su factura lujosa, su naturaleza de evento televisivo y también por estar encuadrada en el género de ciencia-ficción, es un producto con capacidad para llegar a un público que no acostumbra a consumir este tipo de historias (me da la sensación de que tanto Girls como Orange is the New Black hablan casi de manera exclusiva a una audiencia ya conversa de antemano).

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TERCERA REFLEXIÓN: ¿A QUIÉN LE IMPORTA EL MUNDO REAL?
Para mí, la mayor bofetada de alerta que propina The Handmaid’s Tale no es contra el patriarcado, ni contra el fascismo, ni contra las contradicciones feministas, sino contra la clase media occidental. Cada vez que leo/oigo/veo a alguien referirse a la serie con cualquier variante de la frase “No estamos tan lejos de que ocurran cosas así”, me doy cuenta de hasta qué punto pone el dedo en la llaga. Porque no, no es que estemos lejos o cerca de que ocurran cosas así. Es que ESTÁN OCURRIENDO. Aunque ya he comentado antes que el planteamiento distópico de la serie me parecía un tanto inverosímil, los maltratos, abusos y violaciones que ilustra son tristemente extrapolables a nuestro mundo, sin demasiado esfuerzo. Están ocurriendo en Afganistán. En Irak. En Nepal. En Mali. En Pakistán. En Arabia Saudí. Están ocurriendo… pero en lugares que no nos interesan. Si The Handmaid’s Tale estuviera ambientada en la actual Arabia Saudí en lugar de en una Norteamérica futura, ¿quien cojones la vería? Casi nadie. Porque lo de Arabia Saudí son, al fin y al cabo, problemas de otras culturas y otros colores de piel.

Si lo que narra la serie nos afecta es porque su protagonista es una chica occidental en la que nos reconocemos. Así de crudo. La siniestra pero impepinable conclusión, pues, es que empatizamos más con una puñetera obra de ficción llena de actores y emitida por una multinacional (Metro Goldwyn Mayer en este caso), que con mujeres esclavizadas y torturadas, en tiempo real y a diario, a tres horas de avión de donde vivimos. La mayor bofetada de alerta que propina The Handmaid’s Tale es certificar algo que ya sabíamos, pero que conviene que nos repitan de cuando en cuando para que no se nos olvide: somos basura.

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CUARTA REFLEXIÓN: ¿A QUIÉN LE IMPORTAN LOS FINALES REDONDOS?
La única pega que puedo ponerle a The Handmaid’s Tale es su desenlace. Al empezar este escrito he dicho que los ocho primeros episodios me parecían fenomenales. Eso es porque los dos últimos no me lo han parecido tanto, ni de lejos. De repente, tras haberlo hecho casi todo a la perfección, en los dos capítulos de cierre la serie se pega un tiro en el pie detrás de otro, cayendo en todos los tópicos de guión y dirección (esa cámara lenta con la protagonista caminando por la calle convertida en una especie de Caperucita badass…), en todos los efectismos inverosímiles, en todos los giros de thriller y en todos los «feel-good moments» que había logrado evitar hasta entonces. Leo en otro artículo que su última escena es calcada a la de la novela y a eso respondo que, aunque así sea, el final de una historia no se construye sólo en base a su última escena, sino también en base a cómo has llegado hasta ella. La serie concentra en sus tres primeras horas gran parte de las tramas principales del libro y a partir de ahí amplía personajes, trasfondo, diálogos, situaciones y quiebros argumentales, modificando la historia original y, por lo tanto, modificando también las connotaciones de su desenlace (queriendo o sin querer). Sencillamente, llegados a esa última escena tenemos ya demasiada información sobre demasiadas cosas como para meternos en la furgoneta negra junto a la protagonista y darnos por satisfechos.

Así pues, The Handmaid’s Tale me ha dejado cierta sensación de estupefacción. Ocho episodios que he disfrutado como una bestia, y otros dos en los que he arrugado la nariz unas cuantas veces. Me han quedado en la memoria los suficientes buenos momentos como para seguir considerándome fan, como para seguir pensando que es la mejor serie del 2017 (al menos hasta que vea la conclusión de The Leftovers) y como para estar deseando que estrenen cuanto antes la ya anunciada segunda temporada. Pero no puedo dejar de sentir, hasta cierto punto, la misma sensación que cuando tu equipo va ganando un partido de fútbol por 3-0 y en los minutos de descuento el contrario te marca dos goles… y no te empata de milagro.

Si el final de The Handmaid’s Tale me ha tocado las narices de este modo es porque, por supuesto y pese a todo, me parece una pieza de ficción de consumo imprescindible. Sólo las cosas que te llegan de verdad al tuétano tienen capacidad para hacerte enfadar cuando no cumplen por completo tus expectativas.

Ah, y también creo que me va a gustar todavía más el libro…

Diumenge de Rams

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En el verano de 1978 yo tenía 9 años (a punto de cumplir 10), y en los cines de toda España se estrenaba la comedia dirigida y protagonizada por Warren Beatty El cielo puede esperar, remake de la muy entretenida El difunto protesta (Alexander Hall, 1941). Por aquel entonces Warren Beatty era una estrellaza de Hollywood cuyo anterior filme, Shampoo, había reventado la taquilla y le había valido una nominación a los Oscar (como guionista) y otra a los Globos de Oro (como actor de comedia). El cielo puede esperar suponía, además, su debut tras la cámara.

Por tanto, la película se estrenó a todo trapo en Barcelona, en el cine Coliseum (uno de los más grandes de la ciudad), con un cartel gigantesco presidiendo la fachada. Era una ilustración extraordinariamente detallada (obra de Birney Lettick, autor de muchas portadas para la revista Time), en la que se veía al protagonista vestido con chandal y zapatillas de deporte, mirando en actitud casual un reloj de mano, mientras ignoraba las luces celestiales que se anunciaban a su espalda. Lo que llamaba más la atención, no obstante, lo que le daba toda su fuerza visual y tenía capacidad para disparar la imaginación de un niño, eran las gigantescas alas de ángel con las que estaba equipado el personaje. En conjunto, parecía un superhéroe en su día libre. Es una ilustración de otra época, de una escuela que hoy apenas existe, de cuando los posters de cine eran pequeñas obras de arte que decían algo, que te intrigaban y te arrastraban a comprar una entrada. Hoy todo son putas fotos de cabezas flotantes.

Yo pasaba a menudo por delante del Coliseum y siempre se me quedaban los ojos clavados en el cartel, como si fuera un perro viendo una ristra de salchichas. Aquella imagen me generaba una fascinación y una curiosidad tremendas, y no me la quité de la cabeza hasta que por fin conseguí ver la película (al año siguiente, en un cine de verano en Tossa de Mar). Para ser una comedia romántica, me folló la mente más allá de toda lógica. Por algún motivo que ignoro se fijó en mi subconsciente hasta el punto de que aún hoy, cuatro décadas más tarde, se me hace un nudo en la garganta sólo con escuchar el estupendo tema musical de Dave Grusin.

De todos modos, más allá de la calidad de El cielo puede esperar como comedia con toques de género fantástico (a mí me parece que es estupenda y que le da sopas con honda a la original), lo que más me llamó la atención fue su trasfondo de fútbol americano: en principio el personaje central debía haber sido un boxeador, al igual que en la película de 1941, pero la negativa de Muhammad Ali a protagonizarla llevó a Beatty a asumir él mismo el papel, modificando la trama para que fuese el quarterback titular del equipo de fútbol americano Los Angeles Rams. Aunque en los años 70, en España, el fútbol americano era tan desconocido como el sánscrito, a mí eso me dio igual; con lo que yo me quedé prendado de inmediato fue con el equipamiento de los Rams y en especial con su casco, de un llamativo color azul y decorado por unos espectaculares cuernos amarillos. Me hice fan de los Rams antes incluso de hacerme aficionado al fútbol americano. Fue, simple y llanamente, un puñetero flechazo.

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A día de hoy los Rams siguen siendo mi primer equipo deportivo, por delante incluso del F.C. Barcelona. Cambiaría sin pensarlo un instante todas las Champion Leagues blaugrana por otros tantos trofeos Vince Lombardi para los carneros. Tengo tres sudaderas oficiales del equipo, además de una camiseta de Los Angeles Rams que me regalaron hace más de dos décadas y que ya apenas se tiene en pie pero que jamás tiraré a la basura (y menos ahora que vuelve a estar actualizada: en el 95 se mudaron a St. Louis, Missouri, y 20 años más tarde han vuelto a Los Angeles, donde han sido recibidos con los brazos abiertos y con un proyecto de estadio nuevo que quita el hipo). En el 2012 los Rams jugaron un partido oficial de temporada regular en Londres y allí estuve, puliéndome los ahorros que no tenía para poder verles palmar en directo en el estadio de Wembley (un 45-7 la mar de salao contra los New England Patriots). Este año repiten visita a la capital inglesa, para enfrentarse en el Twickenham Stadium a los New York Giants (probablemente mi segundo equipo preferido) y huelga decir que, a menos que antes me parta un rayo o me atropelle un trolebús, para allá que me iré otra vez. Mis amigos me dicen que estoy chalao. Yo les respondo que tenía 9 años.

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Uno se engancha a un club deportivo por razones muy diversas, aunque casi todas tienen que ver con vínculos emocionales y/o familiares. En el caso de los equipos de tu ciudad o tu país natal la conexión es evidente, pero en cuanto a las franquicias de ligas americanas que difícilmente has mamado desde pequeño, acostumbran a establecerse nexos singulares, y suelen tener que ver con la admiración que despiertan los ganadores. Así, quienes descubrimos la NBA en los 70 y principios de los 80 nos hicimos de los L.A. Lakers (Magic Johnson, Kareem Abdul Jabbar…) o de los Boston Celtics (Larry Bird, Kevin McHale…), mientras que quienes la descubrieron una década más tarde se hicieron de los Chicago Bulls (Michael Jordan y otros cuatro tíos que jugaban a su lado). De manera similar y hablando ya de fútbol americano, en España hay mucho aficionado veterano de los San Francisco 49ers y de los Cincinatti Bengals, porque fueron los dos rivales que se enfrentaron en la primera Superbowl que se televisó por estos lares, a finales de los 80 (recuerdo haber visto la emisión por TV3); y quienes empezaron a ver dicho deporte a principios de los 2000 se hicieron mayoritariamente de los New England Patriots, que en aquel entonces eran la fiebre a seguir.

Kurt WarnerLo de los Rams es, si cabe, más curioso. A lo largo de mi existencia, a base de charlar sobre la NFL aquí y allá, me he ido encontrando con un puñado de tipos de más o menos mi edad que también son seguidores del equipo, con un nivel de fanatismo parecido al mío (no diré que igual, porque yo rozo lo psicótico); y casi todos se convirtieron a la fe verdadera tras haber visto El cielo puede esperar a una edad en la que aquello tenía capacidad para afectarles profundamente. Somos de los Rams porque les vimos en una película, cuando ni sabíamos a qué deporte jugaban. Nos hicimos fans muchos años antes de tener la posibilidad de verles en acción, sin saber si eran buenos o malos; sin saber, de hecho, que se trataba de un equipo básicamente perdedor. No conozco muchos casos similares, y creo que el hacernos conscientes de este detalle nos llevó a encariñarnos con ellos mucho más de lo que sería razonable. Los Rams solo han ganado una Superbowl en sus 79 años de historia. Fue en 1999, contra los Tennessee Titans, y yo no puedo volver a ver los dos últimos minutos de aquel partido sin que se me humedezcan los ojos por las lágrimas. ¿Otro ejemplo? Uno de los momentos de mi vida en los que he sentido más orgullo, genuino y honesto orgullo, fue en abril del 2012, cuando Torry Holt, ex-jugador mítico de aquellos Rams campeones y que en ese momento militaba ya en otro equipo, decidió dejar definitivamente el deporte en activo. El día antes de anunciarlo en rueda de prensa firmó un contrato de 24 horas de duración con los Rams, para poder retirarse como jugador del club de sus amores. Si algún día Torry Holt necesita un trasplante de riñón, solo tiene que ponerse en contacto conmigo.

temp460102684--nfl_mezz_1280_1024¿Y cuál es exactamente el motivo de esta entrada de blog, aparte de explicar una colección de batallitas que van de lo irrelevante a lo directamente moñas? Pues que estamos en vísperas de Semana Santa y hoy en Catalunya es Diumenge de Rams, una festividad que lógicamente, como fan fatal de dicho equipo, observo con especial fervor, y que me impele a hacer públicos unos versículos en recordatorio de aquella única Superbowl que nos llevamos a las vitrinas, hace ya demasiados años…

PADRE NUESTRO DE LOS RAMS
Nick Foles que estás en el huddle,
santificadas sean tus estadísticas,
vengan a nosotros tus touchdowns,
hágase tu voluntad,
Así en los partidos de casa como en campo ajeno.

Las trescientas yardas de pase en cada partido,
dánoslas hoy,
y perdona nuestros insultos,
así como nosotros perdonamos tus intercepciones.

No nos dejes caer en el partido de wild card,
y líbranos del fumble,
Amen.



HECHOS DE LOS RAMS 2, 14-15

Entonces Kurt Warner, puesto de pie en medio de los once, levantó la voz y se expresó así: 4-21-13, formación en shot gun, play action hacía la derecha. ¡Hut-hut-hut!

Y he aquí que cuando Warner recibió el snap, un jugador de los Titans rebasó la linea en acción de blitz, y ya abalanzábase sobre Warner, presto a lograr el sack, cuando del cielo surgió un rayo de luz por entre las nubes, y escuchó Warner una voz que le decía así:

Y sucederá en los últimos tiempos,
que derramaré mi espíritu sobre todos los hombres.
Y obraré prodigios arriba en el cielo,
y milagros abajo en la tierra:
sangre, y fuego, y nubes de humo.
El sol se convertirá en tinieblas,
y la luna en sangre,
cuando llegue el día del Señor,
día grande y preclaro.
Y sucederá,
que todo el que invoque el nombre del Señor se salvará.
Y por cierto, Warner,
cambia la jugada a carrera,
que te van a placar con la pelota y vas a perder doce yardas,
y no en vano estáis ya en tercera y siete,
oh imbécil.

Y ocurrió que Warner, así inspirado, cambió la jugada sobre la marcha y cedió el balón a la mano a Marshal Faulk; y dícese que Faulk, en recibiendo el balón, corrió muchas yardas antes de caer placado. Y que aun en cayendo, viose que había superado la línea de anotación, y que por ello a los Rams les fue concedido el touchdown. Y prodújose mucho alborozo en Saint Louis, y mucha zozobra y crujir de dientes en Tennessee. Y así ocurrió, que los Rams ganaron aquella Superbowl a los Titans.

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Baños de agua fría

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Pues mira tú por donde, al final resulta que los catalanes tenemos presidente de la Generalitat, un tal Puigdemont, al que nadie conoce pero que puede presumir de pelazo estilo muñeco de Playmobil, y al que los presentadores de telediarios madrileños (con su conocido talento para pronunciar lo catalán) no tardarán en rebautizar como “Punch The Monk” o algo similar. Así pues, por extensión también tenemos legislatura y tenemos al “procés” saliendo de la UVI. O sea, lo que viene a ser una canasta de tres puntos sobre la bocina. El LOL sigue su curso. Sin embargo, a mí ahora mismo me apetece hablar de otra cosa relacionada con el tema indepe. En realidad, lo que ocurre es que ya tenía este texto escrito desde el miércoles 7 de enero y no era cuestión de tirarlo, que son diecisiete mil putos caracteres; pero joder, los acontecimientos esta pasada semana han avanzado a tal ritmo que cada día me veía corrigiendo uno o dos párrafos que se habían quedado obsoletos. Por suerte parece que la shit-storm ya va amainando y pasará algo de tiempo antes de que mis reflexiones vuelvan a caducar (aunque las releo hoy, el día después de que se haya muerto David Bowie, y no estoy seguro de si tienen algún valor o si son una simple colección de cuñadismos banales). TOTAL, que de lo que me apetecía hablaros hoy es de la enésima decepción que me ha proporcionado la política. Me apetece hablaros de Antonio Baños.

Versión corta del asunto: otro que se ha largado en cuanto el viento arreciaba y cambiaba de trayectoria. En menos de medio año ha pasado de político revelación y soplo de aire fresco capaz de engorilar a muchos escépticos, a maestro del escaqueo y protagonista de un “epic fail” de lo más embarazoso, pues la veleta volvió a girar hacia la buena dirección justamente cuando él acababa de saltar la valla, pies para qué os quiero, y durante un par de días dio la sensación de que tenía intención de desdecirse y “desdimitir”, lo cual le hubiera llevado a alcanzar aún más altas cotas de bochorno. Gracias a que soy abstencionista de corazón (un rincón confortable al que siempre se puede volver) y escéptico por experiencia, los días de la marmota que se han ido sucediendo en el circo político catalán desde que tengo memoria me han curtido lo suficiente como para no llevarme sorpresas en ningún sentido, pase lo que pase. Sin embargo, reconozco que lo de Baños me ha jodido a fondo.

Me ha jodido porque escribió un libro estupendo, La rebelión catalana, que convenció a muchos (a mí mismo, casi casi), y porque es un tipo muy lúcido, muy simpático y muy cercano. Tan cercano, ¡ay!, que ha acabado resultando DEMASIADO parecido a nosotros los votantes rasos y, en vez de aspirar a la grandeza que se le exige a todo político con ideales de roca sólida, ha salido por patas al primer contratiempo, al primer revés. Vamos, que la defensa de las virtudes asamblearias le duró hasta que perdió la primera votación importante; entonces se enfurruñó y se fue. No sólo eso, sino que seis días más tarde, cuando de pronto la CUP (sin él) lograba llegar al acuerdo con Junts pel Sí, salio el chorbo y dijo que no, que lo de irse no iba bien-bien en serio y que, si sus ex-colegas cupaires le dejaban “rediputarse”, se quedaba. Vamos, cantamañanismo nivel Premium-Deluxe-Plus. Felizmente, al final ha reflexionado (o “le han reflexionado”) y mantiene que se va. Al menos me queda ese alivio.

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A ver, que posiblemente lo de hartarse y largarse es lo mismo que hubiéramos hecho vosotros o yo ante una situación negociadora que daba tanta pereza como el enroque “Mas Sí/Mas No” entre Junts pel Sí y la CUP. Pero escuchadme un momento esto que os voy a decir: a diferencia de vosotros o yo, Baños aceptó la responsabilidad de presentarse como cabeza electoral, asumir cargo de diputado y pelear sus ideas en el marco de un partido, repito, A-SAM-BLE-A-RIO. Igual lo hizo porque se pensaba que lo suyo iba a ser llegar a la política y sacar los tres símbolos de “Jackpot” con la primera moneda que le echara a la máquina. Un par de mesecitos de campaña, el 27-S el trámite de ir a votar, y el 28-S bien tempranito declarar la república catalana. Un futurible de máximos y de pasarse la legislatura haciendo cosas divertidas al que, claro, se hubiera apuntado cualquier indepe de pro. Es como cuando alguien monta una fiesta y te deja a ti elegir la música.

Pero no, resulta que hacer política de élite es una cosa espesa, lenta y complicada. Una cosa de arremangarse, remar hasta que te duelen los brazos y discutir hasta quedarte ronco. A ratos el arte de lo posible, las más de las veces el arte de lo menos chorra. Leí el otro día en un artículo de opinión que en la política española y catalana suele ganar aquel que demuestra mayor capacidad de aguante. En España tenemos ahorita mismo el ejemplo de Marianico Rajoy, quien parece estar convencido de que le va a valer con hacer la estatua mientras el PSOE se auto-despelleja ante sus ojos; y en Catalunya está Artur Mas, quien a base de cabezonería y buen gusto en las corbatas ha logrado postularse casi hasta la tanda de penaltis como única opción presidenciable (algunos fanboys con la oxitocina por las nubes incluso le llaman “King Arthur”), mientras a su alrededor todo el arco parlamentario catalán post-electoral iba siendo paulatinamente hecho puré en el túrmix del proceso; y espérate, porque aunque ahora le hayan obligado a sentarse en el banquillo, diría que estamos lejísimos de haber presenciado su último pase mágico en primera línea de la gestión pública, pese a las voluntariosas declaraciones de la CUP en el sentido de haberlo “tirado a la papelera de la historia”. Sí hombre sí, ya les gustaría. Artur Mas se va a pasar el próximo año y medio regenerando Convergencia mientras dirige el “full de ruta” desde la sombra (las redes sociales ya van llenas de montajes que lo presentan como el ventrílocuo de Carles Puigdemont), y en cuanto se le presente la ocasión volveremos a tenerlo dando por saco (veremos, para entonces, donde para Anna Gabriel por ejemplo), como esos villanos recurrentes a los que no hay manera de liquidar. Como Moriarty, El Joker o Jose Mourinho. Maestro.

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Antonio Baños nunca tuvo ni ese mismo talento para el dontancredismo ni la ambición propia de un agarra-poltronas profesional. La política no era su forma “natural” de vida, su recorrido por esa senda se limitaba a picar piedra para crear un estado catalán. Por eso, tras cinco meses mitineando, concediendo entrevistas y manteniéndose, según sus propias palabras, “atornillado a la mesa de negociaciones” (qué hijas de puta, las hemerotecas…), de repente un lunes resultó que, uf, todo aquello le parecía mucho esfuerzo y mucho lío. Massa feina. Había perdido la energía y el interés. La cosa ya no tenía gracia, así que mejor se piraba.

Y decidió pirarse con una serie de argumentos (transmitidos en un comunicado, y en entrevistas diversas desde entonces) la mar de humanos, la mar de comprensibles si nos ponemos en la piel de alguien que no es “núcleo duro” de la CUP y que, por lo tanto, no tiene por qué tragar con ideales de partido que no le encajan. Pero también fueron una serie de argumentos llenos de contradicciones dificilmente defendibles, por mucha floritura dialéctica que se les echase. La cosa, cuando le quitas todo el aire que sobra y te ciñes a los hechos, se reduce a que Antonio Baños se pasó toda la campaña electoral de las plebiscitarias catalanas lanzando sentencias como “No votaremos nunca una investidura de Mas. Y nunca es nunca. Nunca, nunca y nunca.”, y luego va y se larga porque las bases de la CUP… le han hecho caso. Ya tiene huevos el asunto. El tipo nos pedía el voto diciendo una cosa, mientras para sus adentros pensaba la contraria. O sea, al final resulta que sí que se le han pegado cosas de los políticos profesionales. Como mínimo la falta de coherencia y la capacidad para trolear al personal con una sonrisa en los labios.

¿Os acordáis del mítico clímax de la peli Sin Perdón?: William Munny (Clint Eastwood), le descerraja un tiro a bocajarro al dueño del bareto en el que exhiben como un trofeo el cadáver de su colega Ned Logan (Morgan Freeman), y cuando el sheriff Little Billy (Gene Hackman) le acusa de haber matado a un hombre desarmado, Munny contesta “Pues debió haberse armado cuando decidió decorar su saloon con mi amigo”. Un momento, que os lo pongo:

Eso es, Baños. Exactamente eso. Antes de meterte en camisas de once varas, quizás debiste haber prestado más atención a la letra pequeña que decía que la CUP es una formación en la que las resoluciones se toman en horizontal (me refiero a que todos sus miembros lo votan todo, no a que decidan las cosas mientras duermen o follan), y que tu labor principal iba a ser defender esas resoluciones. Defenderlas, no dejar al partido con el culo al aire ante el presumible panorama de una legislatura muerta antes de empezar y unas amargas elecciones anticipadas en el horizonte (aunque luego no haya sido así). En el fondo, lo que le ha pasado a Antonio Baños es lo que le ocurre a cualquier cabeza visible de una organización como la CUP, inflexiblemente antisistema y confeccionada a partir de una serie de líneas rojas innegociables: LA IDEA está por encima de los individuos, y a la que uno de esos individuos flaquea, dejando entrever que no está al cien por cien por defender LA IDEA, adios muy buenas. O te vas, o te acabarán echando. La única diferencia en el caso de Antonio Baños ha sido el exceso de melodrama que ha tenido tot plegat.

Pero que no me malinterprete nadie: lo que me toca las narices de Baños no es el hecho
en sí de que se pirase (que era libre de hacerlo, nada más faltaría), sino la dolorosa constatación de que no tiró la toalla marginado, ninguneado ni incapaz de hacer oir su voz. Tiró la toalla tras haber logrado convencer de su postura a LA MITAD de la CUP, y de perder la votación final por un voto. POR-UN-PUTO-VOTO. Joder, tío, quédate y pelea. Debate, defiende tus convicciones desde la minoría. Sigue negociando hasta el último minuto del último día (eso hicieron sus colegas de partido, y mira si no se han acabado llevando el gato al agua). Haz-jodida-política. Su decisión de marcharse sonó a caprichosa, a tomar la vía fácil. Se había comprado un perro y luego había descubierto que los perros son un engorro porque comen, cagan y hay que sacarlos a pasear cada día, así que lo abandonó en una cuneta y a otra cosa. Tal día hará un año. Mal.

Cinco meses repitiendo sin fisuras el «mensaje oficial cupero» y de repente cambia el paso y nos sale con que él es un independiente que quería romper con España YA MISMO o nada. Visto lo visto, hay que concluir que sólo le interesaba salir en la foto de la secesión-express en dieciocho meses, y no se planteaba trabajar de cara a un plazo más largo que eso. Si comparo su actitud con la de Oriol Junqueras, otro político no profesional que ha aguantado el tipo a lo largo de años de bregar en situaciones complicadísimas, me parece que no hay color. Baños no ha sido honesto ni coherente. Quizás lo haya sido de tripas para adentro o con su círculo de amigos más privado, pero sinceramente me importa un comino, porque no es eso lo que ha transmitido a los electores; y como los electores carecemos de percepción extrasensorial, a la hora de decidir si votarle nos hemos tenido que ceñir a lo que decía, no a tratar de interpretar lo que no decía.

Baños se marchó, eso sí que se le notaba, con sensación de culpabilidad, de “tierra trágame”, de saberse poco legitimado para hacer lo que estaba haciendo. Cortó con la CUP como quien corta con su pareja, haciendo mucho la pelota con frases floridas y usando razonamientos estilo “No eres tú, soy yo” para evitar el enfrentamiento, minimizar los llantos y salir corriendo a toda leche. «No podem renunciar, mai«, afirmaba mientras tomaba carrerilla (lo dijo en una radio, al día siguiente de su dimisión). Hay que tenerlos como bombonas de butano.

La decepción ha venido por Baños, sí, pero el error político cae sin duda del lado de la CUP. Buscar un candidato mediático e “indie”, un intelectual converso al independentismo y la izquierda revolucionaria con amplios conocimientos en política y economía, pareció una estupenda idea a corto plazo. Desde luego les dio visibilidad durante la campaña, estuvo fantástico en los debates electorales y seguro que su estrecha vinculación con la plataforma Súmate ayudó a rascar votos que de otra manera se hubieran ido hacia los podemitas o los esquerranos. Sin embargo, en la media distancia la cosa no ha funcionado tan bien. Ignoro qué moto sin ruedas le vendieron Anna Gabriel and Co. para convencerle de que encabezará su candidatura, pero es evidente que, o no se supieron explicar, o él no supo medir el alcance de los compromisos que estaba contrayendo.

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Lo irónico del caso es que al final haya habido pacto in-extremis y tengamos legislatura, aunque ya veremos si aguanta el año y medio prometido o salta antes por los aires (porque, aunque Artur Mas se haya esforzado en garantizarnos que el gobierno tendrá estabilidad, realmente pinta a que va a sufrir un Vietnam político, con fosos de estacas punji detrás de cada esquina). Eso, unido a que la contrapartida al acuerdo haya sido obligar a dimitir a los diputados rebeldes de la CUP e integrar en Junts pel Sí a dos de los afines a Mas, hace todavía más estéril y ridículo (si cabe) el precipitado ataque de estupendismo de Baños. Máxime si tenemos en cuenta que, al formar parte del grupo de los que estaban muy fuerte por el pacto, lo más probable es que Antonio hubiera podido quedarse y acabar haciendo lo que había venido a hacer.

La CUP una vez más ha estado a la altura, ha soportado con estoicidad el linchamiento mediático (ni un medio informativo catalán poniéndose en su pellejo, y los twiteros pro JxS cayendo en el mismo nivel de insultos que luego se le suele criticar a la caverna mediática mesetaria), y ha accedido a la “lex talionis” a mala baba que le exigían los vampiros de CDC. Porque lo fundamental para la CUP era lograr objetivos políticos a gran escala, lo importante era el bien común (luego se podrá entrar a discutir si se está o no de acuerdo con la visión cupaire del bien común), aunque eso supusiera inmolarse en el proceso y sacrificar buena parte de lo conseguido en las urnas, prometiendo quedarse calladitos de ahora en adelante y no dar la tabarra antisistema. Baños, en cambio, ha estado a lo que más le convenía a él, y punto. Si quería dimitir (que, ya digo, era muy libre de hacerlo), debería haber demostrado un poquito más de cabeza y de entrañas, y haberse esperado hasta el lunes 11 de enero, hasta consumir todos los plazos de negociación para la investidura en vez de abandonar a sus compañeros en la que, quizás, haya sido la semana más tensa y jodida de toda la existencia del partido; y lo que desde luego no debería haber hecho es sugerir, seis días más tarde (al ver que el tsunami ya había pasado y que la CUP había logrado la machada cuasi-imposible de investir a un presidente que no fuese Artur Mas), que si le dejaban jugar otra vez a la pelotita con ellos, él estaba dispuesto a volver. Con ese último gesto, Baños pasó directamente de decepcionarme a producirme, incluso, un poquito de vergüenza ajena.

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Me congratulo de que al final haya optado por aquello de «a lo hecho, pecho» y mantenga la decisión de irse, ya sea cosa suya o forzado por la CUP para purgar su espantada. Porque la verdad, muchos no hubiéramos entendido qué puñetero valor político ni qué fiabilidad tiene un cabeza de lista que se larga cuando la asamblea le lleva la contraria y que se reincorpora cuando le sale de los santos cojones. La CUP hubiera tenido que darme unas explicaciones fenomenales para evitar que me desconectase por completo de ellos y del «procés». En cierto modo hubiese sido gracioso, porque Baños fue quien me sacó del abstencionismo y Baños sería también quien me devolvería allí. “Coming full circle”.

Al menos es de esperar que todo este paripé le habrá servido a Baños para aumentar caché. Podrá volver al hábitat en el que le conocimos (las pizarras sobre economía en La Sexta Noche) siendo un personaje mucho más popular de lo que era. La prensa catalana se lo rifará como columnista (y con razón, porque escribe de coña). Sus chispazos de ironía y frases ocurrentes (ahí quedan términos como “demofobia” o su comparación entre el estado español y la Estrella de la Muerte) encontrarán buen acomodo en las tertulias de Catalunya Radio o RAC1. Sus libros mantendrán el incremento de ventas experimentado desde que se convirtió en una cara parodiable en el programa de TV3 Polònia. Incluso puede que la fama le alcance para resucitar a Los Carradine y grabar un nuevo álbum comentando la jugada. Me alegraré por él, porque me gusta que le vaya bien a la gente con talento; y él tiene un huevo de talento. Sin embargo, no sé si sus nuevas aventuras mediáticas serán un espectáculo que me tenga como testigo, sinceramente. Estoy dolido, así que de momento lo único que me sale de dentro es mostrar indiferencia por lo que decida hacer a partir de ahora (una indiferencia “tranquila”, eso sí). Porque este bache del camino, este “me voy cuando llueven las hostias/vuelvo cuando suenan los aplausos”, me ha escacharrado una pieza básica de la furgoneta ideológica con la que yo estaba barruntando si apuntarme o no a eso de ir lentos para llegar lejos; y es una avería de reparación un tanto complicada: ya no me creo a Antonio Baños.

Me sigo creyendo a la CUP, eso sí. De momento.

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TWO PRESIDENTS, ONE CUP

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Asumo que entre los lectores de este blog no queda nadie que no conozca el vídeo Two Girls one Cup y, por lo tanto, entenderán el juego de palabras del título (Hostia, ¿tú aún no lo conoces? ¡Pues tienes que verlo!). De algún modo, ya que voy a volver a hablar de política, resulta adecuado para ponernos en sintonía (tanto Two Girls one Cup como la política son temas con tendencia a revolver el estómago). Si, ya… soy perfectamente consciente de que dije en un post anterior que no daría más la tabarra con las elecciones catalanas… pero joder, ¡es que no puedo evitarlo! Me he comprado tres juegos nuevos (Pandemic Legacy, Legendary Encounters Predator y una macro-expansión del Star Realms), he ido a un par de conciertos muy locos con Victor Parkas y Jonathan Kovaks (sobre todo uno de Pablo Und Destruktion en el cuartito de un piso), he estrenado tres o cuatro prácticas sexuales nuevas (lo único que voy a decir al respecto es que los vibradores con control remoto están sobrevalorados)… y oye, resulta que el debate de investidura autonómico sigue siendo lo más divertido que he experimentado este mes.

Lo que más me sorprende de todo el runrún post-investidura fallida, lo que me parece que de verdad tiene un punto cómico, es que quien menos parece haber entendido de qué iba la fiesta, quien más cortoplacista se ha mostrado, quien más ha apelado al «hagamos esto aunque sea de cualquier manera» y quien más ha perdido las formas haya sido cierto catalanismo (no todo) afín a Convergencia. Ignoro si la independencia será o no será (yo creo que como mínimo el referéndum es ineludible; y que en cuanto se celebre ya sólo será cuestión de tiempo, aunque se perdiese el primero), pero desde luego no va a hacerse con 62 diputados raspados, aludiendo a no-sé-qué derechos adquiridos que no se corresponden con la aritmética parlamentaria (¿No hay más escañitos? Pues no hay galletita).

Tampoco resulta creíble reducirlo todo al «¡O yo o el caos!» de Artur Mas, que durante las dos jornadas de debates me pareció como siempre un orador brillante, sí (de largo el mejor del Parlament), pero también terriblemente tendencioso y con el punto de vergüenza ajena que producía verle ir renunciando paulatinamente a TODO su ideario (hasta reconvertirse en izquierdista asambleario si hacía falta), con tal de seguir ostentando las llaves de la furgoneta. Además, es que no era eso lo que le pedía su gente. Si las masas de Junts pel Sí insisten en que le han votado a él como presi, es que le han votado A ÉL, no a un muñeco sin ideología propia. Creo que, en última instancia, las elecciones anticipadas son una salida más digna que su última propuesta a la CUP en cuanto a trocear y diluir la presidencia (algo que convertiría cualquier toma de decisiones futura en una especie de debate entre los Hermanos Marx).

Sea como sea, queda margen para seguir charlando (hasta enero, dicen) y ver quién está realmente dispuesto a apostar por una idea y quién por poner su nombre en un membrete. Tampoco pasa nada. Aún no se ha roto el jarrón chino ni se ha muerto el independentismo… ¿o sí? ¿Por qué hay ese miedo entre los “Mas media” a que el soufflé baje si hay anticipadas en marzo? ¿Me estáis diciendo que la mayoría social indepe no era ni tanta ni tan sólida, y que en vez de llegar a Ítaca de manera limpia y diáfana hay que hacerlo a base de atajos, espejismos y mayorías que vienen de un diputado arriba o abajo? ¿Aunque eso convierta la sociedad catalana en un polvorín a corto plazo? Oivá, de lo que se entera uno…

La actitud de la CUP me ha parecido sencillamente brutal. En todos los aspectos. En lo bueno (lo que decía Oscar Wilde de que tienes que mantener tus principios justamente cuando resulta incómodo hacerlo) y en lo malo (no han sabido transmitir a la ciudadanía que no sólo no están en contra del proceso soberanista, sino que de hecho son los mayores garantes de que se haga “com Déu mana”). El error principal de Junts pel Sí ha estado en tratarlos como a una formación normal, como si fueran una versión 2.0 de las JERC. No, estos están a otra visión mucho más pasada de vueltas; y también más honesta, porque la han defendido públicamente desde el minuto cero. No sé qué narices entendía la gente cuando anunciaron que no irían en la lista unitaria, o cada vez que repetían que no investirían a Artur Mas, pero desde luego ellos no han traicionado a nadie. Tras décadas de política catalana de cara a la galería, me parece regenerador que un partido así de bestia, de utópico, de noble y de “hobbit” (en el sentido de carecer de toda aspiración de poder, lo cuál también descoloca a CDC porque no los pueden comprar a cambio de poltronas) tenga presencia y capacidad de decisión. Muy fan. Larga vida al punk.

Además, su naturaleza 100×100 asamblearia hace normal que no hayan abandonado a última hora la posición que habían mantenido durante mes y medio. Sencillamente no funcionan así: la asamblea es quien define sus líneas rojas ideológicas, y sus caras visibles no son líderes sino portavoces que se limitan a transmitir la voz unívoca del partido (y que son sustituidos de inmediato por otros si dan la más mínima sensación de desgaste). Cuando se produce un cambio de paradigma en las negociaciones lo consultan en asamblea y, si conviene, ceden. Pero no antes; y no, no van a dejar de funcionar de ese modo por el mero hecho de que a los fanboys de Mas les convenga bailar a otro ritmo.

Por lo tanto, nadie puede decir que no supiera con quien se jugaba los cuartos, y en este sentido sobran los linchamientos mediáticos y los insultos que se les están dedicando estos días (y entre dichos insultos incluyo la comparación con Ciutadans y el PP, por ejemplo). La presión a todos los niveles para intentar imponer a la CUP una ficticia obligación moral «por el bien mayor» es una treta inefectiva. La CUP es, sencillamente, uno de los diversos partidos que le han dicho “NO” a Artur Mas. Otros lo han hecho por sus discrepancias en el eje nacional, mientras que ellos lo han hecho pese a sus coincidencias. Porque para la CUP el “qué” es indivisible del “cómo” (el “qué” es la revolución y el reset social, y el “cómo” es la independencia; no al revés). Si CIU hubiese demostrado similar sentido ético durante los últimos 30 años de gestión política, hoy el proceso indepe rodaría como la seda. La CUP dice “vamos poco a poco porque vamos lejos”, una frase estilo caballero Jedi que hubiese firmado el mismísimo maestro Yoda (digo el de verdad, no el del 3%). Ante eso lo único que cabe es el respeto, aunque puedo entender el cabreo y los pataleos de “nen petit” de quienes tienen mucha prisa, o un listón moral más bajo, o las dos cosas.

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El problema de fondo en todo esto es que hay dos presidentes Mas: el Sméagol que se llena la boca afimando que los nombres no son importantes (“No hi ha condicions personals.” «Puc encapçalar la llista i hi estic a disposició, però també la puc tancar; puc ser el primer o puc ser l’últim.», declaró el tipo hace ahora un año, cuando germinaba la idea de la lista electoral unitaria), y el Gollum que dice “nanay” cuando el nombre que se plantea sacar de la foto es el suyo. Pero claro, enfrente tiene a una única CUP que dice siempre lo mismo. Artur Mas nunca se las ha visto tan peludas. Acostumbrado a dar pases mágicos rollo “Estos no son los androides que buscáis” para hacer cambiar de opinión in extremis a cualquiera, ahora se las ve con una formación que (de momento) parece inmune a sus encantos. Two Presidents, one CUP.

25 MOMENTOS HISTÓRICOS QUE ME ACABO DE INVENTAR…

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Quart de Poblet, cerca de Valencia, 17 de marzo del 1095
– El Cid Campeador: Quería el trozo éste de queso y media libra de lomo ibérico, por favor.
– Tendero: ¿Cortado fino, Don Rodrigo?
– El Cid Campeador: Sí, bien finito… bien finito.

Nido del Águila, Alpes Bávaros, 22 de abril de 1940
– Hitler: ¿El Schalke qué hizo ayer?
Himmler: Perdió, creo. Con el Wolfsburgo en casa.
– Goebbels: Le remontaron dos goles en diez minutos. Tremendo.
– Hitler: Joder, es que no tenemos defensa. Tanto fichaje, ¿para qué?

Despacho Oval de la Casa Blanca, Washington DC, 28 de mayo de 1971
Henry Kissinger: A7.
Richard Nixon: Agua.
Henry Kissinger: B7.
Richard Nixon: Agua.
Henry Kissinger: Sr. Presidente…
Richard Nixon: ¿Sí, Hank?
Henry Kissinger: ¿Puedo hablarle con franqueza?
Richard Nixon: Claro, Hank, dispara. Y deja eso de “Sr. Presidente». No estamos en la sala de guerra.
Henry Kissinger: Ok, pues Richard… ¿Eres consciente de que, con las casillas que te quedan libres, es físicamente imposible que te quepa el portaaviones?
Richard Nixon: ¿Uh? ¿Qué quieres decir? ¿Qué…?
Henry Kissinger: El portaaviones coño, el portaaviones. A7, B7… no te queda ningún espacio con cinco casillas libres seguidas.
Richard Nixon: ¿B7? Aaah, Je-je… ¡Había entendido E7! B7 es tocado. Perdona, ¿eh? Tocado, tocado…
Henry Kissinger: Joder Richard, ni a los putos barquitos podemos jugar en paz…
Richard Nixon: ¡Oye, que nada más ha sido un fallo! ¿Tú no te equivocas nunca, o qué?
Henry Kissinger: Es igual. Paso de discutir, Sr. Presidente.

Galería de los espejos, Palacio de Versalles, 12 de agosto de 1790
– María Antonieta: Tírame del dedo.
– Yolande de Polastron: No que te cuescas. Que nos conocemos ya, María.

Lhasa, Tíbet, 14 de octubre de 2013
– Dalái Lama: He estado viendo un vídeo de estos de caídas…
descojonándome ahí yo solo… Buah, qué risa, por favor…
– Discípulo: ¿El de la vieja, que su perro se la intenta follar?
Dalái Lama: ¡Ese!

En algún lugar del río Tisza, actual Rumanía, 13 de junio del 449
– Atila: Esta noche he soñado contigo, Prisco.
– Prisco: ¿Es coña?
Atila: No no, te lo juro.
– Prisco: Y qué, y qué, y qué…
– Atila: Estábamos en unas termas… y entraba un perro que se ponía a hablar.
– Prisco: ¿Y qué decía?
– Atila: No me acuerdo bien… era algo relacionado con dinero…
– Prisco: Ostias… ¿Pero qué? ¿Qué nos pedía pasta o que nos la daba?
Atila: No, que nos proponía un negocio… Ahora no caigo en los
 detalles, pero tenía mucha chispa.
– Prisco: Yo cuando sueño algo luego me lo apunto, si es una cosa así chocante.

Islas Fénix, Océano Pacífico, 6 de enero de 1939
– Fred Noonan: Nena, lo acabo de oir por la radio. Estamos oficialmente muertos.
– Amelia Earhart: Jajaja, ¡Pringaos!
– Fred Noonan: Mira qué papayas más hermosas traigo.
– Amelia Earhart: Chachi. Déjalas en la fresquera.

Saint-Malo, Bretaña francesa, 25 de agosto de 1895
– Marie Curie: Qué coñazo la arena, de verdad. La mierda la playa, hostias…
– Pierre Curie: Oye, nadie te obliga a venir. No des más la tabarra.

Palacio de Oriente, Madrid, 7 de marzo de 1974
– Francisco Franco: ¿Levante Las Palmas?
– Carrero Blanco: Equis.
– Francisco Franco: ¿Equis?
– Carrero Blanco: Hágame caso.
– Francisco Franco: Venga, equis… ¿Rayo Vallecano Mallorca?
Carrero Blanco: Dos
Francisco Franco: ¿Dos?
– Carrero Blanco: Oiga, si me lo va a discutir todo…
Francisco Franco: Vaaale, vaaale… ¿Sevilla Hércules?
– Carrero Blanco: Otro dos.
– Francisco Franco: No no… si desde luego… como salga nos forramos.

Restaurante Auerbachs Keller, Leipzig, 14 de abril de 1898
– Gustav Mahler: A mí de verdad, tanto cambio de tiempo me mata. Esta mañana hacía calor, ahora hace frío…
– Richard Strauss: Sí. No hay estaciones ya.

Teatro de Pompeyo, Roma, 6 de agosto del 45 a. C.
Julio César: Me tengo que cambiar las sandalias pero ya. Mira cómo tengo la suela… No sé qué hago, que las destrozo, por Jupiter.
Bruto: Hay un tenderete nuevo en el mercado que está muy bien.
Julio César: ¿Pero las tienen estilo chancleta? Porque yo ahora en verano paso de los coturnos…
Bruto: Sí, sí, tienen de todo. Y en cuero bueno, nada de esparto ni mierdas.
Julio César: ¿Y dónde está del mercado?
Bruto: ¿Sabes la tabernae de Publio Clodio?
Julio César: Sí.
Bruto: Pues al lado. En el chaflán.
Julio César: Ah, pues ya pasaré. Igual me acerco el jueves, que tengo que bajar al centro.
Bruto: Dí que vas de mi parte, que me conocen y te harán un diez por ciento, oh César.

Palacio de St. James, Londres, 1 de junio de 1785
John Adams: ¿Cómo se llaman los panes estos suecos, así sosos, que no 
saben a nada?
Rey Jorge III: No… no sé.
John Adams: ¿Éstos que les pones quesos y mermeladas y tal por encima?
Rey Jorge III: No sé, John, no sé.
John Adams: Es algo así como «Brokiné»…
Rey Jorge III: Oye de verdad, si no te importa estoy intentando leer.
John Adams: ¡Knäckebröd!
Rey Jorge III: Lo que tú digas tío, lo que tú digas.

Mare Tranquillitatis, la Luna, 20 de julio de 1969
Buzz Aldrin: Venga, ve bajando…
Neil Armstrong: ¡¡¡Aaadiosss!!!
Buzz Aldrin: ¿Qué? ¿Qué pasa?
Neil Armstrong: ¡La bandera!
– Buzz Aldrin: ¿La bandera? ¿Qué?
– Neil Armstrong: ¡La bandera! ¡Me la he dejado en Cabo Kennedy!
– Buzz Aldrin: No me jodas…
– Neil Armstrong: ¡Allí se ha quedao! Encima de la mesilla…
– Buzz Aldrin: Hostia macho, no se os puede delegar nada. Os tengo que ir detrás todo el día…
– Neil Armstrong: ¡Jajajaja…! ¡Era broma hombre, que era bromaaa! ¡Que la tengo aquí! ¡Relajateee, Buzz Aldriiiiiin!
– Buzz Aldrin: Pues no le veo la puta gracia. Mira que os gusta hacer el ganso…

Haworth, Yorkshire, 9 de mayo de 1848
– Charlotte Brönte: Cumbres Borrascosas es un título de mierda.
– Emily Brönte: No sabes beber.

Barrio de Fuencarral, Madrid, 2 de abril de 1931
– Gregorio Marañón: Joder macho, has dejado la cocina hecha un asco.
Ortega y Gasset: Luego friego; ahora vamos a comer, que el revoltillo frío no vale nada.
– Gregorio Marañón: Ya, los cojones vas a fregar. Acabaré limpiándolo todo yo como siempre.
– Ortega y Gasset: El progreso consiste en conservar aquella esencia del ayer que tuvo la virtud de crear este hoy mejor.
– Gregorio Marañón: Sí hombre sí, tú a la que ves que no tienes razón cambias de tema.

Palacio de las Tullerías, París, 28 de septiembre de 1793
– Danton: Va un matrimonio mayor paseando por la calle y les sale un atracador con un cuchillo, y le dice el atracador a la mujer “¡Señora, deme su cartera o la degollo”. Y la tía se gira para su marido y le dice “Goyo, dale tu cartera.”
Robespierre: Qué malo…
– Dantón: No, no. Es que yo no tengo gracia para contarlos, pero es bueno. Es bueno.

Providence, Rhode Island, 2 de noviembre de 1934
H.P. Lovecraft: Country.
August Derleth: Western.
H.P. Lovecraft: Country.
August Derleth: Western.
H.P. Lovecraft: Country.
August Derleth: Western.
H.P. Lovecraft: ¿El gramófono de quien es? Pues country.

Carretera entre Blois y Orleans, Francia central, 28 de abril de 1429
– Juana de Arco: Paramos un momento aquí que hay árboles.
– Étienne de Vignolles: Vamos tarde ya, Juana. Están las catapultas montadas, tía.
– Juana de Arco: Me estoy cagando viva.

Castillo de Malmaison, Yvelines, 22 de octubre de 1805
Napoleón Bonaparte: Holaaa…
Josefina de Beauharnais: Uh, qué pronto vuelves, ¿ya estáis?
Napoleón Bonaparte: Sí. Se han rendido.
Josefina de Beauharnais: Ah, qué bien, ¿no?
Napoleón Bonaparte: Pues sí, porque hubiéramos echado otro día entero, y total para acabar ganando igual.
Josefina de Beauharnais: De coña ¿Comemos fuera?
Napoleón Bonaparte: He pasado por la fonda y he comprado canelones.
Josefina de Beauharnais: Oh, guay. Pongo la mesa entonces…

Pallahabad, Uttar Pradesh, 10 de septiembre de 1971
– Indira Gandhi: ¡Jefe, oiga!
– Camarero: Dígame señora.
– Indira Gandhi: ¿Esto es vodka?
– Camarero: No, ginebra.
– Indira Gandhi: He pedido vodka-tonic, jefe.
– Camarero: Perdón señora, ahora mismo se lo cambio.

Abbottabad, Pakistán, 2 de mayo de 2011
– Bin Laden: ¿Y esto del Larry Wachowsky, qué? ¿Cómo te quedas?
– Ahmed al-Kuwaiti: ¿El qué?
– Bin Laden: Que se ve que ahora es una tía. Que se ha operado y tal.
– Ahmed al-Kuwaiti: Pero esto ya hace tiempo que se dice, jefe. Hace bastantes años.
– Bin Laden: No fastidies…
– Ahmed al-Kuwaiti: Sí. Que ya se hace llamar Lana y todo.
– Bin Laden: Joder, no me entero de nada. Pues yo lo leí ayer en el Al-Hayat y me quedé a cuadros.
Ahmed al-Kuwaiti: La primera de Matrix era buena por eso, ¿eh?
Bin Laden: ¿La primera? Buh. ¡BUH! Mira que la he visto veces, y cada vez que la pillo en la tele me engancho.
– Ahmed al-Kuwaiti: No se ha superado lo del bullet time. ¿A nivel de FX? No se ha superado, te lo digo.
– Bin Laden: Qué lástima por eso las otras dos…
– Ahmed al-Kuwaiti: La tercera aún. La segunda es pura mierda.
– Bin Laden: El otro día vi al Fishburne en CSI… Se ha puesto gordo… pero gordo, gordo.
– Ahmed al-Kuwaiti: Yo últimamente no estoy viendo nada de series.
– Bin Laden: ¿Ese ruido son tiros?
Ahmed al-Kuwaiti: Voy a ver.

Afueras de Montreal, Quebec, 20 de junio de 1885
– Toro Sentado: Mire, y le voy a decir otra cosa, Sr. Cody. Hay perros… Oiga atiéndame, haga el favor, que esto que le digo es sabiduría india. ¡Sabiduría india pura!
Buffalo Bill: Perdona, ¿qué?
– Toro Sentado: Le digo que hay perros, eh, hay perros… ¡que son más inteligentes que sus amos!
Buffalo Bill: Sí. El tuyo debe de ser de esos, ¿no?
– Toro Sentado: No, no haga coñas, Sr. Cody. No haga coñas que ya sabe por dónde voy. ¿Y quiere saber algo más?
Buffalo Bill: Desde luego chato, me estás dando una tarde…

Sala de proyección de los MGM-British Studios, Borehamwood, 25 de marzo de 1968
– Stanley Kubrick: Bueno, ¿qué tal?
– Jan Harlan: Bien, bien. Los monos muy bien hechos, ¿eh?
– Christianne Kubrick: ¿Lo de las luces qué significa?
– Stanley Kubrick: Anda, iros a tomar por culo.

Un mercado de Jerusalén, Judea, 27 de enero del 33
– Judas: Vale, ¿y entonces la primera gallina de dónde sale?
Mateo: De un huevo, claro, pero…
– Judas: ¡A-ha!
Mateo: ¡Pero es que a eso voy! ¡Que todos los pájaros, o sea las aves, salen de huevos!
– Judas: ¿Y qué? Eso no prueba nada…
Mateo: ¡Pues claro que lo prueba, tarugo! ¡Que todos los bichos vienen de los peces, y los peces ponen huevos, coño!
– Judas: Pero una especie solo se cataloga como tal cuando aparece el primer especimen; o sea la primera gallina. ¡GA-LLI-NA!
Mateo: Maestro, por favor, explícale tú el tema…
– Jesucristo: No, no, a mí no me metáis que bastante tengo con lo mío.
Mateo: Pero tú sabes la respuesta, ¿no?
– Jesucristo: Hombre, ya te digo si la sé. No la voy a saber…

Isla de Antirhodos, Alejandría, 24 de diciembre del 41 a. C.
– Cleopatra: Jajajajaja…
– Marco Antonio: Jajajaja…
– Cleopatra: Jaaajajajajaja…
– Marco Antonio: Qué hostia me he pegao, me cago en Marte…
– Cleopatra: Jajajaaaaajaja…
– Marco Antonio: Jajaja… Ay, para para, que me da flato… Jajaja
– Cleopatra: Jajajaaaaajaja…
– Marco Antonio: Jaaaaajajaja…

Tres debates y medio

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25 de noviembre de 2012, elecciones autonómicas al Parlament de Catalunya. Estoy con mi madre delante del colegio electoral, haciendo cola en la calle. De pronto mi madre me agarra del brazo y me dice:

-“Ay Chema, que no sé a quién votar.”
-“Joder mama, que estamos en la cola…”
-“¿A quién voto Chema, a quién voto?”
-“Eso es cosa tuya, mama, yo no te voy a decir lo que tienes que hacer.”
-“Una ayudita, va, Chema. Dime cuatro cosas y decido rápido.” (e ilustra la frase con un movimiento de manos que siempre hace ella, a medio camino entre un pase mágico y un repique de castañuelas).
-“A ver mama, ¿tú qué quieres que pase?»
-“Yo lo que no quiero es que gane ese” (y me señala un cartel).
-“Mama, ese es Chick Corea, que viene a dar un concierto el mes que viene…”

Esta anécdota completamente real, que nos parecería un gag redondo si la viéramos en Seinfeld o en cualquier otra sitcom similar, ilustra a la perfección la relación de pasotismo que siempre han tenido mis padres respecto a la política. En “can Pamundi” jamás se les ha hecho ni puto caso a los programas electorales, los mítines, los debates ni demás espectáculos del circo político. En cambio a mí, supongo que por esa tendencia natural que tienen los hijos a distanciarse de sus padres para marcar personalidad propia, siempre me ha parecido la releche de divertido.

12033094_10206807610541887_5972519039929114856_nAhora mismo, por ejemplo, estoy enfermo de campaña electoral catalana. Tenía a medio cocer un escrito sobre otro tema (una anécdota saladísima de cuando fui mecenas de V. Cañasveras, el mayor y más incomprendido talento artístico que ha alumbrado el siglo XXI; el día que os la cuente no vais a dar crédito…), pero hace ya algunos días me di cuenta de que, hasta que no acabe este show que tenemos liado en el Principado, hasta que no llegue el día 27 de septiembre por la noche y se cuenten todas las papeletas, y por fin empiece a intuir si la Golondrina catalana zarpa rumbo a Ítaca o a la mierda, no voy a ser capaz de escribir (de pensar) sobre otra cosa que no sean las elecciones autonómico-plebiscitarias.

Quizás alguno de los lectores de este blog conozca una extraña película de 1990 titulada Mister Frost. En ella, Jeff Goldblum interpreta a un demoníaco personaje (precursor clarísimo de Hannibal Lecter) que, entre otras aficiones, cocina elaborados platos, tras lo cual los fotografía con una cámara Polaroid y los tira a la basura sin probar bocado. Le interesa más el proceso que el resultado, más el camino que el punto de destino. Bueno, pues a mí con las campañas electorales me sucede algo parecido. Normalmente les dedico bastante atención, las sigo como si fueran los play-offs de un campeonato deportivo o la temporada final de una serie de suspense… pero la mayoría de las veces, cuando llega el “día D”, acabo no votando a ninguno de los replicantes que se presentan (es cierto que, en un post anterior con motivo de las últimas municipales, me comprometí a votar en las tres citas que se celebraban este año en Catalunya; sin embargo, a la hora de la verdad voy a hacer una semi-trampa con estas autonómicas, un “votar sin votar” que ya explicaré otro día). Me contento con acompañar a mi madre al colegio electoral y ayudarla a emitir su voto (consultando en qué urna le toca, poniéndole en el sobre la papeleta que ella me indica, etc), tras lo cual solemos irnos los dos “xino-xano” a tomar lo que, con los años, hemos bautizado como “el vermut de la democracia”.

Dicho lo anterior, reconozco que mi nivel de inmersión campañil durante estas últimas dos semanas ha sido ya de cuadro psiquiátrico: desayunándome cada día con las tertulias políticas de RAC 1 y Catalunya Radio, leyendo La Vanguardia, El Periódico y Vilaweb, tragándome en modo zapping sincopado el Telenoticies de TV3 y el Telediario de TVE (ambos compitiendo por ver quien daba la información más sesgada), cenando con el programa 8 al Día de Josep Cuní en 8TV (otro que tal) y tomándome el yogur de postre con L’illa de Robinson en el canal El Punt Avui (que es un poco como el Cuarto Milenio de las tertulias políticas catalanas). He dejado de leer comics (desde aquí estoy viendo el último volumen de Los muertos vivientes sobre mi mesa, aún con el precinto puesto). He dejado de ir al cine. He dejado de ver series. Cuando quiero reírme un rato, en vez de un episodio de Louie o Parks and Recreation me pongo un rato la tertulia de 13TV (la que sea; ese canal es una puta ruleta de tertulias) y disfruto cual gorrinaco en charca viendo a Antonio Jiménez, Carlos Cuesta, Isabel San Sebastián y el resto de vampiros españistaníes explicarme por qué el independentismo catalán es una plaga peor que los orcos de Mordor, la organización criminal Spectra de las pelis de James Bond y la Kraft durch Freude nazi, todo junto.

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Para empeorar aún más mi obsesión aguda, resulta que en esta campaña las televisiones han ofrecido tres debates electorales y medio. Es decir, tres debates con los siete cabezas de lista, más un cara a cara (de perro) entre Oriol Junqueras y el ministro español de exteriores José Manuel García-Margallo como armagedónico fin de fiesta. Pues bien, lo que vais a leer a continuación es un resumen pormenorizado de esos tres debates y medio. Ya que me los he tragado, que me cundan para algo. Estamos quizás ante las elecciones autonómicas más tochas e inciertas de la historia de Catalunya y, aunque la mayoría de la gente está ya movilizada y tiene el voto decidido de manera impermeable, aún queda una bolsa de indecisos que se calcula en torno al 30%. Además, según las últimas encuestas la mayoría absoluta está ahí ahí, en el alambre. Por lo tanto, no es arriesgado decir que el reparto final de los quesitos puede acabar de decantarse, en cierta medida, por lo ocurrido en la pantallita de TV a lo largo de estos días. Veremos.

Hago notar que mi natural escepticismo ante cualquier borregada de más de tres personas (que me convierte en un “botifler” de perfil bajo cuando hablo con mis colegas indepes, y en un tonto útil del “procés” cuando hablo con mis colegas constitucionalistas), sumado a mi escaso sentimiento patriótico en cualquier sentido (el único himno que me hace llorar es la marcha imperial de Star Wars; y si pudiese elegir me gustaría nacionalizarme cimmerio), hacen que a la hora de poner por escrito este análisis me la hayan traído muy al fresco las consideraciones propagandístico-morales. El presente artículo no es una tesis religios… digo ideológica, y por tanto no pretendo convencer a nadie de nada. Voy a limitarme a analizar lo bien o mal que ha estado cada candidato a la hora de vender su burra ante las cámaras, y lo bien o mal organizado que ha estado cada debate como puro espectáculo. O sea, voy a hablar de televisión más que de política.

Eso sí, no vivo aislado en una cámara de vacío ni voy de equidistante o de lobo estepario, muy al contrario tengo mi propia mochila de prejuicios, filias y fobias, como cualquier hijo de vecino. Básicamente, Antonio Baños y Miquel Iceta me caen bien. De Baños me fascina su argumentario, brillante, divertido, con pocas fisuras y sin rastro de caspa (lo explica de coña en su libro La rebelión catalana, y antes de eso ya lo cantaba en las letras de su estupendo grupo de punk-pop Los Carradine). No soy particularmente indepe (alguna vez ya he comentado que me convertiré justo el día después de que Catalunya se independice, porque entonces no quedarán más cojones que jugar para el equipo y remar todos en la misma dirección), pero sí me atrae mucho la posibilidad de vivir una revolución social a corto plazo que lo haga saltar todo por los putos aires. Por tanto, si tuviese que votar a alguien en estas elecciones, pinza en la nariz mediante, sería a la CUP. Respecto a Iceta, me parece en general un buen tipo. Me gusta que cante y baile en plan locaza y encuentro clasista, mediocre y en cierto modo muy de “catalanet resclumit” criticarle por ello, quizás porque una de mis frases históricas favoritas es aquella de Emma Goldman que me descubrió mi amiga Amaia Carreira y que dice “si no puedo bailar, no es mi revolución”. Lo que dice Iceta me parece grosso modo un montón de estiercol (llega tarde, no es creíble y ni siquiera interesa), pero él me cae bien. El resto de candidatos me dan bastante igual. ¿Capisci? Pues vamos allá…

PRIMER ASALTO: EL DEBAT DE 8TV
La televisión privada catalana del grupo Godó (La Vanguardia, RAC 1 y demás máquinas informativas de dar miedo) fue la primera en golpear, que en este caso sí que fue “golpear dos veces” porque los candidatos (cómodamente sentados en unos butacones blancos estilo nave Enterprise) estaban aún frescos y eso propicio un debate con más enjundia que los dos posteriores. La ordenación en tres bloques temáticos (“Motivos para el Sí o No”, “La viabilidad económica” y “El reto europeo”), discutible a priori, demostró ser un acierto pues ayudó a oxigenar y hacer amenas lo que de otro modo podrían haber sido dos horas y media intragables.

El moderador Josep Cuní estuvo, como de costumbre, fantástico. La mayor parte del tiempo ni siquiera se notó que estaba allí (lo que se dice de los buenos árbitros de fútbol, y eso). Muy a la americana, se mantuvo en un segundo plano dejando hablar y simplemente dando la palabra a unos y otros para compensar tiempos de intervención sobre la marcha. Ahora se ha puesto de moda entre el «borinotisme» patrio meterse con Cuní acusándole de practicar periodismo tendencioso (ya, ¿comparado con quien?), pero dejando al margen su sesgo ideológico, a mí me parece que no tenemos en Catalunya a otro animal televisivo capaz de montar un tinglado de este tonelaje y salir así de airoso.

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En cuanto a los tres periodistas de apoyo, que iniciaban cada uno de los bloques de discusión lanzando una pregunta al aire (para romper el hielo), por suerte tuvieron menos papel del que me esperaba, lo cuál es bastante meritorio dado que uno de ellos era Pilar “Talking Head” Rahola. De hecho, la Rahola fue la mejor de los tres, la más fresca e incisiva, porque Marius Carol estuvo tan gris y alcanforado como siempre y Jordi Basté, que se quejaba todo el rato de que al día siguiente tenía que madrugar para su programa de radio, podría haberse ido en efecto a clapar a las diez de la noche y nadie habría sufrido demasiado.

Respecto a los candidatos…

Medalla de oro: Raül Romeva (Junts pel Sí)
Pese a las hostias que se llevó tanto al hablar de Europa como al ser acusado de “capgròs” de Artur Mas (no supo esquivar ninguno de los dos sartenazos), salió como ganador holgado. Demostró solvencia, carisma y labia para vender su pollino haciéndolo parecer mejor de lo que es, o sea maquillando la habitual indefinición de Junts pel Sí a base de frases floridas sobre libertad, dignidad y otros plagios a aquella peli en la que Mel Gibson se pintaba la cara de pitufo. Un discurso acaso algo básico pero bien transmitido. Fue, de largo, a quien más le cundió la velada.

Medalla de plata: Anna Gabriel (CUP)
Como la CUP tiene el rollo este del asamblearismo sin líderes verticales y sin personalizar y bla-bla-bla, enviaron al debate no a su número 1 de lista (Antonio Baños) sino a su número 2, Anna Gabriel, a la que yo personalmente nunca había oído debatir y que me pareció bastante demoledora. Supo diferenciarse de los otros seis (Iceta y Espadaler, en cambio, a veces dieron la sensación de hacerse coros mutuos) y situarse en la habitual posición de superioridad moral que tan bien se le da a la CUP, para repartir estopa dogmática “a tort i a dret” sin recibir apenas ningún ataque a cambio (en parte porque es dificilísimo pillarlos en un renuncio, y en parte porque los demás saben que meterse con el único partido sin pufos conocidos, que tiene imagen limpia y honesta y que antepone el idealismo a cualquier otra consideración, es como torturar en directo a un gatito; quedas fatal).

Medalla de bronce: Inés Arrimadas (Ciutadans)
El discurso populista de la formación de Albert Rivera no resiste el más mínimo análisis en profundidad (lerrouxismo «up to eleven»), pero Inés Arrimadas cae simpática, tiene una imagen excelente, sabe lo que tiene que decir en cada momento y logró el conjuro mágico de que tanto PP como PSC pareciesen dos opciones inútiles, y que para eso era mejor votarla a ella. La vi solidísima.

Medalla de latón: Miquel Iceta (PSC), Xavier García Albiol (PP) y Ramon Espadaler (Unió)
Ninguno de los tres aportó demasiado. Más que candidatos parecían periodistas agresivos rollo Ana Pastor (luego hablamos de ella) entrevistando a los otros cuatro. Se asumieron como personajes secundarios de la película y, aparte de soltar algunos chascarrillos graciosos (otros no tanto: en cierto momento Iceta se dirigió a Romeva como «fill meu», un coloquialismo de barra de bar que no tocaba), lo único que hicieron en realidad fue trabajar a favor de Ciutadans: todo lo que sembraban lo recogía tan campante la Arrimadas.

Cuchara de palo: Lluís Rabell (Catalunya Sí que es Pot)
No sé quien ha engañado a las cúpulas Pablemistas haciéndoles creer que el sosias de Shrek era un candidato presentable, pero sea como sea el debate certificó que todo esto le viene enorme; y no en el buen sentido, rollo Ada Colau o Manuela Carmena (o sea, sensación de cercanía, empatía y nobleza aunque meta la pata de vez en cuando), sino en el mal sentido: atacado de los nervios (le temblaban las manos al hablar), malhumorado, quisquilloso, con permanente cara de oler huevos podridos, usando un lenguaje demasiado arcano y, en un desesperado intento final por contrarrestar los dolorosos misilazos que le iban lanzando desde Ciutadans y la CUP (Inés Arrimadas le acusó de chavista, Anna Gabriel de tibio), incluso adoptando un tono un poco verdulero. Se equivocó de fecha y de canal: el debate-bronca en La Sexta era dos días más tarde. Mala impresión.

SEGUNDO ASALTO: EL DEBATE DE LA SEXTA
Plató muy de color verde y con un suelo decorado a base de celdillas rollo balón de fútbol (parecía que se lo habían prestado los de El Chiringuito). Los candidatos, de pie y agarrados con las manos a unos mini-atriles como si tuvieran miedo de que se los fuesen a robar; y enfrente, la bicha: Ana Pastor.

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Ana Pastor es esa periodista especializada en entrevistas políticas que hace años nos parecía incisiva y valiente, hasta que empezó a confundir la incisión y la valentía con ser maleducada y borde, y hoy en día sus entrevistas son básicamente una sucesión de interrupciones al invitado, que recuerdan a lo que hacía el Dr. Maligno en aquella mítica escena de Austin Powers, misterioso agente internacional. Su conducción del debate fue peor de lo que yo preveía (y mis expectativas ya no eran muy altas), erigiéndose en protagonista (Ana, el Octavo Tertuliano) cuando lo que tocaba era hacer justo lo contrario. Sus injerencias constantes para amonestar a los candidatos (sobre todo a Romeva, al que daba la palabra por alusiones y luego reñía por contestar por alusiones), hacer chistecitos y repetir como un loro las normas o la frase promocional (si me llego a tomar un chupito cada vez que dijo “primer debate en una televisión nacional” caigo redondo antes del segundo corte publicitario), colaboraron a histerizar aún más un ambiente que ya venía crispado de serie.

La ausencia de bloques ordenados por temas no parecía una mala idea (que la retórica fluyese hacia donde tuviese que fluir) pero, de nuevo, la deficiente moderación de la Pastor llevó de cabeza al caos. Su obsesión por compensar los tiempos de palabra casi de inmediato (en vez de gestionarlos a largo plazo, “Cuní style”), dio lugar a situaciones absurdas, como que un candidato al que acababan de aludir directamente tuviese que esperar a responder hasta que hubiesen hablado antes otros dos o tres que llevaban consumido menos tiempo, con lo cuál cuando el primer candidato por fin contestaba la alusión ya nadie recordaba de qué estaba hablando. Esto empezó a ocurrir de forma constante y a veces en paralelo, con cruces de alusiones acumulados en “cola de espera”, degenerando muy rápido en un diálogo para besugos, con todo el mundo contestando a algo que había dicho alguien un cuarto de hora antes. Estamos en La Sexta, ¿no? Pues que se note: gallinero.

En fin, puntuaciones:

Apartamento en Torrevieja: Antonio Baños (CUP)
Dominó la escena con la tranquilidad del que “come aparte”. Estuvo claro, simpático y transmitió la sensación de que la independencia, lejos de ser una posibilidad política complicada de lograr, es algo inevitable, casi un fenómeno meteorológico como las lluvias de abril. Estuvo redondo en el speech final, que colofoneó con el mejor one-liner que he escuchado en toda la campaña: “la España de los afectos es irrompible, pero el estado español es inviable”. Juego, set y puto partido.

Fin de semana en Punta Cana: Inés Arrimadas (Ciutadans)
Ya hemos quedado en que Ciutadans es menos un partido político que un equipo de debate. Por eso sus candidatos funcionan tan bien delante de la cámara (aunque su ideología sea una mayonesa populista en la que caben igual los ingredientes típicos del centroizquierda que los de la extrema derecha). Inés Arrimadas estuvo sostenidamente bien en todas sus intervenciones, calcando las mismas dos o tres cositas que ya había dicho en 8TV (su discurso se agota a partir del cuarto eslogan), y demostrando venirse arriba en el ambiente de bulla. Incluso tuvo un momento digno de hacerle la ola, cuando vinculó a Espadaler con la corrupción sacando un cartel de CiU y soltándole un navajazo dialéctico en plan: “¿Ve usted esta U? Pues hasta hace dos meses esta U era usted”. Catacrocker.

Juego de sartenes: Miquel Iceta (PSC) y Ramon Espadaler (Unió)
Tiene mérito lo mucho que están intentando remar este par, teniendo en cuenta que su barca navega hacia ninguna parte. Pese a lo estéril de sus respectivos esfuerzos (los dos se van a pegar una hostia mítica el 27-S), hicieron un papel razonablemente digno en medio de la olla de grillos. A Iceta se le vio muy pancho, con un discurso en plan “va, no os enfadéis, nos sentamos todos y hablamos, que veréis cómo encajamos a Catalunya en el puzzle” (angelico…). Tiró de sorna en muchas ocasiones y dio imagen de político bregado. Espadaler, siempre gesticulando mucho con las manos, siempre apuntando con el boli, siempre con media sonrisita y cara de “tranquils, que jo controlo”, recordaba a un amable maestro de escuela que explica cosas tan razonables como la ley de la gravedad de Newton. Su plan pareció el más lógico de todos. Lástima que, en realidad, no tenga ninguno.

Muñeca chochona: Raül Romeva (Junts pel Sí)
Romeva lo pasó en general mal, en un tipo de debate particularmente hostil para él. Aquello fue un siete contra uno, porque no le dio aire ni la moderadora. Incluso Baños le metió estopa. Se defendió de manera poco convincente, echando balones fuera, tirando de su currículum de eurodiputado (como si eso fuera algún tipo de superpoder) y volviendo sobre su mantra de “estas elecciones son el referéndum que no nos han dejado hacer” cada vez que intentaba ampliar su discurso (hablando de pensiones, Europa o financiación) y se veía acorralado. Esta vez sí, tuvo pinta de ser un mero pararrayos del pérfido Mas. Se puso nervioso enseguida y así se tiró dos horas, incapaz de explicarse sin resultar antipático. ¿Algo de esto le va a perjudicar el domingo? Ni hablar. Junto con Ciutadans y la CUP, su candidatura es la que tiene el voto más blindado a cualquier golpe de viento externo. Sólo puede crecer, pero en esta ocasión no supo hacerlo.

Calabaza Ruperta: Xavier García Albiol (PP) y Lluís Rabell (Catalunya Sí que es Pot)
Este era en cierto modo el debate más importante de los tres para Albiol, cuya mejor esperanza de aumentar su bolsa de votantes se encuentra justamente entre la caspa populista que se queda los sábados en casa mirando La Sexta Noche (yo también suelo hacerlo, pero yo soy GUAY). Pues oye, estuvo lamentable. Su problema de tos no le ayudó (en su primera intervención, nada más empezar a hablar, le subió un pollaco a la garganta), pero aparte de eso sólo aportó follón y discurso del miedo (ni una puñetera frase en positivo), se entrabancó demasiadas veces y hasta le pudimos ver desencajado cuando creía que la cámara no le enfocaba. Transmitió una desesperación similar a la de Rabell, que cada vez que hablaba era como si recitara la tabla de multiplicar en el desierto. El “Mini yo” de Pablo Iglesias siguió sin conseguir hacerse escuchar, tirando de una retórica aburridísima (llena de palabros como “precarizante” o “sistémico”) y vendiendo un mensaje machacón que se centró en dos ejes: ataques abstractos hacia Artur Mas (sin interpelar de manera directa y hurgante a Romeva como sí hicieron Arrimadas o Iceta) y sainetes naftalínicos sobre justicia social de pancarta. Pareció mucho más un político de Iniciativa-Verds que de Podemos, y eso nunca puede ser interpretado como un elogio.

TERCER ASALTO: EL DEBAT DE TV3
La noche siguiente al aquelarre gritón en la caverna de Atresmedia llegó el debate final y (aparentemente) decisivo en la “caverneta” de TV3. La tarde previa había estado dominada por el torticero castigo de la Junta Electoral Central a la cadena autonómica, al considerar que su retransmisión de la macro-manifa del 11-S fue un “acto electoralista”, pese a que se celebra cada año desde 2012 y que, dada su relevancia informativa, es cubierto en mayor o menor medida por televisiones de todo el mundo (o sea, a la JEC le hubiera parecido normal que los actos de la Diada pudiesen verse en Japón pero no en Catalunya; bien, bieeeeeen…). Sea como sea, para compensar y tal, TV3 fue obligada a emitir tres horas de programación con actos electorales de los cuatro partidos que no habían ido a la mani (Ciutadans, Unio, PSC y PP). Esas tres horas cosecharon los peores registros de audiencia de la historia de TV3 un domingo por la tarde (sí, otro triunfo inapelable de la mayoría silenciosa), pero el caso es que había un run-run de cabreo en el ambiente, y eso se trasladó al debate.

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El asunto empezó con una introducción larguísima de la moderadora Monica Terribas (mezclando frases grandilocuentes, reflexiones astutas y sopapos subjetivos), seguida por una cortinilla de presentación épica y tremendista, con planos aéreos del terruño y música estilo Tron: Legacy. Una cosa de acabarse el mundo, oye. Los siete candidatos llegaron a plató sin apenas tiempo para recuperarse de lo de La Sexta (Baños empalmando literalmente desde un mitin) y casi sin ganas. Se les notaba ya muy cansados, en piloto automático. Quizás por eso se decidió arrancar el show planteándoles un juego, como a los niños con déficit de atención: cada uno respondería a una pregunta inicial formulada por otro candidato secreto, y al final del debate caramelito de menta para los que acertasen quién había preguntado qué. Aparte de esa gracieta un tanto tontaina (que a la Terribas le parecía tronchante), la idea era que el debate fuese ágil, sin los bloques temáticos impuestos por Cuní ni las obsesiones cronometradoras de Ana Pastor. ¿He dicho ágil? Pues aquello fue un puñetero pantano…

Mónica Terribas es una profesional excelente, muy acostumbrada a manejar estos cotarros (soy fan desde los tiempos de su informativo La nit al día), y supo demostrar que no hace falta emular al sargento de La chaqueta metálica para mantener a raya a las fieras. A ratos quizás se le fue la mano metiendo cuñitas y apostillando a todo el mundo (¿hacía falta cachondearse de Albiol por celebrar la victoria de la Roja en el Eurobasket?), pero en general supo dejar hablar cuando tocaba y cortar antes de que el guirigay se disparase. El problema no estuvo en ella, sino en los contertulios…

Gran Maestro Jedi: Nadie
Hoy he visto por la tele a Artur Mas y Pablo Iglesias insultarse por mitin interpuesto usando el lenguaje de los indios, prueba palmaria de que esta campaña electoral empieza a dar síntomas de agotamiento. Creo que todo el mundo (hablo de los candidatos, pero también aplica a los votantes) hubiera firmado que durase una semana menos, porque hemos llegado a ese punto en que el cerebro ya no hilvana bien y los políticos se entregan a la astracanada, probablemente pensando que el único voto que les queda aún por captar es el de los locos. De aquí al domingo no descarto ver a Espadaler hacer magia con naipes, a Romeva bailar en moonwalking o a Rabell convertido en hombre bala. En todo caso esa fatiga, no sólo física sino en cierto modo también de sí mismos, dio lugar a un debate flojo y repetitivo, en el que a los siete candidatos se les trabó la lengua y en el que ninguno brilló en especial. Posteriormente pasaron en TV3 imágenes del plató durante los descansos por publicidad, y todos parecían estar deseando irse a casa y que los abrazara su madre. Por lo tanto, nadie merece el primer premio.

Caballero Jedi: Antonio Baños (CUP)
En un principio, la actitud de Baños me pareció pura indolencia rollo “paso, me duele el tarro”. Casi no intervenía y, lo que es peor, ni siquiera intentaba hacerlo. Terribas casi tuvo que rogarle un par de veces que dijera algo. Sin embargo, cuando la cosa llevaba cerca de una hora rodando me di cuenta de su plan: mientras todos se arrojaban con torpeza a la melé unos contra otros, él permanecía en una esquina sin arrugarse el traje. Sabía que, por las propias reglas de compensación de tiempos del debate, iba a acabar hablando lo mismo que los demás, así que, ¿para qué desgañitarse? Se limitaba a esperar que la moderadora le cediera la vez, y entonces se cascaba una intervención larga, un semi-monólogo bastante ameno en el que primaban los mensajes constructivos salpimentados con hostias finas que vestían de torero a sus contrincantes. Consiguió pintar a todos los partidos unionistas bajo una luz negativa (dejó a Rabell convertido en estatua de sal al apuntar que Podemos ya no hablaba de “tsunami” sino de “ola”, y que a ese paso iba a acabar en “marejadilla”) y una vez más jugó su papel de policía moral del procés para evitar que Junts pel Sí se convierta en «Junts per Mas» a partir del lunes 28. Completó con nota alta lo que ha sido una campaña modélica por parte de la CUP, tanto en imagen como en mensaje (bueno, excepto por lo de Willy Toledo dándoles apoyo; eso nos lo podrían haber ahorrado). Es el único partido al que estas dos semanas se le han hecho cortas.

Padawan raspado: Raül Romeva (Junts pel Sí)
Necesitó tres debates, pero por fin Romeva se preparó una respuesta para cuando le preguntasen por la labor de gobierno de Artur Mas y los casos de corrupción de CiU. Tampoco es que dicha respuesta fuese la repanocha, pero al menos era mejor que quedarse callado y poner cara de lemur (resumiendo mucho, dijo que él no estaba en ese gobierno, que hay cosas que él hubiera hecho de manera distinta, que cualquier miembro de Junts pel Sí al que se le encontrase un roto tendría que responder por ello, y que en todo caso lo que tocaba ahora era sumar fuerzas para lograr la soberanía). A fin de salir menos apaleado que en el debate de La Sexta, redujo su discurso a las sales esenciales (“Necesitamos las herramientas de un estado soberano” y, de nuevo, “Estas elecciones son el referéndum que no nos han dejado hacer”). Le funcionó. Con todo, deja la sensación de estar un poco en guerra ajena y de que Artur Mas, en su lugar, se hubiera comido crudos a los otros seis candidatos (sí, incluyendo a Baños). De Mas se podrá decir lo que se quiera (que si el 3%, que si se hizo indepe cuando le convino, que si tal) pero nadie puede negar que, hablando ante un micro, no lo tumba ni Dios.

Androides de protocolo: Miquel Iceta (PSC), Ramon Espadaler (Unio), Inés Arrimadas (Ciutadans), Lluis Rabell (Catalunya Sí que es Pot)
Si una cosa hay que reconocerle al independentismo es que, al hablar del déficit económico catalán, te vende una idea. Será todo lo alocada/fantacientífica que se quiera, pero al menos es una idea y es ilusionante: un estado propio nos daría más dinero y más recursos que gestionar (sobre el papel, suena bien). El frente unionista, en cambio, vende un “sigamos igual pero cambiando” que se entiende poco y trempa aún menos. Nos cuentan que tienen grandes planes económicos y sociales, pero no aclaran de dónde van a sacar la pasta para implementarlos ni por qué, si tan claro está todo, no se ha hecho hasta ahora. Iceta, Espadaler, Arrimadas y Rabell abundaron en esto, cada uno con sus matices, y sonaron a discurso viejo. Arrimadas, pese a todo el coaching que ha recibido para hablar en público, no dice suficientes cosas como para llenar tres debates completos (y las que dice no las concreta, más allá de enumerarlas todo el rato contando con los dedos). Rabell (al que sus asesores le pusieron esta vez un traje de anchas hombreras que le hacía parecer Kingpin) se enroca en que todo pasa por esperar hasta diciembre y tumbar al PP en Madrid. O sea, todo pasa por algo que tiene que ocurrir en otro sitio y que, de hecho, lo más probable es que ni siquiera ocurra. En cuanto a Iceta y Espadaler, se compenetran ya tan bien a la hora de atacar a Junts pel Sí y proponer un federalismo de la Srta. Pepis que, tras su más que previsible descalabro electoral, podrían ganarse la vida como pareja cómica (Espadaler, que es más serio, haciendo el papel de augusto, y el cachondo Iceta como cariblanco). Incluso podrían reutilizar los mismos chistes que han estado explicando en estos tres debates.

Esbirro del Lado Oscuro: Xavier García Albiol (PP)
Cuando empezó la campaña comenté a unos amigos que, más allá de lo facha que llega a ser el tipo, la elección de Albiol como relevo de la ya amortizadísima Alicia Sánchez-Camacho era un acierto para el PP catalán, porque su perfil agresivo movilizaría el voto de la mano dura y podía hacerle daño a Ciutadans. Sin embargo, y aunque CUALQUIER COSA hubiera sido mejor que la Camacho, creo que a nadie escapa que Albiol ha resultado ser un candidato muy decepcionante en lo mediático, un orador mediocre con tendencia a empanarse y con un lenguaje corporal muy limitado (ese constante dirigir el tráfico con las manos…). Estuvo patético sacando por tercera vez en tres debates el papelito de la Generalitat que hablaba de corralito (“CO-RRA-LI-TOW”, como dice él, separando mucho las sílabas, igual que si estuviera haciendo un anuncio radiofónico de una marca de pollos a l’ast), y se le cruzaron los cables varias veces con lo de los catalanes dejando de ser europeos si nos independizamos (¿Really? ¿Los cuatro hijos de la Infanta Cristina, por ejemplo, perderían súbitamente la ciudadanía europea? Hostia, esto no me lo pierdo…). Varias de sus intervenciones eran recibidas con risas por los otros siete contertulios (sí, Terribas included), y él ni siquiera se enfadaba.

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TERCER ASALTO Y MEDIO: EL CARA A CARA DE 8TV
Cerramos el círculo volviendo al mismo canal donde empezamos, con un «one on one» entre José Manuel García-Margallo, ministro de asuntos exteriores del gobierno español, y Oriol Junqueras, líder de Esquerra Republicana de Catalunya y semi-camuflado número 5 en la lista de Junts pel Sí. Lo extraordinario de la cita (todo un ministro de exteriores “bajando al barro” a debatir con un líder indepe) desconectaba ya por completo el discurso cavernícola de que esto son unas elecciones autonómicas corrientes y molientes. Aparte, el elevado nivel de debate que se les sabía a los dos pájaros garantizaba un duelo eléctrico. El choque de trenes de la campaña.

La cosa se había ido calentando en los días previos hasta llegar a cobrar más relevancia que los tres debates anteriores juntos. Muchos en la cúpula del PP estaban cagaditos, no entendían qué réditos podía reportar el asunto y desconfiaban de Margallo, al que ven como una especie de díscolo ye-ye porque se ha manifestado a favor de estudiar una eventual reforma de la Constitución. Aparte, el día anterior se había producido el inenarrable momento “Pues, eeeeh… ¿y la europea?” de Marianico el corto en Onda Cero, que en apariencia había hecho saltar por los aires el principal argumento del miedo en contra de la secesión.

Con las cosas más apretadas que nunca (según las encuestas) y la bolsa de indecisos que seguía sin desinflarse a 72 horas de que se abrieran las urnas, si algún debate televisivo podía acabar de decantar la balanza a favor o en contra de una mayoría absoluta barretinaire, era este. En un 90% de probabilidades la cosa no tendría ninguna influencia sobre el voto… pero claro, ahí estaba ese 10% restante, ese 10% de que uno de los dos metiera la pata con alguna declaración suicida o se sacara un conejo de la chistera. Por ese 10%, merecía la pena estar pegado a la tele. ¿Cervezas? Check. ¿Palomitas? Check. ¿Desconectar el móvil, a fin de evitar llamadas a medio debate de mi amigo Pedrín para contarme el último juego que se ha comprado en Gigamesh? Check. Me pongo las pantuflas, me repantingo en el sofá y bajo las luces. Josep Cuní aparece en pantalla, con los dos contendientes sentados frente a frente, Margallo a la izquierda de la pantalla, Junqueras a la derecha. No sé por qué, pienso en la peli Rocky (quizás por la cortinilla de presentación, muy “combate del siglo”, con primeros planos cerrados de Margallo en plan Mike Tyson y una imagen de Junqueras alzando los brazos y gritando durante un mitin, como si fuera Hulk Hogan). Collons, quins nervis…

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Pues bueno, tras una hora de debate, el ganador es… ninguno de los dos. O sea, a ver si me explico:

Margallo es una máquina de debatir, apabullante contrarrestando datos. No se trata de si lo que dicen uno y otro es más o menos cierto, más o menos exacto: Margallo suena convincente (recordemos que me estoy tragando esto como un espectáculo por sí mismo). Sin embargo, su discurso se apoya demasiado en papeles (típica escuela PP de debatir: tienen la superstición de que decir directamente “75%” es menos efectivo que mostrar un papel con una barra azul en la que ponga “75%”) y el tipo da un poco de miedo. Con todo, a base de enumerar leyes y contraleyes acaba logrando que su contrincante se haga la picha un lío y diga algo así como que los catalanes nos vamos a independizar pero seguiremos siendo españoles (¿WTF?). Junqueras ofrece en general una imagen relajada y simpática, habla de memoria (que siempre gusta) y mezcla los datos con sencillas apelaciones a la lógica. Cuando la discusión vira hacia las consideraciones sociales/sentimentales y el análisis de las políticas del PP, Junqueras consigue atragantar al rival y da sensación de poder liquidarlo, pero ya sólo quedan diez minutos de debate y no le da tiempo (de hecho Junqueras acaba pidiendo otro debate, porque se nota fino). Margallo se las ha ingeniado para que la mayor parte del partido se jugase en el terreno que más le convenía.

Al final los dos se lanzan mutuas flores (Margallo llega a decir que Junqueras es “el jefe”) y todo el mundo para casa. Ha sido, de largo, el mejor de todos los duelos dialécticos vistos en esta campaña. Hubiera cambiado sin dudarlo los tres debates a siete bandas por una horita más viendo a estos dos mostrencos intercambiar estocadas. Dicho esto y tal como se preveía, no se ha obrado el “10% mágico” y este debate va a tener poca incidencia (o ninguna) sobre la intención de voto. Nadie ha sacado los pies del tiesto con un titular que pueda ser utilizado de manera efectiva por el aparato de propaganda rival (ni Margallo ha repetido lo de que una Catalunya indie vagará por el espacio por los siglos de los siglos, ni Junqueras ha soltado ninguna de sus tontunas sobre los genes catalufos). Las personas afines a cada opción política dirán que ha ganado el suyo y santas pascuas.

CONCLUSIONES
Treinta y pico mil caracteres después, tengo la sensación de que no he dicho nada y os he aburrido hasta la muerte. Todo este post podría resumirse en: los debates electorales no sirven para un carajo. Sin embargo yo necesitaba poner toda esta mierda por escrito, purgarla del sistema, aunque no me leyese nadie. Por el camino creo que he dejado caer bastantes pistas acerca de lo que pienso sobre la zona geográfica en la que nací y resido, su independencia y la pastelera madre que nos parió a todos, que asimismo podría resumirse en: haced lo que os dé la gana y ya me diréis. Yo mientras tanto estaré viendo las dos temporadas que me faltan para acabar Community. Aunque al final, las vueltas que da la vida, me he acabado mojando y firmando un manifiesto que corre por ahí. ¿Por qué? Porque me lo pidió un amigo (al que le saco 20 años pero del que no paro de aprender cosas), porque me pareció chulo el texto y porque a mí también me gusta el rocanrol.

En un próximo post contaré lo que he hecho al final con mi voto y, después de eso, me tiraré una buena temporada sin escribir nada más sobre política. Volveré a hablar de pelis, de juegos, de series, de sexo, de electrodomésticos y de las anécdotas imbéciles que me ocurren a diario (¿Os he contado mi odisea paranoide la primera vez que usé Wallapop? ¿No? Pues esa es buena…). Es decir, volveré a escribir sobre las cosas importantes de verdad. Hasta entonces, lo más sensato que se me ocurre para acabar esto es citar al futbolista africano Emmanuel Amunike, ese insigne tuercebotas que militó temporada y media en el Barça (yo siempre defendí que el bueno era su compatriota Daniel Amokachi pero que, aprovechando lo parecido de sus nombres y la negritud de ambos, el representante nos vendió al tronco). Cuando Amunike salió al balcón de la Generalitat durante la celebración de una Recopa (o algo así) ganada por los culers en 1997, trincó el micrófono y pronunció una frase con la que me identifico plenamente (y que explica, por ejemplo, por qué me mola Antonio Baños): ¡Visca Calayuya!

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Atrapados en el ascensor

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Un tío entra en una farmacia llevando un bebé en brazos:
– “Buenos días, ¿tiene pomada para el culito del bebé?”
– “Sí. ¿Se la envuelvo?”
– “No, no hace falta… si me lo voy a follar aquí mismo…”.

Me encanta este chiste. Siempre me ha hecho reir muchísimo. Me gustan los chistes rápidos, que sacan el mejor partido a la economía de medios y que utilizan el lenguaje de manera certera, como parte de la gracia. En este caso, lo que me parece brillante es el súbito salvajismo de la “punchline”, un cambio de tono tan bestia respecto a las primeras dos frases de diálogo que es prácticamente imposible verlo venir la primera vez que te lo cuentan. ¿Es una burrada amoral y ofensiva? Sin la menor duda. Pero eso tiene poco o nada que ver con su eficacia a la hora de lograr que la audiencia suelte una carcajada por puros reflejos, antes de que le de tiempo a reflexionar y guardar las apariencias. Te pilla tan por sorpresa como un sartenazo en la cara.

El humor no tiene que ser ofensivo para ser divertido, pero del mismo modo puede afirmarse que el humor puede ser divertido precisamente porque es ofensivo, porque traspasa límites (y al hacerlo, nos explica cosas sobre nosotros mismos). Uno de los tebeos más descacharrantes que he leído jamás es Hitler = SS, de Vuillemin y Gourio, que según dicen se burla del holocausto. A mí, en cambio, siempre me pareció que (ya desde el título), lo que hicieron los dos autores fue experimentar usando los tópicos culturales y la cotidianeidad descontextualizada para poner a prueba los límites del humor y la libertad de expresión, cuando ambas nociones entran en conflicto con un “tótem moral” (y en nuestra sociedad sigue sin haber mayor tótem moral que el holocausto judío). En este sentido, Hitler = SS cabe en la misma categoría que películas como Funny Games (salvajada meta-lingüística de Michael Haneke), o ensayos satíricos como Una modesta proposición (donde Jonathan Swift apuntaba que la solución para acabar con la hambruna en Irlanda era que los pobres les vendiesen sus hijos a los terratenientes, para que éstos se los comieran). En realidad Hitler = SS ni siquiera se burlaba de nadie en particular, por la sencilla razón de que trataba de idiotas por igual a todos los personajes que aparecían en sus páginas, ya fuesen judíos o nazis.

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Sea como sea, mi intención hoy no era hablar sobre si el humor tiene límites, un tema que últimamente está muy de moda pero sobre el que no soy capaz de aportar nada más lúcido que lo que se dice, sin ir más lejos, en este acojonante cómic de John Tones y Guitián. No, mi intención con esta entrada de blog es dejar patente mi pereza. La pereza que me ha dado estos días ver a Manuela Carmena echar a los pies de los caballos a Guillermo Zapata, edil de Ganemos Madrid que tuvo que acabar dimitiendo como recién nombrado concejal de cultura de la ciudad, porque hace cuatro años (cuatro-putos-años) se le ocurrió compartir en Twitter un par de chistes a mala gaita. Chiste número 1: “¿Cómo meterías a cinco millones de judíos en un 600? En el cenicero”. Chiste número 2: “Han tenido que cerrar el cementerio de Alcásser para que Irene Villa no vaya a por repuestos”. Lo peor que puedo decir es que ambos chistes son bastante viejos y no demasiado buenos. Yo mismo he contado algunos igual de bestias pero claramente más divertidos (“Mamá, mamá, ¿por qué estamos montando el pesebre de Navidad en septiembre?» «Hija, porque tal como estás de la leucemia no llegas a diciembre ni loca.”). Cuando explico un chiste, sea del color que sea, mi preocupación exclusiva es que el remate sea chisposo, no si tal o cual colectivo puede llegar a molestarse. A la mayoría de cómicos de stand-up que me gustan les ocurre lo mismo.

Pero estaba hablando sobre la pereza, sí. Me dio pereza que Manuela fuese tan cobardica como para establecer comparaciones mochales con Charlie Hebdo, diciendo que se siente “muy distanciada del humor cuando provoca que maten a alguien”. ¿Perdón? Decir que el humor provoca que maten a la gente es igual de gili-tonto que decir que El guardián entre el centeno provocó el asesinato de John Lennon. No, a John Lennon lo mató Mark David Chapman, que era un psicópata; y la masacre de Charlie Hebdo la causaron unos extremistas islámicos con AK-47, no una colección de caricaturas.

Me dio casi la misma pereza que a continuación Guillermo Zapata reculara y se disculpara por su gracieta. Con eso, dejó en mal lugar a todos los que entendemos que contar chistes (aunque sean tan negros como por ejemplo los del dibujante Ivan Brunetti) o disfrazarse de emperador romano en una fiesta de carnaval no tiene nada que ver con enaltecer la pedofilia, el genocidio, la xenofobia, el totalitarismo ni ninguna otra mandanga. Lo que tendría que haber hecho Zapata era demostrar coherencia, clavar los pies en el suelo y cortar de raiz el tema, dejando claro que cualquiera que, a partir de dos chuscadas en Twitter, infiera que eres antisemita o pro-etarra, es que es tonto de baba. Cuando hasta Irene Villa, la “víctima” de uno de los chistes de marras, sale diciendo que se la rempampinfla el asunto, que le preocupan mucho más los ataques contra políticos que ni siquiera han empezado a gobernar, y que de hecho su chascarrillo favorito sobre ella es el que la define como “la mujer explosiva”, sería para que más de uno se tapara.

(Nota mental: la dimisión de Zapata me pareció acertada, pero no por los chistes propiamente dichos sino por haberse revelado como un merluzo. Alguien con tan pocos dedos de frente como para aspirar a un cargo político manteniendo una cuenta de Twitter por la que sus oponentes lo pueden despedazar, demuestra no estar lo bastante maduro como para ser concejal de cultura de Madrid. Selección natural. Un zote menos gestionando fondos públicos. Congratulémonos…)

Al final, las reacciones de Carmena y Zapata son un simple derivado de su falta de experiencia y de la premura en responder LO QUE FUESE ante la presión de la opinión pública para que dieran explicaciones; y eso es lo que me da más pereza de todo. Disculparse por unos chistes es un error, porque con ello están dando por bueno un estándar muy cateto de listón moral para los que vengan detrás; de algún modo legitimizan que PP y PSOE les sigan lanzando durante toda la legislatura este nivel de ataques; y por «nivel» me refiero tanto a la cantidad como a la calidad. Suele hablarse a menudo de los 100 días de confianza que merece todo político nuevo en el cargo. A estos no les van a dejar trabajar tranquilos ni 24 horas. Es tan apabullante como ridículo.

Esta misma semana, los NOTICIONES sobre Podemos han sido que Manuela Carmena ha «renunciado a sus principios» y va a usar el coche oficial en vez del metro para acudir a actos consistoriales a lo largo del día (por lo que se ve, algunos preferirían que en pos de la coherencia extrema perdiese horas de curro haciendo transbordos), que un concejal de Alcobendas está incitando al odio y a la violencia con las letras de las canciones de su banda de punk Kaos Urbano (cuando uno está en política al parecer no puede cantar nada que sea más abrasivo que Georgie Dan), o que Ada Colau y Pablo Iglesias se han quedado atrapados en un ascensor del ayuntamiento de Barcelona, y han pasado el rato hasta que los han sacado de allí haciéndose selfies y soltando coñetas tuiteras (los que dicen que un político debe dar permanente imagen de formalidad no deben estar al tanto de la afición que tenía Abraham Lincoln por hacer bromas para rebajar tensión, incluso en los momentos de mayor crisis…).

Nunca he sido particularmente fan de Pablo Iglesias (físicamente me recuerda de manera inquietante al músico electrónico Aphex Twin, y su discurso mesiánico y completamente desprovisto de humor me resulta más bien cargante), pero cada vez que la rama más encorbatada y cariacontecida de la opinología política me intenta comparar a los cargos de su partido con los protagonistas de la serie de TV The Young Ones, lo único que consigue es acercarme un pasito más a él y los suyos. Porque al fin y al cabo me siento infinitamente más conectado a una freak que practica el activismo político disfrazándose de Super-abeja Maya, que a alguien que se presenta a unas elecciones vendiéndose como la versión 2.0 de Moises.

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Para mí, lo más interesante del actual momento político es algo que parecía impensable hace sólo dos años: que hayan aparecido nuevas caras y nuevas formaciones con opciones de desalojar a los de toda la vida; y como ya dije en una entrada anterior de este mismo blog, no me importa demasiado que esos recién llegados se equivoquen, se contradigan o incluso se vean obligados a matizar sus promesas electorales, una vez comprobado que es mucho más jodido ejecutar un plan que diseñarlo. No me importa nada de eso, porque no albergo la pretensión de que los políticos que me representan sean seres de luz infalibles, llegados hasta nuestra realidad desde una dimensión alternativa. Tengo bastante claro que son personas igual que yo, y que por tanto van a cagarla igual que la cago yo. Muchas veces, además. Ayer mismo compré mantequilla en el supermercado (Central Lechera Asturiana Ligera, con un 50% menos de grasa pero todo el sabor) y al llegar a casa descubrí que tenía otros dos tarros por estrenar en la nevera. Shit happens. Así pues, con que se esfuercen todo lo que puedan tengo suficiente. Al menos de momento.

Pero anda que como luego resulte que las Colaus, las Carmenas y los Pablemos lo hacen bien una vez que empiecen a tomar decisiones… Anda que como resulte que, dentro de sus posibilidades, regeneran el ámbito político, consiguen abrir vías de diálogo en asuntos que parecían estar en dinámicas de no retorno y aplican leyes que, una vez rebajadas las expectativas y aparcado el tremendismo, funcionan (imaginemos la posibilidad; ¡sería de locos!)… Si algo de eso pasa, todo este microanalizar gestos, tweets, entrevistas, chascarrillos, selfies y cambios de coche que domina ahora los medios (a falta de poderles dar cera por cosas serias) va a cundir para publicar una divertidísima antología del disparate; y bueno, si resulta que todos los agoreros acaban teniendo razón y nos vamos de cabeza al barranco, pues habrá que plantearse en serio dedicar fondos públicos a financiar un estudio sobre la existencia de la precognición. Yo qué queréis que os diga.

Porque sea como sea, la sociedad española tampoco puede llegar a estar mucho más dividida y desilusionada de lo que la han dejado los partidos tradicionales. Es difícil que la cosa se denigre aún más (y si ocurre, ya lo dije: cuatro años de legislatura y a la puta calle). En efecto, España vive ahora mismo «atrapada en el ascensor»; y nos hemos tirado generaciones enteras pulsando el botón de alarma, y aquí no ha venido ni Dios a arreglar nada. Ahora falta ver lo que pasará cuando finalmente aparezca un operario que consiga abrir las puertas. Porque dentro del ascensor huele ya mucho a cuco, y hace un calor de la hostia, y la verdad es que nos sentimos todos bastante incómodos. No creo que quede demasiada gente interesada en llegar al piso de destino. Más bien, la mayoría de ocupantes estamos deseando salir de una puñetera vez y subir por las escaleras…

El disputado voto del Sr. Pamundi

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Pues ayer voté en las elecciones a la alcaldía de Barcelona, sí sí sí sí (Shocking News para cualquiera que me conozca). No lo había dicho antes porque una cosa es dar tu opinión y otra muy distinta dar mítines («Yo voy a hacer esto, vosotros tendríais que hacer lo mismo», y demás cansinismos internáuticos), pero el caso es que voté. Es la tercera vez que ejerzo ese derecho en mi vida, y la segunda que lo hago en unas municipales. Este 2015 el meollo electoral está tan divertido que creo que voy a votar las tres veces. Los abstencionistas convencidos es lo que tenemos, que lejos de dar lecciones morales al prójimo nos parece igual de válido a nivel democrático meter/no meter el papelito en la urna; y cuando decidimos hacerlo sube el pan, porque somos un factor de despiste con el que nadie contaba.

Lo que tengo claro es que, de aquí hasta que me muera, sólo voy a movilizarme en favor de partidos que presenten como cabeza de lista a una mujer. ¿Suena a argumento chorra? Bueno, hay para quien lo fundamental es el independentismo (por encima incluso de ideologías izquierda-derecha), y hay para quien lo fundamental es la lealtad de voto (sin importar el currículum de escandalazos que acumule el partido en cuestión). Me parecen motivos legítimos y suficientes para decidirse por una opción. En mi caso, simplemente es que no me interesa que sigamos mandando los tíos, creo que ya hemos gobernado durante los suficientes siglos como para demostrar lo subnormales que somos en líneas generales. Les toca a ellas. Hace ya demasiado que les toca a ellas. Llegados a este punto, creo que la discriminación positiva llevada al extremo más absurdo es la única vía posible para lograr la igualdad de una puñetera vez; y si hay que sacrificar a una generación entera de machos (la mía, concretamente), pues nos jodemos. Mucho peor que nosotros no lo podrían hacer aunque se esforzaran, les llevamos varias guerras mundiales de ventaja (además, creedme, el feminismo es un argumento con el que se folla más).

Por lo tanto, esta máxima limitaba mis posibilidades de voto a tres opciones básicas: Barcelona en Comú, la CUP y Ciutadans. Descartando automáticamente a estos últimos (bromas las justas), me quedaban Ada Colau y María José Lecha. Tras darle ciertas vueltas al asunto, me decanté por la primera (Shocking News 2.0). ¿Por qué? Pues porque mi segunda prioridad era desalojar a la derecha del consistorio de la ciudad en la que vivo, y no había nadie más con opciones reales de lograrlo (tal y como se ha demostrado). También porque, por correa de transmisión, a mí la que me caía bien de verdad era la candidata de Ahora Madrid, Manuela Carmena, pero a esa no la podía votar (y pese a que ha quedado segunda y normalmente está feo no dejar que intente formar gobierno la lista más votada, en este caso los madrileños tienen todo mi apoyo para pactar hasta con el mismo Belcebú, con tal de echar a la puta calle a Esperanza Aguirre, la dicharachera Dame Commander pepera; es que quiero que se retire ya porque ardo en deseos de que escriba sus memorias…).

Aparte, yo no soy independentista, lo cual matizaba las simpatías que me produce la CUP (aunque en un hipotético referendum por la secesión catalana votaría SÍ/SÍ/SÍ porque España ya me tiene hasta los cojones incluso a mí, porque ha demostrado sobradas veces que no hay la más mínima voluntad política de acercar posturas y porque creo que, si nos hemos de independizar, cuanto más cohesionado y sólido sea el resultado menos daño social nos haremos). De los tres agentes políticos que están moviendo el proceso por el Dret a Decidir, la CUP es de muy largo el más fiable, el más genuino y el más honesto, y espero que en las próximas autonómicas arrasen (que creo que lo harán, porque pese a lo que digan muchos analistas tronados, buena parte del voto que ayer fue a Colau se trasvasará hacia ellos; porque ideológicamente, oh botarates, la CUP está más cerca de Barcelona en Comú que del alcanfor de CiU). Pero vamos, que esos pequeños matices me acabaron llevando hacia la Colau.

Ada Colau me parece una persona a la que, en efecto, igual el cargo de alcaldesa le viene grande. Una persona que posiblemente se vaya a equivocar mucho, que no vaya a saber gestionar las situaciones de crisis urbana que le vengan (por ejemplo, quedándose como un conejo delante de los faros de un coche si hay una macro-nevada o un aguacero que colapsen la ciudad), que vaya a representar a Barcelona de manera un tanto patosa en cuanto a imagen internacional… todo eso me parece factible, sí. Pero, ¿sabéis qué? ME LA PELA. Me la pela porque la Colau también me parece fundamentalmente una buena persona, y eso es algo que no puedo decir de la mayoría de mangantes encorbatados que han manejado mi alcaldía durante casi cuatro décadas; y porque los contraargumentos que os llevo escuchando a muchos de vosotros durante el último mes y medio son que es feminista, que es una cumba y que está gorda. Si hablamos de simplificaciones y de voto inmaduro, sospecho que no soy yo el que se lo tiene que hacer mirar. Sí, también me tenéis hasta los cojones.

Ya digo, es más que posible que la Colau no esté a la altura del desafío, claro; pero sinceramente, en este minuto de partido prefiero gente que no esté preparada, ni tenga bagaje, ni experiencia, ni haya tocado poder… pero que en cambio me parezca gente honrada, de la que me pueda fiar y con la que me identifique hasta cierto punto. O sea, yo me veo en la piel de esta tipa y creo que podría pisar muchos de los mismos rastrillos que va a pisar ella. Cuando por ejemplo haga unas declaraciones metiendo el remo y por culpa de eso el World Mobile Congress se pire de BCN, o cuando intente poner en práctica una idea de bombero como la del dinero local (los billetes de Monopoly) y la cosa sea un desastre, pensaré «esto me podría haber pasado a mí, porque yo también soy un idiota”. Pero no creo que vaya a estafarme, y eso ya es mucho; y oye tú, si nos estafa, dentro de cuatro años la chutamos al río y listos.

Estoy hasta los cascabeles de tipos «profesionales» y «preparados» que me tratan como si fuera un niño tontaina, de partidos tradicionales que se consideran los únicos legitimados para gobernar, de políticos clasistas que siguen considerando que el poder es un coto privado al que se accede sólo por línea sucesoria o por recomendación de algún otro miembro de la secta. Por tanto, que aparezca de pronto un movimiento social de base ciudadana y le pegue un sartenazo en la cara a toda esa caterva, no tiene precio. ¿Que el 15-M no sirvió para nada? ¿Que el souffle había bajado? Pues ahí lo tenéis. ¿Son unos populistas, unos radicales, y un fenómeno mediático? Pues ya véis cómo está la cosa de calentita, que aún así los seguimos prefiriendo a ellos que a los de siempre. Seguid ignorándonos y practicando el sofisma, seguid…

Por último, me encanta el caos potencial que algo tan bizarre como Barcelona en Comú puede generar en los próximos meses. El caos es algo que me divierte mucho cuando me siento a comer y pongo las noticias. Quiero ver hundirse al Titanic. Quiero ver explotar Neo-Tokyo. Quiero ver arder Roma.

¿Vosotros no?

Quince clásicos de la literatura universal en un minuto

Biblioteca

Sant Jordi. Día del Libro. Me chifla esta fiesta. Me encanta esa modestia de ser un festivo en día laboral, como quitándose importancia. Me encanta lo guapa que se pone Barcelona (cuando no viene la lluvia a joder la marrana); y me encanta, sobre todo, que sea una jornada popular pero a la vez plácida, en la que la gente toma la calle no para tirar petardos ni hacer puñeteras maratones (mi abuela siempre me decía «No te fíes de la gente que corre; si corren, es que algo han hecho», y sigo pensando que tenía razón), sino para pasear y comprar libros.

Ya, ya lo sé. Comprar libros… que luego nadie se lee. Porque en España, reconozcámoslo, no lee ni Dios. Según el último barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas, el 35% de los españoles no lee nunca o casi nunca, y además se la pela (esto último no lo dice el barómetro, lo añado yo). Resulta un dato escandaloso, aunque tampoco me parece que podamos tomarlo de manera literal, porque de lo contrario ese 35% de tarugos ya se habrían matado a sí mismos al tragarse algún medicamento sin mirar el prospecto (y sin embargo, yo miro a mi alrededor y no hago más que ver por todas partes idiotas vivitos y coleando). Pero el caso es que nadie lee, ya me entendéis. Se dice que muchos niños de esta generación saben interactuar mejor con una tablet que con un libro. Eso no supondría ningún problema si se tratase de un mero cambio de soporte, pero no es así. Lo triste del caso no es que le des un libro a un chaval y lo primero que haga sea buscarle el botón de encendido, lo triste es que si le das una tablet lo ÚNICO que hará con ella será jugar al Plants Vs. Zombies.

someone-is-wrong-on-internetLa gente no lee porque no tiene tiempo (las galas de los reality shows de Tele 5 son cada vez más largas, y además hay un montón de bullshit a la que atender en Facebook y en Twitter), porque tampoco tiene demasiadas ganas (preferimos esperar a ver la serie cuando la hagan, sobre todo si se trata de cosas como Juego de Tronos, que acaban por adelantar a los libros convirtiéndolos así en novelizaciones), y porque decididamente no tiene dinero para permitírselo (con lo que cuesta un tochaco en tapa dura te alcanza para dos gintonics de Hendricks y Fever Tree; ¿dónde está el debate?).

E incluso entre los pocos que leemos, lo cierto es que la mayoría leemos puro estiercol. Actualmente, los títulos más populares para el público adulto son las sagas juveniles catetas (los pseudo-vampiros de Crepúsculo, la distopía chic de Los Juegos del Hambre y horteradas similares), o los desvaríos magufos del entrañable morning-singer Eduard Punset. Ambos ejemplos demuestran bien a las claras el lamentable listón de exigencia que nos imponemos a nosotros mismos. Nuestra sociedad, no cabe duda, se está convirtiendo a paso ligero en un gigantesco y acrítico criadero de amebas. El panorama es tan desolador que uno acaba añorando los tiempos en que los autores más leídos eran J. J. Benítez o Barbara Cartland (poca gente lo sabe, pero si te pones delante del espejo y dices «Barbaracarlan Barbaracarlan Barbaracarlan» ocurre como en la película Candyman: se te aparece y te dice ¡Aaaaay que te cojoooo!»).

Really-High-Guy-Meme-Takes-On-Reading-BooksTotal, que nadie lee, y menos aún a los autores clásicos; y no, vosotros tampoco lo hacéis, no me vengáis ahora con milongas. Pero tranquilos que aquí estoy yo, el CRITERIO, para remediar esa minusvalía espiritual y llevaros hacia la luz: bajo estas líneas os he preparado una suculenta selección de 15 obras maestras de la literatura universal reducidas a su mínima expresión, a sus sales esenciales, deshidratadas como si fueran comida para astronautas. Apenas os llevará unos segundos leer cada una de ellas, las más largas no más de un minuto. ¿Para qué meterse entre pecho y espalda un ladrillazo de casi mil páginas como Moby Dick (que de pronto, a mitad del libro, el chalao de Herman Melville te corta la acción y se pone a explicarte los tipos de ballena que hay en el mundo), cuando con el gracioso resumen de apenas doscientas palabras aquí incluído ya vas que te estrellas?

Las presentes sinopsis deberían bastar para soltar un par de ocurrentes chascarrillos en cualquier reunión social, aparentando que uno tiene cultura y carisma, y aumentando por lo tanto las posibilidades de encontrar a alguien con quien follar al final de la velada. Que oye, no nos engañemos, en realidad es lo que buscamos todos, ¿no? Volviendo a Eduard Punset, ¿para qué creéis que iba el tío a casa de aquellas tres chavalicas en el anuncio del pan de molde y les soltaba toda esa mierda Jedi sobre el doble horneado? ¿Y más teniendo en cuenta que ellas le advertían que NUNCA COMEN PAN? Observad su mirada de sátiro durante todo el spot. Para hablar de literatura no iba, ya os lo digo yo…

QUINCE CLÁSICOS DE LA LITERATURA UNIVERSAL EN UN MINUTO

1. Orgullo y prejuicio, de Jane Austen
Mr. Darcy: ¡Oh, ninguna mujer me parece lo bastante buena como para casarme con ella!
Elizabeth Bennet:  ¡Oh, nunca toleraría casarme con un hombre tan orgulloso como éste!
(al final, ambos cambian de opinión)
FIN

2. El retrato de Dorian Gray, de Oscar Wilde
Basil Hallward: Hay que ver Dorian, qué bonico es usted ¡Le voy a pintar!
(lo pinta)
Lord Henry Wotton: Y qué vicio tiene además… ¡Venga, vámonos de putas!
(se van)
Dorian Gray: ¡Ay, si pudiera mantenerme joven, y que el retrato envejeciera por mí!
(así ocurre)
Dorian Gray (años más tarde): ¡Joder, qué harto me tiene ya el cuadro de los cojones!
(se mata)
Los criados de Dorian Gray: Esto se veía venir. El señorito no andaba fino.
FIN

3. Rebelión en la granja, de George Orwell
Algunos cerdos con nombres divertidos como «Napoleón» o «Bola de Nieve» lideran una revuelta animal contra su granjero humano. Tras alcanzar sus objetivos políticos se pasan un tiempo haciendo el vaina y jugando al póker. Luego abrazan la dictadura. El cerdo Napoleón simboliza a Stalin.
Es todo razonablemente metafórico.
FIN

4. Adios a las armas, de Ernest Hemingway
Frederick Henry:
 Hay que ver, qué coñazo es estar en Italia durante la Gran Guerra, lejos de mi amada Catherine.
Catherine Barkley: ¡Querido, he venido a buscarte! ¡Escapémonos a Suiza, que lo pasaremos pirata, ya verás!
(para allá que se van)
Frederick Henry (tiempo después): Oye, pues tenías razón. Esto de Suiza es la lech…
Catherine Barkley: Ay, calla calla… que me está entrando una flojera, así de pronto…
(Catherine muere)
Frederick Henry: Esta puta guerra me ha convertido en un cínico.
FIN

5. Romeo y Julieta, de William Shakespeare
Romeo: ¡Oh, Julieta!
Julieta: ¡Oh, Romeo!
Romeo: ¡Oh, Julieta!
Julieta: ¡Oh, Romeo!
Romeo: ¡Oh, Julieta! (muere)
Julieta: ¡Oh, Rom…! ¿Romeo?… Mierda.
FIN

6. Los viajes de Gulliver, de Jonathan Swift
(Gulliver viaja como si no hubiera Dios)
Un habitante de Lilliput: Aquí somos todos pequeños.
Un habitante de Brobdingnag: Aquí somos todos grandes.
Un habitante de Laputa: Aquí flotamos.
Un caballo: Aquí los animales hablamos.
Gulliver: La conclusión que he sacado de mis aventuras es que los humanos son profundamente gilipollas.
FIN

7. La metamorfosis, de Franz Kafka
Gregorio Samsa: ¡Ostia puta! ¡Soy un bicho!
La familia de Gregorio Samsa: ¡Ostia puta! ¡Es un bicho!
(al cabo de un tiempo, Gregorio Samsa muere)
FIN

8. Guerra y paz, de Leo Tolstoy
Leo Tolstoy: Las vicisitudes históricas controlan todo lo que hacemos, así que no vale la pena detenerse a observar en detalle los actos de los individuos, porque son irrelevantes. Para demostrar este argumento, voy a examinar en detalle los actos de más de 500 individuos durante 1200 páginas.
(1200 páginas después)
Leo Tolstoy: ¿Véis lo que os decía?
FIN

9. El guardián entre el centeno, de J.D. Salinger
Holden Caulfield: Me rallo, me rallo, me rallo, me cago en todo, me rallo, me rallo, me cago en todo, me rallo, estoy confuso. El mundo de los adultos apesta. Los adolescentes somos unos locuelos.
FIN

10. El sueño de una noche de verano, de William Shakespeare
Hermia, Lysander, Demetrio y Helena: ¡Estamos todos enamorados de la persona equivocada!
(se van al bosque, les pasan cosas rarísimas, se emparejan correctamente y viven felices para siempre)
FIN

11. Jane Eyre, de Charlotte Brontë
(la gente en general trata mal a Jane Eyre)
Edward Rochester: Jane, tengo un secreto oscuro. ¿Te quedarás a mi lado sea lo que sea?


Jane Eyre: Sí.
Edward Rochester: No me acabo de fiar.
Jane Eyre: Te estoy diciendo que sí. No aturdas.


Edward Rochester: Ok. Mi secreto es que tengo una esposa lunática.
Jane Eyre: Me piro, pero ya.
(Jane Eyre se marcha; Jane Eyre vuelve)
Jane Eyre: Oye, que me lo he pensado y me quedo contig… Uuuuh… ¿pero qué te ha pasado, pichón?


Edward Rochester: Mi esposa se ha suicidado y me ha dejado manco y ciego.
Jane Eyre: Bueh, es igual; he dicho que me quedaba y me quedo. Total…
Edward Rochester: ¿Seguro que no te doy angustia?
Jane Eyre: Va, calla y tira, cansino.
FIN

12. El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes
PRIMERA PARTE
Don Quijote: Pero, ¿qué ven mis ojos? ¡He de hacer algo! El Código de Caballería me demanda que:
– A) Desfazca este entuerto,
– B) Destruya a esta criatura demoníaca,
– C) Ayude a esta víctima desvalida.
Sancho Panza: Que no mi señor, que no. Que estamos ante otra situación completamente normal y corriente.
Don Quijote: Calla, calla; yo tiro.
(Don Quijote se cae del caballo)
Sancho Panza (para sus adentros): Menos mal que tengo este carácter campechano, porque cualquier otro lo mandaba a la mierda.
(toda la escena anterior se repite numerosas veces)

Segunda parte
(la escena de la primera parte se repite numerosas veces; a Don Quijote le entra fiebre)
Don Quijote: ¡Ay, Sancho, ahora me doy cuenta de lo que me decías! ¡Qué loco estoy, hostias!
(Don Quijote muere)
Sancho Panza: A buenas horas mangas verdes.
FIN

13. Retrato de una dama, de Henry James
Caspar Goodwood: Isabel, soy un tipo la mar de majo, te quiero y soy rico. Cásate conmigo.
Isabel Archer: Mmmmh… no.
Lord Warburton: Isabel, soy un tipo la mar de majo, te quiero y soy rico. Cásate conmigo.
Isabel Archer: Mmmmh… no.
Gilbert Osmond: Isabel, soy un manipulador, un cazafortunas y te voy a arruinar la vida. Cásate conmigo.
Isabel Archer: Mmmmh… vale.
FIN

14. Hamlet, de William Shakespeare
Hamlet: Me quejo… me quejo… me quejo… qué mal rollo de familia… ser o no ser, y tal… fenezco.
FIN

15. Moby Dick, de Herman Melville
Ismael: Mi nombre es Ismael. Ahí lo dejo.
(Ismael se enrola en el barco ballenero del capitán Ahab)
Capitán Ahab: Tripulación, a ver una cosa. Vamos a ir en busca de la ballena blanca que me dejó cojo, y vamos a matarla.
Tripulación: ¡Oh, pobres de nosotros! ¡Tu obsesión de venganza será nuestra ruina!
Capitán Ahab: Ya, bueno… Es lo que hay. Hala, a navegar.
(navegan a tutiplén; casi encuentran a la ballena blanca; entonces casi encuentran a la ballena blanca; entonces casi encuentran a la ballena blanca…)
Herman Melville: Hola, soy el autor. Voy a romper la cuarta pared un rato para explicaros que el mar está lleno de peces.
(siguen navegando; casi encuentran a la ballena blanca; entonces casi encuentran a la ballena blanca; entonces casi encuentran a la ballena blanca; entonces ENCUENTRAN a la ballena blanca)
Capitán Ahab: ¡Toooma arponazooo!
Moby Dick (para sus adentros): Vas a pillar lo que no está escrito, campeón.
(todo el mundo muere excepto Ismael; se veía venir desde el principio)
FIN

P.D. del lector: Herman Melville era TONTACO, porque Moby Dick no es una ballena blanca, es un CACHALOTE.

Diumenge de Rams

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En el verano de 1978 yo tenía 9 años (a punto de cumplir 10), y en los cines de toda España se estrenaba la comedia dirigida y protagonizada por Warren Beatty El cielo puede esperar, remake de la muy entretenida El difunto protesta (Alexander Hall, 1941). Por aquel entonces Warren Beatty era una estrellaza de Hollywood cuyo anterior filme, Shampoo, había reventado la taquilla y le había valido una nominación a los Oscar (como guionista) y otra a los Globos de Oro (como actor de comedia). El cielo puede esperar suponía, además, su debut tras la cámara.

Por tanto, la película se estrenó a todo trapo en Barcelona, en el cine Coliseum (uno de los más grandes de la ciudad), con un cartel gigantesco presidiendo la fachada. Era una ilustración extraordinariamente detallada (obra de Birney Lettick, autor de muchas portadas para la revista Time), en la que se veía al protagonista vestido con chandal y zapatillas de deporte, mirando en actitud casual un reloj de mano, mientras ignoraba las luces celestiales que se anunciaban a su espalda. Lo que llamaba más la atención, no obstante, lo que le daba toda su fuerza visual y tenía capacidad para disparar la imaginación de un niño, eran las gigantescas alas de ángel con las que estaba equipado el personaje. En conjunto, parecía un superhéroe en su día libre. Es una ilustración de otra época, de una escuela que hoy apenas existe, de cuando los posters de cine eran pequeñas obras de arte que decían algo, que te intrigaban y te arrastraban a comprar una entrada. Hoy todo son putas fotos de cabezas flotantes.

Yo pasaba a menudo por delante del Coliseum, y siempre se me quedaban los ojos clavados en el cartel, como si fuera un perro viendo una ristra de salchichas. Aquella imagen me generaba una fascinación y una curiosidad tremendas, y no me la quité de la cabeza hasta que por fin conseguí ver la película (al año siguiente, en un cine de verano en Tossa de Mar). Para ser una comedia romántica, me folló la mente más allá de toda lógica. Por algún motivo que ignoro se fijó en mi subconsciente hasta el punto de que aún hoy, cuatro décadas más tarde, se me hace un nudo en la garganta sólo con escuchar el estupendo tema musical de Dave Grusin.

De todos modos, más allá de la calidad de El cielo puede esperar como comedia con toques de género fantástico (a mí me parece que es estupenda y que le da sopas con honda a la original), lo que más me llamó la atención fue su trasfondo de fútbol americano: en principio el personaje central debía haber sido un boxeador, al igual que en la película de 1941, pero la negativa de Muhammad Ali a protagonizarla llevó a Beatty a asumir él mismo el papel, modificando la trama para que fuese el quarterback titular del equipo de fútbol americano Los Angeles Rams. Aunque en los años 70, en España, el fútbol americano era tan desconocido como el sánscrito, a mí eso me dio igual; con lo que yo me quedé prendado de inmediato fue con el equipamiento de los Rams y en especial con su casco, de un llamativo color azul y decorado por unos espectaculares cuernos amarillos. Me hice fan de los Rams antes incluso de hacerme aficionado 09000d5d8201f90a_gallery_600al fútbol americano. Fue, simple y llanamente, un puñetero flechazo. A día de hoy los Rams siguen siendo mi primer equipo deportivo, por delante incluso
del F.C. Barcelona. Cambiaría sin pensarlo
un instante todas las Champion Leagues blaugrana por otros tantos trofeos Vince Lombardi para los Rams (que desde el año 1995 ya no están en Los Angeles sino en St. Louis, aunque últimamente abundan los rumores acerca de su retorno a la soleada California). Mis amigos dicen que estoy chalao. Yo les respondo que tenía 9 años.

Uno se engancha a un equipo deportivo por razones muy diversas, aunque casi todas tienen que ver con vínculos emocionales y/o familiares. En el caso de los equipos de tu ciudad o tu país natal la conexión es evidente, pero en cuanto a los equipos de ligas americanas, que difícilmente has mamado desde pequeño (en especial la NBA y la NFL), acostumbran a establecerse nexos singulares, y suelen tener que ver con la admiración que despiertan los ganadores. Así, quienes descubrimos la NBA en los 70 y principios de los 80 nos hicimos de los L.A. Lakers (Magic Johnson, Abdul Jabbar…) o de los Boston Celtics (Larry Bird, Kevin McHale…), mientras que quienes la descubrieron una década más tarde se hicieron de los Chicago Bulls (Michael Jordan y otros cuatro tíos que jugaban a su lado). De manera similar y hablando ya de fútbol americano, en España hay mucho aficionado veterano de los San Francisco 49ers y de los Cincinatti Bengals, porque fueron los dos rivales que se enfrentaron en la primera Superbowl que se televisó por estos lares, a finales de los 80 (recuerdo haber visto la emisión por TV3); y quienes empezaron a ver dicho deporte a principios de los 2000 se hicieron casi mayoritariamente de los New England Patriots, que en aquel entonces eran la fiebre a seguir.

Kurt WarnerLo de los Rams, en cambio, es muy curioso. A lo largo de mi existencia, a base de charlar sobre la NFL aquí y allá, me he encontrado con
un puñado de tipos de más
o menos mi edad que son seguidores del equipo, con un nivel de fanatismo parecido al mío (no diré que igual, porque yo rozo lo psicótico); y casi todos se convirtieron a la fe verdadera tras haber visto El cielo puede esperar a una edad en la que aquello tenía capacidad para afectarles profundamente. Somos de los Rams porque les vimos en una película, cuando ni sabíamos a qué deporte jugaban. Nos hicimos fans muchos años antes de tener la posibilidad de verles en acción, sin saber si eran buenos o malos; sin saber, de hecho, que se trataba de un equipo básicamente perdedor. No conozco muchos casos similares, y creo que el hacernos conscientes de este detalle nos llevó a encariñarnos con ellos mucho más de lo que sería razonable. Los Rams solo han ganado una Superbowl en sus 79 años de historia. Fue en 1999, contra los Tennessee Titans, y yo no puedo volver a ver los dos últimos minutos de aquel partido sin que se me humedezcan los ojos por las lágrimas. ¿Otro ejemplo? Uno de los momentos de mi vida en los que he sentido más orgullo, genuino y honesto orgullo, fue en abril del 2012, cuando Torry Holt, ex-jugador mítico de aquellos Rams campeones y que en ese momento militaba ya en otro equipo, decidió dejar definitivamente el deporte en activo. El día antes de anunciarlo en rueda de prensa firmó un contrato de 24 horas de duración con los St. Louis Rams, para poder retirarse como jugador del club de sus amores. Si algún día Torry Holt necesita un trasplante de riñón, solo tiene que ponerse en contacto conmigo.

temp460102684--nfl_mezz_1280_1024¿Y cuál es exactamente el motivo de esta entrada de blog, aparte de explicar una colección de batallitas que van de lo irrelevante a lo directamente moñas? Pues que estamos en vísperas de Semana Santa y hoy en Catalunya ha sido Diumenge de Rams, una festividad que lógicamente, como fan fatal de dicho equipo, observo con especial fervor, y que me impele a hacer públicos unos versículos en recordatorio de aquella única Superbowl que nos llevamos a las vitrinas, hace ya demasiados años…

PADRE NUESTRO DE LOS RAMS
Nick Foles que estás en el huddle,
santificadas sean tus estadísticas,
vengan a nosotros tus touchdowns,
hágase tu voluntad,
Así en el Edward Jones Dome como en campo ajeno.

Las trescientas yardas de pase en cada partido,
dánoslas hoy,
y perdona nuestros insultos,
así como nosotros perdonamos tus intercepciones.

No nos dejes caer en el partido de wild card,
y líbranos del fumble,
Amen.



HECHOS DE LOS RAMS 2, 14-15

Entonces Kurt Warner, puesto de pie en medio de los once, levantó la voz y se expresó así: 4-21-13, formación en shot gun, play action hacía la derecha. ¡Hut-hut-hut!

Y he aquí que cuando Warner recibió el snap, un jugador de los Titans rebasó la linea en acción de blitz, y ya abalanzábase sobre Warner, presto a lograr el sack, cuando del cielo surgió un rayo de luz por entre las nubes, y escuchó Warner una voz que le decía así:

Y sucederá en los últimos tiempos,
que derramaré mi espíritu sobre todos los hombres.
Y obraré prodigios arriba en el cielo,
y milagros abajo en la tierra:
sangre, y fuego, y nubes de humo.
El sol se convertirá en tinieblas,
y la luna en sangre,
cuando llegue el día del Señor,
día grande y preclaro.
Y sucederá,
que todo el que invoque el nombre del Señor se salvará.
Y por cierto, Warner,
cambia la jugada a carrera,
que te van a hacer sack y vas a perder doce yardas,
y no en vano estáis ya en tercera y siete,
oh imbécil.

Y ocurrió que Warner, así inspirado, cambió la jugada sobre la marcha y cedió el balón a la mano a Marshal Faulk; y dícese que Faulk, en recibiendo el balón, corrió muchas yardas antes de caer placado. Y que aun en cayendo, viose que había superado la línea de anotación, y que por ello a los Rams les fue concedido el touchdown. Y prodújose mucho alborozo en Saint Louis, y mucha zozobra y crujir de dientes en Tennessee. Y así ocurrió, que los Rams ganaron aquella Superbowl a los Titans.

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