Lunes noche: haciendo zapping suicida, casi a tumba abierta, entre el visionado de varios episodios de Life’s Too Short (serie cómica de Ricky Gervais que básicamente va de humillar a Warwick Davis y otros enanos; o sea, oro puro), me topo en Paramount Channel con Buscando Justicia, peli policiaca de cuando Steven Seagal bordeaba su plenitud interpretativa (si es que tal concepto puede llegar siquiera a formularse), mucho antes de convertirse en el actual señor mayor que se ha comido a Steven Seagal. Y claro, ¿qué puedo hacer yo, un hombre adulto, heterosexual y amante de las hostias como panes, ante tal regalo del destino? Pues en efecto: quedarme enganchado hasta los títulos de crédito finales con el cerebro en modo salvapantallas, incapaz de cambiar de canal, presa de una especie de síndrome de Stendhal invertido, que recuerda a lo que el filósofo Rafael Argullol definió en su día como “la atracción del abismo” (aunque creo recordar que no se refería a la filmografía de Steven Seagal sino a las pinturas románticas de Turner y Caspar David Friedrich; pero bueno, la idea es la misma).
Sin llegar a los niveles de excelencia de Glimmer Man (o cómo redecorar un restaurante chino más rápido que IKEA), ni de Alerta Máxima (dos horas luxando terroristas, culminadas con el brioso “uno-dos” de ensartar la quijotera de Tommy Lee Jones con un cuchillo en vertical hasta el mango y acto seguido enclastarlo contra un monitor de radar), hay que reconocer que Buscando Justicia también atesora su buen puñado de momentos merecedores de levantarse y aplaudir a la pantalla. Así pues, ya que no era capaz de apartar la vista del televisor decidí darle la vuelta a la situación y escrutar la película con toda mi atención, viéndola en grano fino. Ahí van algunos detalles que creo que merece la pena destacar:
– El personaje interpretado por Seagal es el inspector de policía Gino Felino, que en estos momentos me parece el mejor nombre jamás creado por el ser humano. Muy bien por el Sr. y la Sra. Felino, muy bien. Estuvieron ahí finos finos con el pareado, los Felino. El bautizo del pequeño Gino tuvo que ser un happening de lo más cachondo.
– El atuendo principal de Gino Felino cuando está de servicio consiste en: camisa negra bombacha abierta hasta el pecho, camiseta imperio negra, pantalón de pinzas negro y zapatos de puntera negros. Súmese a lo anterior el pelo engominado con coletita de torero, y da la impresión de que a nuestro héroe la investigación del caso le ha pillado a contrapelo, mientras bailaba en un concurso de salsa o tocaba las maracas en una orquesta latina, y ha tenido que salir corriendo a buscar justicia sin tiempo para cambiarse.
– Gino Felino acude a un bar de los bajos fondos a pedir información y, ante las pocas ganas de charla de los parroquianos, acaba midiéndoles el lomo a todos (se veía venir) con la ayuda de un palo de billar partido en dos. Entre la vestimenta antes descrita y la velocidad absurda a la que mueve ambos brazos repartiendo dolor en todas direcciones, parece el xilofonista de Locomía.
– La interpretación de Seagal, atención al dato, EMPEORA cuando le quitas el doblaje en español y lo escuchas en inglés, con su voz original de teleñeco.
– El malo de la función es un mafioso muy loco y muy cabrón interpretado por William Forsythe. Sin embargo, el encomiable esfuerzo del actor por componer un villano lo más despreciable posible queda totalmente anulado por su aspecto de contable regordete de mediana edad al que le compra la ropa su madre (Prueba nº 1 de la acusación). Forsythe solo consigue inspirar compasión en el espectador, que enseguida intuye la somanta de hostias que le va a llover al pobre diablo en cuanto Gino (Felino) entre en su espacio vital. Efectivamente, en la pelea culminante entre ambos, Felino lo hace volar contra todas las paredes de la casa, lo tira por una ventana, le ablanda la giba con un rodillo de amasar, le nivela el cráneo de un sartenazo y colofonea en nota alta abriéndole el sexto chakra en la puta frente con un sacacorchos. Parafraseando a mi buen amigo Xavi Garriga, «Lo más grande de Steven Seagal no es que zurre a los malosos, es que encima les humilla. Es el equivalente en artes marciales al matón de patio de colegio, que al grito de ‘¿Pero por qué te pegas?’ te daba bofetadas con tu propia mano.» (Prueba nº2 de la acusación).
Por supuesto, obra maestra absoluta y tal.