THE SCARIEST GUY IN AMERICA

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“She had to look away as the hatchet fell. She moved back into the cage nearer the boy and put her hands to her ears against the sounds he made – and against the splashing sounds, the hiss of fire and blood with its attendant reek of burning flesh, the low moans, the terrible thump of metal against bone, the sounds of breakage, and the liquid sounds which perhaps where worst of all. He was keeping her alive as long as he could, and she participated in her torture by her body’s blind attempts to survive it. Didn’t she know that it was better to be dead now? What awful fraud animated her? Her will to live was as cruel as he was.»

– Fragmento de Off Season, de Jack Ketchum.

 

Me acabo de enterar de que se ha muerto el escritor Jack Ketchum (nombre real: Dallas Mayr). De cáncer, a los 71 años; y creo que alguien tiene que salir a decir algo.

Me hice fan de Jack Ketchum en 2008. O sea, tardísimo, teniendo en cuenta que él empezó a publicar novelas en 1981. En realidad, un año antes ya había visto The Girl Next Door, espeluznante adaptación al cine del que quizás sea su libro más conocido, basado (libremente) en un caso real ocurrido en la América profunda de la década de los 60. Pero por aquel entonces yo no sabía quién era Ketchum ni le presté atención. Fue meses más tarde, al decidir que quería leer algo realmente extremo, que pusiera a prueba mis límites (algo similar a la repulsa casí física que experimenté en su día leyendo American Psycho) cuando le descubrí. Me estaba documentando sobre el movimiento literario splatterpunk de los 80-90 y me topé con su nombre, envuelto por los piropos que le lanzaba un Stephen King lleno de envidia sana (“Jack Ketchum es el tipo que da más miedo de América”; supongo que ahora, con Trump en el poder, King matizaría esa frase). Ketchum formaba parte de una generación de escritores poco conocidos, Brian Keene, Richard Laymon, Edward Lee, Poppy Z. Britte (quizás la que alcanzó más éxito de todo el pack)… que habían entregado su talento a explorar un género poco popular y a menudo incluso censurado por las propias editoriales y las cadenas importantes de librerías. Un género que dejaba el gore en mantillas y prefiguraba el torture-porn que se acabaría poniendo tan de moda gracias a películas como Hostel, Martyrs o A Serbian Film.

Ketchum me llamó la atención enseguida, por encima de los demás. En primer lugar porque, salvo excepciones, no trataba temas sobrenaturales (de memoria sólo me vienen a la cabeza She Wakes y, en menor medida, Ladies Night). El monstruo que a él le interesaba de verdad era el propio ser humano, en su peor versión. También me atrajo el hecho de que se tratase de un autor “maldito”, que al principio de su carrera apuntaba a ser “the next big thing” según bastantes críticos e incluso otros escritores (como su mentor Robert Bloch), pero cuyas aspiraciones de estrellato se vieron truncadas de manera casi definitiva cuando su propia editorial le presionó para mutilar y añadir un forzado final «feliz» a su novela de debut, Off Season, para acabar retirándola igualmente de las librerías ante el miedo de que su publicación les diera mala prensa. Así de cafre era Off Season, y así de poco se cortaba Jack Ketchum. El tipo siguió escribiendo toda su vida, logró hacerse un nombre, ganó el Bram Stoker Award cuatro veces (además de estar nominado otras tantas), y ha sido un autor de culto durante casi cuarenta años y una treintena de libros, entre novelas y antologías de ficción corta, algunos de los cuales han sido incluso adaptados al cine. Es decir, que acabó llegando igualmente a donde merecía. Pero leyéndole no puedes por menos menos que preguntarte qué hubiera ocurrido si Ballantine Books no le hubiera cortado las alas a Off Season. Quizás hubiéramos tenido a un autor al nivel de popularidad de Clive Barker, con una novela de éxito similar al de Tiburón o El exorcista y una versión cinematográfica (que nunca vio la luz) dirigida por, no sé… ¿Tobe Hooper?

Sea como sea, enséñame a un artista marginado e incomprendido y me caerá bien de manera instantánea. Me fui disparado para Amazon y encargué Off Season (que desde hace algunos años se vende por fin en una edición íntegra, incluído su desesperante final). Flipé. Me pareció exactamente el puñetazo en la tripa que yo buscaba, pero además me sorprendió la capacidad de Ketchum para hacer unas cuantas cosas que no me esperaba: la creación de un “setting” escalofriantemente vívido; la narrativa a base de frases cortas y directas «en tu puta cara», buscando aplicar a un texto escrito la inmediatez gráfica del cine; el pulso de tensión creciente que llegaba a ponerte histérico (me leí los últimos capítulos pensando “Tío, por favor, dame un respiro”); la astuta construcción, con cuatro pinceladas, de una galería de personajes con los que te identificas, para luego pasarlos por la trilladora ante tus ojos, con un lujo de detalles salvajes casi insufrible… Off Season ni siquiera tenía trama, en realidad, se limitaba a plantearte una situación horrorosa y llevarla tan lejos como fuera posible. Todo en el libro estaba supeditado a la idea central de hacerte pasar las de Caín. Ahí había un tío que trataba el terror no como un género, sino como un concepto. Me voló la cabeza.

En aquella época me leí también Survivor de J.F. González, Snuff de Erick Enck y Adam Huber, The Long Last Call de John Skipp y Spare Key de R. Frederick Hamilton, todas hiperbestias y divertidísimas, pero sólo correctamente escritas (salvo esa escena de Snuff en la que a un personaje le taladran la frente, le echan detergente por el agujero y el autor describe la agonía subsiguiente como un estallido de colores), y con un tono de tebeo implausible que acababa rebajando el suspense (en Survivor sale una abuela-asesina-ninja-psicópata a la que no me importaría homenajear en alguna aventura de Fanhunter). Concluí que a mí en realidad no me gustaba el splatterpunk, quien me gustaba era Jack Ketchum. Fue el único de todos esos autores al que volví varias veces: Offspring (secuela de Off Season, competente pero muy inferior al original), Old Flames, Right to Live, además por supuesto de las dos que se editaron en castellano, La chica de al lado y mi favorita Al otro lado del río (cojonuda mezcla de horror y western, a la que la película Bone Tomahawk le roba bastantes ideas). La propia Off Season también se acabó publicando por aquí, por cierto, bajo el título de Al acecho. Creo que aún se vende en digital. Como ya he dicho, lectura muy recomendable, si tu idea de pasarlo bien como lector es pasarlo mal.

En el año 2011 tuve la suerte de conocerle en persona. Vino como invitado al Festival de Sitges en calidad de guionista de la resultona The Woman, que servía como secuela directa de Offspring (siempre me ha parecido loquísimo que se hiciera peli de la segunda novela de la serie, pero no de la primera). Yo no soy nada mitómano, acercarme a los famosos me da una pereza tremenda y creo que ellos agradecen cada persona que opta por dejarles en paz, en lugar de pedirles una foto. Sin embargo, en este caso trinqué todos mis libros de Ketchum y le abordé en el bar del hotel Melià para preguntarle si, al acabar su rueda de prensa, le parecería ok firmármelos. Se mostró sorprendido y encantado. En realidad no lo hice por mí, lo hice porque creí que a él le haría gracia saber que en España había cuatro locos que le leíamos. Me firmó los libros y estuvimos hablando un ratito sobre el festival, sobre si algún día alguien tendría los redaños de llevar Off Season al cine como dios manda, y sobre lo chula que era la edición española de Al otro lado del río (fantástico trabajo de la editorial El Andén, ya desaparecida). Me pareció un tipo del que debía molar bastante ser amigo.

Se ha muerto Jack Ketchum y me da mucha pena, pero me consuela que su obra haya quedado, en cierto modo, completa. Hay treinta libros suyos que la mayoría de nosotros aún no nos hemos leído, y su legado ha acabado permeando a numerosos autores posteriores que, desde el género de terror, han intentado analizar las partes más jodidas de nuestro comportamiento. Dignificó la literatura de tapa blanda, con tamaño de bolsillo y en papel de pasta. Citando de nuevo a Stephen King “Ningún escritor de terror que haya leído a Ketchum puede evitar verse influenciado por él”.

The Girl Next Door empieza con la frase “¿Crees que sabes lo que es el dolor?” Desde luego, el muy cabrón de Ketchum sabía cómo mantenerte agarrado a un libro mientras te lo explicaba.

Thanks for all the shivers, Jack.

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Quince clásicos de la literatura universal en un minuto

Biblioteca

Sant Jordi. Día del Libro. Me chifla esta fiesta. Me encanta esa modestia de ser un festivo en día laboral, como quitándose importancia. Me encanta lo guapa que se pone Barcelona (cuando no viene la lluvia a joder la marrana); y me encanta, sobre todo, que sea una jornada popular pero a la vez plácida, en la que la gente toma la calle no para tirar petardos ni hacer puñeteras maratones (mi abuela siempre me decía «No te fíes de la gente que corre; si corren, es que algo han hecho», y sigo pensando que tenía razón), sino para pasear y comprar libros.

Ya, ya lo sé. Comprar libros… que luego nadie se lee. Porque en España, reconozcámoslo, no lee ni Dios. Según el último barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas, el 35% de los españoles no lee nunca o casi nunca, y además se la pela (esto último no lo dice el barómetro, lo añado yo). Resulta un dato escandaloso, aunque tampoco me parece que podamos tomarlo de manera literal, porque de lo contrario ese 35% de tarugos ya se habrían matado a sí mismos al tragarse algún medicamento sin mirar el prospecto (y sin embargo, yo miro a mi alrededor y no hago más que ver por todas partes idiotas vivitos y coleando). Pero el caso es que nadie lee, ya me entendéis. Se dice que muchos niños de esta generación saben interactuar mejor con una tablet que con un libro. Eso no supondría ningún problema si se tratase de un mero cambio de soporte, pero no es así. Lo triste del caso no es que le des un libro a un chaval y lo primero que haga sea buscarle el botón de encendido, lo triste es que si le das una tablet lo ÚNICO que hará con ella será jugar al Plants Vs. Zombies.

someone-is-wrong-on-internetLa gente no lee porque no tiene tiempo (las galas de los reality shows de Tele 5 son cada vez más largas, y además hay un montón de bullshit a la que atender en Facebook y en Twitter), porque tampoco tiene demasiadas ganas (preferimos esperar a ver la serie cuando la hagan, sobre todo si se trata de cosas como Juego de Tronos, que acaban por adelantar a los libros convirtiéndolos así en novelizaciones), y porque decididamente no tiene dinero para permitírselo (con lo que cuesta un tochaco en tapa dura te alcanza para dos gintonics de Hendricks y Fever Tree; ¿dónde está el debate?).

E incluso entre los pocos que leemos, lo cierto es que la mayoría leemos puro estiercol. Actualmente, los títulos más populares para el público adulto son las sagas juveniles catetas (los pseudo-vampiros de Crepúsculo, la distopía chic de Los Juegos del Hambre y horteradas similares), o los desvaríos magufos del entrañable morning-singer Eduard Punset. Ambos ejemplos demuestran bien a las claras el lamentable listón de exigencia que nos imponemos a nosotros mismos. Nuestra sociedad, no cabe duda, se está convirtiendo a paso ligero en un gigantesco y acrítico criadero de amebas. El panorama es tan desolador que uno acaba añorando los tiempos en que los autores más leídos eran J. J. Benítez o Barbara Cartland (poca gente lo sabe, pero si te pones delante del espejo y dices «Barbaracarlan Barbaracarlan Barbaracarlan» ocurre como en la película Candyman: se te aparece y te dice ¡Aaaaay que te cojoooo!»).

Really-High-Guy-Meme-Takes-On-Reading-BooksTotal, que nadie lee, y menos aún a los autores clásicos; y no, vosotros tampoco lo hacéis, no me vengáis ahora con milongas. Pero tranquilos que aquí estoy yo, el CRITERIO, para remediar esa minusvalía espiritual y llevaros hacia la luz: bajo estas líneas os he preparado una suculenta selección de 15 obras maestras de la literatura universal reducidas a su mínima expresión, a sus sales esenciales, deshidratadas como si fueran comida para astronautas. Apenas os llevará unos segundos leer cada una de ellas, las más largas no más de un minuto. ¿Para qué meterse entre pecho y espalda un ladrillazo de casi mil páginas como Moby Dick (que de pronto, a mitad del libro, el chalao de Herman Melville te corta la acción y se pone a explicarte los tipos de ballena que hay en el mundo), cuando con el gracioso resumen de apenas doscientas palabras aquí incluído ya vas que te estrellas?

Las presentes sinopsis deberían bastar para soltar un par de ocurrentes chascarrillos en cualquier reunión social, aparentando que uno tiene cultura y carisma, y aumentando por lo tanto las posibilidades de encontrar a alguien con quien follar al final de la velada. Que oye, no nos engañemos, en realidad es lo que buscamos todos, ¿no? Volviendo a Eduard Punset, ¿para qué creéis que iba el tío a casa de aquellas tres chavalicas en el anuncio del pan de molde y les soltaba toda esa mierda Jedi sobre el doble horneado? ¿Y más teniendo en cuenta que ellas le advertían que NUNCA COMEN PAN? Observad su mirada de sátiro durante todo el spot. Para hablar de literatura no iba, ya os lo digo yo…

QUINCE CLÁSICOS DE LA LITERATURA UNIVERSAL EN UN MINUTO

1. Orgullo y prejuicio, de Jane Austen
Mr. Darcy: ¡Oh, ninguna mujer me parece lo bastante buena como para casarme con ella!
Elizabeth Bennet:  ¡Oh, nunca toleraría casarme con un hombre tan orgulloso como éste!
(al final, ambos cambian de opinión)
FIN

2. El retrato de Dorian Gray, de Oscar Wilde
Basil Hallward: Hay que ver Dorian, qué bonico es usted ¡Le voy a pintar!
(lo pinta)
Lord Henry Wotton: Y qué vicio tiene además… ¡Venga, vámonos de putas!
(se van)
Dorian Gray: ¡Ay, si pudiera mantenerme joven, y que el retrato envejeciera por mí!
(así ocurre)
Dorian Gray (años más tarde): ¡Joder, qué harto me tiene ya el cuadro de los cojones!
(se mata)
Los criados de Dorian Gray: Esto se veía venir. El señorito no andaba fino.
FIN

3. Rebelión en la granja, de George Orwell
Algunos cerdos con nombres divertidos como «Napoleón» o «Bola de Nieve» lideran una revuelta animal contra su granjero humano. Tras alcanzar sus objetivos políticos se pasan un tiempo haciendo el vaina y jugando al póker. Luego abrazan la dictadura. El cerdo Napoleón simboliza a Stalin.
Es todo razonablemente metafórico.
FIN

4. Adios a las armas, de Ernest Hemingway
Frederick Henry:
 Hay que ver, qué coñazo es estar en Italia durante la Gran Guerra, lejos de mi amada Catherine.
Catherine Barkley: ¡Querido, he venido a buscarte! ¡Escapémonos a Suiza, que lo pasaremos pirata, ya verás!
(para allá que se van)
Frederick Henry (tiempo después): Oye, pues tenías razón. Esto de Suiza es la lech…
Catherine Barkley: Ay, calla calla… que me está entrando una flojera, así de pronto…
(Catherine muere)
Frederick Henry: Esta puta guerra me ha convertido en un cínico.
FIN

5. Romeo y Julieta, de William Shakespeare
Romeo: ¡Oh, Julieta!
Julieta: ¡Oh, Romeo!
Romeo: ¡Oh, Julieta!
Julieta: ¡Oh, Romeo!
Romeo: ¡Oh, Julieta! (muere)
Julieta: ¡Oh, Rom…! ¿Romeo?… Mierda.
FIN

6. Los viajes de Gulliver, de Jonathan Swift
(Gulliver viaja como si no hubiera Dios)
Un habitante de Lilliput: Aquí somos todos pequeños.
Un habitante de Brobdingnag: Aquí somos todos grandes.
Un habitante de Laputa: Aquí flotamos.
Un caballo: Aquí los animales hablamos.
Gulliver: La conclusión que he sacado de mis aventuras es que los humanos son profundamente gilipollas.
FIN

7. La metamorfosis, de Franz Kafka
Gregorio Samsa: ¡Ostia puta! ¡Soy un bicho!
La familia de Gregorio Samsa: ¡Ostia puta! ¡Es un bicho!
(al cabo de un tiempo, Gregorio Samsa muere)
FIN

8. Guerra y paz, de Leo Tolstoy
Leo Tolstoy: Las vicisitudes históricas controlan todo lo que hacemos, así que no vale la pena detenerse a observar en detalle los actos de los individuos, porque son irrelevantes. Para demostrar este argumento, voy a examinar en detalle los actos de más de 500 individuos durante 1200 páginas.
(1200 páginas después)
Leo Tolstoy: ¿Véis lo que os decía?
FIN

9. El guardián entre el centeno, de J.D. Salinger
Holden Caulfield: Me rallo, me rallo, me rallo, me cago en todo, me rallo, me rallo, me cago en todo, me rallo, estoy confuso. El mundo de los adultos apesta. Los adolescentes somos unos locuelos.
FIN

10. El sueño de una noche de verano, de William Shakespeare
Hermia, Lysander, Demetrio y Helena: ¡Estamos todos enamorados de la persona equivocada!
(se van al bosque, les pasan cosas rarísimas, se emparejan correctamente y viven felices para siempre)
FIN

11. Jane Eyre, de Charlotte Brontë
(la gente en general trata mal a Jane Eyre)
Edward Rochester: Jane, tengo un secreto oscuro. ¿Te quedarás a mi lado sea lo que sea?


Jane Eyre: Sí.
Edward Rochester: No me acabo de fiar.
Jane Eyre: Te estoy diciendo que sí. No aturdas.


Edward Rochester: Ok. Mi secreto es que tengo una esposa lunática.
Jane Eyre: Me piro, pero ya.
(Jane Eyre se marcha; Jane Eyre vuelve)
Jane Eyre: Oye, que me lo he pensado y me quedo contig… Uuuuh… ¿pero qué te ha pasado, pichón?


Edward Rochester: Mi esposa se ha suicidado y me ha dejado manco y ciego.
Jane Eyre: Bueh, es igual; he dicho que me quedaba y me quedo. Total…
Edward Rochester: ¿Seguro que no te doy angustia?
Jane Eyre: Va, calla y tira, cansino.
FIN

12. El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes
PRIMERA PARTE
Don Quijote: Pero, ¿qué ven mis ojos? ¡He de hacer algo! El Código de Caballería me demanda que:
– A) Desfazca este entuerto,
– B) Destruya a esta criatura demoníaca,
– C) Ayude a esta víctima desvalida.
Sancho Panza: Que no mi señor, que no. Que estamos ante otra situación completamente normal y corriente.
Don Quijote: Calla, calla; yo tiro.
(Don Quijote se cae del caballo)
Sancho Panza (para sus adentros): Menos mal que tengo este carácter campechano, porque cualquier otro lo mandaba a la mierda.
(toda la escena anterior se repite numerosas veces)

Segunda parte
(la escena de la primera parte se repite numerosas veces; a Don Quijote le entra fiebre)
Don Quijote: ¡Ay, Sancho, ahora me doy cuenta de lo que me decías! ¡Qué loco estoy, hostias!
(Don Quijote muere)
Sancho Panza: A buenas horas mangas verdes.
FIN

13. Retrato de una dama, de Henry James
Caspar Goodwood: Isabel, soy un tipo la mar de majo, te quiero y soy rico. Cásate conmigo.
Isabel Archer: Mmmmh… no.
Lord Warburton: Isabel, soy un tipo la mar de majo, te quiero y soy rico. Cásate conmigo.
Isabel Archer: Mmmmh… no.
Gilbert Osmond: Isabel, soy un manipulador, un cazafortunas y te voy a arruinar la vida. Cásate conmigo.
Isabel Archer: Mmmmh… vale.
FIN

14. Hamlet, de William Shakespeare
Hamlet: Me quejo… me quejo… me quejo… qué mal rollo de familia… ser o no ser, y tal… fenezco.
FIN

15. Moby Dick, de Herman Melville
Ismael: Mi nombre es Ismael. Ahí lo dejo.
(Ismael se enrola en el barco ballenero del capitán Ahab)
Capitán Ahab: Tripulación, a ver una cosa. Vamos a ir en busca de la ballena blanca que me dejó cojo, y vamos a matarla.
Tripulación: ¡Oh, pobres de nosotros! ¡Tu obsesión de venganza será nuestra ruina!
Capitán Ahab: Ya, bueno… Es lo que hay. Hala, a navegar.
(navegan a tutiplén; casi encuentran a la ballena blanca; entonces casi encuentran a la ballena blanca; entonces casi encuentran a la ballena blanca…)
Herman Melville: Hola, soy el autor. Voy a romper la cuarta pared un rato para explicaros que el mar está lleno de peces.
(siguen navegando; casi encuentran a la ballena blanca; entonces casi encuentran a la ballena blanca; entonces casi encuentran a la ballena blanca; entonces ENCUENTRAN a la ballena blanca)
Capitán Ahab: ¡Toooma arponazooo!
Moby Dick (para sus adentros): Vas a pillar lo que no está escrito, campeón.
(todo el mundo muere excepto Ismael; se veía venir desde el principio)
FIN

P.D. del lector: Herman Melville era TONTACO, porque Moby Dick no es una ballena blanca, es un CACHALOTE.

Ready Player One: aquellos maravillosos años

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Una buena novela de aventuras no es una buena sinopsis, ni una idea de partida ocurrente. Una buena novela de aventuras implica muchas cosas, entre ellas una narrativa amena, personajes que te impliquen, situaciones con gancho y, si además tiene una ambientación de ciencia-ficción, cierto “sentido de la maravilla” (no me gusta la traducción directa del término inglés “sense of wonder”, pero no se me ocurre otra manera de definir ese momento estupendo en el que el autor te pega en la cabeza con un concepto que te deja boquiabierto). Ready Player One tiene una sinopsis fenomenal, de esas que cuando se la resumes a alguien le brillan los ojos pensando que aquello debe de ser la hostia (sospecho que ahí radica buena parte del éxito del libro; a mí me llevó incluso a regalárselo a un par de amigos sin tener mayores referencias).

Sin embargo, la triste verdad es que Ready Player One está a mil millas de ser una buena novela de aventuras de ciencia-ficción. Es una nadería de casi trescientas páginas, con una calidad literaria cercana a la “fan fiction” arquetípica de consumo rápido. Si se tratase de una trama por entregas que un escritor aficionado hubiese ido colgando en su blog se le podría perdonar la vida (la historia que nos cuenta acumula suficientes escenas simpáticas como para aguantar bien el tipo durante sus dos primeros tercios), pero apenas justifica la tala de árboles para verla editada en papel a un precio de 18 eurazos. Por cierto, que como lector empiezo a estar un poco hartito del fenómeno fan fiction. Creo que hoy en día hay demasiada gente escribiendo novelas mediocres. Sobre todo novelas de género fantástico (y ya que estamos, especialmente de zombis ¿No estáis saturados de libros sobre zombis? Otro día hablaremos de zombis y del absurdo hype de Manuel Loureiro…).

Ready-player-one-2Va, la sinopsis de marras: año 2044, el mundo está anclado en una crisis sistémica que lo ha convertido en un lugar miserable. Nos hemos zampado los recusos naturales, nadie tiene un duro y la mayoría de la población malvive en una especie de rascacielos-chabola construidos a base de apilar roulottes, contenedores industriales, furgonetas viejas y cualquier cosa que pueda servir de habitáculo en el que hacinar a un ser humano (una de las pocas ideas más o menos epatantes que aporta el libro). Por suerte, toda esta distopía de mierda queda parcialmente mitigada por OASIS, un juego online masivo de realidad virtual tan exitoso que ha suplantado casi por completo a la auténtica realidad. La peña se gasta la poca pasta que tiene para pasarse el día conectada a OASIS. Hasta los colegios y las empresas tienen sedes allí (todo quisque estudia y trabaja de manera virtual a través del juego). El opio del pueblo no, lo siguiente. El inventor del asunto, James Halliday (una especie de Steve Jobs versión futurista y estrambótica), palma de repente dejando tres “huevos de pascua” ocultos dentro de OASIS. En su testamento, Halliday indica que la primera persona que encuentre los tres huevos heredará toda su fortuna, así como el control absoluto del mundo virtual que ha creado. La coña marinera del asunto es que, como James Halliday era un fanático de la cultura de los 80, en el año 2044 esa década está más de moda que nunca: todo OASIS está a rebosar de referencias ochenteras, y todo el mundo está obsesionado con estudiar las películas, libros, videojuegos y música de dicho periodo, a ver si encuentra pistas que le lleven hasta los huevos de pascua de marras (desde la muerte de Halliday, hace ya unos cuantos años, nadie ha encontrado ninguno). El protagonista de Ready Player One es un chaval que, por casualidad, se topa con una de dichas pistas. A partir de ahí empezarán las carreras, las tortas y los asesinatos (virtuales y de los otros). Pinta bien, ¿no? Os dije que era una gran sinopsis. Pero ojo, recordad que también os he advertido de que su desarrollo no estaba a la altura de las expectativas que os iba a generar…



Ready Player One es una novela extraña, llena de referencias que en teoría sólo interesarán a quien tenga más de treinta años (Los Cazafantasmas, Mazinger Z, Pacman, las canciones de Alphaville, la primera edición de Dungeons & Dragons…), pero que paradójicamente está escrita en clave juvenil, rollo Harry Potter. Una cosa rarísima, un tono a pie cambiado que al menos a mí me descolocó al leerla porque no acababa de entender a quién iba dirigido (demasiado simple para un lector formado y demasiado arcano para un adolescente). Por lo demás, las situaciones que plantea son bastante previsibles, los personajes son arquetipos un tanto aburridos, algunos de los diálogos son de vergüenza ajena (especialmente durante la obligada subtrama romántica entre teenagers), y todos los puntos de giro se resuelven haciendo aparecer por arte de birli-birloque a algún secundario nuevo en el momento justo para rescatar al protagonista de los match-balls en los que se va metiendo.

80435742La principal gracia del libro, como ya he dicho, es el festival de referencias ochenteras que estalla en cada página, como una sucesión de cachondos guiños-guiños codazos-codazos culturales al lector. Reconozco que esto me mantuvo con la sonrisa en los labios durante unas cuantas páginas (me lo pasé especialmente bien al leer cierta parte que emula la aventura de AD&D La tumba de los horrores, teniendo al lado el módulo original y comprobando que las descripciones del autor cuadraban a la perfección con el mapa y las ilustraciones originales). Sin embargo, al cabo de algunos capítulos el truco me empezó a resultar un lastre, por reiterativo y facilón. Demasiadas de esas referencias no tienen relevancia en la trama ni son descripciones al estilo de Tolkien o R. R. Martin, que aporten riqueza al universo en el que tiene lugar la historia; simplemente están ahí “porque molan” (se supone). Es como si el autor tuviese una lista de morcillas que quiere mencionar (Juegos de Guerra, Galaga, Regreso al Futuro, el ZX Spectrum, el Blue Monday de New Order, El Señor de los Anillos, Cortocircuito, el 2112 de Rush, Ultraman, el Kobayashi Maru de Star Trek…), y fuese tachando nombres a medida que se las ingenia para colocarlos (hay un momento especialmente forzado en el que sale un Delorean con el logo de Los Cazafantasmas en las puertas y el cuadro de mando del Coche Fantástico: ¡Jackpot! ¡Tres referencias en una!).

Siendo justo, también he de decir que parte de mi cabreo hacia el libro fue culpa de la traducción en castellano, obra de Juanjo Estrella, a quien Satanás confunda. Repasando su currículum por internet compruebo que figura como “un profesional de dilatada experiencia” que ha firmado traducciones como las de El código da Vinci y de algún que otro libro de Mary Shelley y Margaret Atwood. Le felicito por semejante bagaje, pero en Ready Player One no sólo no da la talla, sino que convierte la lectura en un ejercicio farragoso, que me hizo llorar sangre en más de un párrafo. Si una editorial tiene entre manos una novela eminentemente fandom haría bien en contratar como traductor a alguien que supiera de qué va el tema, aunque fuera mínimamente (igual que se haría para cualquier otra traducción especializada); y si ese alguien no sabe de qué va el tema, al menos debería hacer el esfuerzo de documentarse un poco. No puede ser que se traduzca a los replicantes de Blade Runner como “Réplicas”, que el juego de rol Dungeons & Dragons aparezca mencionado como “Dragones y Mazmorras” (y otras como “Mazmorras y Dragones”), que una espada bastarda Vorpal de toda la vida se traduzca por “espada Vorpal Bastard” (como si fuera una marca), que los niveles/fases (stages) de los videojuegos se rebauticen como “estadios”, que una frase mítica de Los Cazafantasmas figure de manera completamente distinta a como la pronuncian en la película… No sé, yo si estoy traduciendo un libro y me aparece el diálogo de una película, busco en un DVD esa escena y la reproduzco tal cual, no traduzco directamente lo que me sale del sombrero. Mal la editorial, mal los correctores (si los ha habido) y mal, muy mal, Juanjo Estrella.

post-18-0-91173600-1360294916La conclusión a todo lo anterior es que Ready Player One debería ser un libro-biblia para cualquier geek, pero hay demasiados detalles negativos que rebajan su impacto hasta convertirlo en una lectura sólo recomendable como juego mental, como una versión refinada de esos quizs de Facebook en los que te preguntan “¿Cuánto sabes sobre Dr. Who?”. Steven Spielberg está preparando su adaptación al cine, y aunque no resulta una historia nada fácil ni barata de plasmar en la gran pantalla (ya sólo las gestiones para poder utilizar todas las marcas e iconos pop que dan cuerpo a la historia puede ser una pesadilla), algo me dice que podría ser uno de esos rarísimos casos en los que la película mejora al libro. Porque es innegable que la historia y el mundo que plantea Ernest Cline tienen garra y potencia visual, pero va a hacer falta un buen guionista que pique piedra para arreglar esos diálogos…

No obstante, eso será cuando llegue (si llega) la película. Lo que tenemos de momento es el libro; y como libro, es cierto que Ready Player One entretiene lo suyo, pero se trata de un entretenimiento de bajo calibre, como cuando estás una noche haciendo zapping y te quedas enganchado mirando un capítulo de alguna serie menor, porque te suena uno de los actores o te pica la curiosidad saber quien es el asesino. A mí últimamente me pasa con Dos chicas sin blanca, una sitcom de “ver y olvidar” con la que me topo de vez en cuando. Casi ninguno de sus gags tiene puñetera gracia, pero yo no me fijo en los gags: me dedico a escrutar el culo y las tetas de Kat Dennings, incapaz de decidir si me resulta atractiva o demasiado petarda. Esa misma actitud fue la que me permitió resistir hasta la última página de Ready Player One sin tirar el libro por la ventana, y la que adoptaré cuando lea la secuela, que Ernest Cline ya está escribiendo. Sí, a pesar de todo lo que llevo dicho hasta ahora, la leeré; en inglés, a poder ser…