CRÓNICA DEL PRIMAVERA SOUND 2016 (2 de 2)

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Viernes
El único espacio de conciertos del Parc del Forum que aún no había visitado en ninguna edición del Primavera Sound era el Auditori Rockdelux, así que al llegar al recinto me dejo arrastrar por unos amigos que quieren ver allí a Robert Forster (mientras caminamos, se oyen de fondo los desgañitamientos post-punk de la cantante de Savages, que originalmente eran mi primera opción para este hueco horario). No se puede negar que al Auditori Rockdelux le pega bien lo de “marco incomparable”: buena sonoridad, escenario cuco, oscuridad limpia, butacones comodísimos… el entorno ideal para disfrutar del cancionero del que fuera líder de The Go-Betweens, banda seminal del indie rock ochentero que es uno de mis lunares más flagrantes: sólo la conozco a través de singles en CDs recopilatorios de cuando me compraba la Rockdelux. He de decir que jamás escuché tampoco una canción suya que no me pareciese especial, y esta vez no es una excepción. Forster y su banda repasan el ayer y el hoy con una ejecución exquisita, de terciopelo. Acabamos todos de pie aplaudiendo a rabiar. Alguien me comenta “Todas las canciones del mundo mejoran con un violín”, y yo sólo puedo darle la razón. Salgo con la firme promesa mental de bucear más a fondo en la música de Forster (lo estoy haciendo mientras escribo esto). El PS también sirve para hacerle a uno menos ignorante.

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Robert Forster. La vida después de The Go-Betweens.

En otra de esas decisiones que le hacen a uno sangrar por los oídos, opto por picarme a Radiohead en favor de un sitio de privilegio para The Last Shadow Puppets. ¿Por qué? Pues porque Alex Turner me cae muy bien y porque a Radiohead los he visto ya tres veces, y en las tres ocasiones me han parecido una de esas bandas que no tocan para el público sino para sí mismas. Fijo que desde la primera línea debe de ser un concierto para vibrarlo muy fuerte, con “himnos bajoneros” del nivelazo de Karma Police, Paranoid Android o The National Anthem. En cambio, sentado a un centenar de metros de la pantalla gigante mientras me zampo unos noodles (ay, los noodles de tenderete: uno de mis rituales del Primavera Sound), las evoluciones sonoras de los autores de OK Computer y Kid A me llegan apagadas, como si fueran versiones indie de cantos gregorianos. Aún así, cuando cierran el espectáculo con la inesperada Creep (ya casi nunca la tocan en vivo) y todo quisque hasta donde alcanza la vista, incluyendo a los que hacen cola en las barras para pillar bebida, se pone a corear eso de “What the hell I’m doing here? I don’t belong here”, a mí también se me ponen los pelos de punta y me queda clarinete que acabo de asistir a la que seguramente vaya a ser la instantánea más mitificada por todas las crónicas del festival.

The Last Shadow Puppets: quien más quien menos entiende a esta banda como el proyecto secundario de Alex Turner, el divertimento con el que se quita de encima el estrés por ser el líder de los Arctic Monkeys. Desde luego, la calidad de ambos cancioneros no es comparable, pero si hablamos de cuál de las dos formaciones tiene mejores tablas, cuidado. The Last Shadow Puppets trocan el concepto de stadium band en una cosa mucho más gamberra, espontánea y… sí, divertida. La complicidad entre Turner y su colega de correrías Miles Kane es total, hasta incluso convertirse en tensión sexual descarada (gritos de “¡Iros a un hotel!” entre el público, cada vez que el uno se contornea enfrente del otro o que ambos pegan frente contra frente mientras cantan mirándose libidinosamente). Kane es el sostén musical, el que mantiene en marcha la energía y la cadencia del concierto. Turner es el provocador apayasado y divo (posturitas de kárate, bailes espasmódicos, intentos de hablar español que se quedan en un psicotrónico “Buenas noches Primavera grasies porfavor”…). Ambos son necesarios, la combinación funciona de perlas y el show se convierte en una lección de rock sudoroso la mar de vitamínica, que maquilla sus composiciones más pedestres (Everything You’ve Come to Expect, Bad Habits) y convierte en momentazos insuperables las más inspiradas (The Age of the Understatement, Aviation). Estos dos pájaros deben de follar mucho, y viéndoles desde luego dan ganas de follárselos.

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The Last Shadow Puppets: Alex and Miles in love.

A media hora de que empiece el concierto de The Avalanches no hay mucha gente en esa especie de cuenco/anfiteatro que se abre ante el escenario Ray-Ban, lo cuál me permite colarme hasta casi la primera fila, oye qué bien. En cambio, sólo diez minutos más tarde ya estamos a reventar (supongo que van llegando todos los que estaban viendo a Kiasmos y Beach House). Ya me extrañaba a mí tanta tranquilidad: el concierto de The Avalanches (o sea, Tony Di Blasi y Robbie Chatter) pasa por ser uno de los que más pone los dientes largos de todo el cartel. Los australianos sólo han publicado un disco en dos décadas de existencia (Since I Left You), pero se trata de una obra tan seminal del electropop bizarre y robaperas (incluye más de 3000 sampleos, según cuenta la leyenda), que les ha bastado para mantener su carrera a flote. Se rumorea que en el concierto van a estrenar temas de su “difficult second album”, que llevan grabando y regrabando desde hace cinco años (los Stone Roses de la electrónica, sí). O sea, las expectativas están imposiblemente altas. Quizás por eso el sopapo de realidad que todos nos llevamos es tan desconcertante. ¿Decepción? Bueno, no exactamente, porque en lo musical el asunto raya a buen nivel y no paramos de bailar en una hora, pero lo que ocurre ante nuestros ojos tiene mucho más de sesión de DJ con la electro-hormigonera en piloto automático (algunas transiciones un poco a machete, algunos mixes que funcionan sólo a medias…) que del conciertazo que esperábamos los fans. Un descomunal error de cálculo, vamos. A los dos músicos tampoco les ayuda a ganar amigos su actitud en plan “¿Cuánto nos van a pagar por esto?”, un pasotismo teatral que nadie acaba de entender: Di Blasi aún parece implicado en que aquello funcione, pero Chatter se limita a darle al play y se tira toda la actuación paseándose, contándole chistecitos al oído a su compinche y bebiendo a morro de una botella de champán. En cuanto a los temas nuevos, que efectivamente pinchan… pues eso, pinchan. Sinceramente, cuando saquen el disco que me avisen. Hasta entonces, que se acuesten.

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The Avalanches. Freud on the dance floor.

Sábado
La jornada de cierre del PS 2016 se presenta como la más peliaguda para mí, con un toma y daca bastante killer entre los dos escenarios principales. Básicamente se trata de decidir entre la opción “A”, que consiste en ver a Manel + Deerhunter en buena posición y a Brian Wilson + PJ Harvey de lejos, o la opción “B”, que es justo la contraria. Como no tengo claro por dónde tirar, acabo optando por una tercera vía, que consiste en empezar con U.S. Girls en la otra punta del recinto (escenario Adidas Originals) y a partir de ahí improvisar. Meghan Remy me parece una compositora con un ángel especial para crear perlas de retro-pop electrónico que a la vez funcionan como soflamas feministas cargadas de vitriolo (sobre todo en Half Free, su trabajo más reciente). Sin embargo, el concierto reduce todo eso a una caricatura. Acompañada únicamente por una “esbirra” que le hace los coros y las segundas voces, la tía se limita a poner una cinta con sus canciones y nos castiga con un karaoke sin la menor garra ni carisma, llevando la actitud desdeñosa hasta un punto en el que deja de ser divertida y cae en lo cargante (canta mirando a la nada y con permanente cara de “que os follen”). El público parece captar la indirecta, porque a mi alrededor todo el mundo está hablando o mirando el móvil. El nivel de atención sólo aumenta un poco cuando ataca el single Damn that Valley, algo que por suerte ocurre durante el primer tercio de su actuación. Le aguanto 20 minutos que me parecen bastante representativos de lo que les espera a quienes se queden hasta el final, y me piro a ver a Manel, que en apenas media hora y gracias a temazos como Teresa Rampell o Sabotatge me hacen olvidar por completo el desaguisado de U.S. Girls. Estos cuatro barceloneses son tan buenos en lo suyo (y lo suyo es un pop-folk impecable, fresco y lúdico) que ni siquiera les hace falta esforzarse bajo un sol de justicia para dejar encandilado a su público.

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Pst, Manel, que ve l’amor!

El haberme quedado a ver a Manel significa que me va a tocar seguir a Brian Wilson en el escenario de enfrente desde el quinto pino. No me preocupa mucho porque a sus 73 añazos llenos de achaques dudo que al líder de los Beach Boys le dé por ponerse a hacer el pogo. Más bien hará lo de siempre en esta etapa final de su carrera: quedarse pegado al piano e intentar no desafinar demasiado. El concierto se centra en celebrar el quincuagésimo aniversario de la publicación de Pet Sounds, una de las más maravillosas obras de orfebre que dio la música pop del siglo XX, así que nadie duda de que el setlist va a ser portentoso. Lo que sí genera dudas, y muchas, es el desempeño del que será capaz Wilson, si le quedarán voz y energía suficientes como para sostener un concierto entero por sí mismo. En efecto, el arranque con un Wouldn’t It Be Nice estridente y desangelado hace presagiar que voy a pasarlo mal. Al final de la canción Wilson ya se está excusando con un “intentaré cantar lo mejor que pueda”. A los tres temas la cosa ya ha alcanzado tal nivel de autoparodia involuntaria que se me está empezando a escapar la risa, y tampoco es plan de quedarme allí descojonándome rodeado de unos fans entregados, que bailan y sonríen ante unos coros dignos de show de los Muppets, en un ejercicio de negación de la realidad que yo sencillamente no soy capaz de hacer. Por tanto, me voy a pillar buen sitio para Deerhunter y oigo la restante hora de maullidos desde la distancia y en actitud de facepalm. En sus mejores momentos aquello tiene el aroma de un concierto de crucero para jubilados. En sus peores momentos… bueno, Brian Wilson ha sido un gigante y Pet Sounds es uno de los discos de mi vida, así que no tengo ganas de hacer más sangre. El tiempo pasa para todo el mundo, y a Wilson parece haberle pasado por encima. Hagamos ver como que esto sencillamente no ha ocurrido nunca.

Deerhunter. Les he visto unas cuantas veces antes de esta y nunca me canso. Porque aunque en disco no hayan vuelto a dejarme patitieso desde Halcyon Days (2010), su carrera en general sigue siendo de lo más sólida, y además en vivo nunca bajan del excelente. Hoy tampoco lo harán. De hecho, como concierto de Deerhunter es una carta a los Reyes Magos, con una selección de canciones redonda, una ejecución técnica impepinable y emocionante, y un Bradford Cox mucho menos enganchado al micro y mucho más frontman que nunca, destilando empatía e hipnotizándonos con su presencia y sus movimientos de mantis religiosa (o cómo convertir el síndrome de Marfan que le aqueja en una cualidad escénica acojonante). La banda inunda el Parc del Forum con una hora de hechizantes desarrollos de guitarra que no querrías que se acabaran nunca. Revival, Helicopter y Desire Lines son las cúspides de una actuación casi perfecta. “Casi”, porque aunque las comparaciones son siempre odiosas, unos diez minutos después de que terminen va a pisar el escenario Heineken (el más grande del recinto) la inconmensurable Polly Jean Harvey. La cosa se pone seria.

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Deerhunter. Caza mayor.

En las horas y días posteriores al concierto de PJ Harvey, me encontraré con varios amigos que curiosamente me lo definirán con variantes diversas de la misma frase: “Esto ha estado a otro nivel”; y la verdad es que no se me ocurre mejor manera de explicarlo. Resultaría menos exagerado de lo que parece decir que Polly Jean es genéticamente incapaz de facturar un mal álbum, pero del mismo modo hay que reconocer que a lo largo de su tremebunda carrera ha grabado cosas mejores que The Hope Six Demolition Project, un disco de denuncia sociopolítica algo difuso (lo compuso como parte de una instalación artística abierta al público, y aunque la idea es buenísima el resultado final se resiente un tanto, con tres o cuatro canciones que parecen demos a medio cocer). Me daba un poco de cosica que ello diese lugar a un directo irregular, a una diva en horas bajas. Madre de Dios, qué tonto soy y qué equivocado estaba: PJ aparece en escena vestida de negro, con plumas en la cabeza, mezcla de ninfa y Diamanda Galas, escoltada por su excelente banda de músicos en lo que parece uno de esos desfiles funerarios de Nueva Orleans. Tras esta entrada dramática, que ya predispone positivamente, se entrega a un espectáculo conceptual oscuro, opresivo e intenso (las pantallas lo retransmiten en un apelmazado blanco y negro), teñido de blues, que da razón de ser a sus nuevas composiciones (toca casi el disco entero) e integra sus hits clásicos en un todo orgánico fascinante. Mientras que la mayoría de artistas optan por adaptar sus actuaciones al formato festivalero, más ligero y complaciente con la galería (verbigracia: lo de Radiohead ayer tocando Creep), ella hace al revés, hace lo difícil: arrastrar al público a un show exigente, mucho más elaborado, alimenticio y lleno de matices que todo lo demás que hemos visto en estos cuatro días, en el que cada canción ha sido cuidada para suponer un pequeño acontecimiento. 50ft. Queenie son posiblemente los dos minutos y medio más poderosos y auténticos de todo el festival, y To Bring You My Love los cinco más escalofriantes. Hipnótica. Soberbia. Triunfante. Inapelable. Entrega y vozarrón. El Primavera Sound 2016 será recordado sin la menor duda como “el de PJ Harvey”.

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PJ Harvey: palabras que matan.

Y hasta aquí mi crónica. Quedan en el tintero algunos conciertos que vi de reojo (me gustó la potencia seca de Battles, el afilado rock viejoven de Parquet Courts y el gamberrismo de repetidor de instituto de Ty Segall, pero en los tres casos estaba ya tan derrengado que me veo incapaz de analizarlos haciéndoles justicia), otros que me dejaron a medias (Sheer Mag tienen buenísima actitud punk y una cantante que es un ciclón vocal, pero con sólo dos o tres EPs en el mercado, lo que aún no tienen son canciones suficientes para llenar más de media hora), y alguno que no me aportó nada sobre lo que merezca la pena extenderse (en la clausura, el techno alemán de Pantha Du Prince aburrió soberanamente a un público que pedía la hora para que saliera a escena el sempiterno DJ Coco).

Mi Top Tres de mejores actuaciones estaría encabezado por John Carpenter (ni puedo ni me da la gana ser objetivo al respecto), seguido por el apabulle de PJ Harvey y por la masterclass de tablas, empatía y estribillos de los eternos Suede. Respecto a los pestiños, la única actuación en la que me sentí estafado contra pronóstico fue la de U.S. Girls. Hubo otros conciertos menores, claro, pero en esos casos ya sabía lo que iba a ver. La nota media ha sido alta y la sensación general, lo dije al principio, es que este Primavera Sound ha gozado de un cartel tan potente como en los dos o tres años anteriores, que no obstante ha quedado un tanto ensombrecido por unos solapes especialmente criminales.

En lo personal, noto que voy entrando lentamente en la misma deriva que a mediados de los 2000 me llevó a tomarme un descanso de casi diez años sin asistir a este tipo de eventos: me da pereza arrancar el primer día, alcanzo antes el punto de saturación (sólo cuatro conciertos el viernes), y a veces me da igual perderme a tal o cual artista a cambio de pasar media hora sentado en la zona de tenderetes, descansando las piernas y charlando de lo que sea con un grupo de amigos que me he encontrado (“¿Habéis leído los artículos de Nando Cruz?”). Ya he visto de nuevo a casi todo mi circuito favorito de bandas indies, y empiezo a tener que hacer auténticas piruetas para no repetirlas (¿Dinosaur Jr. vienen cada año o qué cojones pasa aquí?).

Por supuesto, otro de los tópicos de cualquier asiduo a los festivales es quejarse de que en realidad son una mierda (las aglomeraciones, las actuaciones de duración reducida, el público al que se la pela lo que está viendo…); y yo ahí no fallo, me quejo todo el rato. Me gusta tanto quejarme, de hecho, que ya me he comprado el abono a precio reducido para el PS 2017, sin darle ni una consulta de almohada. Así podré seguirme quejando con conocimiento de causa. Además, en mis cuentas mentales el año que viene les toca volver a Mogwai, y a los Fuck Buttons, y a (por favor por favor por favor) The National; y luego están esos boles de noodles con crema de cacahuete a las tres de la madrugada entre conciertos, que saben tan jodidamente ricos…

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Tradicional fin de fiesta con DJ Coco. Exit Planet Primavera.

PLAYLIST DE SPOTIFY PAMUNDI’S PRIMAVERA 2016:

CRÓNICA DEL PRIMAVERA SOUND 2016 (1 de 2)

original

Voy a empezar este texto citando, como no, a Carl Wilson, autor del libro Música de mierda (vergonzosa traducción-busca polémicas del título original Let’s Talk About Love: A journey to the end of taste), un ensayo bastante aplaudido entre el hipsterismo ilustrado sobre los mecanismos que definen nuestro gusto artístico (el libro, ya que estamos, me parece tan entretenido como hueco, e innegablemente condescendiente; y además desde una supuesta reevaluación del concepto mismo de condescendencia que, lo siento, no cuela). Pues bueno, que Carl Wilson, entre una pedantería por aquí y un análisis tergiversado por allá, dice alguna que otra cosa con la que puedo estar de acuerdo. Por ejemplo, lo siguiente: “A veces hay gente que me pregunta si la vida no es demasiado corta para malgastarla con arte que no te gusta. Últimamente, sin embargo, tengo la sensación de que la vida es demasiado corta precisamente como para no hacerlo.”

Esta curiosa afirmación resume bien uno de los aspectos colaterales que a mí personalmente me resultan más interesantes de un evento como el Primavera Sound: escuchar cosas que me gustan y otras que no (las que no, generalmente de fondo mientras hago cola para comprar un frankfurt o espero frente a otro escenario a que salga un artista que sí me hace tilín). Compararlas, analizar los porqués y a veces incluso sorprenderme matizando mi opinión sobre un artista al que había hecho cruz y raya o por el que profesaba un «fanboyismo» acrítico. No sé cuántos de los asistentes harán este ejercicio (porque a priori todos vamos a estos eventos para ver reforzados nuestros gustos y tararear canciones que ya conocemos), pero yo no puedo evitarlo.

Este año, además, me ha sido imposible no entregarme a ello, porque aunque el cartel prometía ser la releche, a la hora de la verdad quedó relativizado por una parrilla de lo más caprichosa: la mayoría de los conciertos que esperaba con más ganas se concentraron el jueves, incluso propiciando un triple solapamiento que parecía haber sido diseñado expresamente para orinarse en mis cuencas: John Carpenter, Tame Impala y Protomartyr tocando a la misma hora. Menuda puntería. En cambio, el resto de días acabé viendo alguna actuación que en otras circunstancias quizás me habría saltado. Pero vamos, que no me quejo. Como ya he dicho, casi todo me parece interesante. Incluso lo que no me lo parece (vamos, una manera elegante de decirme a mí mismo “Has pagado 120 euros por la puta pulserita: jódete y baila”).

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Miercoles por la tarde. El Primavera Sound se despereza y pilla velocidad.

Aparte de lo anterior, el Primavera Sound 2016 se desarrolló en medio de cierto follón mediático: una serie de artículos de salsa rosa disfrazados de investigación + denuncia escritos por Nando Cruz (periodista musical al que hace años leía con gusto en revistas como Rockdelux, hasta que llegué a la conclusión de que en realidad no le gustaba la música, sino lucir su prosa con la música como excusa) y publicados en el diario El Confidencial, en los que el plumilla utilizaba quince mil caracteres más de los necesarios para “sacar a la luz” la presunta mafia que domina a la organización del certamen. Sin embargo, leídos desde fuera y sin tener ni zorra idea del intramundo y las puñaladas traperas del Primavera Sound, aquellos textos me parecieron más un ajuste de viejas cuentas que otra cosa.

Ya no era sólo que el fondo de lo que Nando Cruz explicaba tuviese una relevancia discutible (¿Un empresario que levanta un imperio a base de joder a la competencia? Hostias, ¡El notición!), sino que en los comentarios de los artículos de marras la cosa degeneraba en un aburrido rifi-rafe entre gente del medio: que si tal me insultó una vez, que si cuál no pagaba las cenas; o sea, Sálvame de Luxe, edición indie. Hasta Josep Pedrerol, en el programa futbolero El Chiringuito, suele cortar a sus contertulios diciendo que las broncas entre periodistas no interesan a los espectadores. Sin embargo, se conoce que el tinglado del pop-rock tiene un listón de exigencia más bajo que el del deporte rey, porque lo cierto es que durante los tres días de festival la pregunta “¿Has leído lo de Nando Cruz?” fue una de las maneras más socorridas de iniciar conversaciones entre concierto y concierto.

En fin, una polémica efervescente que, una vez echado el telón del PS 2016, irá quedando relegada a un eco lejano al que nadie volverá a prestar mucha atención; porque a la clientela mayoritaria del Primavera Sound lo único que nos interesa es que el abono no se dispare de precio, que a nivel organizativo se cumplan unos mínimos, y que los conciertos molen; tres frentes en los que la cosa lleva ya unos cuantos años rozando lo impecable.

Miércoles
Cuando uno ha encadenado tres o cuatro ediciones seguidas de cualquier festival de música, es normal que las bandas empiecen a repetirse (“Si esto es el 2016, toca que vengan Animal Collective”, y tal). Con lo cuál, al menos a mí el chip me cambia: ya no se trata de ver cuantas más actuaciones mejor sino de ver, las que sean, en las menores condiciones posibles. Ya sé lo que es cascarme a Deerhunter sentado a 50 metros de distancia (porque tras seis o siete conciertos ese día no tenía el coño para farolillos), así que este año me toca verlos pegadito al escenario. Eso, por supuesto, significa pillar buen sitio con antelación, es decir perderse un buen montón de actuaciones de relleno que en años anteriores hubiese intentado ir a ver. También significa gestionar mejor el esfuerzo físico, porque un festival de música es todo un fin de semana de tralla salpicado de breves pausas para dormir, comer, evacuar, re-planificar la parrilla de actuaciones y beber Red Bull.

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Pillado in fraganti haciendo el fanboy.

Con eso en mente, en la sesión gratuita del miércoles en el Parc del Forum decido saltarme a El último vecino y Sr. Chinarro. Aparezco a las ocho de la tarde, con la calma, para que me pongan la pulserita que me acredita como “Primaverer” (el apelativo me lo acabo de sacar del gorro, pero si a los asistentes al FIB les llaman “fibers”…), y ver únicamente dos conciertos ese día. O sea, me salto los entremeses y me voy directo al jabalí asado: Goat y Suede.

La banda sueca Goat, cuyas dos cantantes aparecen disfrazadas con espectaculares máscaras y túnicas, a medio camino entre figurantes del carnaval de Río y cultistas lovecraftianas, descargan su frenético rock psicodélico-étnico-experimental como un aluvión. No paran. Encadenan las canciones sin apenas descanso y casi se diría que, más que cantarlas, es como si nos estuvieran arengando a la luz de una fogata para cargar a la batalla o para ponernos a bailar la danza de la lluvia. Si este es el nivel de energía que despliegan en todas sus actuaciones, desde luego ser Goat durante una gira entera debe de resultar agotador. En disco me parecen… interesantes, pero tras verlas durante una hora me queda claro que es en el directo donde encuentran su razón de ser, donde su música transmite verdadera electricidad.

Nada de lo que Goat hagan ante los micros, no obstante, puede rivalizar en potencia con siquiera los cinco primeros minutos del show de Suede (“I want the style of a woman, the kiss of a man… Introducing the band”; es difícil encontrar mejor canción de apertura para un concierto). Que, bueno, en realidad podría considerarse el show de “Brett Anderson and friends”, porque aunque la formación siga manteniendo a tres de sus miembros originales (además de Anderson, Mat Osman al bajo y Simon Gilbert a la batería), está bastante claro quién de ellos es la auténtica bestia escénica, el que tira del carro, la “rockstar total”. Simple y llanamente, el mejor frontman en sentido clásico que vamos a ver a lo largo de todo el Primavera Sound 2016.

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Suede. Puro nitrato animal.

Brett Anderson se entrega con una profesionalidad y un carisma que te aniquilan, como si hubieran pasado apenas 20 días desde el lanzamiento de su disco de debut, y no más de 20 años. Igual de desgarrador y carismático que siempre cuando grita estribillos como “He was a fucking animal” o “We’re trash, me and you” (nudo en la garganta), cuando se mezcla con el público y se deja romper la camisa sin desafinar una sola nota, o cuando adorna los pasajes instrumentales con esos bailecitos jodidamente sexys (zapateando y dando palmas o agarrando el micro por el cable y haciéndolo girar como si fuera un yo-yo). Actualmente Suede parecen estar viviendo una segunda juventud, habiendo editado en los últimos tres años un par de álbumes de una inmediatez contagiosa, que conecta directamente con lo mejor de su catálogo saltándose limpiamente los patinazos de Head Music y A New Morning. Sin embargo, eso es casi lo de menos, porque pese a sus altibajos discográficos, lo que jamás ha perdido Suede es la infalibilidad en directo. Tocan todas las buenas y las tocan como Dios. Están más arrugados, sí, pero siguen siendo The Beautiful Ones.

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Suede: Now he has gone.

Jueves
Arranco el primer “día oficial” de festival con el pop-R&B-bailable-experimental de Empress Of, una artista que en general ha pasado más desapercibida de lo que merecería su fantástico álbum de debut Me. El concierto apunta a marrón para Lorely Rodriguez, la mujer orquesta que se esconde tras este proyecto, pues no parece fácil trasplantar con éxito las envolventes texturas de sus canciones a un entorno de directo a las siete de la tarde del jueves, en un escenario pequeño y ante un público aún remolón, menos pendiente de ella que de consultar el cuadre de actuaciones para el día y localizar los puestos de cerveza. Lorely salva la papeleta con una actuación que va creciendo en soltura escénica y vocal a medida que caen temones como Water Water, Kitty Kat y sobre todo How Do You Do It, mi primer estribillo memorable de la jornada. De momento Lorely apunta maneras. Va camino de ser emperatriz.

Tirando ya de bocata casero en papel de aluminio, pillo sitio para ver la mitad del concierto de Explosions in the Sky, que es lo único que me va a dar tiempo si luego quiero llegar al escenario Primavera con margen suficiente para disfrutar desde primera fila de John Carpenter (MI concierto del PS 2016). Mientras me zampo la mortadela con pan con tomate miro de reojo por las pantallas el final de la actuación de Air en el escenario H&M. Por los franceses no parece haber pasado el tiempo, siguen igual que hace veinte años: desganados, faltos de argumentos musicales/escénicos y sobreviviendo gracias a los hits de su primer álbum, el ya lejanísimo Moon Safari (“¡Se-xy booo-oooy!”), que fue el único chispazo de su carrera en el que no parecieron absolutamente mediocres. Es difícil determinar si se están aburriendo más ellos o el público.

Lo de Explosions in the Sky, en cambio, eleva la temperatura desde el primer guitarrazo. Apoyados en unos juegos de luces que quitan el hipo y trayendo debajo del brazo The Wilderness, posiblemente su mejor obra en más de una década, los tejanos llenan la noche barcelonesa con una burbujeante cortina sónica (calma-tormenta-calma) que justifica por sí sola la existencia de todo el subgénero post-rock. Hacen gala de un nivel de compenetración técnica que hipnotiza, y de un dominio perfecto del “tempo” para mantener al público en permanente estado de gravedad cero. Me quedo hasta que tocan mi canción favorita de todo su catálogo, la preciosa Your Hand in Mine, y me voy a regañadientes, convencido de que su fin de fiesta será aún más apabullante. Pero es que tengo una cita con la historia…

Explosions in the Sky: el post-rock implosiona.

Explosions in the Sky: el post-rock implosiona.

En la explanada de los dos escenarios principales ya se agolpa la legión de fans de Tame Impala, uno de los highlights del festival. En el escenario Primavera, mientras tanto, se agolpa otra legión: camisetas de Halloween, de The Thing, de Big Trouble in Little China… Muchas caras conocidas de acreditados del festival de Sitges. O sea, los de siempre. Estamos ahí para ver no un concierto, sino casi un rito religioso. Porque si al director de cine John Carpenter le quitas su estatus de «John Ford del fantástico de serie B», ¿qué te queda? Pues uno de los compositores de bandas sonoras más influyentes de los últimos 30 años. Alguien que ha sido capaz de enseñarle cosas lo mismo a Ennio Morricone que a Daft Punk es que sin duda sabe algo que los demás ignoramos. Por primera vez desde que asisto a festivales de música, estoy nervioso. Carpenter es parte sustancial de mi formación en las cosas que molan de la vida: por él me enganché al cine de terror y por él empecé a escuchar música electrónica (ambas cosas siendo yo aún un crío). Cuando hace algunos meses me enteré de que había publicado su primer disco de estudio (el a ratos excelente Lost Themes), y que estaba dando conciertos, empecé a cruzar los dedos para que algún festival lo trajera por aquí; y mira, acabé cantando bingo. Carpenter sale a escena vestido de negro, con coleta y esa cara de cabreo tan suya. Saluda levantando la mano, se mete un caramelo en la boca, empieza a tocar los primeros acordes de teclado del tema principal de 1997… rescate en Nueva York y de pronto la definición coloquial de “puto amo” cobra una nueva dimensión.

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John Carpenter, Príncipe de las Tinieblas.

Está en su salsa, sabedor de que le comemos de la mano, y pleno de mojo sin apenas hacer nada salvo señalarnos con el dedo de vez en cuando, leer unos textos pautados entre canción y canción (apoteósicamente kitsch: “Cuando volváis a casa, conducid con cuidado… porque Christine está ahí fuera”, dice con una entonación estilo Scooby Doo), y cascarse algún que otro guiño menor como ponerse gafas de sol para tocar el tema de Están vivos. Dos únicas concesiones para tocar los singles de Lost Themes y Lost Themes II (las excelentes Vortex y Distant Dream), y el resto bistecs: Asalto a la comisaría del distrito, La niebla, Golpe en la pequeña China, La cosa (único tema ajeno, porque la BSO es de Morricone aunque la compusiera “al estilo Carpenter”)… y con cada canción retroproyecciones de escenas de la película correspondiente, resumida de manera tan milimétrica que incluso evita los spoilers (se salta el plano final de El príncipe de las tinieblas, por ejemplo). La traslación de los temas al directo, a un concepto de banda de rock con guitarra, bajo, batería y teclados, es sencillamente perfecta. Lo que se dice un conciertazo. Una maravilla que no creí que fuera a ver jamás. Pienso que he tenido mucha suerte, y me emociono.

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John Carpenter da el gran golpe en el escenario Primavera.

En el 2011, James Murphy anunció que LCD Soundsystem se desbandaban para siempre, certificándolo mediante una macrogira mundial de despedida. A la hora de la verdad han aguantado apenas un lustro separados, y viendo conciertos tan impecables como éste uno no puede por menos que celebrar la falta de palabra de Murphy. LCD Soundsystem es una de esas bandas que no enamora sino que convence arrollando. Todo parece haberse calculado al detalle para que funcione, incluso los chistes, la desenvoltura escénica y los momentos presuntamente espontáneos/desmelenados de James Murphy (le gusta irles a tocar las narices a sus músicos durante los pasajes instrumentales, y da la sensación de que a ellos no les viene de nuevo). Lo de LCD Soundsystem es sobre todo pop inteligente, más cerebral que pasional. El resultado es una tromba de hits incontestable (Daft Punk Is Playing at My House, Tribulations, All My Friends… el único que echo en falta es Drunk Girls), pero que tiene quizás un punto demasiado liofilizado, demasiado perfecto, como una reconstrucción de su concierto-documental Shut Up and Play the Hits. Me gustan muchísimo LCD Soundsystem, me parecen una de las bandas definitivas de electro-rock de la pasada década, pero sigo sin ver demasiada diferencia entre verles en directo o bailarlos en alta definición en el salón de mi casa. Un muy buen show, pero que no me hace saltar los rulos. Me voy a dormir pensando que, como sea, con lo de John Carpenter yo ya he llenado mi festival. Todo lo que caiga de bueno en las dos jornadas que faltan será un extra. Pues caramba con los extras…

FIN DE LA PRIMERA PARTE (PARA LEER LA SEGUNDA PARTE DE ESTA CRÓNICA PINCHA AQUÍ)

PLAYLIST DE SPOTIFY PAMUNDI’S PRIMAVERA 2016:

Crónica del Primavera Sound 2015, tercera parte (de 3)

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SÁBADO 30 (día 3)

Para arrancar mi tercer y definitivo día de PS 2015 tenía muchas ganas de ver cómo sonaba «live» el volatil pop-rock de DIIV que tan bien funciona en disco, y más teniendo en cuenta que la banda venía con intención de presentar algunos de los temas que compondrán su segundo álbum, a publicar en algún momento del presente año. Sin embargo, una siesta traicionera y una compra tardía de vituallas en el supermercado (uno nunca tiene suficiente Red Bull en la nevera como para aguantar el tute de diez horas de conciertos diarios durante todo un fin de semana), me hacen llegar al Parc del Fórum justo cuando los de Brooklyn están diciendo aquello de “Gracias a todos, habéis sido un público fantástico, hasta la próxima”. Ver a Zachary Cole Smith ataviado con un camisón de Mickey Mouse y un gorro de caza sólo hace que me sepa aún peor habérmelos perdido. Pero bueno, no hay que llorar por la leche derramada, y tal y cual. A ver, ¿qué toca ahora? Ah, sí, los Fucked Up en el escenario ATP. Pues fantástico, corre corre, que a estos sí que quiero verlos desde bien cerquita.

20150530_200738Fucked Up son posiblemente la banda de punk más importante del momento. No sólo por la calidad o personalidad de su sonido (certificado en cuatro álbumes espectaculares, con mención especial al segundo, The Chemistry of Common Life), sino por haber conseguido, casi sin proponérselo, llevar el género hasta un público que nunca le había prestado atención (hasta un pánfilo como Moby se declaró lo bastante fan de ellos como para unírseles en una pintoresca cover del Blitzkrieg Bop de los Ramones). Cualquiera que no conociese a Fucked Up y se guiase sólo las pintas de los espectadores no sabría decir si esto va a ser un concierto de hard rock o de twee pop, y la salida de la banda al escenario seguiría sin aclararle nada: nueve personas (o sea, suficiente personal como para montar al menos tres bandas distintas) de aspecto tan ecléctico que parecen haber acabado juntas por azar, como los náufragos de Perdidos. Hay un par que parecen hippies despistadas, otro par que no desentonarían en una banda como Weezer, la bajista es una especie de profesora de matemáticas sexy, uno de los guitarristas lleva camisa hawaiana, y el cantante es el prototipo de «papá oso».

Sin embargo, basta que se disparen con el inicio de Year of the Rat para que a todo el mundo le quede clarinete que lo que hacen estos tipos es hardcore-punk de primerísima división. El frontman Damian Abraham es todo carisma, una auténtica bestia escénica. Ya a la segunda canción se baja a cantar con el público, y decide quedarse allí un buen rato. La gente le abraza, le pilla el micro, le dan cerveza, le ponen gorras y sombreros diversos como si estuvieran jugando con un Mr. Potato, y él les sonríe a todos mientras sigue vociferando sus estribillos cavernarios. Es un tío del que te gustaría hacerte amigo. El concierto es una andanada de hostias de lo más cachonda, un pogo continuo. En un parlamento entre canciones Damian nos cuenta que les chifla Barcelona, sus locales para fumar cannabis y su escena punk. Dice que el mejor show de su carrera lo dieron aquí hace algunos años, y que aquí descubrieron a bandas como Eskorbuto (cágate). Claro, si sueltas todo esto y acto seguido te tiras al monte con una interpretación descomunal de Queen of Hearts, ¿cómo no vamos a enamorarnos de tu puta banda?

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En cuanto acaba la descarga de ruido y furia de Fucked Up salgo pitando para el Ray-Ban, pese a que me gustaría quedarme un rato más porque Damian Abraham ha acabado el concierto entre el público, repartiendo abrazos, hablando con la gente y dejándose hacer fotos como si fuera… bueno, pues lo que es, una estrella del rock. Pero es que en el escenario Ray-Ban me espera Tori Amos; y uno nunca hace esperar a Tori Amos…

En realidad, si lo pienso, soy un fan bastante atípico de la pelirroja. Uno de esos a los que en realidad sólo le gustan sin reparos dos de sus discos (Little Earthquakes y Under the Pink, los dos primeros), y que del resto se queda con canciones sueltas. O sea, soy lo que podría llamarse un “fan de recopilatorio”. Aún así, creo que como artista despide una empatía y una sensibilidad que van más allá de la calidad puntual de sus composiciones o de su portentoso registro vocal. Es amiga de Neil Gaiman y de Trent Reznor, hostias; y aparte, por supuesto, me parece un pibonazo (incluso ahora, superada la cincuentena y con esas pintas de vendedora de Avon que se gasta). Sí, así de superficial soy.

20150530_203828Tori Amos aparece dando pasitos cortos y rápidos, vestida con una amplia blusa que sólo se me ocurre describir como “estilo abejorro”. Se sienta sobre una banqueta a horcajadas para poder tocar indistintamente el piano y el teclado eléctrico (Nacho Cano style), y empieza a darle a las teclas. Entre dos de sus temas dice que está nerviosa, no solo por ser poco asidua a festivales de este estilo, sino porque de hecho es su primera visita a España en más de dos décadas de publicar discos. Lo cierto es que se le nota un poco, deja ver cierto exceso de afectación al interpretar algunas canciones. Musicalmente el concierto me parece tan irregular como sus álbumes: Precious Things y Crucify suenan adecuadamente intensas, y The Waitress y Cornflake Girl suponen los esperados picos de comunión total con un público ansioso de romperse las manos aplaudiendo (las pantallas no paran de enfocar a gente llorando emocionada en las primeras filas), pero también pisa algunos rastrillos que se podría haber ahorrado, como la extraña/aburrida cover de In Your Room de Depeche Mode o la caótica Raspberry Swirl, que se diluye en un exceso de efectismos incluyendo un desconcertante «mashup» con el estribillo de You Spin Me Round (Like a Record) de Dead or Alive. En conjunto es un buen recital, que se me quedará grabado principalmente por lo especial y único de la cita y porque, bueno, ella es un encanto desde todos los puntos de vista. Me podría pasar el resto de mis noches invitando a cenar a esta mujer.

Tal como dije al principio de la primera crónica, de los veinte conciertos que llevo vistos ya en esta edición del PS sólo dos han tenido lugar en alguno de los dos escenarios grandes. El tercero y último será el de Interpol. No los tenía ni mucho menos entre mis elecciones prioritarias, a una hora en la que podría disfrutar de dos artistas emergentes que me llaman mucho más: el luminoso y arrebatado folk-rock de Torres (ejemplo), o el certero punk-rock de las ojipláticamente jóvenes Mourn (ejemplo), unas niñitas de diecisiete años que han tomado la escena indie rock “by storm”. Sin embargo, estoy con una amiga (¡Kekilla, saluda!) que lleva todo el fin de semana fiándose de mi criterio, y que además me está haciendo de reportera gráfica sin quejarse lo más mínimo (casi todas las fotazas que adornan estas crónicas son suyas), así que le toca elegir a ella.

Además, es un grupo al que no me importará ver de nuevo, pues tengo muy buen recuerdo de ellos en directo (aparte, es que los vi hace igual una década). En cierto modo guardan muchos paralelismos con The Strokes, los otros cabezas de cartel que tocan inmediatamente después de ellos (y a los que sí que no pienso ver): ambas bandas surgieron en New York más o menos por el cambio de siglo, ambas deslumbraron con sendos debuts que actualizaban el añejo sonido post-punk desde una perspectiva semi-mainstream (Interpol más oscuros, The Strokes más inmediatos), y ambas fueron entrando poco a poco en una mediocridad creativa que ya parece haberse convertido en crónica. La diferencia es que Interpol mantienen cierta actitud y ganas de hacer la mejor música de la que sean capaces, mientras que The Strokes llevan años haciendo gala de una indolencia que los ha convertido en un chiste.

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Así pues, cenita de bocatas sentados en el suelo lo más cerca posible del escenario Heineken, y a ver a Interpol. Atiendo al concierto con el 25% de los sentidos puestos en seguir las actualizaciones de lo que hace el Barça en la final de Copa del Rey, que se está jugando en ese mismo instante. Sin embargo, mi otro 75% de atención me basta para recordar algunas cosas que había olvidado sobre los autores de Turn on the Bright Lights: 1) Paul Banks, el cantante, me recuerda mucho a Guti, el ex-jugador de fútbol; 2) Me hipnotizan los constantes pasitos palante-patrás y los bailecitos estilo “danza de la lluvia” del guitarrista, Daniel Alexander Kessler; y 3) Sus dos primeros discos aún son la monda (una opinión que ellos parecen compartir, pues el 80% del setlist que tocan sale de allí).

Aunque su mejor momento ya queda muy atrás, Interpol siguen sonando sólidos y compactos, siguen tocando con vigor una colección de estribillos asesinos capaces de tumbar incluso a la audiencia más excéptica (Slow Hands, Evil, PDA… incluso el de su último single, All The Rage Back Home). No se detienen ni siquiera cuando el escenario sufre un apagón en el tramo final del concierto. ¿El sonido funciona? Pues a seguir tocando. Todo recto. Sí, me lo paso pipa con ellos, qué narices. En el Camp Nou, el Barça ha ganado su partido con holgura, lo que se dice dominando de principio a fin. En el Parc del Forum, Interpol han hecho lo mismo.

En cuanto los cuatro tipos se despiden y se largan salgo corriendo, antes de que me cierre el paso la legión de cabezas que ya alfombra todos los alrededores del escenario Primavera para ver a The Strokes (de largo, el concierto más multitudinario del festival, lo cual es fantástico porque liberará de incómodas apreturas al resto del recinto). Al pasar por delante de otro escenario, el ATP, escucho a las Babes in Toyland empezando a dar lo que, estoy seguro, va a ser una masterclass de grunge-rock. Me duele perdérmelas, pero ahora mismo tengo el punto de mira completamente fijado en el escenario Pitchfork para ver a The tUnE-yArDs, otra de mis citas obligadas del festival (quizás la que más; creo que hubiera priorizado este concierto por encima incluso de la Segunda Venida de Cristo).

Llego con media hora de margen, paseandito y comiéndome un helado. Aún somos cuatro gatos (tranquilos, se acabará llenando), y The tUnE-yArDs están probando y calibrando sus propios micros e instrumentos, lo cuál ya mola bastante por sí mismo. Viendo a la mujer-orquesta Merrill Garbus en medio de un estrado desde el que tiene que controlar a la vez dos teclados, un juego de percusión, un ukelele y un par de micrófonos, no me extraña que quiera comprobar por sí misma que todo esté perfecto. Una vez satisfecha con el sonido, Merrill llama a capítulo a sus músicos (un bajista, una baterista y dos coristas) y todos se abrazan en corrillo, como si fueran un equipo de basket antes de un partido importante. Empieza el fiestón.

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Mira que me suele decir poco el pop-rock de aires africanos (me quedé en el Graceland de Paul Simon), pero en cambio The tUnE-yArDs llevan dos álbumes dejándome sin palabras. Tanto su reciente Nikki Nack como sobre todo el anterior W H O K I L L me parecen triunfos incontestables del rock de vanguardia, dos trabajos rebosantes de vida, de colorido y de magia. Todo eso se plasma en escena con un espectáculo intenso y jodidamente divertido, dominado por unas percusiones demoledoras, una riqueza sonora que deja estupefacto (las canciones de la banda están tan llenas de matices que puedes escucharlas docenas de veces y seguir descubriendo giros nuevos), y la sensación de estar viendo a una superdotada que hace música en technicolor, en sensurround y en 3D.

20150531_004557Empiezan con la contundencia de Hey Life y Gangsta (¡Mi favorita!), y cierran con la euforia irresistible de Water Fountain y Bizness, coreadas de cabo a rabo por una audiencia enloquecida (en el clímax de la primera, los cinco músicos sueltan en seco sus instrumentos para ponerse a picar con baquetas mientras todos gritamos “Gimme your Head, Gimme your Head, Off with his head! Hey, Hey, Hey, Hey!!!”, y de inmediato retoman el estribillo). La verbena tribal dura en torno a una hora, pero no parecen haber pasado ni diez minutos. Demasiado corto, joder, demasiado corto. De hecho, algo así de bueno no debería acabarse nunca. El mejor puñetero concierto que he visto en el Primavera Sound 2015.

Sin tiempo para recomponerme, encadeno fiesta con fiesta y tiro porque me toca, ya que en el cercano escenario Ray-Ban está el electroduende Dan Deacon haciendo sudar a la muchedumbre. Este es otro artista al que me fastidiaba no poder ver debido a los diversos solapes, pero por suerte aún le queda media hora de matraca, y además recuerdo perfectamente el buen cuerpo que me dejó hace dos años, cuando actuó en el mismo escenario en el que acabo de ver a tUne-yArds, así que antes de darme cuenta ya estoy otra vez como las cabras. Deacon sigue con sus psicotrónicos sainetes entre canciones (le encanta hablarle a la luna y soltar todo tipo de mantras filosófico-musicales), y también sigue ofreciendo esas explosiones de ritmos programados que parecen compuestas por una banda de Gremlins y que pondrían a bailar a un muerto. Lo que se dice un apostol de la parranda y el buen rollo.

Ahora sí, estoy oficialmente aniquilado. Mi cabeza quiere ir a ver el electro-noise de Health, que actúan en el Pitchfork en diez minutos (días antes del inicio del festival, una de las cosas que daba por seguras era que estaría ahí para bailar su single Die Slow), pero mis piernas dicen que ni de coña, que total no hay para tanto con Health, y que mejor nos vayamos a tumbar un rato en la hierba frente al ATP, a ver qué echan; y mira tú qué bien, resulta que lo que están echando ahí es la actuación de los encantadoramente gamberros Thee Oh Sees. Bueno, pues no me voy a quejar. Los de San Francisco garajean con su habitual desenfado punkarra, cumpliendo con creces su función de mantener animada a una audiencia que empieza a ser consciente de que esto se nos va acabando. Los veo durante algo más de media hora y me voy a pillar buen sitio ante el escenario Ray-Ban, del que ya no me moveré hasta el final del festival, quedándome con las ganas de saber si han llegado a tocar la bonita Minotaur.

Y en el Ray-Ban, Caribou (o sea el genio canadiense Dan Snaith acompañado por una banda de tres músicos), demuestra que es, eminentemente, un artista de directo. Lo que en sus álbumes de estudio es una colección de amables singles de electro-psicodelia para escuchar de fondo mientras tomas el sol o vas en coche, en vivo se convierten en hipnóticos himnos dance, en una macro-rave que pone a, no sé, digamos que a veinte mil personas a hacer el masái.

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El grupo se mantiene en sombras, apenas contorneado por elegantes juegos de luces, pero lo que importa aquí no es mirarles a ellos, sino bailar igual que si se acabara el mundo; y mientras bailamos chutes de energía positiva como Our Love, All I Ever Need, Odessa, Bowls, Sun o Can’t Do Withouth You, voy mirando a mi alrededor y diría que nos están entrando ganas de follar a todos con todos. No creo que quepa mayor halago para un concierto de este tipo.

20150531_050025Ahora sí, esto se acaba. Como cada año, DJ Coco toma el testigo para poner punto final a la cita con su habitual sesión de mezclas musicales (de Daft Punk a Stone Roses, pasando por Arcade Fire). Diría que cada año pincha lo mismo el tío, pero… ¿a quién le importa? Toda la superficie hasta la cima de las escalinatas está llena de gente botando, cantando, agitando ramas de palmera (una de las tradiciones del festival) y celebrando en general. Estallan fuegos artificiales. Empieza a salir el sol. Desfilamos hacia nuestras respectivas camas. La vida debería ser un compás de espera entre Primavera Sounds.

Ya sólo faltan 364 días hasta el siguiente… 🙂

Canción del día:

Crónica del Primavera Sound 2015, segunda parte (de 3)

BARCELONA, SPAIN - MAY 29:  Public leaving the third day of Primavera Sound 2015 on May 29, 2015 in Barcelona, Spain.  (Photo by Xavi Torrent/WireImage)

VIERNES 29 (día 2)

Mi segunda jornada de festival (tercera si contamos la previa del miércoles con Albert Hammond Jr. y la OMD) empieza con The New Pornographers a las 19:30 en el ATP (aunque ellos tendrían reclamo de sobras como para llenar el escenario principal a una hora más estelar). Ya de antemano es un concierto que huele a victoria, principalmente porque la marabunta de fans que nos agolpamos en las primeras filas tenemos tantas ganas de verles que muy mal lo tendrían que hacer para no dejarnos contentos. Cuando salen por fin a tocar se crea cierto run-run de estupefacción al comprobar que les falta Neko Case, quizás ocupada en una gira propia o algo así (aunque en el backstage alcanzo a ver bailando y tarareando el concierto entero a una pelirroja que, si no es ella, es un puñetero clon; igual es que sencillamente estaba mal de voz y ha causado baja de última hora).

Sin embargo, no hay de que preocuparse, pues la ausencia de una de las tres vocalistas del grupo no afectará lo más mínimo a la famosa intensidad de sus coros ni a la calidad general del concierto, un auténtico fiestón desde el minuto uno. Los canadienses cuentan con un catálogo de temarros de pop bailable como para llenar dos setlists distintas sin demasiado esfuerzo (ya sólo con que tocasen la mitad de Twin Cinema, su álbum más completo, tendrían el concierto solucionado), y de hecho van tan sobrados que al primer cuarto de hora ya se han desprendido de un par de bombazos como Sing Me Spanish Techno y Dancehall Domine, dos canciones que a muchas otras bandas ya les gustaría tener como closer de un directo. En vivo, The New Pornographers logran calcar casi sin esfuerzo esa sensación de “quiero bailar este puto estribillo para siempre” que tan bien han transmitido siempre en estudio (hasta sus álbumes más irregulares tienen algún que otro tema descomunal), y completan la catarsis con una The Bleeding Heart Show redonda, de crescendo infinito (A. C. Newman repitiendo “We have arrived too late to play” al crepúsculo barcelonés como si fuera el último show de su vida). Efectivamente, salimos todos encantados.

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Tras recuperar el aliento me pongo a consultar el cuadre del día, dudando entre qué hacer para matar el tiempo hasta la actuación de Perfume Genius: las posibilidades basculan entre The Julie Ruin (el nuevo riot-grrrl act de Kathleen Hannah, ex-frontman de Bikini Kill y de Le Tigre; o sea, historia viva del punk-rock), y Tobias Jesso Jr., un pianista indie al que no he escuchado aún, pero que al parecer ha publicado uno de los presuntos mejores álbumes del 2015. En esas que me encuentro con unos hamijos y se me resuelve el problema, pues pasamos la siguiente media hora charlando y comparando actuaciones. A ellos les aburrieron Spiritualized, les encantaron Panda Bear, y me confirman que los Black Keys fueron la gran decepción del jueves noche (algo que ya se intuía, más que nada por el goteo de peña que se iba dejando caer todo el rato hasta la actuación de Los Punsetes). Dejo a mis amigos buscando sitio para ver a Belle and Sebastian (me encantaría acompañarles, porque ya he visto al combo de Stuart Murdoch un par de veces y siempre ha sido la leche), y me voy a lo mío.

Perfume Genius, o sea Mike Hadreas. El chorbo sale al escenario como si fuera un dios andrógino: mono negro, piel blanquísima, labios y uñas pintados de rojo y zapatos de charol y purpurina. Le falta el pelo verde para parecerse al Joker del tebeo La broma asesina. Timidísimo, sin apenas mirar al público y contoneándose como una serpiente, Perfume Genius procede a hurgarnos el alma con sus hechizantes historias sobre amores, desamores y miedos homosexuales, dejando patente la ejemplar evolución musical que ha experimentado en tres discos a cuál mejor, desde sus inicios en 2010 llenos de temas minimalistas al piano, con bastante poso de Antony and the Johnsons, hasta sus actuales composiciones, mucho más complejas y amenazadoras (latigazos electrónicos, guitarras, bruscos cambios de ritmo… se nota la producción de Adrian Utley, de Portishead) pero que siguen manteniendo el tono de confesión-pop susurrada al oído. La mezcla entre su turbadora fragilidad física y la absoluta seguridad con la que canta conforman una actuación arrebatadoramente sexy, colofoneada con una apoteósica Queen que deja al público tiritando. Dios salve a la reina.

BARCELONA, SPAIN - MAY 29:  Perfume Genius performs at Primavera Sound Festival on May 29, 2015 in Barcelona, Spain.  (Photo by Burak Cingi/Redferns via Getty Images)

Me paso a toda velocidad por el escenario Adidas Originals para asistir aunque sea a las dos últimas canciones de la actuación de los excelentes The Hotelier (que ahora mismo son la gran esperanza de un género tan moribundo como el emo-rock americano), y al ver la energía que transmiten me sabe mal no haberles podido disfrutar durante más rato (además, me temo que a estos sí que no va a haber manera de engancharlos por Europa fuera del formato de festival). En cuanto acaban me dirijo al escenario Primavera, el mayor del recinto, a prepararme para uno de mis momentos cumbre del PS 2015: Ride. Con tal de verlos voy a perderme a Ariel Pink (quizás el solape más sangrante de esta edición), y es más, con tal de verlos de cerca incluso voy a saltarme a las Sleater-Kinney, que una hora antes tocan justo enfrente, en el Heineken (el otro macro-escenario). Pero es que lo de Ride es para mí algo muy serio.

El shoegazing es uno de mis géneros favoritos del rock de las últimas tres décadas, y Ride son posiblemente mi banda favorita dentro de dicho género. Objetivamente hablando no tuvieron una carrera tan coherente como Slowdive (a partir del tercer disco, el decepcionante Carnival of Light, su magia se disolvió de repente), ni llegaron a firmar una obra seminal como el Loveless de My Bloody Valentine, pero antes de ser devorados por la auto-indulgencia tuvieron tiempo de firmar un listado de canciones bastante impresionante, en un corte más clásico y con mayor sentido de la melodía y de la diversión que sus compañeros de género. En cierto modo fueron “los Beatles del Shoegazing”. Entre 1991 y 1993 los tuve en un pedestal, y nunca pude verlos en directo. Por eso, me tomé como un acontecimiento solemne su reciente reunión, casi dos décadas después de haberse separado, y su inclusión en el line-up del festival (de hecho, el año pasado por estas fechas tuve una epifanía y vaticiné que reaparecerían y vendrían a tocar a Barcelona).

De todo lo anterior es fácil deducir que me cuesta horrores juzgar con objetividad un concierto que se abre con Leave Them All Behind, posiblemente una de las diez canciones de mi vida. Así que ni siquiera voy a intentarlo: lo que hacen Ride sobre el escenario Primavera me parece sencillamente magia. Tocan como dios (técnicamente son unos músicos fenomenales), generando sus inabarcables murallas de sonido igual que si estuviésemos en la primavera de 1992. Es un carnaval de luz. Se les ve implicados y felices de tener, por fin, el reconocimiento histórico que siempre merecieron. Están sobre el escenario algo más de 90 minutos y tocan casi todas las buenas, bordando maravillas como Time of Her Time, Vapour Trail o Drive Blind (meten muchísimo ruido pero con muchísimo criterio). Escucho a Andy Bell cantar las frases finales de OX4 (“Some fantasy you’ve been, Pick up the pieces in my mind, I’m going home…”), antes de esos dos preciosos minutos instrumentales que cierran la canción envolviéndote como un edredón sónico, y me acuerdo de alguien muy concreto; y como estoy acompañado tengo que aguantarme un poco para no llorar, pero lo consigo, y pienso que me siento a la vez triste y feliz. La música te hace estas cosas cuando es importante.

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Recupero fuerzas y presencia de espíritu con un Red Bull (sólo es la 1:30 de la madrugada y The Soft Moon tocan a las 4:00), mientras me tumbo en la hierba frente al ATP para ver al electro-gurú Jon Hopkins, que se trabaja una sesión cumplidora pero un tanto plana. Sí, consigue hacerme bailar con los brazos casi todo el rato, y hay que reconocer que lleva un montaje escénico-lumínico que es el recopetín, pero no llega a hincharme el pecho igual que lo han hecho sus últimos álbumes de estudio. En un festival en el que me está gustando todo, de momento esto es lo más cercano que he experimentado al gatillazo.

Para rellenar la siguiente hora muerta me monto un improvisado “quince minutos por banda”, paseándome por diversos escenarios a ver qué se cuece. Ratatat me recuerdan a unos franceses de los 90 que se llamaban Big Soul. Igual que aquellos, me parecen inocuos pero divertidos durante dos canciones, que es lo que tardo en bajar las atestadas escaleras del escenario Ray-Ban. A partir de ahí ya empiezan a hacérseme repetitivos, así que ni siquiera llego a pararme y vuelvo a salir por las escaleras de al lado, como si estuviera en una cinta transportadora. En otro rincón del recinto están Movement, que no suenan mal pero a los que alguien tendría que advertirles que el día anterior tocó James Blake, y que si no disimulan un poco mejor la gente se va a acabar dando cuenta de que le copian las canciones. Finalmente, Pallbearer me parecen sensiblemente mejores que las dos anteriores bandas, aunque a estas horas y como diría el poeta “ya no tengo el coño para farolillos doom metal”, así que opto por mirármelos sentado a cierta distancia, prestando casi la misma atención a los músicos que a los varios centenares de fans que hacen headbanging frente a ellos.

Finalmente, a las cuatro y poco de la madrugada salen a escena The Soft Moon, mi concierto final del viernes. Los de Oakland demuestran que pese a actuar en un escenario pequeño quieren dejar impronta en el festival, y ofrecen un intensísimo set de post-punk industrial con un aroma a medio camino entre Joy Division, Suicide y Cabaret Voltaire, y una actitud que los hace dignos herederos de todos ellos. Mucha oscuridad, mucha mala hostia (Luis Vasquez usa un bidón de metal para generar efectos de percusión, y le arrea verdaderas palizas) y sobre todo mucha calidad. Nota mental: me los tengo que escuchar más a fondo en disco porque me están pareciendo buenísimos.

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En cierto momento se me va la vista al backstage y flipo con la colección de “suicide girls” que tienen como roadies, todas allí filmando el concierto con los móviles, bebiendo birra y bailando. Sí, parece que sigue siendo cierta esa máxima de que los tíos que tienen pinta de malos se acaban llevando a las tías que están más buenas. Ante una reflexión de tal profundidad, recuerdo una frase que suele decir mi madre: “cuando empiezas a pensar tonterías es que ya toca irse a dormir”. Decido hacer lo propio. Mañana, fin de fiesta.

Canción del día:

Crónica del Primavera Sound 2015, primera parte (de 3)

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Un Primavera Sound más, el tercero consecutivo ya, después del hiato de casi una década que pasé sin pisar sus escenarios (desde la última vez que se celebró en el Poble Espanyol, un caos organizativo que me quitó las ganas de seguir festivaleando). Tras las ediciones 2013 y 2014, en las que el abono me cayó en las manos “de gratelo” sin que yo lo pidiese (una amiga que no podía ir, un regalo de cumpleaños…), en esta ocasión pasé por caja a apoquinar los 150 euros (más gastos de gestión); así que supongo que no me queda más remedio que reconocerlo: me he vuelto a enganchar.

Y eso que en esta ocasión la parrilla de artistas tampoco me parecía tan impresionante como las de años anteriores. Pero vamos, el Primavera Sound ha alcanzado ya un nivel de excelencia musical y logística difícil de superar (la organización de una cita de este tipo debe tener las mismas aspiraciones que los buenos árbitros de fútbol: que no se note su presencia), hasta el punto de que es el propio festival en conjunto lo que acaba brillando por encima de los nombres que traiga. El “marco incomparable” (la verdad es que el recinto es acojonante), la variedad de ofertas y la buena disposición general de la gente ayudan a ponerte en un estado de diversión casi orgánica. Te lo pasas bien toque quien toque; y el actual momento que viven el rock alternativo y la electrónica de vanguardia dan para que siempre vengan a tocar al menos seis o siete artistas de primer orden.

Leía hace poco, no recuerdo dónde, acerca de los problemas de crecimiento que empiezan a experimentar los festivales españoles estilo PS, atrapados entre la necesidad de ofrecer variedad, de no estancarse (esa sensación de que ciertos popes del indie fichan año sí/año no; uno de los motivos por los que dejé de ir al FIB fue que al cabo de cuatro ediciones ya había visto dos veces a casi todo el mundo), y la imposibilidad de incluir a según qué nombres en el line-up. Por ejemplo, buscando comparaciones con Glastonbury, el PS no podría traer a Foo Fighters (quizás demasiado mainstream), ni le saldría a cuenta pagar el caché de Kanye West (un artista fundamental para entender el pop de hoy en día pero que aquí debe de vender menos discos que Manel). Hay que tirar por otras vías.

Así, la evolución de estos certámenes pasa por soluciones creativas, y este año el Primavera Sound ha optado por la recuperación de “viejas glorias” como cabezas de cartel: The Replacements, la OMD, Patti Smith, Ride, y en menor medida Interpol, The Strokes, Spiritualized y Tori Amos. Me parece la mar de bien, es un cartel con innegable tirón para el gran público; pero a nivel personal, salvo por la Amos (que jamás viene de gira por aquí) y Ride (la única gran banda de shoegazing noventero que me quedaba pendiente), la cosa tampoco me ofrecía estímulos suficientes como para hacerme con el abono de tres días. Han sido los artistas de segunda fila quienes me han convencido: The New Pornographers, Jon Hopkins, Perfume Genius, The Soft Moon, tUnE-yArDs, Benjamin Booker, Mikal Cronin… Así pues, para mí éste va a ser un Primavera Sound de muchos más escenarios pequeños que grandes. Si alguien quiere encontrarme, la manera más segura de hacerlo es mirar hacia dónde se mueve la mayor marea de gente, y enfilar hacia el escenario que esté en dirección contraria. Dicho esto, empecemos.

MIÉRCOLES 27 (día 0)

La vida es lo que te sucede mientras haces otros planes, dicen, y los míos incluían empezar la jornada de presentación del festival con los shows de Christina Rosenvinge y Cinerama. No es que ni la una ni los otros me vuelvan locos (lo de la cantante de Hago Chas y aparezco a tu lado como musa del alt-rock patrio siempre me ha parecido un hype sostenido, que sólo se justifica por el hecho de que no hay muchas más intérpretes españolas de sus características). Sin embargo, la inesperada explosión de mi ordenador me retiene en casa hasta las 8 de la tarde, así que no llego al Parc del Forum hasta una vez empezada la tercera actuación del día, Albert Hammond Jr.

Desde luego, el festival ha sabido rentabilizar la inclusión de los Strokes en la parrilla, pues por el mismo precio van a tener al cantante Julian Casablancas al frente de su banda alternativa The Voidz (que me parecen horrorosos, por cierto), y al guitarrista Albert Hammond Jr. defendiendo su discografía en solitario, que cuenta ya con dos álbumes (el tercero se edita en julio). No he escuchado ninguno de ellos, pero si me tengo que guiar por la sucesión de medios tiempos guitarreros que provienen del escenario, la conclusión es que no estoy demasiado impresionado, aunque al menos tampoco paso la vergüenza ajena que me produjeron en su día los dos últimos discos de The Strokes. Una cosa correcta y punto. Aparte de eso, Hammond se ha cortado el pelo (se le ve mayor) y se ha comprado un traje. O sea, “ha madurado”, una expresión peligrosa cuando hablamos de rock, porque demasiado a menudo se traduce en aburrimiento. Teniendo en cuenta su apellido que remite a un padre mítico, y lo soso que me está pareciendo, no puedo evitar acordarme de Jakob Dylan y sus Wallflowers.

Finiquitado Albert Hammond Jr., ya solo me queda una actuación por ver, la OMD (podría pillar luego el metro hasta la sala Apolo, donde hacia la 1 de la madrugada tocan los post-punkarras Viet Cong, pero siendo ésta la velada previa de calentamiento no quiero forzar, que a partir del jueves tengo mucha matraca que ver y bailar). El día anterior, en casa con tres amigos, les comenté que hoy tocaba la OMD en el concierto gratuito de presentación del Primavera Sound 2015, y que si se animaban a venir. Dos de ellos no habían oído hablar jamás de la banda, y el tercero dijo que los recordaba como “un grupo de los 80 con dos canciones buenas”. Esto demuestra lo que llamamos “ilusión de proximidad”: uno se cree que lo que él conoce es igualmente conocido por los demás. Yo siempre había situado a Orchestral Maneuvers in the Dark a la altura popular de Depeche Mode, pero lo cierto es que, aunque cueste creerlo, la mayoría de gente ya ni se acuerda de los autores de discos tan fundamentales para entender el pop electrónico como Dazzle Ships o Architecture and Morality.

OMD 03 Dani Canto

Y sin embargo, a las 11 de la noche en el Parc del Fórum nos hemos juntado los fans suficientes como para llenar toda la explanada sin que quepa un alfiler. Andy McCluskey y Paul Humphreys salen a escena, y de nuevo volvemos a estar en lo profundo de los 80. Están más arrugados que entonces, sí, pero eso es lo único malo que puede decirse de un concierto en el que suenan hitazos del nivel de Enola Gay, Souvenir, (Forever) Live and Die, Tesla Girls, Talking Loud and Clear, Messages, Electricity o Joan of Arc (el órdago a la grande de la noche), himnos generacionales inapelables que no han perdido un ápice de chispa. Incluso Metroland, única concesión a su más reciente trabajo (English Electric, del 2013), se mezcla de manera orgánica con el resto del setlist, como un clásico más, sin desteñir en absoluto una performance que ha sido lo que tenía que ser: un «Lo mejor de la OMD» con el público entregado desde los primeros acordes de la primera canción y los músicos en un estado de forma envidiable (McCluskey no para de bailar ni un instante). Primer puerto de montaña importante, y primera alegría. Hemos empezado bien. Hemos empezado muy bien.

Canción del día:

JUEVES 28 (día 1)

Tras la intro de ayer, me presento en el recinto del Parc del Forum a las 8 de la tarde para iniciar “oficialmente” mi PS 2015 con el arrebatado blues-rock garajero de Benjamin Booker, autor de uno de los álbumes que más noqueado me dejaron en el 2014 (por temazos como por ejemplo ÉSTE). A una hora complicada, con el sol aún pegando, en un escenario que le viene enorme y ante un público que en su mayoría está cogiendo sitio para ver al que va a salir después de él (Antony and the Johnsons), el de Virginia se mete a todo quisque en el bolsillo con una actuación intensa y llena de actitud. Claro, el muy motherfucker no tiene una sola canción mala, y eso también ayuda.

Al acabar su set, Booker se despide recordándonos que a continuación, en el escenario de enfrente, actúan “the fucking Replacements”, y que él va a estar en primera fila pegando botes con ellos. Pues ya me contarás qué tal, Benjamin, porque lo que es yo me voy al escenario Pitchfork a ver a Ought. The Replacements nunca fueron un grupo al que prestase demasiada atención (hubo un tiempo en que incluso los confundía con The Residents), así que no voy a fingir ahora que siempre fui fan. Ya corregiré ese cráter en mi expediente, pero de momento tengo una cita con la banda de Montreal. Me encantan estos chavales, me suenan a Talking Heads y a Television, y sobre el escenario desgranan las canciones de su (por ahora) único disco a ritmo de ametralladora. Me lo paso pipa brincando al ritmo de Today More Than Any Other Day y Habit, y sigo sin entender que no los conozca ni Dios.

Una de mis máximas para sobrevivir al Primavera Sound es ver como mínimo un concierto cada día en el escenario Ray-Ban. No porque su propuesta sea mejor que las demás, sino porque está situado al fondo de un anfiteatro con gradas para sentarse. Desde allí, descansando el cuerpo y con la brisilla del mar refrescándome, disfruto como un burro con el que tiene potencial para ser el mejor acto de hoy: el de Mikal Cronin, cuya capacidad para componer canciones de rock bonitas lleva tres discos dejándome tonto. Que si Weight, que si Apathy, que si Am I Wrong, que si See It My Way… Me podría pasar horas escuchando esas guitarras, que suenan cristalinas incluso cuando se pone a distorsionar. Por actuaciones así vengo al Primavera Sound. Impecable.

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Tras Mikal toca el teórico plato fuerte de la jornada, Spiritualized. Tengo algunos reparos con ellos, porque los vi en los 90 en el Festival de Benicassim, presentando una obra maestra como Ladies and Gentlemen, We Are Floating in Space y no creo que aquello pueda ser superado. De aquel concierto de madrugada recuerdo que fue larguísimo, que lo vi tumbado en el suelo como si me hubieran dejado caer desde una avioneta (porque ya no me tenía en pie), y que, pese a no haber consumido ningún tipo de drogas, el cansancio me hizo tener alucinaciones (haciendo honor al título de su disco, me pareció ver a los músicos levitar por el escenario mientras tocaban). En efecto, no lo superan, pero no es por culpa suya: ellos mantienen intacta su capacidad para convertir las canciones en experiencias lisérgicas (Electric Mainline dura siete minutos como podría durar diecisiete), mezclando de manera magistral gospel, space rock y psicodelia con la voz de Jason Pierce como hipnótico hilo conductor. No, ellos lo hacen igual de bien que siempre. Sencillamente, soy yo quien ha cambiado en estos quince años. Ahora me interesan y me llenan más otras cosas.

Ya en la última media hora de Spiritualized se han podido ver rebaños de gente yéndose para el escenario principal, en el que a estas horas deben de estar empezando a tocar The Black Keys. No podría importarme menos. Sí, Lonely Boy y tal, pero no tengo ganas de aguantar tumultos para bailar una puñetera canción, y a esa misma hora en el mini-escenario Adidas Originals, en la otra punta del recinto, actúan Los Punsetes, y si me doy prisa aún voy a poder pillar sitio en primera fila. Ya los vi hace unos meses en Madrid (por tercera vez en los últimos años), y el hecho de que tenga tantas ganas de repetir certifica lo mucho que me gustan, lo mucho que me enganchan sus melodías y lo adentro que me han llegado siempre sus letras, con las que me identifico a muchos niveles. En directo son un seguro de vida, nunca defraudan. La cantante Ariadna va vestida de marinero y, como de costumbre, se mantiene quieta igual que un palo ante el micrófono. Se mueve tan poco que le podrían hacer una resonancia magnética mientras canta; y sin embargo, todo ese hieratismo tiene el efecto de reforzar aún más la escalofriante intensidad, la sensación de verdad, que transmiten temazos como Alférez Provisional, Opinión de Mierda, Tus Amigos, Amanece más temprano, Tráfico de órganos de iglesia o el momento álgido de la actuación, Maricas (nudo en la garganta, como siempre). Canciones que, nunca me había dado cuenta hasta este momento, tratan de manera conjunta un tema principal: el egoísmo. Podría dar un jodido arsenal de excusas para explicar por qué he venido a ver a Los Punsetes en lugar de a The Black Keys, pero en realidad la respuesta es sencilla: Los Punsetes son mejores. Nada de Mikal Cronin, esto ha sido lo más enorme de hoy.

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Es la una de la madrugada, llevo cinco horas sin parar, así que ya toca descansar y comer algo aprovechando que toda la música que va a sonar en la próxima hora me parece perdonable. Me voy a la zona de tenderetes y me cruspo unos fideos al wok con salsa de cacahuete (parece mentira, pero una de las cosas que más echaba de menos del PS eran los resopones nocturnos de fideos orientales), mientras de fondo se oye la sala de torturas de Sunn O))) amortizando bafles en el escenario ATP. Lo de Sunn O))) puede llegar a ser estimable en disco, pero tragárselos en directo es un ejercicio de hipsterismo metalero (me aburro pero pongo cara de que me están pareciendo buenísimos) que no me va a tener como testigo.

En vez de eso, hago un poco de tiempo sentado en las escalinatas del Ray-Ban viendo a los británicos Jungle (son aplicados en lo suyo, pero el neo-soul británico no es lo mío), y cierro la jornada con el duo que seguramente tiene el mejor nombre de todos los artistas que concurren este año al PS: The Suicide of Western Culture. Los bailé ya hace un par de ediciones y desde entonces han mejorado bastante, se les ve más sueltos, más sucios (en el buen sentido) y con más canciones buenas. Cada vez me recuerdan más a Fuck Buttons y eso nunca me va a parecer malo. Me contorsiono cual locuelo con Hey, Guys! I Know The Name Of The Culprits y con Love Your Friends, Hate the Politicians, y tiro para la boca de metro aún tarareándolas y moviendo los pies a ritmo sincopado. Qué divertido es todo esto, joder.

Canción del día:

En defensa de Los Teletubbies

74c820609bba56fadaa16e4d2d759308 En unas verdes colinas de aspecto similar al que tendría Hobbiton si lo hubiese redecorado Ikea, vivían cuatro extrañas criaturas a medio camino entre un oso panda y el primo trofollo del extraterrestre que salía en Mi amigo Mac. Tenían la piel de colores llamativos (puestos el uno al lado del otro parecía que iban disfrazados de parchís viviente), extrañas antenas sobre sus cabezas y una especie de pantalla de televisión implantada en la tripa. Un cuadro, vamos. Se llamaban Tinky Winky, Dipsy, Laa-Laa y Po, y solían vivir aventuras no exactamente emocionantes pero sí bastante hipnóticas. Se los conoció colectivamente como Los Teletubbies, y fueron quizás el cuarteto de personajes de ficción más famoso que dio la cultura pop de los 90.

El factor diferencial que tuvieron Los Teletubbies, cuando los desvistes de todo su impacto popular y los comparas, a nivel de simple concepto, con otros programas de TV infantiles inmediatamente posteriores a ellos (es imposible buscarles paralelismos con nada de su misma época, pues de algún modo supusieron un espacio pionero en su franja horaria), es que eran arte de vanguardia para niños. El túrmix entre despiporre cromático, tramas simples pero un tanto surrealistas y voluntad de educar por la vía del mensaje subliminal, daban al show un tono de alucinación psicodélica que dejaba a la chiquilleria absorta, como los monetes de 2001: una odisea del espacio ante el monolito. Los Teletubbies hablaban directamente al niño en su lenguaje gutural y un punto absurdo, sin concesiones ni filtros al mundo de los mayores.

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A la mayoría de padres, por supuesto, Los Teletubbies les horrorizaban/les aburrían/les inquietaban. Incluso los papases y las mamases más modern@s y progres solían preferir animaciones pulcras, técnicamente impecables e “insta-lovables” como Pocoyó, ejercicios absolutamente faltos de riesgo y ligeramente casposos como Los Lunnis (esas canciones infernales…) o clásicos del género como Barrio Sésamo (el Santo Grial de la televisión infantil; todo lo que se ha hecho después ha tenido que sufrir en un momento u otro la comparación de si “es peor o mejor que Barrio Sésamo”). Sin embargo, precisamente ese rechazo que provocaban Los Teletubbies entre el público adulto les dio su sello de autenticidad ante los niños. Es como cuando eres adolescente y tus mayores te pegan la brasa con eso de que la música que te gusta «sólo es ruido», y que era mucho mejor lo que se escuchaba en sus tiempos (los Beatles, Nino Bravo, Dire Straits… eso ya depende de la década en la que naciste). Por eso, hacerse fan de esos cuatro bicharracos de colorines tenía algo de actitud contestararia y punk. Al menos, todo lo contestataria y punk que pueda entender un crío de menos de cuatro años.

Pese a su aparente sencillez, Los Teletubbies siempre dejaron entrever que detrás del decorado había algo más, algo que estaba abierto a interpretaciones no sólo estilísticas sino incluso filosófico-sociales. Son de sobras conocidos, por ejemplo, los exabruptos del inefable tele-evangelista Jerry Falwell respecto a que el show hacía apología de la homosexualidad (sus argumentos: Tinky Winky era de color púrpura, su antena tenía forma de triángulo y llevaba bolso, todo lo cual eran señales inequívocas de mariconeo fino). O las numerosas teorías conspiranoicas sobre su utilización como herramienta de propaganda encubierta para todo tipo de causas malvadas (uno de mis ejemplos favoritos es este descacharrante artículo, que los vincula con una trama secreta capitaneada por los ateos, las feministas y la UNESCO para lavar los cerebros infantiles). Por no hablar de la multitud de parodias que se generaron en torno a ellos, la mejor de las cuales posiblemente sean los Nazitübbies, un mini-espacio dentro del talk show danés den 11. time, que mostraba cómo podrían haber sido los cuatro personajes si Hitler hubiese ganado la Segunda Guerra Mundial, y que sorprende por su fenomenal factura visual y su atención por los detalles (está currado de verdad, no es un simple sketch estilo Los Morancos con un croma de fondo).

Teniendo en cuenta todo lo que acabo de explicar, reconozco que me ha tocado un poco las narices la reciente aparición de los llamados “Teletubbies siniestros”, una presunta gamberrada que ha tomado internet al asalto pero que, ya lo siento, no es ni tan original, ni tan iconoclasta, ni tan epatante como se ha querido vender desde los rincones más hipsters de la blogosfera. La cosa empezó con la aparición en diversas redes sociales de una fotografía de Los Teletubbies pasada a blanco y negro y alterada a base de filtros de Photoshop. Hay que reconocer que la imagen tenía cierta cualidad sombría y que quedaba de lo más aparente como fondo de pantalla o portada de Facebook, pero tampoco iba más allá de la anécdota (sí, es ésta de aquí abajo…).

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Sin embargo, pocos días más tarde el «YouTuber» Christopher G. Brown decidió llevar la idea un paso más lejos: trincó un sketch de Los Teletubbies, lo pasó también a blanco y negro, le quitó el volumen, le pegó encima la estupenda canción Atmosphere de Joy Division basándose en un supuesto parecido con el videoclip original de la misma (parecido que, me temo, sólo sabe ver él) y hale, ya tenemos fenómeno viral de la semana.

Todo el mundo se hizo eco del asunto (yo lo vi desfilar incluso por webs como las de la revista Time o el New York Daily News) y enseguida se desataron titulares de lo más desaforado, incluyendo adjetivos como “Terrorífico”, frases lapidarias como “Te provocará pesadillas” y hasta comparaciones con el trabajo de artistas como Anton Corbijn, David Lynch o el E. Elias Merhige de Begotten (peli experimental loquísima, que si no habéis visto no deberíais perderos; está enterita AQUÍ). La gente, en general, flota mucho.

El video en sí no tiene nada especialmente destacable (se lograrían resultados similares o incluso mejores pillando por banda cualquier programa infantil, toqueteando su paleta de colores y metiéndole música de, pongamos por caso, Diamanda Galas), salvo su capacidad para demostrar, una vez más, el nivel de tontería complaciente que llena todo internet y las redes sociales en particular. Ante el video en B/N de Los Teletubbies sólo cabe seguir a la masa blob y soltar un “cómo-mola” acrítico, porque cualquier otra postura, cualquier mínima reflexión sobre su irrelevancia (no ya como pieza audiovisual sino como mero chascarrillo de You Tube), te deja a ojos de todo el mundo tirado en la cuneta de lo casposo. Si dices que no te ha molado el video de los Teletubbies siniestros es que no eres moderno ni enrollao. Es el mismo principio por el que quedas como
Image: Woman destroys Elias Garcia Martinez fresco in botched restorationun sieso si se te ocurre decir en Facebook que el asunto del Ecce Homo de Borja no te hizo NI PUTA GRACIA porque no deja de ser la profanación de una obra de arte (menor es cierto, pero eso sólo significa que tuvimos suerte de que dicha iglesia no tuviese nada de Murillo o Tiziano), y que Cecilia Giménez, la viejales que lo repintó, no te parece una graciosa friki sino una vándala sobrevenida, a la que habría que meterle un multazo que le quitase las ganas de volver a coger un pincel ni aunque fuese para glasear bizcochos (en vez de eso, y como vivimos en el imperio de lo imbécil, una agencia de publicidad la contrató como asesora creativa; porque ya sabemos que en internet ningún crimen queda sin recompensa, sobre todo si te garantiza publicidad y visitas).

http---o.aolcdn.com-hss-storage-midas-9ae48cfd0dc98febaf0b60c05df82eb7-201298130-sun+babyVolviendo al tema principal de este artículo y a modo ya de conclusión, mi problema con el video en blanco y negro de Los Teletubbies es que no es una parodia, un homenaje ni una burla como los Nazitübbies, ni tampoco un ataque tronado como el del reverendo Falwell, sino un intento (fallido, claro) de apropiarse de un icono infantil y legitimizarlo de cara a la modernidad adulta, en una demostración tanto de pedantería como de miopía galopante. Porque Los Teletubbies en color, los normales de toda la vida, ya molaban lo suyo. Ya eran inteligentes, arriesgados, extremos y hasta inquietantes. No hacía puñetera falta que viniese nadie a marinarlos con Joy Division para darles validez como producto culturalmente relevante y molón. Los Teletubbies SIEMPRE MOLARON; y si aún no te habías dado cuenta, si no habías sabido entenderlo, es simplemente porque no iban dirigidos a ti, iban dirigidos a ellos. Asúmelo y lárgate con la música (de Joy Division) a otra parte.

PAMUNDI MUSIC AWARDS 2014, parte 1

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INTRO COÑAZO

Más vale tarde que nunca, decían, ¿No? Pues efectivamente, más tarde que nunca (mediados de febrero) llegan los PAMUNDI MUSIC AWARDS en su edición 2014 (la octava ya). El buen gusto y el eclecticismo “poser” bien entendido llaman a la puerta de vuestra caverna, oh botarates, para traeros la LULZ de la razón en forma de CRITERIO musical.

¿De qué diantres estoy hablando, se preguntarán quienes entren en contacto por primera vez con esta mierda? Pues corto/pego la misma explicación que suelto en cada nueva edición: los PAMUNDI MUSIC AWARDS son mis listas particulares de los que considero mejores álbumes y tonadas del año recién acabado. La lista de álbumes incluye 20 entradas, mientras que la de tonadas incluye 70. ¿Por qué 20 y 70? Esto ya me cansé de explicarlo en el 2012, así que tiremos millas…

Escucho lo que escucho a base de seguir la actualidad de webs como Popmatters, Consequence of Sound, Tiny Mix Tapes, The Wild Honey Pie, Stereogum, Pitchfork, Uncut, Any Decent Music, NME, Spin, Paste, Mojo, Hipersónica, Jenesaispop o The Needle Drop (no puedo dejar de recomendar especialmente esta última, el excelente video-blog de Anthony Fantano). En cuanto a revistas de papel impreso, tal como está el patio cada vez me parecen un medio más lento y menos relevante, así que con los años mi consumo se ha ido reduciendo hasta limitarse a algún número ocasional de Mondosonoro y RockdeLux (los especiales con “lo mejor del año”, sobre todo).

Como de costumbre, voy a empezar dando la brasa con un artículo de resumen sobre lo que me ha parecido esta añada musical…

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Un curso raro en lo musical, este 2014. Lleno de “comebacks” inesperados, algunos de los cuales han salido muy bien (Neneh Cherry), otros ni fu ni fa (Bryan Ferry), y algunos incluso han hecho pasar vergüenza ajena a más de un fan (Pixies). Además, han saltado al primer plano muchos artistas que hasta ahora siempre habían permanecido un poco a la sombra de las grandes estrellas del pop/rock alternativo. Ha sido el año de Future Islands (su arrasador paso por el programa de David Letterman es posiblemente el momentazo del 2014), de The War on Drugs, de Lana del Rey (Ultraviolence es un disco fantástico de baladones fantasmagórico-glamourosos que nadie esperaba tras el acartonado Born to Die de hace dos años), o sobre todo de Sia, una escritora de canciones para gente como Beyoncé, Rihanna, Kylie Minogue o Madonna que por fin ha decidido dar un paso al frente y componer hits para sí misma, erigiéndose en la reina del cotarro gracias a un álbum, 1000 Forms of Fear, prolijo en estribillos descomunales como los de Chandelier o Fire Meet Gasoline, y además orinándose en el manido concepto de “diva pop” (se negó a mostrar su cara en el libreto del disco, no aparece en ninguno de sus videoclips e incluso ha llegado a actuar de espaldas a la cámara en algún programa de TV). Sia es una de esas tipas que caen bien porque aportan inteligencia a un negocio que normalmente está más dominado por la capacidad de enseñar pechuga que por los valores musicales.

En el 2014 he vuelto a pulverizar mi récord de escuchas, metiéndome por los tímpanos la burrada de 320 álbumes nuevos, que son bastantes más que los 230 del año pasado o los 180 del 2012. Ha sido casi sin querer, no creáis, porque la sensación que tengo no es la de haberme saturado mucho más de música que otras veces, sino todo lo contrario. A esto, sospecho, ha colaborado decisivamente mi suscripción a Spotify Premium (tenían una oferta de tres meses a 1€ y me tiré en plancha). Eso me ha permitido acceder a mucha más música y sobre todo de manera mucho más fácil (en el ordenador, en el móvil, en la tele… todo el día dándole). En Spotify no lo encuentras todo (como ausencias notables destacaría a Taylor Swift o el último de Ty Segall, por ejemplo), pero sí CASI todo. En general estoy más contento que unas pascuas con ellos.

Posiblemente, este haya sido el año de la última década en el que he visto más música en directo. Aparte del festín del Primavera Sound (experiencia mariana con The National, Neutral Milk Hotel y Slowdive), estuve en el Aloud Music Festival (salvo excepciones como Unicornibot, bostecé lo mío) y en el extraño BIME Live de Bilbao (repitiendo con The National, alucinando con Mogwai y quedándome más frío que caliente con el resto). Si a eso le sumo los conciertos sueltos, que si Depeche Mode (aunque sus discos sean ya inofensivos, en directo le siguen pintando la cara a cualquiera), que si Sharon Van Etten (me quiero casar con ella), que si El último vecino (Golpes Bajos meets El último de la fila meets Joy Division, para dar forma al grupo de synth-pop más estimulante del momento), la verdad es que no he parado.

Pixies-MichaelHalsbandLO QUE NO

Contrariamente a mi impresión del año pasado, creo que el 2014 ha sido un año flojo para la “electrónica pura”. Aphex Twin, Dntel, Caribou, Ben Frost, Arca o Simian Mobile Disco han sacado sendos discos que en general han cosechado buenas críticas, pero que a mí me han dejado igual. Es bastante sintomático que lo más interesante y fresco que he escuchado en este campo haya sido el álbum homónimo de Caustic Window (alias tras el que se esconde Richard D. James, o sea Aphex Twin), un disco que se compuso en 1994 y que se ha tirado 20 años en un cajón hasta ser finalmente publicado. Tampoco mis adorados Mogwai han logrado unos resultados sobresalientes en su (encomiable pero un tanto fallido) giro hacia las bases programadas, y al disco de despedida de Röyksopp le ha faltado sustancia para ser algo más que una buena colección de singles. Todd Terje ha estado bien como divertimento bailable, pero al cabo de un rato todos sus temas me acaban pareciendo variantes de la banda sonora del videojuego Out Run.

En cuanto a las sonadas decepciones, puedo destacar a unos The Horrors a los que por fin se les ha visto el truco (una de esas bandas que había ido cambiando de sonido, no tanto en base a aquello en lo que creían sino en base a aquello que les funcionaba; y en su reciente Luminous funcionan pocas cosas), a unos Interpol que difícilmente podrían volverse más irrelevantes, o a una Zola Jesus que se mueve como pez en el agua al colaborar con otra gente (M83, Orbital…) pero que cuando se queda sola en la intemperie con disco propio parece una mala copia de iamamiwhoami (quien a su vez este 2014 ha editado otro disco en el que parece una mala copia de sí misma…). Sin embargo, todos esos tropezones palidecen ante la debacle del año: los Pixies.

En la vida hay pocas cosas de las que uno pueda fiarse con los ojos cerrados, y hasta no hace demasiado los Pixies eran una de ellas. Entre el 87 y el 91 los de Boston cuajaron un catálogo de discos perfecto, tuvieron una influencia en el panorama del rock alternativo como nadie ha tenido desde entonces, y dieron una lección de inteligencia al separarse estando aún en la cima, antes de caer en cualquier tipo de decadencia. Siempre se les puso como un ejemplo de coherencia, actitud e integridad. Todo eso se fue a cagar a la velocidad del trueno el 19 de abril del 2014, cuando apareció en las tiendas de todo el mundo una inanidad como Indie Cindy, el inexplicable e innecesario retorno al estudio de grabación de Frank Black, Joey Santiago y David Lovering (Kim Deal, con buen criterio, decidió ahorrarse el manchurrón en su currículum). En realidad los fans llevábamos meses escaldados, pues las canciones de Indie Cindy habían visto ya la luz repartidas en tres EPs a cual más decepcionante. A ver, no es que sea un álbum forzosamente terrible (la mayoría de cortes son simplemente mediocres, y hay un par que quizás merecerían un 6 sobre 10), pero no tiene estructura, personalidad ni músculo. Baladas inanes, riffs sin la menor dinámica, estribillos redundantes, un tono general de desgana… The Pixies copiando a los puñeteros Weezer, lo que me faltaba por escuchar en esta vida. Es el tipo de música del que los fans de los Pixies nos reiríamos si la hubiese hecho cualquier otra banda. Nunca creí que una canción suya me haría sentir bochorno. Nunca.

Adam Granduciel, The War on Drugs, TBD Fest, 2014

LO QUE SÍ

Cualquier año en el que Swans publican disco nuevo, es un buen año. Desde que se reformaron en algún punto indeterminado del 2009, tras más de una década de hacer cada uno la guerra por su cuenta, no sólo no han fallado ni un tiro al centro de la diana sino que han ido afinando más y más la puntería, partiendo por la mitad la flecha anterior con cada nuevo disparo, como Robin Hood. My Father Will Guide Me up a Rope to the Sky fue un álbum excelente, seguido dos años más tarde por una obra maestra como The Seer (mejor álbum y mejor canción de los PAMUNDI MUSIC AWARDS 2012). Parecía una gesta imposible que su trabajo del 2014 fuese todavía superior, pero se las han ingeniado para reventar de nuevo las expectativas. ¿Son infalibles? Desde luego lo parecen. To Be Kind es violento, extremo, gutural, denso, sofocante y maravilloso. Es el ruido, el caos y la mala hostia destilados a una forma pura de belleza.

Que la banda de rock más arriesgada y estimulante del planeta esté liderada por un tipo que anda ya por la sesentena podría parecer preocupante, a la hora de hacerse una visión de conjunto del presente panorama musical. Por suerte, detrás de Swans vienen todo un pelotón de artistas más jóvenes que diluyen esa sensación: Ariel Pink, el hiperactivo Ty Segall (el 2014 ha sido “tranquilito” para él; sólo ha sacado un disco…), St. Vincent, The War on Drugs (nadie ha grabado guitarras eléctricas más escalofriantemente bonitas que ellos en el 2014), Sharon Van Etten, D’Angelo (que se descolgó a finales de diciembre con una masterpiece de funk y R&B como Black Messiah, pillando tan por sorpresa a todo el mundo que ni siquiera dio tiempo a incluirlo en muchas listas de “lo mejor del año”), Perfume Genius, Sun Kil Moon (Mark Kozelek partiéndonos el alma a base de poesía costumbrista) o la inteligentísima mezcla de ritmos no convencionales de tUnE-yArDs (tras escuchar los euforizantes tres minutos que dura Water Fountain, es difícil de entender que hace poco Merrill Garbus se plantease en serio dejar la música porque creía no tener talento…); y en el “frente nacional”, otro tanto. Ahí están Single, Los Punsetes (cuando empezaron mucha gente se los tomaba a broma, pero ya acumulan una buena ristra de himnos generacionales), Cuello (recogiendo con mucha inteligencia los guitarreos noventeros y metiéndoles una marcha más) o El columpio asesino certificando una de las mejores generaciones de bandas españolas desde principios de los 90. El presente es suyo, son quienes hoy en día marcan la senda y a quienes habrá que mirar cuando, dentro de diez o quince años, se quiera analizar lo que dio de sí la segunda década del siglo XXI. Yo diría que la cosa pinta bien. Estamos en buenas manos.

Y más o menos esto es todo lo que puedo destacar del 2014 a nivel musical. Mañana postearé la primera parte de la lista de los 20 DISCAZOS del año (puestos 20 al 11), pasado mañana la segunda parte (puestos 10 al 1), y al tercer día el gran colofón: la lista de las 70 MEJORES TONADAS (con sus enlaces de escucha y todo).

Millones de gracias a Amaia Carreira por diseñarme los chulísimos banners que dan imagen a los PAMUNDI MUSIC AWARDS 2014, y a Keka Puchades por sus tutoriales y soporte técnico a la hora de montar este blog, cuya principal razón de ser era poder colgar todo esto de manera ordenadita y lucida. Ha quedado así de chulo gracias a vosotras dos. Sois la reostia.

Arrancan los PAMUNDI MUSIC AWARDS 2014. Let’s have some fun, muthafuckas!!!

Cuando los vi tocar en un concierto de reunión, hace nueve años, recuerdo de manera nítida la excitación que sentí, compartida por el resto de veinteañeros que me rodeaban, mientras todos cantábamos “Hey” a coro. Quizás estaba escrito que ese momento no debía ocurrir. Era como si estuviéramos engañando a la muerte, o al tiempo, y al igual que en todas las fábulas del estilo “Cuidado con lo que deseas…”, estaba claro que aquello nos explotaría en la cara de un modo u otro; y así ha sido. Pronto, muy pronto, nadie recordará casi nada sobre este disco, o sobre su misma existencia. Pero su publicación es una pequeña tragedia, suficiente para hacerme desear que la reunión de la banda, e incluso aquel concierto mágico que les vi, nunca hubieran tenido lugar…” – Jayson Greene, en su reseña para Pitchfork del álbum EP-1 de Pixies.

PAMUNDI MUSIC AWARDS 2013, parte 1

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INTRO
¡Aaaaaay que te cojooooooo… hoooola hermosuras! Si esto es febrero del 2014, significa que ya toca ir celebrando la VII edición de los PAMUNDI MUSIC AWARDS, ese faro de CRITERIO que os alumbra el camino hacia la arcadia del buen gusto musical, liberándoos de la tiranía de la radiofórmula, el papanatismo hipster (“A mí me gusta lo que dice Pitchfork”) y el inmovilismo trogloditarl (“Yo me quedé en el Sultans of Swing de Dire Straits”). Desde el otro lado del teclado, puedo notar vuestro alivio.

 Como ya sabéis de sobra, los PAMUNDI MUSIC AWARDS son mis listas particulares de los que considero mejores álbumes y tonadas del año recien acabado. La lista de álbumes incluye 20 entradas, mientras que la de tonadas es de 70. ¿Por qué 20 y 70? Joder, cada año estamos igual. Preguntádselo al de al lado.

Mis fuentes musicales, igual que siempre, han sido páginas web como Popmatters, Consequence of Sound, Tiny Mix Tapes, The Wild Honey Pie, Stereogum, Pitchfork, Uncut, Any Decent Music, NME, Spin, Paste, Mojo, Hipersónica, Jenesaispop o The Needle Drop, además de revistas en papel como Mondo Sonoro o Rockdelux. En este 2013 he batido una vez más el record del año pasado y, frente a los 180 álbumes que escuché entonces, esta vez he llegado a los 230 (casi tres cuartas partes de ellos entre los meses de octubre y diciembre).

Pues eso, chiquillería, que empiezan los PAMUNDI MUSIC AWARDS 2013. Abro fuego con un post a modo de resumen de lo que me ha parecido el año musical. Enjoy!

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Dejémonos de zarandajas y discursos gastados sobre la fertilidad creativa en tiempos de crisis y sobre el poder reivindicativo del pop: a un nivel puramente musical, a mí el 2013 me ha parecido un año más bien tontito. Como de costumbre, en 365 días se edita mucha matraca, y la cosecha siempre da de sí lo suficiente como para confeccionar una lista de 20 discos cojonudos; pero si esta vez me he cascado tantísimos álbumes más que el año pasado, sospecho que también ha sido porque me he visto obligado a tener que escarbar más en busca de las trufas. Pocas cosas me han sorprendido o entusiasmado (Fuck Buttons, The Knife…), unas cuantas me han decepcionado profundamente (Arcade Fire volviendo a su versión más plomiza, Kanye West convirtiendo en un chiste su gusto por las distorsiones de voz…), y la mayoría me han producido indiferencia o tedio (no entiendo qué tienen de especial Chvrches o Sky Ferreira, más allá de dos o tres canciones pegadizas).

TENGO UNA NOTICIA BUENA Y UNA MALA.
LA BUENA NOTICIA ES QUE…



Quizás, entre lo positivo que ha deparado el año, lo más vistoso haya sido la publicación por sorpresa del disco homónimo de Beyoncé. Apareció en diciembre sin ninguna promoción más allá del boca a boca de los fans, logrando un descomunal efecto bola de nieve en las redes sociales y descolocando durante unos días al resto del negocio musical. Una jugada de «anti-márqueting» viral tan inesperada como magistral. Lady Gaga, a quien nadie hizo demasiado caso pese a la llamativa promoción de su nuevo álbum Art Pop (aburrido y hortera en el mal sentido), debía de estar en casa royéndose los sostenes de envidia. El hecho de que, además, Beyoncé sea el trabajo musicalmente más maduro de toda la carrera de la Knowles, la distancia ya de manera definitiva de cualquier competencia posible. Aquí manda ella. Bueno, manda ella… con permiso de Janelle Monáe, la única que no solo la iguala en carisma y dominio escénico, sino que la supera a nivel de ambición musical. Su The Electric Lady es la secuela casi perfecta al The Archandroid con el que debutó hace dos años, y la confirma (si es que hacía falta) como lo mejor que le ha pasado al pop mainstream desde que Michael Jackson cambió de plano de existencia.

Hablando en términos generales, la música electrónica le ha pasado la mano por la cara al rock y al pop de guitarras (solo hay que ver los primeros puestos de la mayoría de listas de mejores del año), gracias a obras mayores como el Slow Focus de los Fuck Buttons (menos abrasivos pero igual de demoledores e intensos que siempre), el eclécticismo sonoro bien asimilado del Shaking the Habitual de The Knife, los ambientes fantasmagóricos del Virgins de Tim Hecker o el buen gusto bailable de unos Daft Punk que con Random Access Memories han sido recuperados para la causa, firmando además la que sin duda es la canción del año, Get Lucky (un clásico instantáneo, en una época en la que casi todo se mastica, se traga y se olvida a los diez minutos).

Aparte de esto, el 2013 ha visto un inusitado nivel de buena música por parte de artistas veteranos de los que no se esperaban noticias. Al menos a mí me ha dejado de piedra (nunca mejor dicho) que Queens of the Stone Age facturasen con …Like Clockwork no solo su mejor disco, sino el mejor disco de hard rock del año. Igualmente notable ha sido el estado de forma demostrado por Pet Shop Boys (Electric son posiblemente los 49 minutos de música más pegadizos que han compuesto en una década), Suede (que con Bloodsports han vuelto a lo que saben hacer mejor), David Bowie (aunque su voz ya no es lo que era, a nivel compositivo The Next Day es un “quien tuvo, retuvo” bastante notable), o My Bloody Valentine, que han cruzado el túnel del tiempo para firmar mbv, una continuación tan coherente de Loveless que nadie diría que ambos han sido grabados con 20 añazos de diferencia.



…Y LA MALA NOTICIA ES QUE…

Hasta los fans irredentos deberían reconocer que algunos de los álbumes más esperados del año no han estado a la altura de las expectativas. Esto ocurre siempre, sí, pero en el 2013 el debate al respecto ha sido especialmente animado. Que Phoenix han patinado con su Bankrupt!, que MGMT han confirmado que no volverán a componer temas de la redondez de Time to Pretend o Kids, o que Autechre y Boards of Canada se han cascado dos de los discos más soporíferos de sus respectivos catálogos, es algo que poca gente discute. Más divergencia de opiniones han generado The National (personalmente Trouble will Find Me me gusta, pero creo que está lejos de la excelencia de High Violet), o los ya mencionados Arcade Fire (Reflektor es un disco en general muy autocomplaciente, por parte de una banda que cuando es buena es muy buena, pero que cuando se cree por encima de su música suele caer en el “overacting and underwriting”; al menos el single que da título al álbum es fantástico).



Mención aparte merece Yeezus, el CD publicado por Kanye West en 2013, del que me gustaría decir cuatro cosas (literalmente): 1) Estoy harto de sus gorgoritos con el auto-tune, me parece un recurso cansinísimo ya, que me arruina por completo algunas canciones (Hold my Liquor, Blood on the Leaves…); 2) Estoy harto de las letras en las que, básicamente, se dedica a airear su vida privada rollo «Sálvame de Luxe» versión hip-hopera (cuando se pone así me aburre); 3) Estoy MUY harto de que utilice la palabra «bitches» de manera genérica para referirse a las tías, y de que haya tanto fan tontolaba que se lo aplauda (cuando se pone así me cabrea); y 4) Valoro la voluntad experimental que West ha demostrado en Yeezus, pero la experimentación por la experimentación no basta, y su disco, con algunas excepciones (Black Skinhead, Bound 2…) me parece machacón, demasiado largo y por momentos ridículo.

Hale, eso es todo lo que os quería explicar. En el siguiente post empezamos con la primera parte de la lista de los 20 DISCAZOS (puestos 20 al 11), luego seguiremos con la segunda parte (puestos 10 al 1), y finiquitaremos el asunto con la lista de las 70 TONADAS. Empiezan los PAMUNDI MUSIC AWARDS 2MIL13: disfrutadlos, compartidlos, comentadlos…



“Avanza el disco y parece que va a pasar algo, pero no. No ocurre nada y lo único que queda es un recetario de melodías subyugadas por el melodrama y parches de pop y folk que deberían llevar impresa esa leyenda de ‘dramatización’ que aparece en los anuncios de lavavajillas. Las canciones al servicio del estilo, y no a la inversa, que es como debería ser.” – David Moran, en su reseña para Rockdelux del álbum Let’s be Still de The Head and the Heart.

PAMUNDI MUSIC AWARDS 2012, parte 1

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¡Hola chiquillería! Un año más (o un año menos, dirán los pesimistas), It’s time for the PAMUNDI MUSIC AWARDS!!! Tras las listas de lo mejor del año de Rockdelux, Mondosonoro y demás cantamañanas con un oído enfrente del otro, por fin vuelve el criterio (espera, que lo escribo más gordo), digo que vuelve EL CRITERIO, para revelaros (oh botarates) las principales maravillas musicales del 2012. Para los que se incorporen por primera vez a esta soberana parida, decir que los PAMUNDI MUSIC AWARDS son una serie de listas en las que me dedico a informar al mundo sobre mis discos y tonadillas favoritas del año recién finiquitado. Las listas son dos: la de los 20 mejores álbumes y la de las 70 mejores canciones (tonadas).

 Pero antes de revelarlas, voy con una pequeña reflexión sobre lo que han deparado el pop, el rock y la electrónica en los últimos doce meses…

RESUMEN DEL AÑO, MUSICALMENTE HABLANDO
Mi escaneo de la música aparecida a lo largo del 2012 ha sido todo lo exhaustivo que mi cerebro ha podido asimilar (estoy ya al borde del colapso; me voy a pasar los próximos dos meses escuchando exclusivamente zarzuela y tertulias futboleras). He consultado varios listados de todo lo que se ha publicado, y he buceado arriba y abajo por las listas de lo mejor del año de multitud de webs y revistas especializadas. En total, diría que he escuchado unos 180 álbumes (aparte de algunos EPs). Obviamente, «escuchar» es un término un tanto subjetivo, porque ha habido discos con los que a la segunda canción ya le estaba dando al botón de “next”, como por ejemplo el último de Smashing Pumpkins (no sé ni para qué lo intenté, si ya sabía de antemano que me iba a parecer un montón de heces), o el de The Ting Tings (nunca he sido muy fan, pero su último disco es tan garbancero que resulta incluso cómico).


Cuando hace un par de meses me arremangué y me puse en serio a elaborar estas listas, me pareció que había sido un curso flojo, principalmente por los síntomas de agotamiento que parecían mostrar algunos pesos pesados como Animal Collective o Grizzly Bear (al menos a mí su último trabajo me ha aburrido cosa mala). Sin embargo, con el correr de los discos empecé a darme cuenta de que en realidad el 2012 ha sido un año de “regeneración generacional”, que nos ha presentado en sociedad a unos cuantos artistas (algunos debutantes, y otros que simplemente han logrado por fin adquirir visibilidad) que serán quienes llenarán de público los festivales de los próximos años (algunos ya empiezan a ser cabezas de cartel ahora). Gente como Grimes, Django Django, Purity Ring, Japandroids o Sharon Van Etten.

En general, el año ha sido deprimente. La macro-crisis que vivimos ha dado lugar a muchos discos tristes, melancólicos, incluso con una estética austera (igual no es más que una paranoia mía, pero mirad en la lista cuántas portadas hay en blanco y negro, o impresas a una sola tinta). Por eso los pocos chispazos de luz que ha habido han llamado aún más la atención. Cosas como el Harmonicraft de Torche (heavy metal cuatricolor y expansivo, sin rastro de la ominosidad de cartón piedra tan típica del género; un disco realmente sorprendente), el Celebration Rock de Japandroids (la fiesta teen por excelencia; lo escuchas y te dan ganas de volver a tener acné), el bizarre-pop de los debutantes Django Django, o la psicodelia pirotécnica de unos Tame Impala que se han cascado uno de los “breakthrough albums” del año, entrando como un bulldozer en las ligas mayores (éstos sí que van a llenar festivales a partir de ahora…). En el otro extremo del espectro, no obstante, han habido artistas que han sabido explorar la oscuridad y la chunguez con una calidad impepinable, como Sharon Van Etten y Perfume Genius con sus escalofriantes canciones de desamor, Sebastien Tellier, Purity Ring y Beach House con sus redondas melodías de fantasmagoria lisérgica, o Godspeed You! Black Emperor y especialmente Swans con su contundente mala baba.

Sin embargo, si hay que destacar a un nombre en este 2012, ese es el de Ty Segall. Este tipo ya llevaba un lustro dando guerra, pero este ha sido el año de su eclosión. Desde un género tan olvidado como el garaje-rock, Ty Segall ha editado no un disco, ni dos… sino TRES, y a cual mejor. Dos de ellos, Slaughterhouse y Twins han entrado en la lista, y el tercero, Hairs, se ha quedado fuera por los pelos (nunca mejor dicho). Leo en la Wikipedia que el muchacho milita en no menos de siete bandas distintas (Fuzz, The Traditional Fools, Epsilons, Party Fowl, Sic Alps, The Perverts, Ty Segall Band…). ¿Pero cuándo coño duerme? Me parece un puto genio, y solo tiene 25 tacos. Lo cual quiere decir que probablemente ni siquiera ha publicado aún su mejor obra…

En resumen, el 2012 ha acabado dando la razón a quienes aseguran que los periodos de crisis disparan la creatividad artística (y con la que está cayendo, vaticino que nos espera una década cojonuda en este aspecto). Para comprobarlo, solo tenéis que dar una escucha a los posts con las listas de mejores discos y mejores tonadas que os he confeccionado este año. Disfrutadlas, compartidlas, comentadlas…

No matter how much air freshener you spray, eventually you’re going to smell the crap.” — Anthony Fantano, de The Needle Drop, en su video-reseña del disco Born to Die, de Lana del Rey.