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Viernes
El único espacio de conciertos del Parc del Forum que aún no había visitado en ninguna edición del Primavera Sound era el Auditori Rockdelux, así que al llegar al recinto me dejo arrastrar por unos amigos que quieren ver allí a Robert Forster (mientras caminamos, se oyen de fondo los desgañitamientos post-punk de la cantante de Savages, que originalmente eran mi primera opción para este hueco horario). No se puede negar que al Auditori Rockdelux le pega bien lo de “marco incomparable”: buena sonoridad, escenario cuco, oscuridad limpia, butacones comodísimos… el entorno ideal para disfrutar del cancionero del que fuera líder de The Go-Betweens, banda seminal del indie rock ochentero que es uno de mis lunares más flagrantes: sólo la conozco a través de singles en CDs recopilatorios de cuando me compraba la Rockdelux. He de decir que jamás escuché tampoco una canción suya que no me pareciese especial, y esta vez no es una excepción. Forster y su banda repasan el ayer y el hoy con una ejecución exquisita, de terciopelo. Acabamos todos de pie aplaudiendo a rabiar. Alguien me comenta “Todas las canciones del mundo mejoran con un violín”, y yo sólo puedo darle la razón. Salgo con la firme promesa mental de bucear más a fondo en la música de Forster (lo estoy haciendo mientras escribo esto). El PS también sirve para hacerle a uno menos ignorante.
En otra de esas decisiones que le hacen a uno sangrar por los oídos, opto por picarme a Radiohead en favor de un sitio de privilegio para The Last Shadow Puppets. ¿Por qué? Pues porque Alex Turner me cae muy bien y porque a Radiohead los he visto ya tres veces, y en las tres ocasiones me han parecido una de esas bandas que no tocan para el público sino para sí mismas. Fijo que desde la primera línea debe de ser un concierto para vibrarlo muy fuerte, con “himnos bajoneros” del nivelazo de Karma Police, Paranoid Android o The National Anthem. En cambio, sentado a un centenar de metros de la pantalla gigante mientras me zampo unos noodles (ay, los noodles de tenderete: uno de mis rituales del Primavera Sound), las evoluciones sonoras de los autores de OK Computer y Kid A me llegan apagadas, como si fueran versiones indie de cantos gregorianos. Aún así, cuando cierran el espectáculo con la inesperada Creep (ya casi nunca la tocan en vivo) y todo quisque hasta donde alcanza la vista, incluyendo a los que hacen cola en las barras para pillar bebida, se pone a corear eso de “What the hell I’m doing here? I don’t belong here”, a mí también se me ponen los pelos de punta y me queda clarinete que acabo de asistir a la que seguramente vaya a ser la instantánea más mitificada por todas las crónicas del festival.
The Last Shadow Puppets: quien más quien menos entiende a esta banda como el proyecto secundario de Alex Turner, el divertimento con el que se quita de encima el estrés por ser el líder de los Arctic Monkeys. Desde luego, la calidad de ambos cancioneros no es comparable, pero si hablamos de cuál de las dos formaciones tiene mejores tablas, cuidado. The Last Shadow Puppets trocan el concepto de stadium band en una cosa mucho más gamberra, espontánea y… sí, divertida. La complicidad entre Turner y su colega de correrías Miles Kane es total, hasta incluso convertirse en tensión sexual descarada (gritos de “¡Iros a un hotel!” entre el público, cada vez que el uno se contornea enfrente del otro o que ambos pegan frente contra frente mientras cantan mirándose libidinosamente). Kane es el sostén musical, el que mantiene en marcha la energía y la cadencia del concierto. Turner es el provocador apayasado y divo (posturitas de kárate, bailes espasmódicos, intentos de hablar español que se quedan en un psicotrónico “Buenas noches Primavera grasies porfavor”…). Ambos son necesarios, la combinación funciona de perlas y el show se convierte en una lección de rock sudoroso la mar de vitamínica, que maquilla sus composiciones más pedestres (Everything You’ve Come to Expect, Bad Habits) y convierte en momentazos insuperables las más inspiradas (The Age of the Understatement, Aviation). Estos dos pájaros deben de follar mucho, y viéndoles desde luego dan ganas de follárselos.
A media hora de que empiece el concierto de The Avalanches no hay mucha gente en esa especie de cuenco/anfiteatro que se abre ante el escenario Ray-Ban, lo cuál me permite colarme hasta casi la primera fila, oye qué bien. En cambio, sólo diez minutos más tarde ya estamos a reventar (supongo que van llegando todos los que estaban viendo a Kiasmos y Beach House). Ya me extrañaba a mí tanta tranquilidad: el concierto de The Avalanches (o sea, Tony Di Blasi y Robbie Chatter) pasa por ser uno de los que más pone los dientes largos de todo el cartel. Los australianos sólo han publicado un disco en dos décadas de existencia (Since I Left You), pero se trata de una obra tan seminal del electropop bizarre y robaperas (incluye más de 3000 sampleos, según cuenta la leyenda), que les ha bastado para mantener su carrera a flote. Se rumorea que en el concierto van a estrenar temas de su “difficult second album”, que llevan grabando y regrabando desde hace cinco años (los Stone Roses de la electrónica, sí). O sea, las expectativas están imposiblemente altas. Quizás por eso el sopapo de realidad que todos nos llevamos es tan desconcertante. ¿Decepción? Bueno, no exactamente, porque en lo musical el asunto raya a buen nivel y no paramos de bailar en una hora, pero lo que ocurre ante nuestros ojos tiene mucho más de sesión de DJ con la electro-hormigonera en piloto automático (algunas transiciones un poco a machete, algunos mixes que funcionan sólo a medias…) que del conciertazo que esperábamos los fans. Un descomunal error de cálculo, vamos. A los dos músicos tampoco les ayuda a ganar amigos su actitud en plan “¿Cuánto nos van a pagar por esto?”, un pasotismo teatral que nadie acaba de entender: Di Blasi aún parece implicado en que aquello funcione, pero Chatter se limita a darle al play y se tira toda la actuación paseándose, contándole chistecitos al oído a su compinche y bebiendo a morro de una botella de champán. En cuanto a los temas nuevos, que efectivamente pinchan… pues eso, pinchan. Sinceramente, cuando saquen el disco que me avisen. Hasta entonces, que se acuesten.
Sábado
La jornada de cierre del PS 2016 se presenta como la más peliaguda para mí, con un toma y daca bastante killer entre los dos escenarios principales. Básicamente se trata de decidir entre la opción “A”, que consiste en ver a Manel + Deerhunter en buena posición y a Brian Wilson + PJ Harvey de lejos, o la opción “B”, que es justo la contraria. Como no tengo claro por dónde tirar, acabo optando por una tercera vía, que consiste en empezar con U.S. Girls en la otra punta del recinto (escenario Adidas Originals) y a partir de ahí improvisar. Meghan Remy me parece una compositora con un ángel especial para crear perlas de retro-pop electrónico que a la vez funcionan como soflamas feministas cargadas de vitriolo (sobre todo en Half Free, su trabajo más reciente). Sin embargo, el concierto reduce todo eso a una caricatura. Acompañada únicamente por una “esbirra” que le hace los coros y las segundas voces, la tía se limita a poner una cinta con sus canciones y nos castiga con un karaoke sin la menor garra ni carisma, llevando la actitud desdeñosa hasta un punto en el que deja de ser divertida y cae en lo cargante (canta mirando a la nada y con permanente cara de “que os follen”). El público parece captar la indirecta, porque a mi alrededor todo el mundo está hablando o mirando el móvil. El nivel de atención sólo aumenta un poco cuando ataca el single Damn that Valley, algo que por suerte ocurre durante el primer tercio de su actuación. Le aguanto 20 minutos que me parecen bastante representativos de lo que les espera a quienes se queden hasta el final, y me piro a ver a Manel, que en apenas media hora y gracias a temazos como Teresa Rampell o Sabotatge me hacen olvidar por completo el desaguisado de U.S. Girls. Estos cuatro barceloneses son tan buenos en lo suyo (y lo suyo es un pop-folk impecable, fresco y lúdico) que ni siquiera les hace falta esforzarse bajo un sol de justicia para dejar encandilado a su público.
El haberme quedado a ver a Manel significa que me va a tocar seguir a Brian Wilson en el escenario de enfrente desde el quinto pino. No me preocupa mucho porque a sus 73 añazos llenos de achaques dudo que al líder de los Beach Boys le dé por ponerse a hacer el pogo. Más bien hará lo de siempre en esta etapa final de su carrera: quedarse pegado al piano e intentar no desafinar demasiado. El concierto se centra en celebrar el quincuagésimo aniversario de la publicación de Pet Sounds, una de las más maravillosas obras de orfebre que dio la música pop del siglo XX, así que nadie duda de que el setlist va a ser portentoso. Lo que sí genera dudas, y muchas, es el desempeño del que será capaz Wilson, si le quedarán voz y energía suficientes como para sostener un concierto entero por sí mismo. En efecto, el arranque con un Wouldn’t It Be Nice estridente y desangelado hace presagiar que voy a pasarlo mal. Al final de la canción Wilson ya se está excusando con un “intentaré cantar lo mejor que pueda”. A los tres temas la cosa ya ha alcanzado tal nivel de autoparodia involuntaria que se me está empezando a escapar la risa, y tampoco es plan de quedarme allí descojonándome rodeado de unos fans entregados, que bailan y sonríen ante unos coros dignos de show de los Muppets, en un ejercicio de negación de la realidad que yo sencillamente no soy capaz de hacer. Por tanto, me voy a pillar buen sitio para Deerhunter y oigo la restante hora de maullidos desde la distancia y en actitud de facepalm. En sus mejores momentos aquello tiene el aroma de un concierto de crucero para jubilados. En sus peores momentos… bueno, Brian Wilson ha sido un gigante y Pet Sounds es uno de los discos de mi vida, así que no tengo ganas de hacer más sangre. El tiempo pasa para todo el mundo, y a Wilson parece haberle pasado por encima. Hagamos ver como que esto sencillamente no ha ocurrido nunca.
Deerhunter. Les he visto unas cuantas veces antes de esta y nunca me canso. Porque aunque en disco no hayan vuelto a dejarme patitieso desde Halcyon Days (2010), su carrera en general sigue siendo de lo más sólida, y además en vivo nunca bajan del excelente. Hoy tampoco lo harán. De hecho, como concierto de Deerhunter es una carta a los Reyes Magos, con una selección de canciones redonda, una ejecución técnica impepinable y emocionante, y un Bradford Cox mucho menos enganchado al micro y mucho más frontman que nunca, destilando empatía e hipnotizándonos con su presencia y sus movimientos de mantis religiosa (o cómo convertir el síndrome de Marfan que le aqueja en una cualidad escénica acojonante). La banda inunda el Parc del Forum con una hora de hechizantes desarrollos de guitarra que no querrías que se acabaran nunca. Revival, Helicopter y Desire Lines son las cúspides de una actuación casi perfecta. “Casi”, porque aunque las comparaciones son siempre odiosas, unos diez minutos después de que terminen va a pisar el escenario Heineken (el más grande del recinto) la inconmensurable Polly Jean Harvey. La cosa se pone seria.
En las horas y días posteriores al concierto de PJ Harvey, me encontraré con varios amigos que curiosamente me lo definirán con variantes diversas de la misma frase: “Esto ha estado a otro nivel”; y la verdad es que no se me ocurre mejor manera de explicarlo. Resultaría menos exagerado de lo que parece decir que Polly Jean es genéticamente incapaz de facturar un mal álbum, pero del mismo modo hay que reconocer que a lo largo de su tremebunda carrera ha grabado cosas mejores que The Hope Six Demolition Project, un disco de denuncia sociopolítica algo difuso (lo compuso como parte de una instalación artística abierta al público, y aunque la idea es buenísima el resultado final se resiente un tanto, con tres o cuatro canciones que parecen demos a medio cocer). Me daba un poco de cosica que ello diese lugar a un directo irregular, a una diva en horas bajas. Madre de Dios, qué tonto soy y qué equivocado estaba: PJ aparece en escena vestida de negro, con plumas en la cabeza, mezcla de ninfa y Diamanda Galas, escoltada por su excelente banda de músicos en lo que parece uno de esos desfiles funerarios de Nueva Orleans. Tras esta entrada dramática, que ya predispone positivamente, se entrega a un espectáculo conceptual oscuro, opresivo e intenso (las pantallas lo retransmiten en un apelmazado blanco y negro), teñido de blues, que da razón de ser a sus nuevas composiciones (toca casi el disco entero) e integra sus hits clásicos en un todo orgánico fascinante. Mientras que la mayoría de artistas optan por adaptar sus actuaciones al formato festivalero, más ligero y complaciente con la galería (verbigracia: lo de Radiohead ayer tocando Creep), ella hace al revés, hace lo difícil: arrastrar al público a un show exigente, mucho más elaborado, alimenticio y lleno de matices que todo lo demás que hemos visto en estos cuatro días, en el que cada canción ha sido cuidada para suponer un pequeño acontecimiento. 50ft. Queenie son posiblemente los dos minutos y medio más poderosos y auténticos de todo el festival, y To Bring You My Love los cinco más escalofriantes. Hipnótica. Soberbia. Triunfante. Inapelable. Entrega y vozarrón. El Primavera Sound 2016 será recordado sin la menor duda como “el de PJ Harvey”.
Y hasta aquí mi crónica. Quedan en el tintero algunos conciertos que vi de reojo (me gustó la potencia seca de Battles, el afilado rock viejoven de Parquet Courts y el gamberrismo de repetidor de instituto de Ty Segall, pero en los tres casos estaba ya tan derrengado que me veo incapaz de analizarlos haciéndoles justicia), otros que me dejaron a medias (Sheer Mag tienen buenísima actitud punk y una cantante que es un ciclón vocal, pero con sólo dos o tres EPs en el mercado, lo que aún no tienen son canciones suficientes para llenar más de media hora), y alguno que no me aportó nada sobre lo que merezca la pena extenderse (en la clausura, el techno alemán de Pantha Du Prince aburrió soberanamente a un público que pedía la hora para que saliera a escena el sempiterno DJ Coco).
Mi Top Tres de mejores actuaciones estaría encabezado por John Carpenter (ni puedo ni me da la gana ser objetivo al respecto), seguido por el apabulle de PJ Harvey y por la masterclass de tablas, empatía y estribillos de los eternos Suede. Respecto a los pestiños, la única actuación en la que me sentí estafado contra pronóstico fue la de U.S. Girls. Hubo otros conciertos menores, claro, pero en esos casos ya sabía lo que iba a ver. La nota media ha sido alta y la sensación general, lo dije al principio, es que este Primavera Sound ha gozado de un cartel tan potente como en los dos o tres años anteriores, que no obstante ha quedado un tanto ensombrecido por unos solapes especialmente criminales.
En lo personal, noto que voy entrando lentamente en la misma deriva que a mediados de los 2000 me llevó a tomarme un descanso de casi diez años sin asistir a este tipo de eventos: me da pereza arrancar el primer día, alcanzo antes el punto de saturación (sólo cuatro conciertos el viernes), y a veces me da igual perderme a tal o cual artista a cambio de pasar media hora sentado en la zona de tenderetes, descansando las piernas y charlando de lo que sea con un grupo de amigos que me he encontrado (“¿Habéis leído los artículos de Nando Cruz?”). Ya he visto de nuevo a casi todo mi circuito favorito de bandas indies, y empiezo a tener que hacer auténticas piruetas para no repetirlas (¿Dinosaur Jr. vienen cada año o qué cojones pasa aquí?).
Por supuesto, otro de los tópicos de cualquier asiduo a los festivales es quejarse de que en realidad son una mierda (las aglomeraciones, las actuaciones de duración reducida, el público al que se la pela lo que está viendo…); y yo ahí no fallo, me quejo todo el rato. Me gusta tanto quejarme, de hecho, que ya me he comprado el abono a precio reducido para el PS 2017, sin darle ni una consulta de almohada. Así podré seguirme quejando con conocimiento de causa. Además, en mis cuentas mentales el año que viene les toca volver a Mogwai, y a los Fuck Buttons, y a (por favor por favor por favor) The National; y luego están esos boles de noodles con crema de cacahuete a las tres de la madrugada entre conciertos, que saben tan jodidamente ricos…
PLAYLIST DE SPOTIFY PAMUNDI’S PRIMAVERA 2016: