Del mismo modo que uno suele recordar dónde estaba el día en que Bin Laden decidió jugar a los bolos con dos Boeing 767 y las Torres Gemelas (yo: pegado al televisor con las palomitas; resulta horrible admitirlo pero es la noticia más emocionante que he seguido nunca en directo), o en qué circunstancias vio el final de Perdidos (yo: con unos amigos fanboys; cuando acabó el episodio le grité a la pantalla “¡Quiero que me devuelvan los seis años que ha durado esta mierda!”), tampoco creo que olvide jamás que, el día en que murió Jose Tojeiro, yo estaba haciendo el cabra de excursión por el Montseny.
Me enteré de la noticia en uno de los pocos claros de arboleda en los que pude pillar suficiente cobertura de móvil como para calmar mi síndrome de abstinencia urbanita y conectarme a Facebook, donde tenía claro que estaban pasando cosas mucho más interesantes que mis tristes conatos de entrar en comunión con la naturaleza (lo único con lo que entré en comunión esa tarde fueron los tres chorongos de jabalí que pisé). En efecto, las actualizaciones de mis contactos me informaron ipso-facto de que: 1) Tras su accidente de Fórmula 1 Fernando Alonso se había despertado en el hospital hablando en italiano y creyéndose que aún era piloto de karts; 2) Harrison Ford se había pegado una buena hostia con su avioneta (ignoro si se despertó en el hospital hablando interlingua y creyéndose que aún era carpintero); 3) En el estado de Maryland hay una ley en vigor que prohibe maltratar a las ostras (no se me ocurre ningún chiste que mejore ese titular), y 4) Jose Tojeiro, el celebrado autor del meme “Me pusieron droja en el Cola Cau”, había espichado. Las vicisitudes de Alonso, Ford y las ostras me la traen un tanto al fresco. Tojeiro, en cambio, se merece mi homenaje.
La posteridad es un asunto muy caprichoso. Uno puede picar piedra toda su vida, aportar ideas innovadoras a tutiplén y probar fórmulas de éxito contrastado para intentar dejar un legado perdurable a las generaciones venideras, y pese a eso irse de cabeza al olvido ¿Quien se acuerda ahora del HD DVD, de la Silla Hawaii (¡Ideaca!) de la excelente banda de indie-rock Campag Velocet (que según el NME lo iba a petar a finales de los 90, y creo que el disco nos lo acabamos comprando la madre del cantante y yo), o del remake español de Cheers? Jose Tojeiro, en cambio, sin proponérselo y sin apenas esfuerzo, creó genialidades lingüísticas como “prespitación” (lo que hacen las prespitutas), «compló», o sobre todo “droja”, que se han grabado a fuego en el imaginario castellanoparlante. Si la Real Academia de la Lengua tuviese la más mínima sintonía con lo que pasa en la calle, todos estos términos estarían recogidos en su diccionario desde hace más de una década. Pero eso no va a pasar, claro. Estamos hablando de una institución que monta un pifostio de tres pares de cojones a la hora de decidir si “solo” lleva o no lleva tilde (¿Lo echamos a cara o cruz, aunque sea para salir del paso?), que adopta normas tan psicotrónicas como de pronto empezar a llamar “ye” a la i griega de toda la vida, o que se queja de que Whatsapp está volviendo analfabeta a la población pero luego admite el uso de palabros como “culamen”, “bluyín” o “almóndiga”…
En fin, estábamos con Tojeiro, que el pobre se ha muerto a la edad de 80 años. La casualidad ha querido que hace solo (perdón, “sólo”) unos pocos meses, algún alma caritativa e interesada en la antropología-pop subiese a You Tube el documento original que en su día le convirtió en icono de la caspa ibérica: un reportaje del programa televisivo de investigación periodística Código Uno. Se emitió originalmente en 1993, y desde entonces no lo habíamos vuelto a ver de manera íntegra (a la versión que ha estado corriendo por internet durante todos estos años le faltaba mucho minutaje del debate posterior entre los tertulianos del programa). Vamos a revisarlo juntos y luego comentamos algunas cosas…
Qué, ¿ya? Tremendo, ¿verdad? Es como Ciudadano Kane o Casablanca, que no pierden con el paso del tiempo. Analicemos ahora algunos detalles de esta opus magna audiovisual que me llaman poderosamente la atención:
1. Los planos dibujados por el protagonista para intentar aclarar lo que le pasó son como esas ayudas de juego improvisadas que uno hace cuando arbitra una partida de rol. En ellos, Tojeiro mezcla una precisión quirúrgica que tampoco sería imprescindible (las paredes están perfectamente rectas, los marcos de las puertas tienen zócalo, algunas ilustraciones incluyen más textos explicativos que un tebeo de Brian Bendis…), con ciertas libertades creativas de tono enigmático: se dibuja a sí mismo bastante más favorecido de lo que es, pero sin brazos. Respecto a las dos prespitutas, una de ellas podría ser algún tipo de licántropo (le llega la melena por las rodillas), mientras que la otra parece la Bruja Escarlata de los tebeos Marvel.
2. Las aportaciones de información interesante por parte de la ex-esposa son igual a cero. Podría estar horas hablando sin decir absolutamente nada relevante, como Cantinflas o Arturo Fernández. Lo cual, por supuesto, lo hace todo mucho más valioso desde una perspectiva meramente surrealista.
3. El momento reconstrucción de los hechos «Ábrenos, que somos nosotras«, merecería dar título a una antología de relatos en plan «Crónicas de la España negra», a una película de Pedro Almodóvar, a un disco de música indie, o similar (por ejemplo: Ábrenos, que somos Nosotrash).
4. Lo de Tojeiro volviendo a quedar con las prespitutas para que le roben repetidas veces (luego denuncia siempre los hurtos, eso sí que lo tiene), es una especie de versión premium de aquel chiste sobre la estafa en el parking de Carrefour…
5. Varias particularidades inquietantes del piso de Tojeiro: en la mesilla de noche tiene una especie de cuchillo ceremonial con el filo vuelto hacia arriba (WTF), y algunas de las fotos con marco que hay en el armario del comedor son recortes de revistas (WTF x2). Además, según nos cuenta la narración en off, la puerta de su lavabo comunica directamente con la escalera de la finca, un atajo sorprendente (aunque puede tener su utilidad como vía de escape si tus enemigos vienen a por ti mientras estás cagando), que me lleva a la conclusión de que el arquitecto de «Tojeiro Manor» fue el mismo tipo que diseñó las minas de Moria.
6. Hablando ya del mini-coloquio posterior al reportaje, la mujer que fuma en pipa es MUNDIAL. Quiero tener una igual en casa. No es necesario que haga nada. Simplemente me gustaría tenerla sentada en un silloncito del salón fumando en pipa, como si fuera una instalación artística. Margarita Landi, se llamaba, y fue periodista de sucesos y crónica criminal en El Caso. Claro, de ahí la pipa, como Sherlock Holmes. Si hubiera sido periodista deportiva, supongo que llevaría un silbato.
7. El experto en hurtos del programa, usando lenguaje técnico: «Este señor es lo que llamamos UN JULAY«. Ahí, aportando. Lo que viene siendo un análisis en profundidad…
8. Todo el mundo tiene un pasado poco aireable, que visto en perspectiva parece ridículo. En cambio, Arturo Pérez-Reverte no ha vuelto a hacer en su puñetera vida nada mejor que esto (me refiero a esta entrega concreta de Código Uno, no al conjunto del programa en sí, que era un monton de estiercol del que hizo bien en salir corriendo). Ni Territorio Comanche, ni Capitán Alatriste, ni hostias. Pérez-Reverte fue el descubridor de Jose Tojeiro.
Podría seguir, y seguir, y seguir… analizando la interminable retahíla de huevos de pascua que esconde cada plano del reportaje (ni siquiera he dicho nada de la muñeca-caja fuerte para guardar la panoja…), pero creo que la idea básica ha quedado ya clara: Droja en el Cola Cau es un referente de la comedia involuntaria. Una pieza coral en la que todos los participantes aportan su grano de arena (Pérez-Reverte, la ex-esposa, las dos actrices del “Abre que somos nosotras”, la señora de la pipa, el “experto” del programa…), pero cuyo centro de gravedad es Jose Tojeiro, animal escénico sin igual. Decía Tojeiro en cierto momento del reportaje, “Nunca dormí más” (otra frase mítica). Ahora, nuestro héroe ya duerme el sueño eterno (descansa, dulce príncipe…). Por suerte nos queda su legado, su obra. Jose seguirá viviendo un poco en todos nosotros mientras tomemos Cola Cao o nos metamos droja. Muchos años antes de La hora chanante, de Miguel Noguera y de los chistes gráficos de Querido Antonio, Jose Tojeiro inventó el post humor; y ni siquiera se dio cuenta. No sólo eso, sino que en diez minutos de televisión pública en prime time, definió de la forma más certera posible ese concepto palurdo y cutre que es España. En nuestras putas narices.