En unas verdes colinas de aspecto similar al que tendría Hobbiton si lo hubiese redecorado Ikea, vivían cuatro extrañas criaturas a medio camino entre un oso panda y el primo trofollo del extraterrestre que salía en Mi amigo Mac. Tenían la piel de colores llamativos (puestos el uno al lado del otro parecía que iban disfrazados de parchís viviente), extrañas antenas sobre sus cabezas y una especie de pantalla de televisión implantada en la tripa. Un cuadro, vamos. Se llamaban Tinky Winky, Dipsy, Laa-Laa y Po, y solían vivir aventuras no exactamente emocionantes pero sí bastante hipnóticas. Se los conoció colectivamente como Los Teletubbies, y fueron quizás el cuarteto de personajes de ficción más famoso que dio la cultura pop de los 90.
El factor diferencial que tuvieron Los Teletubbies, cuando los desvistes de todo su impacto popular y los comparas, a nivel de simple concepto, con otros programas de TV infantiles inmediatamente posteriores a ellos (es imposible buscarles paralelismos con nada de su misma época, pues de algún modo supusieron un espacio pionero en su franja horaria), es que eran arte de vanguardia para niños. El túrmix entre despiporre cromático, tramas simples pero un tanto surrealistas y voluntad de educar por la vía del mensaje subliminal, daban al show un tono de alucinación psicodélica que dejaba a la chiquilleria absorta, como los monetes de 2001: una odisea del espacio ante el monolito. Los Teletubbies hablaban directamente al niño en su lenguaje gutural y un punto absurdo, sin concesiones ni filtros al mundo de los mayores.
A la mayoría de padres, por supuesto, Los Teletubbies les horrorizaban/les aburrían/les inquietaban. Incluso los papases y las mamases más modern@s y progres solían preferir animaciones pulcras, técnicamente impecables e “insta-lovables” como Pocoyó, ejercicios absolutamente faltos de riesgo y ligeramente casposos como Los Lunnis (esas canciones infernales…) o clásicos del género como Barrio Sésamo (el Santo Grial de la televisión infantil; todo lo que se ha hecho después ha tenido que sufrir en un momento u otro la comparación de si “es peor o mejor que Barrio Sésamo”). Sin embargo, precisamente ese rechazo que provocaban Los Teletubbies entre el público adulto les dio su sello de autenticidad ante los niños. Es como cuando eres adolescente y tus mayores te pegan la brasa con eso de que la música que te gusta «sólo es ruido», y que era mucho mejor lo que se escuchaba en sus tiempos (los Beatles, Nino Bravo, Dire Straits… eso ya depende de la década en la que naciste). Por eso, hacerse fan de esos cuatro bicharracos de colorines tenía algo de actitud contestararia y punk. Al menos, todo lo contestataria y punk que pueda entender un crío de menos de cuatro años.
Pese a su aparente sencillez, Los Teletubbies siempre dejaron entrever que detrás del decorado había algo más, algo que estaba abierto a interpretaciones no sólo estilísticas sino incluso filosófico-sociales. Son de sobras conocidos, por ejemplo, los exabruptos del inefable tele-evangelista Jerry Falwell respecto a que el show hacía apología de la homosexualidad (sus argumentos: Tinky Winky era de color púrpura, su antena tenía forma de triángulo y llevaba bolso, todo lo cual eran señales inequívocas de mariconeo fino). O las numerosas teorías conspiranoicas sobre su utilización como herramienta de propaganda encubierta para todo tipo de causas malvadas (uno de mis ejemplos favoritos es este descacharrante artículo, que los vincula con una trama secreta capitaneada por los ateos, las feministas y la UNESCO para lavar los cerebros infantiles). Por no hablar de la multitud de parodias que se generaron en torno a ellos, la mejor de las cuales posiblemente sean los Nazitübbies, un mini-espacio dentro del talk show danés den 11. time, que mostraba cómo podrían haber sido los cuatro personajes si Hitler hubiese ganado la Segunda Guerra Mundial, y que sorprende por su fenomenal factura visual y su atención por los detalles (está currado de verdad, no es un simple sketch estilo Los Morancos con un croma de fondo).
Teniendo en cuenta todo lo que acabo de explicar, reconozco que me ha tocado un poco las narices la reciente aparición de los llamados “Teletubbies siniestros”, una presunta gamberrada que ha tomado internet al asalto pero que, ya lo siento, no es ni tan original, ni tan iconoclasta, ni tan epatante como se ha querido vender desde los rincones más hipsters de la blogosfera. La cosa empezó con la aparición en diversas redes sociales de una fotografía de Los Teletubbies pasada a blanco y negro y alterada a base de filtros de Photoshop. Hay que reconocer que la imagen tenía cierta cualidad sombría y que quedaba de lo más aparente como fondo de pantalla o portada de Facebook, pero tampoco iba más allá de la anécdota (sí, es ésta de aquí abajo…).
Sin embargo, pocos días más tarde el «YouTuber» Christopher G. Brown decidió llevar la idea un paso más lejos: trincó un sketch de Los Teletubbies, lo pasó también a blanco y negro, le quitó el volumen, le pegó encima la estupenda canción Atmosphere de Joy Division basándose en un supuesto parecido con el videoclip original de la misma (parecido que, me temo, sólo sabe ver él) y hale, ya tenemos fenómeno viral de la semana.
Todo el mundo se hizo eco del asunto (yo lo vi desfilar incluso por webs como las de la revista Time o el New York Daily News) y enseguida se desataron titulares de lo más desaforado, incluyendo adjetivos como “Terrorífico”, frases lapidarias como “Te provocará pesadillas” y hasta comparaciones con el trabajo de artistas como Anton Corbijn, David Lynch o el E. Elias Merhige de Begotten (peli experimental loquísima, que si no habéis visto no deberíais perderos; está enterita AQUÍ). La gente, en general, flota mucho.
El video en sí no tiene nada especialmente destacable (se lograrían resultados similares o incluso mejores pillando por banda cualquier programa infantil, toqueteando su paleta de colores y metiéndole música de, pongamos por caso, Diamanda Galas), salvo su capacidad para demostrar, una vez más, el nivel de tontería complaciente que llena todo internet y las redes sociales en particular. Ante el video en B/N de Los Teletubbies sólo cabe seguir a la masa blob y soltar un “cómo-mola” acrítico, porque cualquier otra postura, cualquier mínima reflexión sobre su irrelevancia (no ya como pieza audiovisual sino como mero chascarrillo de You Tube), te deja a ojos de todo el mundo tirado en la cuneta de lo casposo. Si dices que no te ha molado el video de los Teletubbies siniestros es que no eres moderno ni enrollao. Es el mismo principio por el que quedas como
un sieso si se te ocurre decir en Facebook que el asunto del Ecce Homo de Borja no te hizo NI PUTA GRACIA porque no deja de ser la profanación de una obra de arte (menor es cierto, pero eso sólo significa que tuvimos suerte de que dicha iglesia no tuviese nada de Murillo o Tiziano), y que Cecilia Giménez, la viejales que lo repintó, no te parece una graciosa friki sino una vándala sobrevenida, a la que habría que meterle un multazo que le quitase las ganas de volver a coger un pincel ni aunque fuese para glasear bizcochos (en vez de eso, y como vivimos en el imperio de lo imbécil, una agencia de publicidad la contrató como asesora creativa; porque ya sabemos que en internet ningún crimen queda sin recompensa, sobre todo si te garantiza publicidad y visitas).
Volviendo al tema principal de este artículo y a modo ya de conclusión, mi problema con el video en blanco y negro de Los Teletubbies es que no es una parodia, un homenaje ni una burla como los Nazitübbies, ni tampoco un ataque tronado como el del reverendo Falwell, sino un intento (fallido, claro) de apropiarse de un icono infantil y legitimizarlo de cara a la modernidad adulta, en una demostración tanto de pedantería como de miopía galopante. Porque Los Teletubbies en color, los normales de toda la vida, ya molaban lo suyo. Ya eran inteligentes, arriesgados, extremos y hasta inquietantes. No hacía puñetera falta que viniese nadie a marinarlos con Joy Division para darles validez como producto culturalmente relevante y molón. Los Teletubbies SIEMPRE MOLARON; y si aún no te habías dado cuenta, si no habías sabido entenderlo, es simplemente porque no iban dirigidos a ti, iban dirigidos a ellos. Asúmelo y lárgate con la música (de Joy Division) a otra parte.