Crónica del Primavera Sound 2015, tercera parte (de 3)

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SÁBADO 30 (día 3)

Para arrancar mi tercer y definitivo día de PS 2015 tenía muchas ganas de ver cómo sonaba «live» el volatil pop-rock de DIIV que tan bien funciona en disco, y más teniendo en cuenta que la banda venía con intención de presentar algunos de los temas que compondrán su segundo álbum, a publicar en algún momento del presente año. Sin embargo, una siesta traicionera y una compra tardía de vituallas en el supermercado (uno nunca tiene suficiente Red Bull en la nevera como para aguantar el tute de diez horas de conciertos diarios durante todo un fin de semana), me hacen llegar al Parc del Fórum justo cuando los de Brooklyn están diciendo aquello de “Gracias a todos, habéis sido un público fantástico, hasta la próxima”. Ver a Zachary Cole Smith ataviado con un camisón de Mickey Mouse y un gorro de caza sólo hace que me sepa aún peor habérmelos perdido. Pero bueno, no hay que llorar por la leche derramada, y tal y cual. A ver, ¿qué toca ahora? Ah, sí, los Fucked Up en el escenario ATP. Pues fantástico, corre corre, que a estos sí que quiero verlos desde bien cerquita.

20150530_200738Fucked Up son posiblemente la banda de punk más importante del momento. No sólo por la calidad o personalidad de su sonido (certificado en cuatro álbumes espectaculares, con mención especial al segundo, The Chemistry of Common Life), sino por haber conseguido, casi sin proponérselo, llevar el género hasta un público que nunca le había prestado atención (hasta un pánfilo como Moby se declaró lo bastante fan de ellos como para unírseles en una pintoresca cover del Blitzkrieg Bop de los Ramones). Cualquiera que no conociese a Fucked Up y se guiase sólo las pintas de los espectadores no sabría decir si esto va a ser un concierto de hard rock o de twee pop, y la salida de la banda al escenario seguiría sin aclararle nada: nueve personas (o sea, suficiente personal como para montar al menos tres bandas distintas) de aspecto tan ecléctico que parecen haber acabado juntas por azar, como los náufragos de Perdidos. Hay un par que parecen hippies despistadas, otro par que no desentonarían en una banda como Weezer, la bajista es una especie de profesora de matemáticas sexy, uno de los guitarristas lleva camisa hawaiana, y el cantante es el prototipo de «papá oso».

Sin embargo, basta que se disparen con el inicio de Year of the Rat para que a todo el mundo le quede clarinete que lo que hacen estos tipos es hardcore-punk de primerísima división. El frontman Damian Abraham es todo carisma, una auténtica bestia escénica. Ya a la segunda canción se baja a cantar con el público, y decide quedarse allí un buen rato. La gente le abraza, le pilla el micro, le dan cerveza, le ponen gorras y sombreros diversos como si estuvieran jugando con un Mr. Potato, y él les sonríe a todos mientras sigue vociferando sus estribillos cavernarios. Es un tío del que te gustaría hacerte amigo. El concierto es una andanada de hostias de lo más cachonda, un pogo continuo. En un parlamento entre canciones Damian nos cuenta que les chifla Barcelona, sus locales para fumar cannabis y su escena punk. Dice que el mejor show de su carrera lo dieron aquí hace algunos años, y que aquí descubrieron a bandas como Eskorbuto (cágate). Claro, si sueltas todo esto y acto seguido te tiras al monte con una interpretación descomunal de Queen of Hearts, ¿cómo no vamos a enamorarnos de tu puta banda?

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En cuanto acaba la descarga de ruido y furia de Fucked Up salgo pitando para el Ray-Ban, pese a que me gustaría quedarme un rato más porque Damian Abraham ha acabado el concierto entre el público, repartiendo abrazos, hablando con la gente y dejándose hacer fotos como si fuera… bueno, pues lo que es, una estrella del rock. Pero es que en el escenario Ray-Ban me espera Tori Amos; y uno nunca hace esperar a Tori Amos…

En realidad, si lo pienso, soy un fan bastante atípico de la pelirroja. Uno de esos a los que en realidad sólo le gustan sin reparos dos de sus discos (Little Earthquakes y Under the Pink, los dos primeros), y que del resto se queda con canciones sueltas. O sea, soy lo que podría llamarse un “fan de recopilatorio”. Aún así, creo que como artista despide una empatía y una sensibilidad que van más allá de la calidad puntual de sus composiciones o de su portentoso registro vocal. Es amiga de Neil Gaiman y de Trent Reznor, hostias; y aparte, por supuesto, me parece un pibonazo (incluso ahora, superada la cincuentena y con esas pintas de vendedora de Avon que se gasta). Sí, así de superficial soy.

20150530_203828Tori Amos aparece dando pasitos cortos y rápidos, vestida con una amplia blusa que sólo se me ocurre describir como “estilo abejorro”. Se sienta sobre una banqueta a horcajadas para poder tocar indistintamente el piano y el teclado eléctrico (Nacho Cano style), y empieza a darle a las teclas. Entre dos de sus temas dice que está nerviosa, no solo por ser poco asidua a festivales de este estilo, sino porque de hecho es su primera visita a España en más de dos décadas de publicar discos. Lo cierto es que se le nota un poco, deja ver cierto exceso de afectación al interpretar algunas canciones. Musicalmente el concierto me parece tan irregular como sus álbumes: Precious Things y Crucify suenan adecuadamente intensas, y The Waitress y Cornflake Girl suponen los esperados picos de comunión total con un público ansioso de romperse las manos aplaudiendo (las pantallas no paran de enfocar a gente llorando emocionada en las primeras filas), pero también pisa algunos rastrillos que se podría haber ahorrado, como la extraña/aburrida cover de In Your Room de Depeche Mode o la caótica Raspberry Swirl, que se diluye en un exceso de efectismos incluyendo un desconcertante «mashup» con el estribillo de You Spin Me Round (Like a Record) de Dead or Alive. En conjunto es un buen recital, que se me quedará grabado principalmente por lo especial y único de la cita y porque, bueno, ella es un encanto desde todos los puntos de vista. Me podría pasar el resto de mis noches invitando a cenar a esta mujer.

Tal como dije al principio de la primera crónica, de los veinte conciertos que llevo vistos ya en esta edición del PS sólo dos han tenido lugar en alguno de los dos escenarios grandes. El tercero y último será el de Interpol. No los tenía ni mucho menos entre mis elecciones prioritarias, a una hora en la que podría disfrutar de dos artistas emergentes que me llaman mucho más: el luminoso y arrebatado folk-rock de Torres (ejemplo), o el certero punk-rock de las ojipláticamente jóvenes Mourn (ejemplo), unas niñitas de diecisiete años que han tomado la escena indie rock “by storm”. Sin embargo, estoy con una amiga (¡Kekilla, saluda!) que lleva todo el fin de semana fiándose de mi criterio, y que además me está haciendo de reportera gráfica sin quejarse lo más mínimo (casi todas las fotazas que adornan estas crónicas son suyas), así que le toca elegir a ella.

Además, es un grupo al que no me importará ver de nuevo, pues tengo muy buen recuerdo de ellos en directo (aparte, es que los vi hace igual una década). En cierto modo guardan muchos paralelismos con The Strokes, los otros cabezas de cartel que tocan inmediatamente después de ellos (y a los que sí que no pienso ver): ambas bandas surgieron en New York más o menos por el cambio de siglo, ambas deslumbraron con sendos debuts que actualizaban el añejo sonido post-punk desde una perspectiva semi-mainstream (Interpol más oscuros, The Strokes más inmediatos), y ambas fueron entrando poco a poco en una mediocridad creativa que ya parece haberse convertido en crónica. La diferencia es que Interpol mantienen cierta actitud y ganas de hacer la mejor música de la que sean capaces, mientras que The Strokes llevan años haciendo gala de una indolencia que los ha convertido en un chiste.

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Así pues, cenita de bocatas sentados en el suelo lo más cerca posible del escenario Heineken, y a ver a Interpol. Atiendo al concierto con el 25% de los sentidos puestos en seguir las actualizaciones de lo que hace el Barça en la final de Copa del Rey, que se está jugando en ese mismo instante. Sin embargo, mi otro 75% de atención me basta para recordar algunas cosas que había olvidado sobre los autores de Turn on the Bright Lights: 1) Paul Banks, el cantante, me recuerda mucho a Guti, el ex-jugador de fútbol; 2) Me hipnotizan los constantes pasitos palante-patrás y los bailecitos estilo “danza de la lluvia” del guitarrista, Daniel Alexander Kessler; y 3) Sus dos primeros discos aún son la monda (una opinión que ellos parecen compartir, pues el 80% del setlist que tocan sale de allí).

Aunque su mejor momento ya queda muy atrás, Interpol siguen sonando sólidos y compactos, siguen tocando con vigor una colección de estribillos asesinos capaces de tumbar incluso a la audiencia más excéptica (Slow Hands, Evil, PDA… incluso el de su último single, All The Rage Back Home). No se detienen ni siquiera cuando el escenario sufre un apagón en el tramo final del concierto. ¿El sonido funciona? Pues a seguir tocando. Todo recto. Sí, me lo paso pipa con ellos, qué narices. En el Camp Nou, el Barça ha ganado su partido con holgura, lo que se dice dominando de principio a fin. En el Parc del Forum, Interpol han hecho lo mismo.

En cuanto los cuatro tipos se despiden y se largan salgo corriendo, antes de que me cierre el paso la legión de cabezas que ya alfombra todos los alrededores del escenario Primavera para ver a The Strokes (de largo, el concierto más multitudinario del festival, lo cual es fantástico porque liberará de incómodas apreturas al resto del recinto). Al pasar por delante de otro escenario, el ATP, escucho a las Babes in Toyland empezando a dar lo que, estoy seguro, va a ser una masterclass de grunge-rock. Me duele perdérmelas, pero ahora mismo tengo el punto de mira completamente fijado en el escenario Pitchfork para ver a The tUnE-yArDs, otra de mis citas obligadas del festival (quizás la que más; creo que hubiera priorizado este concierto por encima incluso de la Segunda Venida de Cristo).

Llego con media hora de margen, paseandito y comiéndome un helado. Aún somos cuatro gatos (tranquilos, se acabará llenando), y The tUnE-yArDs están probando y calibrando sus propios micros e instrumentos, lo cuál ya mola bastante por sí mismo. Viendo a la mujer-orquesta Merrill Garbus en medio de un estrado desde el que tiene que controlar a la vez dos teclados, un juego de percusión, un ukelele y un par de micrófonos, no me extraña que quiera comprobar por sí misma que todo esté perfecto. Una vez satisfecha con el sonido, Merrill llama a capítulo a sus músicos (un bajista, una baterista y dos coristas) y todos se abrazan en corrillo, como si fueran un equipo de basket antes de un partido importante. Empieza el fiestón.

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Mira que me suele decir poco el pop-rock de aires africanos (me quedé en el Graceland de Paul Simon), pero en cambio The tUnE-yArDs llevan dos álbumes dejándome sin palabras. Tanto su reciente Nikki Nack como sobre todo el anterior W H O K I L L me parecen triunfos incontestables del rock de vanguardia, dos trabajos rebosantes de vida, de colorido y de magia. Todo eso se plasma en escena con un espectáculo intenso y jodidamente divertido, dominado por unas percusiones demoledoras, una riqueza sonora que deja estupefacto (las canciones de la banda están tan llenas de matices que puedes escucharlas docenas de veces y seguir descubriendo giros nuevos), y la sensación de estar viendo a una superdotada que hace música en technicolor, en sensurround y en 3D.

20150531_004557Empiezan con la contundencia de Hey Life y Gangsta (¡Mi favorita!), y cierran con la euforia irresistible de Water Fountain y Bizness, coreadas de cabo a rabo por una audiencia enloquecida (en el clímax de la primera, los cinco músicos sueltan en seco sus instrumentos para ponerse a picar con baquetas mientras todos gritamos “Gimme your Head, Gimme your Head, Off with his head! Hey, Hey, Hey, Hey!!!”, y de inmediato retoman el estribillo). La verbena tribal dura en torno a una hora, pero no parecen haber pasado ni diez minutos. Demasiado corto, joder, demasiado corto. De hecho, algo así de bueno no debería acabarse nunca. El mejor puñetero concierto que he visto en el Primavera Sound 2015.

Sin tiempo para recomponerme, encadeno fiesta con fiesta y tiro porque me toca, ya que en el cercano escenario Ray-Ban está el electroduende Dan Deacon haciendo sudar a la muchedumbre. Este es otro artista al que me fastidiaba no poder ver debido a los diversos solapes, pero por suerte aún le queda media hora de matraca, y además recuerdo perfectamente el buen cuerpo que me dejó hace dos años, cuando actuó en el mismo escenario en el que acabo de ver a tUne-yArds, así que antes de darme cuenta ya estoy otra vez como las cabras. Deacon sigue con sus psicotrónicos sainetes entre canciones (le encanta hablarle a la luna y soltar todo tipo de mantras filosófico-musicales), y también sigue ofreciendo esas explosiones de ritmos programados que parecen compuestas por una banda de Gremlins y que pondrían a bailar a un muerto. Lo que se dice un apostol de la parranda y el buen rollo.

Ahora sí, estoy oficialmente aniquilado. Mi cabeza quiere ir a ver el electro-noise de Health, que actúan en el Pitchfork en diez minutos (días antes del inicio del festival, una de las cosas que daba por seguras era que estaría ahí para bailar su single Die Slow), pero mis piernas dicen que ni de coña, que total no hay para tanto con Health, y que mejor nos vayamos a tumbar un rato en la hierba frente al ATP, a ver qué echan; y mira tú qué bien, resulta que lo que están echando ahí es la actuación de los encantadoramente gamberros Thee Oh Sees. Bueno, pues no me voy a quejar. Los de San Francisco garajean con su habitual desenfado punkarra, cumpliendo con creces su función de mantener animada a una audiencia que empieza a ser consciente de que esto se nos va acabando. Los veo durante algo más de media hora y me voy a pillar buen sitio ante el escenario Ray-Ban, del que ya no me moveré hasta el final del festival, quedándome con las ganas de saber si han llegado a tocar la bonita Minotaur.

Y en el Ray-Ban, Caribou (o sea el genio canadiense Dan Snaith acompañado por una banda de tres músicos), demuestra que es, eminentemente, un artista de directo. Lo que en sus álbumes de estudio es una colección de amables singles de electro-psicodelia para escuchar de fondo mientras tomas el sol o vas en coche, en vivo se convierten en hipnóticos himnos dance, en una macro-rave que pone a, no sé, digamos que a veinte mil personas a hacer el masái.

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El grupo se mantiene en sombras, apenas contorneado por elegantes juegos de luces, pero lo que importa aquí no es mirarles a ellos, sino bailar igual que si se acabara el mundo; y mientras bailamos chutes de energía positiva como Our Love, All I Ever Need, Odessa, Bowls, Sun o Can’t Do Withouth You, voy mirando a mi alrededor y diría que nos están entrando ganas de follar a todos con todos. No creo que quepa mayor halago para un concierto de este tipo.

20150531_050025Ahora sí, esto se acaba. Como cada año, DJ Coco toma el testigo para poner punto final a la cita con su habitual sesión de mezclas musicales (de Daft Punk a Stone Roses, pasando por Arcade Fire). Diría que cada año pincha lo mismo el tío, pero… ¿a quién le importa? Toda la superficie hasta la cima de las escalinatas está llena de gente botando, cantando, agitando ramas de palmera (una de las tradiciones del festival) y celebrando en general. Estallan fuegos artificiales. Empieza a salir el sol. Desfilamos hacia nuestras respectivas camas. La vida debería ser un compás de espera entre Primavera Sounds.

Ya sólo faltan 364 días hasta el siguiente… 🙂

Canción del día:

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