La batalla de Waterloo (I de XV)

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Tal día como hoy, hace exactamente 202 años, estaba en ciernes de dar comienzo la campaña militar de Waterloo, que en apenas una semana estremecería a toda Europa hasta culminar con la derrota del mejor de los hombres, Napoleon Bonaparte, Emperador de Francia. Lo que sigue es un relato día a día y por entregas (concretamente quince) de aquellos hechos, en el que he intentado aunar lo riguroso con lo cinematográfico. Probablemente me habré quedado corto en lo primero y habré exagerado en lo segundo, pero en todo caso me lo he pasado bomba intentándolo. Si os interesa el asunto, retroceded conmigo un par de siglos y sed testigos de uno de los episodios más espectaculares de la historia…

11 DE JUNIO. LOS PREPARATIVOS.

Tras varias semanas de revisar docenas de mapas de Bélgica y de diseñar en su mente la logística que necesitará la campaña, Napo ha pasado unos cuantos días enviando despachos por todo el país, con órdenes de que se silencie cualquier comunicación con la frontera, y de que se empiece a retirar de allí a todas las guarniciones de soldados franceses (los necesitará en el campo de batalla), reemplazándolos por guardia nacional, figurantes disfrazados y hasta muñecos de paja, a fin de que el enemigo no sospeche la fiesta que está a punto de liar el corso.

Una vez completadas sus obligaciones epistolares, Napoleón parte de París en su carruaje, en ruta hacia la frontera con Bélgica. Allí, l’Armee du Nord, el “auténtico” ejército francés con el que el Emperador se batirá frente a sus enemigos, está ya al completo, esperándole. Cerca de 150.000 BELLOS, incluyendo unos 30.000 de caballería (sí amigos, 30.000 que se dice pronto; aunque después del desastre de la campaña de Rusia, quizás llamar “caballos” a los jamelgos que montaban los regimientos de línea franceses en 1815 sea un rapto de romanticismo épico por mi parte), 25.000 hombres de la Guardia Imperial y más de 350 piezas de artillería.

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Son 150.000 gabachos dispuestos a partirse el pecho por su Emperador una vez más. Napoleón ha tenido que reclutarlos contra reloj, y la mezcla resultante es una fuerza de combate poderosísima, pero difícil de comandar. En palabras de Alessandro Barbero en su brutal libro La batalla: Historia de Waterloo: «Impresionable, siempre dispuesto a discutir, sin disciplina, receloso de sus jefes, turbado por el miedo a la traición y por eso susceptible al pánico, pero aguerrido y amante de la guerra, sediento de venganza, capaz de esfuerzos heróicos y de lances furiosos, y más fogoso, más exaltado, más vehemente que cualquier otro ejército republicano o imperial, así era el ejército de 1815. Napoleón nunca había tenido en sus manos un instrumento de guerra tan temible, ni tan frágil.”

A medida que transcurren las horas sin que pase nada, la tensión va creciendo en los diversos vivaques de campaña. Todo el mundo aguarda nervioso la llegada de l’Empereur y la orden de avanzar, cruzando el río Sambre, entrando en Bélgica y con ello declarando una vez más la guerra al resto del continente europeo. Es el domingo 11 de junio de 1815. El primer día de la campaña de Waterloo… (continuará)

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