Sant Jordi. Día del Libro. Me chifla esta fiesta. Me encanta esa modestia de ser un festivo en día laboral, como quitándose importancia. Me encanta lo guapa que se pone Barcelona (cuando no viene la lluvia a joder la marrana); y me encanta, sobre todo, que sea una jornada popular pero a la vez plácida, en la que la gente toma la calle no para tirar petardos ni hacer puñeteras maratones (mi abuela siempre me decía «No te fíes de la gente que corre; si corren, es que algo han hecho», y sigo pensando que tenía razón), sino para pasear y comprar libros.
Ya, ya lo sé. Comprar libros… que luego nadie se lee. Porque en España, reconozcámoslo, no lee ni Dios. Según el último barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas, el 35% de los españoles no lee nunca o casi nunca, y además se la pela (esto último no lo dice el barómetro, lo añado yo). Resulta un dato escandaloso, aunque tampoco me parece que podamos tomarlo de manera literal, porque de lo contrario ese 35% de tarugos ya se habrían matado a sí mismos al tragarse algún medicamento sin mirar el prospecto (y sin embargo, yo miro a mi alrededor y no hago más que ver por todas partes idiotas vivitos y coleando). Pero el caso es que nadie lee, ya me entendéis. Se dice que muchos niños de esta generación saben interactuar mejor con una tablet que con un libro. Eso no supondría ningún problema si se tratase de un mero cambio de soporte, pero no es así. Lo triste del caso no es que le des un libro a un chaval y lo primero que haga sea buscarle el botón de encendido, lo triste es que si le das una tablet lo ÚNICO que hará con ella será jugar al Plants Vs. Zombies.
La gente no lee porque no tiene tiempo (las galas de los reality shows de Tele 5 son cada vez más largas, y además hay un montón de bullshit a la que atender en Facebook y en Twitter), porque tampoco tiene demasiadas ganas (preferimos esperar a ver la serie cuando la hagan, sobre todo si se trata de cosas como Juego de Tronos, que acaban por adelantar a los libros convirtiéndolos así en novelizaciones), y porque decididamente no tiene dinero para permitírselo (con lo que cuesta un tochaco en tapa dura te alcanza para dos gintonics de Hendricks y Fever Tree; ¿dónde está el debate?).
E incluso entre los pocos que leemos, lo cierto es que la mayoría leemos puro estiercol. Actualmente, los títulos más populares para el público adulto son las sagas juveniles catetas (los pseudo-vampiros de Crepúsculo, la distopía chic de Los Juegos del Hambre y horteradas similares), o los desvaríos magufos del entrañable morning-singer Eduard Punset. Ambos ejemplos demuestran bien a las claras el lamentable listón de exigencia que nos imponemos a nosotros mismos. Nuestra sociedad, no cabe duda, se está convirtiendo a paso ligero en un gigantesco y acrítico criadero de amebas. El panorama es tan desolador que uno acaba añorando los tiempos en que los autores más leídos eran J. J. Benítez o Barbara Cartland (poca gente lo sabe, pero si te pones delante del espejo y dices «Barbaracarlan Barbaracarlan Barbaracarlan» ocurre como en la película Candyman: se te aparece y te dice ¡Aaaaay que te cojoooo!»).
Total, que nadie lee, y menos aún a los autores clásicos; y no, vosotros tampoco lo hacéis, no me vengáis ahora con milongas. Pero tranquilos que aquí estoy yo, el CRITERIO, para remediar esa minusvalía espiritual y llevaros hacia la luz: bajo estas líneas os he preparado una suculenta selección de 15 obras maestras de la literatura universal reducidas a su mínima expresión, a sus sales esenciales, deshidratadas como si fueran comida para astronautas. Apenas os llevará unos segundos leer cada una de ellas, las más largas no más de un minuto. ¿Para qué meterse entre pecho y espalda un ladrillazo de casi mil páginas como Moby Dick (que de pronto, a mitad del libro, el chalao de Herman Melville te corta la acción y se pone a explicarte los tipos de ballena que hay en el mundo), cuando con el gracioso resumen de apenas doscientas palabras aquí incluído ya vas que te estrellas?
Las presentes sinopsis deberían bastar para soltar un par de ocurrentes chascarrillos en cualquier reunión social, aparentando que uno tiene cultura y carisma, y aumentando por lo tanto las posibilidades de encontrar a alguien con quien follar al final de la velada. Que oye, no nos engañemos, en realidad es lo que buscamos todos, ¿no? Volviendo a Eduard Punset, ¿para qué creéis que iba el tío a casa de aquellas tres chavalicas en el anuncio del pan de molde y les soltaba toda esa mierda Jedi sobre el doble horneado? ¿Y más teniendo en cuenta que ellas le advertían que NUNCA COMEN PAN? Observad su mirada de sátiro durante todo el spot. Para hablar de literatura no iba, ya os lo digo yo…
QUINCE CLÁSICOS DE LA LITERATURA UNIVERSAL EN UN MINUTO
1. Orgullo y prejuicio, de Jane Austen
Mr. Darcy: ¡Oh, ninguna mujer me parece lo bastante buena como para casarme con ella!
Elizabeth Bennet: ¡Oh, nunca toleraría casarme con un hombre tan orgulloso como éste!
(al final, ambos cambian de opinión)
FIN
2. El retrato de Dorian Gray, de Oscar Wilde
Basil Hallward: Hay que ver Dorian, qué bonico es usted ¡Le voy a pintar!
(lo pinta)
Lord Henry Wotton: Y qué vicio tiene además… ¡Venga, vámonos de putas!
(se van)
Dorian Gray: ¡Ay, si pudiera mantenerme joven, y que el retrato envejeciera por mí!
(así ocurre)
Dorian Gray (años más tarde): ¡Joder, qué harto me tiene ya el cuadro de los cojones!
(se mata)
Los criados de Dorian Gray: Esto se veía venir. El señorito no andaba fino.
FIN
3. Rebelión en la granja, de George Orwell
Algunos cerdos con nombres divertidos como «Napoleón» o «Bola de Nieve» lideran una revuelta animal contra su granjero humano. Tras alcanzar sus objetivos políticos se pasan un tiempo haciendo el vaina y jugando al póker. Luego abrazan la dictadura. El cerdo Napoleón simboliza a Stalin.
Es todo razonablemente metafórico.
FIN
4. Adios a las armas, de Ernest Hemingway
Frederick Henry: Hay que ver, qué coñazo es estar en Italia durante la Gran Guerra, lejos de mi amada Catherine.
Catherine Barkley: ¡Querido, he venido a buscarte! ¡Escapémonos a Suiza, que lo pasaremos pirata, ya verás!
(para allá que se van)
Frederick Henry (tiempo después): Oye, pues tenías razón. Esto de Suiza es la lech…
Catherine Barkley: Ay, calla calla… que me está entrando una flojera, así de pronto…
(Catherine muere)
Frederick Henry: Esta puta guerra me ha convertido en un cínico.
FIN
5. Romeo y Julieta, de William Shakespeare
Romeo: ¡Oh, Julieta!
Julieta: ¡Oh, Romeo!
Romeo: ¡Oh, Julieta!
Julieta: ¡Oh, Romeo!
Romeo: ¡Oh, Julieta! (muere)
Julieta: ¡Oh, Rom…! ¿Romeo?… Mierda.
FIN
6. Los viajes de Gulliver, de Jonathan Swift
(Gulliver viaja como si no hubiera Dios)
Un habitante de Lilliput: Aquí somos todos pequeños.
Un habitante de Brobdingnag: Aquí somos todos grandes.
Un habitante de Laputa: Aquí flotamos.
Un caballo: Aquí los animales hablamos.
Gulliver: La conclusión que he sacado de mis aventuras es que los humanos son profundamente gilipollas.
FIN
7. La metamorfosis, de Franz Kafka
Gregorio Samsa: ¡Ostia puta! ¡Soy un bicho!
La familia de Gregorio Samsa: ¡Ostia puta! ¡Es un bicho!
(al cabo de un tiempo, Gregorio Samsa muere)
FIN
8. Guerra y paz, de Leo Tolstoy
Leo Tolstoy: Las vicisitudes históricas controlan todo lo que hacemos, así que no vale la pena detenerse a observar en detalle los actos de los individuos, porque son irrelevantes. Para demostrar este argumento, voy a examinar en detalle los actos de más de 500 individuos durante 1200 páginas.
(1200 páginas después)
Leo Tolstoy: ¿Véis lo que os decía?
FIN
9. El guardián entre el centeno, de J.D. Salinger
Holden Caulfield: Me rallo, me rallo, me rallo, me cago en todo, me rallo, me rallo, me cago en todo, me rallo, estoy confuso. El mundo de los adultos apesta. Los adolescentes somos unos locuelos.
FIN
10. El sueño de una noche de verano, de William Shakespeare
Hermia, Lysander, Demetrio y Helena: ¡Estamos todos enamorados de la persona equivocada!
(se van al bosque, les pasan cosas rarísimas, se emparejan correctamente y viven felices para siempre)
FIN
11. Jane Eyre, de Charlotte Brontë
(la gente en general trata mal a Jane Eyre)
Edward Rochester: Jane, tengo un secreto oscuro. ¿Te quedarás a mi lado sea lo que sea?
Jane Eyre: Sí.
Edward Rochester: No me acabo de fiar.
Jane Eyre: Te estoy diciendo que sí. No aturdas.
Edward Rochester: Ok. Mi secreto es que tengo una esposa lunática.
Jane Eyre: Me piro, pero ya.
(Jane Eyre se marcha; Jane Eyre vuelve)
Jane Eyre: Oye, que me lo he pensado y me quedo contig… Uuuuh… ¿pero qué te ha pasado, pichón?
Edward Rochester: Mi esposa se ha suicidado y me ha dejado manco y ciego.
Jane Eyre: Bueh, es igual; he dicho que me quedaba y me quedo. Total…
Edward Rochester: ¿Seguro que no te doy angustia?
Jane Eyre: Va, calla y tira, cansino.
FIN
12. El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes
PRIMERA PARTE
Don Quijote: Pero, ¿qué ven mis ojos? ¡He de hacer algo! El Código de Caballería me demanda que:
– A) Desfazca este entuerto,
– B) Destruya a esta criatura demoníaca,
– C) Ayude a esta víctima desvalida.
Sancho Panza: Que no mi señor, que no. Que estamos ante otra situación completamente normal y corriente.
Don Quijote: Calla, calla; yo tiro.
(Don Quijote se cae del caballo)
Sancho Panza (para sus adentros): Menos mal que tengo este carácter campechano, porque cualquier otro lo mandaba a la mierda.
(toda la escena anterior se repite numerosas veces)
Segunda parte
(la escena de la primera parte se repite numerosas veces; a Don Quijote le entra fiebre)
Don Quijote: ¡Ay, Sancho, ahora me doy cuenta de lo que me decías! ¡Qué loco estoy, hostias!
(Don Quijote muere)
Sancho Panza: A buenas horas mangas verdes.
FIN
13. Retrato de una dama, de Henry James
Caspar Goodwood: Isabel, soy un tipo la mar de majo, te quiero y soy rico. Cásate conmigo.
Isabel Archer: Mmmmh… no.
Lord Warburton: Isabel, soy un tipo la mar de majo, te quiero y soy rico. Cásate conmigo.
Isabel Archer: Mmmmh… no.
Gilbert Osmond: Isabel, soy un manipulador, un cazafortunas y te voy a arruinar la vida. Cásate conmigo.
Isabel Archer: Mmmmh… vale.
FIN
14. Hamlet, de William Shakespeare
Hamlet: Me quejo… me quejo… me quejo… qué mal rollo de familia… ser o no ser, y tal… fenezco.
FIN
15. Moby Dick, de Herman Melville
Ismael: Mi nombre es Ismael. Ahí lo dejo.
(Ismael se enrola en el barco ballenero del capitán Ahab)
Capitán Ahab: Tripulación, a ver una cosa. Vamos a ir en busca de la ballena blanca que me dejó cojo, y vamos a matarla.
Tripulación: ¡Oh, pobres de nosotros! ¡Tu obsesión de venganza será nuestra ruina!
Capitán Ahab: Ya, bueno… Es lo que hay. Hala, a navegar.
(navegan a tutiplén; casi encuentran a la ballena blanca; entonces casi encuentran a la ballena blanca; entonces casi encuentran a la ballena blanca…)
Herman Melville: Hola, soy el autor. Voy a romper la cuarta pared un rato para explicaros que el mar está lleno de peces.
(siguen navegando; casi encuentran a la ballena blanca; entonces casi encuentran a la ballena blanca; entonces casi encuentran a la ballena blanca; entonces ENCUENTRAN a la ballena blanca)
Capitán Ahab: ¡Toooma arponazooo!
Moby Dick (para sus adentros): Vas a pillar lo que no está escrito, campeón.
(todo el mundo muere excepto Ismael; se veía venir desde el principio)
FIN
P.D. del lector: Herman Melville era TONTACO, porque Moby Dick no es una ballena blanca, es un CACHALOTE.