Baños de agua fría

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Pues mira tú por donde, al final resulta que los catalanes tenemos presidente de la Generalitat, un tal Puigdemont, al que nadie conoce pero que puede presumir de pelazo estilo muñeco de Playmobil, y al que los presentadores de telediarios madrileños (con su conocido talento para pronunciar lo catalán) no tardarán en rebautizar como “Punch The Monk” o algo similar. Así pues, por extensión también tenemos legislatura y tenemos al “procés” saliendo de la UVI. O sea, lo que viene a ser una canasta de tres puntos sobre la bocina. El LOL sigue su curso. Sin embargo, a mí ahora mismo me apetece hablar de otra cosa relacionada con el tema indepe. En realidad, lo que ocurre es que ya tenía este texto escrito desde el miércoles 7 de enero y no era cuestión de tirarlo, que son diecisiete mil putos caracteres; pero joder, los acontecimientos esta pasada semana han avanzado a tal ritmo que cada día me veía corrigiendo uno o dos párrafos que se habían quedado obsoletos. Por suerte parece que la shit-storm ya va amainando y pasará algo de tiempo antes de que mis reflexiones vuelvan a caducar (aunque las releo hoy, el día después de que se haya muerto David Bowie, y no estoy seguro de si tienen algún valor o si son una simple colección de cuñadismos banales). TOTAL, que de lo que me apetecía hablaros hoy es de la enésima decepción que me ha proporcionado la política. Me apetece hablaros de Antonio Baños.

Versión corta del asunto: otro que se ha largado en cuanto el viento arreciaba y cambiaba de trayectoria. En menos de medio año ha pasado de político revelación y soplo de aire fresco capaz de engorilar a muchos escépticos, a maestro del escaqueo y protagonista de un “epic fail” de lo más embarazoso, pues la veleta volvió a girar hacia la buena dirección justamente cuando él acababa de saltar la valla, pies para qué os quiero, y durante un par de días dio la sensación de que tenía intención de desdecirse y “desdimitir”, lo cual le hubiera llevado a alcanzar aún más altas cotas de bochorno. Gracias a que soy abstencionista de corazón (un rincón confortable al que siempre se puede volver) y escéptico por experiencia, los días de la marmota que se han ido sucediendo en el circo político catalán desde que tengo memoria me han curtido lo suficiente como para no llevarme sorpresas en ningún sentido, pase lo que pase. Sin embargo, reconozco que lo de Baños me ha jodido a fondo.

Me ha jodido porque escribió un libro estupendo, La rebelión catalana, que convenció a muchos (a mí mismo, casi casi), y porque es un tipo muy lúcido, muy simpático y muy cercano. Tan cercano, ¡ay!, que ha acabado resultando DEMASIADO parecido a nosotros los votantes rasos y, en vez de aspirar a la grandeza que se le exige a todo político con ideales de roca sólida, ha salido por patas al primer contratiempo, al primer revés. Vamos, que la defensa de las virtudes asamblearias le duró hasta que perdió la primera votación importante; entonces se enfurruñó y se fue. No sólo eso, sino que seis días más tarde, cuando de pronto la CUP (sin él) lograba llegar al acuerdo con Junts pel Sí, salio el chorbo y dijo que no, que lo de irse no iba bien-bien en serio y que, si sus ex-colegas cupaires le dejaban “rediputarse”, se quedaba. Vamos, cantamañanismo nivel Premium-Deluxe-Plus. Felizmente, al final ha reflexionado (o “le han reflexionado”) y mantiene que se va. Al menos me queda ese alivio.

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A ver, que posiblemente lo de hartarse y largarse es lo mismo que hubiéramos hecho vosotros o yo ante una situación negociadora que daba tanta pereza como el enroque “Mas Sí/Mas No” entre Junts pel Sí y la CUP. Pero escuchadme un momento esto que os voy a decir: a diferencia de vosotros o yo, Baños aceptó la responsabilidad de presentarse como cabeza electoral, asumir cargo de diputado y pelear sus ideas en el marco de un partido, repito, A-SAM-BLE-A-RIO. Igual lo hizo porque se pensaba que lo suyo iba a ser llegar a la política y sacar los tres símbolos de “Jackpot” con la primera moneda que le echara a la máquina. Un par de mesecitos de campaña, el 27-S el trámite de ir a votar, y el 28-S bien tempranito declarar la república catalana. Un futurible de máximos y de pasarse la legislatura haciendo cosas divertidas al que, claro, se hubiera apuntado cualquier indepe de pro. Es como cuando alguien monta una fiesta y te deja a ti elegir la música.

Pero no, resulta que hacer política de élite es una cosa espesa, lenta y complicada. Una cosa de arremangarse, remar hasta que te duelen los brazos y discutir hasta quedarte ronco. A ratos el arte de lo posible, las más de las veces el arte de lo menos chorra. Leí el otro día en un artículo de opinión que en la política española y catalana suele ganar aquel que demuestra mayor capacidad de aguante. En España tenemos ahorita mismo el ejemplo de Marianico Rajoy, quien parece estar convencido de que le va a valer con hacer la estatua mientras el PSOE se auto-despelleja ante sus ojos; y en Catalunya está Artur Mas, quien a base de cabezonería y buen gusto en las corbatas ha logrado postularse casi hasta la tanda de penaltis como única opción presidenciable (algunos fanboys con la oxitocina por las nubes incluso le llaman “King Arthur”), mientras a su alrededor todo el arco parlamentario catalán post-electoral iba siendo paulatinamente hecho puré en el túrmix del proceso; y espérate, porque aunque ahora le hayan obligado a sentarse en el banquillo, diría que estamos lejísimos de haber presenciado su último pase mágico en primera línea de la gestión pública, pese a las voluntariosas declaraciones de la CUP en el sentido de haberlo “tirado a la papelera de la historia”. Sí hombre sí, ya les gustaría. Artur Mas se va a pasar el próximo año y medio regenerando Convergencia mientras dirige el “full de ruta” desde la sombra (las redes sociales ya van llenas de montajes que lo presentan como el ventrílocuo de Carles Puigdemont), y en cuanto se le presente la ocasión volveremos a tenerlo dando por saco (veremos, para entonces, donde para Anna Gabriel por ejemplo), como esos villanos recurrentes a los que no hay manera de liquidar. Como Moriarty, El Joker o Jose Mourinho. Maestro.

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Antonio Baños nunca tuvo ni ese mismo talento para el dontancredismo ni la ambición propia de un agarra-poltronas profesional. La política no era su forma “natural” de vida, su recorrido por esa senda se limitaba a picar piedra para crear un estado catalán. Por eso, tras cinco meses mitineando, concediendo entrevistas y manteniéndose, según sus propias palabras, “atornillado a la mesa de negociaciones” (qué hijas de puta, las hemerotecas…), de repente un lunes resultó que, uf, todo aquello le parecía mucho esfuerzo y mucho lío. Massa feina. Había perdido la energía y el interés. La cosa ya no tenía gracia, así que mejor se piraba.

Y decidió pirarse con una serie de argumentos (transmitidos en un comunicado, y en entrevistas diversas desde entonces) la mar de humanos, la mar de comprensibles si nos ponemos en la piel de alguien que no es “núcleo duro” de la CUP y que, por lo tanto, no tiene por qué tragar con ideales de partido que no le encajan. Pero también fueron una serie de argumentos llenos de contradicciones dificilmente defendibles, por mucha floritura dialéctica que se les echase. La cosa, cuando le quitas todo el aire que sobra y te ciñes a los hechos, se reduce a que Antonio Baños se pasó toda la campaña electoral de las plebiscitarias catalanas lanzando sentencias como “No votaremos nunca una investidura de Mas. Y nunca es nunca. Nunca, nunca y nunca.”, y luego va y se larga porque las bases de la CUP… le han hecho caso. Ya tiene huevos el asunto. El tipo nos pedía el voto diciendo una cosa, mientras para sus adentros pensaba la contraria. O sea, al final resulta que sí que se le han pegado cosas de los políticos profesionales. Como mínimo la falta de coherencia y la capacidad para trolear al personal con una sonrisa en los labios.

¿Os acordáis del mítico clímax de la peli Sin Perdón?: William Munny (Clint Eastwood), le descerraja un tiro a bocajarro al dueño del bareto en el que exhiben como un trofeo el cadáver de su colega Ned Logan (Morgan Freeman), y cuando el sheriff Little Billy (Gene Hackman) le acusa de haber matado a un hombre desarmado, Munny contesta “Pues debió haberse armado cuando decidió decorar su saloon con mi amigo”. Un momento, que os lo pongo:

Eso es, Baños. Exactamente eso. Antes de meterte en camisas de once varas, quizás debiste haber prestado más atención a la letra pequeña que decía que la CUP es una formación en la que las resoluciones se toman en horizontal (me refiero a que todos sus miembros lo votan todo, no a que decidan las cosas mientras duermen o follan), y que tu labor principal iba a ser defender esas resoluciones. Defenderlas, no dejar al partido con el culo al aire ante el presumible panorama de una legislatura muerta antes de empezar y unas amargas elecciones anticipadas en el horizonte (aunque luego no haya sido así). En el fondo, lo que le ha pasado a Antonio Baños es lo que le ocurre a cualquier cabeza visible de una organización como la CUP, inflexiblemente antisistema y confeccionada a partir de una serie de líneas rojas innegociables: LA IDEA está por encima de los individuos, y a la que uno de esos individuos flaquea, dejando entrever que no está al cien por cien por defender LA IDEA, adios muy buenas. O te vas, o te acabarán echando. La única diferencia en el caso de Antonio Baños ha sido el exceso de melodrama que ha tenido tot plegat.

Pero que no me malinterprete nadie: lo que me toca las narices de Baños no es el hecho
en sí de que se pirase (que era libre de hacerlo, nada más faltaría), sino la dolorosa constatación de que no tiró la toalla marginado, ninguneado ni incapaz de hacer oir su voz. Tiró la toalla tras haber logrado convencer de su postura a LA MITAD de la CUP, y de perder la votación final por un voto. POR-UN-PUTO-VOTO. Joder, tío, quédate y pelea. Debate, defiende tus convicciones desde la minoría. Sigue negociando hasta el último minuto del último día (eso hicieron sus colegas de partido, y mira si no se han acabado llevando el gato al agua). Haz-jodida-política. Su decisión de marcharse sonó a caprichosa, a tomar la vía fácil. Se había comprado un perro y luego había descubierto que los perros son un engorro porque comen, cagan y hay que sacarlos a pasear cada día, así que lo abandonó en una cuneta y a otra cosa. Tal día hará un año. Mal.

Cinco meses repitiendo sin fisuras el «mensaje oficial cupero» y de repente cambia el paso y nos sale con que él es un independiente que quería romper con España YA MISMO o nada. Visto lo visto, hay que concluir que sólo le interesaba salir en la foto de la secesión-express en dieciocho meses, y no se planteaba trabajar de cara a un plazo más largo que eso. Si comparo su actitud con la de Oriol Junqueras, otro político no profesional que ha aguantado el tipo a lo largo de años de bregar en situaciones complicadísimas, me parece que no hay color. Baños no ha sido honesto ni coherente. Quizás lo haya sido de tripas para adentro o con su círculo de amigos más privado, pero sinceramente me importa un comino, porque no es eso lo que ha transmitido a los electores; y como los electores carecemos de percepción extrasensorial, a la hora de decidir si votarle nos hemos tenido que ceñir a lo que decía, no a tratar de interpretar lo que no decía.

Baños se marchó, eso sí que se le notaba, con sensación de culpabilidad, de “tierra trágame”, de saberse poco legitimado para hacer lo que estaba haciendo. Cortó con la CUP como quien corta con su pareja, haciendo mucho la pelota con frases floridas y usando razonamientos estilo “No eres tú, soy yo” para evitar el enfrentamiento, minimizar los llantos y salir corriendo a toda leche. «No podem renunciar, mai«, afirmaba mientras tomaba carrerilla (lo dijo en una radio, al día siguiente de su dimisión). Hay que tenerlos como bombonas de butano.

La decepción ha venido por Baños, sí, pero el error político cae sin duda del lado de la CUP. Buscar un candidato mediático e “indie”, un intelectual converso al independentismo y la izquierda revolucionaria con amplios conocimientos en política y economía, pareció una estupenda idea a corto plazo. Desde luego les dio visibilidad durante la campaña, estuvo fantástico en los debates electorales y seguro que su estrecha vinculación con la plataforma Súmate ayudó a rascar votos que de otra manera se hubieran ido hacia los podemitas o los esquerranos. Sin embargo, en la media distancia la cosa no ha funcionado tan bien. Ignoro qué moto sin ruedas le vendieron Anna Gabriel and Co. para convencerle de que encabezará su candidatura, pero es evidente que, o no se supieron explicar, o él no supo medir el alcance de los compromisos que estaba contrayendo.

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Lo irónico del caso es que al final haya habido pacto in-extremis y tengamos legislatura, aunque ya veremos si aguanta el año y medio prometido o salta antes por los aires (porque, aunque Artur Mas se haya esforzado en garantizarnos que el gobierno tendrá estabilidad, realmente pinta a que va a sufrir un Vietnam político, con fosos de estacas punji detrás de cada esquina). Eso, unido a que la contrapartida al acuerdo haya sido obligar a dimitir a los diputados rebeldes de la CUP e integrar en Junts pel Sí a dos de los afines a Mas, hace todavía más estéril y ridículo (si cabe) el precipitado ataque de estupendismo de Baños. Máxime si tenemos en cuenta que, al formar parte del grupo de los que estaban muy fuerte por el pacto, lo más probable es que Antonio hubiera podido quedarse y acabar haciendo lo que había venido a hacer.

La CUP una vez más ha estado a la altura, ha soportado con estoicidad el linchamiento mediático (ni un medio informativo catalán poniéndose en su pellejo, y los twiteros pro JxS cayendo en el mismo nivel de insultos que luego se le suele criticar a la caverna mediática mesetaria), y ha accedido a la “lex talionis” a mala baba que le exigían los vampiros de CDC. Porque lo fundamental para la CUP era lograr objetivos políticos a gran escala, lo importante era el bien común (luego se podrá entrar a discutir si se está o no de acuerdo con la visión cupaire del bien común), aunque eso supusiera inmolarse en el proceso y sacrificar buena parte de lo conseguido en las urnas, prometiendo quedarse calladitos de ahora en adelante y no dar la tabarra antisistema. Baños, en cambio, ha estado a lo que más le convenía a él, y punto. Si quería dimitir (que, ya digo, era muy libre de hacerlo), debería haber demostrado un poquito más de cabeza y de entrañas, y haberse esperado hasta el lunes 11 de enero, hasta consumir todos los plazos de negociación para la investidura en vez de abandonar a sus compañeros en la que, quizás, haya sido la semana más tensa y jodida de toda la existencia del partido; y lo que desde luego no debería haber hecho es sugerir, seis días más tarde (al ver que el tsunami ya había pasado y que la CUP había logrado la machada cuasi-imposible de investir a un presidente que no fuese Artur Mas), que si le dejaban jugar otra vez a la pelotita con ellos, él estaba dispuesto a volver. Con ese último gesto, Baños pasó directamente de decepcionarme a producirme, incluso, un poquito de vergüenza ajena.

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Me congratulo de que al final haya optado por aquello de «a lo hecho, pecho» y mantenga la decisión de irse, ya sea cosa suya o forzado por la CUP para purgar su espantada. Porque la verdad, muchos no hubiéramos entendido qué puñetero valor político ni qué fiabilidad tiene un cabeza de lista que se larga cuando la asamblea le lleva la contraria y que se reincorpora cuando le sale de los santos cojones. La CUP hubiera tenido que darme unas explicaciones fenomenales para evitar que me desconectase por completo de ellos y del «procés». En cierto modo hubiese sido gracioso, porque Baños fue quien me sacó del abstencionismo y Baños sería también quien me devolvería allí. “Coming full circle”.

Al menos es de esperar que todo este paripé le habrá servido a Baños para aumentar caché. Podrá volver al hábitat en el que le conocimos (las pizarras sobre economía en La Sexta Noche) siendo un personaje mucho más popular de lo que era. La prensa catalana se lo rifará como columnista (y con razón, porque escribe de coña). Sus chispazos de ironía y frases ocurrentes (ahí quedan términos como “demofobia” o su comparación entre el estado español y la Estrella de la Muerte) encontrarán buen acomodo en las tertulias de Catalunya Radio o RAC1. Sus libros mantendrán el incremento de ventas experimentado desde que se convirtió en una cara parodiable en el programa de TV3 Polònia. Incluso puede que la fama le alcance para resucitar a Los Carradine y grabar un nuevo álbum comentando la jugada. Me alegraré por él, porque me gusta que le vaya bien a la gente con talento; y él tiene un huevo de talento. Sin embargo, no sé si sus nuevas aventuras mediáticas serán un espectáculo que me tenga como testigo, sinceramente. Estoy dolido, así que de momento lo único que me sale de dentro es mostrar indiferencia por lo que decida hacer a partir de ahora (una indiferencia “tranquila”, eso sí). Porque este bache del camino, este “me voy cuando llueven las hostias/vuelvo cuando suenan los aplausos”, me ha escacharrado una pieza básica de la furgoneta ideológica con la que yo estaba barruntando si apuntarme o no a eso de ir lentos para llegar lejos; y es una avería de reparación un tanto complicada: ya no me creo a Antonio Baños.

Me sigo creyendo a la CUP, eso sí. De momento.

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