13 DE JUNIO. L’EMPEREUR CANTA LA ALINEACIÓN.
Tal día como hoy, hace exactamente 202 años, Napo partía de Avesnes y se unía por fin a su Armee du Nord en Beaumont, ya tocando Bélgica. Por el camino entre ambas poblaciones ha podido comprobar que, en efecto, Ney es una baza a la que no puede permitirse el lujo de renunciar. A lo largo del día le han ido llegando todo tipo de noticias de que, al paso del Mariscal entre las filas de soldados apostados bajo un sol de justicia, éstos le saludan, le vitorean, le presentan sus respetos, pese a que ahora mismo no tiene ningún rango sobre ellos. Pero lo que sí que sigue teniendo “le Rougeaud” (“cara roja”, que es el apodo que la soldadesca gabacha le ha dado a Ney) es su prestigio intacto. Las tropas sencillamente le adoran, y eso es algo que no pasa desapercibido para un líder militar tan cuidadoso con los detalles como Napoleón Bonaparte, que de hecho ha forjado su leyenda en buena medida gracias al carisma popular que siempre ha despertado. Ese mismo carisma que hizo que los soldados que marchaban a detenerle
a su vuelta de Elba acabasen arrodillados ante él, como si estuviesen contemplando a un dios viviente Sí, ese tipo de entrega incondicional por parte de sus tropas es lo que l’Empereur necesita para imponerse en una empresa tan complicada como la que ahora afronta; y si el Mariscal Ney puede sumar algo en ese aspecto, pues oye tú, de puta madre, ¿no?
A las tres de la tarde Napo y Ney se encuentran de nuevo, junto a una posada en una colina desde la que puede verse el río Sambre, su orilla sur punteada por un constante hormigueo de tropas francesas acampadas hasta donde alcanza la vista. Napo está sentado junto a su mesilla de campaña, consultando mapas y papeles, rodeado de sus oficiales. Ney desmonta de su caballo (ha podido por fin hacerse con uno), y se presenta ante el Emperador, que casi sin mirarle le espeta algo parecido a esto: “Buenos días, Ney, me alegro de verle. Le voy a poner al mando del 1º y el 2º Cuerpo de Ejército, así como de la caballería ligera de mi Guardia. Mañana se le unirán los Coraceros de Kellerman. Sus órdenes son hacer retroceder al enemigo a lo largo de la carretera que lleva a Bruselas y tomar posiciones en Quatre Bras. Bienvenido.» Ney toma el sobre con las órdenes, saluda marcialmente, da media vuelta y monta de nuevo en su caballo. Mientras se aleja para reunirse con sus tropas, el corazón le late a mil por hora. Vuelve a ser un soldado. Se siente, quizás, como el protagonista del poema Los Granaderos, de Heinrich Heinze, que en sus rimas finales glosa de manera certera el sentimiento de un militar napoleónico profesional:
Así a punto y siempre en vela,
estaré cual centinela
fijo siempre en su lugar;
hasta que oiga en feliz día
rechinar la artillería
y los caballos trotar.
Y el Emperador, al frente
de su ejército impaciente
cabalgará, y al clamor,
armado saldré de la tierra,
y otra vez iré a la guerra,
detrás del Emperador.
Así pues, de repente Ney ha pasado de ser un don nadie a tener a su cargo toda el ala izquierda del ejército francés. El ala derecha quedará para Grouchy (ya hablaremos de él, porque lo suyo tiene mucha tela), mientras que el Emperador «in person» dirigirá a las fuerzas de la reserva (incluida, por supuesto, la Guardia Imperial). Ney está encantadísimo de la vida con este giro de los acontecimientos, pero hay que reconocer que al pobre le ha caído encima un marronazo del quince, porque el ejército se va a poner en marcha de forma inminente (esa misma madrugada, o como muy tarde la siguiente), y él aún no tiene claro cual va a ser el plan de ataque, más allá de las escuetas palabras que le ha dedicado el Emperador (“Hacer retroceder al enemigo a lo largo de la carretera que lleva a Bruselas y tomar posiciones en Quatre Bras”; ya ves tú, como si la cosa fuera jauja).
Todos esperaban que el mando de ese ala izquierda fuera para Davout, que es de largo el mariscal francés vivo con más talento estratégico. Sin embargo, Napo piensa dirigir la campaña con mano de hierro, en plan «hombre orquesta». Por tanto cree que le bastará con generales valerosos y obedientes como Ney y Grouchy, mientras que Davout, un hombre con mayor capacidad de iniciativa propia, queda encargado de la defensa de París por si las moscas (Bonaparte no tiene certeza de lo que van a hacer los aliados, y no quiere dejarles la puerta de casa abierta mientras él se va de campaña con el grueso de las tropas francesas). Personalmente siempre me ha parecido un tanto ventajista, con lo que sabemos hoy en día, criticar las decisiones de Napoleón respecto a su staff de mando para la campaña de 1815: decisiones tomadas hace dos siglos, con unos recursos de inteligencia militar muy limitados y sin apenas tiempo para darles vueltas. No obstante, al mismo tiempo no hay más tu tía que reconocer que esas decisiones tendrán funestas consecuencias para el resultado de la batalla de Waterloo, y por ende para el destino de Europa.
(continuará)
Si, ventajista, tanto como cuando nombro al Comandante en Jefe de la Escuadra franco española en 1805. Sin Berthier a su lado , debio estarlo Davout, y D Erlon nos hubiera ayudado a ganar en Quattre Bras, o obtener una victoria decisiva en Ligny. Se equivoco, con Ney y con Grouchy, maldita sea…
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