La batalla de Waterloo (VII de XV)

waterloo día 16-216 DE JUNIO (SEGUNDA PARTE). LA BATALLA DE LIGNY.

Tal día como hoy, hace exactamente 202 años, a la una de la tarde, Wellington y Blücher tenían un rifi-rafe verbal cerca de Ligny (ver el anterior capítulo: La batalla de Quatre Bras). Las advertencias de Wellington sobre la arriesgada posición prusiana no son meras ganas de tocar las narices, como piensa Blücher. Wellington tiene razón: los prusianos han extendido demasiado su flanco derecho, que sobresale como un cuerno. Si Napoleón lo ve (que obviamente lo verá), y dirige sus baterías artilleras hacia allí, lo pueden pasar mal. No solo eso, sino que los prusianos tienen ante sí un arroyo de riberas pantanosas, por lo que ni siquiera podrán salir de la ratonerLignyDeploymenta para ir al cuerpo a cuerpo contra los franceses. Pero Blücher es un tipo orgulloso, y esto de echarse cuerpo a tierra
y esconderse a la que suenan cuatro cañonazos le parece cosa de nenazas. Al enemigo hay que recibirlo con la cabeza alta y de pie, coño.

Mientras Wellington y Blücher discuten sobre todo esto, por cierto, Napoleón Bonaparte llega al campo de batalla, perfectamente distinguible en la distancia con su parca gris y su bicornio, a lomos de un caballo blanco (“Marengo”; ya hablaremos de él con más detalle, porque en las guerras napoleónicas hasta los caballos tienen historias que contar) y flanqueado por su staff de mando. Las miradas de los tres generales más importantes de la época se cruzan, y durante un instante solemne el tiempo parece detenerse. La historia los contempla.

La batalla de Ligny empezará aún más tarde que la de Quatre Bras por varios motivos. En primer lugar, Napo quiere dar tiempo al mariscal Ney para que planche a los anglo-aliados y entonces le mande unidades de refresco que ataquen a los prusianos por el flanco, mientras él los acomete de frente. En segundo lugar, la concentración de tropas es mucho mayor que en Quatre Bras y están esparcidas por una amplia área, por lo que desplegarlas no es cosa fácil. Y en tercer lugar, hay que entender que el día anterior el Emperador se ha cascado quince horas seguidas a caballo, y se ha ido a dormir a las quinientas. Por lo tanto, se lo está tomando con calma. Napo descabalga, pide el catalejo, observa las posiciones prusianas durante un buen rato y sonríe. Está de buen humor. Lo ve claro.

Crofts_Ernest_The_Battle_Of_LignyA eso de las 14:30 llegan sonidos nítidos y constantes de cañonazos desde la dirección de Quatre Bras. Eso significa que, esté pasando lo que esté pasando allí, es evidente que se está combatiendo a base de bien, o sea que los anglo-aliados están ocupados y no van a aparecer de repente amenazando el flanco izquierdo de Napoleón. Así pues, tranquilo ya al saber que puede arremangarse y centrar toda su atención en pulverizar a los prusianos que tiene delante, el Emperador se apresura a dar por fin las instrucciones de ataque: la caballería francesa tratará de mantener neutralizada al ala izquierda enemiga (amenazándola con cargar si se mueve de sitio), mientras la infantería ataca masivamente el centro y la derecha a lo largo de toda la línea, en el típico asalto frontal de desgaste. Cuando los prusianos estén bien blanditos, se mandará a la reserva para que afeite lo que quede. Si el plan sale bien, dos tercios del ejército de Prusia serán aniquilados, y el resto no tendrá más opción que huir hacia Lieja, alejándose definitivamente de Wellington.

Poco antes de las tres de la tarde, empieza la fiesta. La grand baterie gabacha abre fuego y cientos de prusianos quedan súbitamente convertidos en pulpa. Bajo el tronar de los cañones, Grouchy lanza la caballería inmovilizando de manera perfecta a 24.000 prusianos, que no saben por donde les vienen las bofetadas. A la vez, el II y III Cuerpo de ejército franceses se lanzan al ataque en las granjas de San Amaund y Ligny. Enseguida se inicia un intercambio de golpes durísimo, hostias van y hostias vienen. Los franceses son rechazados una, dos, tres y hasta cuatro veces, y a Napoleón ya le queda claro que no se está enfrentando a una mera posición avanzada de tanteo, sino al grueso del ejército de Prusia, unos 84.000 tipos, frente a los cerca de 70.000 franceses. El ataque de l’Armee du Nord en toda la línea no consigue romper al enemigo, pero traba en combate a tantas unidades que Blücher no tiene espacio para maniobrar con sus reservas, no puede hacer entrar tropas de refresco, no puede redesplegar a nadie. Allí lo único que pueden hacer sus hombres es matar y morir. La cosa es una puta carnicería, a un nivel tan intenso que no hay respiro. Se lucha literalmente casa por casa, en todas las aldehuelas y granjas de la zona. El horizonte arde con mil incendios.

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Deben de ser ya en torno a las seis de la tarde. Al quinto asalto masivo cuerpo a cuerpo, con algunos regimientos franceses acumulando bajas por encima del 60%, finalmente las líneas prusianas ceden y se quiebran. La brecha se ensancha, y por ella empiezan a manar gabachos que matan todo lo que lleve una casaca negra (sí, ya sé que no todos los prusianos iban de negro; es una figura retórica, hombre). Ninguno de los dos bandos da cuartel, ni lo acepta (¿Prisioneros? ¿Qué es eso?). Los prusianos tratan desesperadamente de tapar huecos con sus unidades de reserva mientras retroceden. Es el momento decisivo, Napoleón está ganando, pero hostias… ¡es que son MUCHOS prusianos! El Emperador necesita un empujón adicional para decidir la batalla, necesita más tropas. Sin embargo, lleva toda la tarde mandándole misivas a Ney para que le ayude (con un tono de creciente desesperación: “El destino de Francia está en sus manos, avance hacia aquí de una vez”), y el mendrugo de Ney sigue encharcado en Quatre Bras. De pronto, escalofrío: se acerca una columna de tropas por el este. ¡Ay la madre que me parió! ¿Te imaginas que es Wellington, que ha derrotado a Ney y viene a darle a l’Armee du Nord el golpe de gracia? ¡Pero no, ondean la tricolor! ¡Son franceses! Es el I Cuerpo de ejército de d’Erlon, que estaba situado en la reserva, justo entre las dos batallas. ¡Estamos salvados! ¡Salvados! ¡Salvad…! Oye, ¿qué hacen? ¿Dan media vuelta? ¿Pero a dónde coño van? ¡Mecagoensupu…!

Lo del I Cuerpo de ejército de d’Erlon durante el 16 de junio de 1815 es posiblemente la mayor payasada estratégica cometida por los franceses en toda la campaña de Waterloo. El Conde d’Erlon se pasa todo el puñetero día recibiendo órdenes contradictorias, que mantendrán a sus 20.000 hombres (casi nada) chiquiteando de acá para allá entre Quatre Bras y Ligny, sin llegar a tiempo para combatir en ninguno de los dos campos de batalla. Lo que acaba de ocurrir ahora mismo es que, cuando ya estaban llegando en auxilio del Emperador, han recibido una nueva misiva de Ney (que claro, no sabe que es AQUÍ, y no en Quatre Bras, donde se está decidiendo todo), en la que les ordena que den media vuelta y marchen contra Wellington. De haber contado Napoleón con los 20.000 de d’Erlon para atacar el costado prusiano, la campaña se habría finiquitado esa misma tarde, con una victoria aplastante para los franceses. Los prusianos machacados y los ingleses corriendo como locos hacia los puertos del canal, mientras Napo marchaba sobre Bruselas tan pancho. La batalla de Waterloo ni siquiera habría llegado a tener lugar.

Pero no ha sucedido así, y estamos en que el Emperador anda sin tropas de refresco con las que dar el golpe final. Y encima, con la tontería ha perdido una hora de luz. Se le hace de noche, esto se acaba. Napoleón mira en torno suyo, patea el suelo cabreado, y acaba dando la orden que no quería dar: “Mandad a la Guardia”. Es demasiado pronto, demasiado pronto para poner en juego su mejor baza, su mejor unidad de tropas, pero tiene que ganar esta batalla COMO SEA, y no le queda nadie más a quien recurrir.

grenadier-a-pied-de-la-vieille-gardeLa Vieja Guardia. La mejor infantería de Europa. Una pandilla de hijos de perra como no hay otros. Detengámonos un momento a contemplarlos: veteranos con diez o doce campañas a sus espaldas, metro ochenta
de estatura mínima, grandes sombreros de pelo de oso, la piel cubierta de tatuajes, mostachos negros, patillas de cabeza de hacha, largas coletas y enormes pendientes de oro en las orejas, como si fueran piratas o bandoleros. La depravación, la temeridad extrema y la sed de sangre esculpidas en sus feroces caras. Cobran el doble de sueldo que un soldado normal, comen el doble de raciones y tienen todo tipo de privilegios; y desde luego, se los curran. Aparte de sus inigualables habilidades de combate, su mera presencia avanzando en “pas de charge” al son de los tambores suele infundir un terror primordial en el enemigo. Son unos salvajes. Por su Emperador serían capaces de comerse sus propios cataplines, y luego pedirían una segunda ración. Eso es lo que Napoleón arroja contra el centro prusiano, que ya se reforma por enésima vez. Son las 19:45 de la tarde, el sol se oculta por el horizonte, suenan los primeros truenos de una tormenta y rompe a llover. Es hora de ganar esta jodida batalla.

Los prusianos reaccionan rápido, lanzando todas las tropas frescas que les quedan contra el juggernaut que se les viene encima. Da igual. La Guardia Imperial, protegida por unidades de cuirassiers (caballería pesada), sigue avanzando como una picadora de carne, haciendo añicos al 21 regimiento prusiano y a dos escuadrones de caballería westfaliana, atravesando la aldea de Ligny de punta a punta como un maremoto azul blanco y rojo. La batalla está perdida para los aliados, pero Blücher, cabezón, valiente y loco hasta el final, rememora sus años mozos, cuando era húsar, y se pone a la cabeza de una desesperada carga de caballería para ganar algo de tiempo y permitir que lo que queda de su ejército pueda retirarse, en vez de ser pasado a la bayoneta. Cuatro regimientos de caballería prusiana y uno de lanceros ulanos (al que le quedan menos de trescientos hombres, de un total de casi mil), se abalanzan sobre la Guardia Imperial, que impertérrita se detiene y forma en cuadro, recibiendo al enemigo con ordenadas descargas de fusilería, mientras los coraceros franceses contracargan y espachurran el ataque.

bluecher-ligny-03El propio Blücher se va al suelo cuando una bala mata a su montura, y allí se queda un buen rato, tumbado en el piso alfombrado de cadáveres de hombres y caballos, mientras los coraceros franceses pasan en torno a él repartiendo muerte a izquierda y derecha. Nadie lo reconoce, y finalmente sus ayudantes lo encuentran y lo sacan de allí antes de que alguien lo mate o lo capture. Unos buenos lingotazos de ginebra bastan para quitarle el susto del cuerpo. La acción de Blücher ha sido una masacre más pero ha cumplido su cometido, haciendo de pantalla salvadora para lo que queda de su ejército. La batalla se ha acabado, empieza la retirada.

En total Blücher palma 18.000 hombres (por unos 11.000 de Napoleón), más otros ocho o nueve mil que tiran el fusil y desertan. El resto (algo más de 50.000) escapan al abrigo de la oscuridad, desordenadamente y al borde del pánico. Blücher está desaparecido por el momento, así que el segundo al mando, August von Gneisenau, se reune con su alto mando bajo la lluvia y toma una decisión tan arriesgada como heroica: a diferencia de lo que asume Napo, los prusianos no se retirarán hacia el este siguiendo sus líneas de suministro y alejándose de Wellington, sino hacia el norte, hacia Wavre, manteniéndose así a distancia de poder prestar ayuda a sus aliados en la siguiente batalla, si ésta llega a producirse. Gneisenau es un anglófobo del copón, pero también un militar de grandeza: si el ejército prusiano ha de quedarse sin víveres ni munición, sea, pero no abandonará a los anglo-aliados a que se batan y perezcan solos contra el monstruo corso.

Esa decisión con dos cojones revela a August von Gneisenau como el verdadero cerebro estratégico del ejército de Prusia (muy por encima del tarugo de Blücher). Años después Wellington, recordando la batalla de Waterloo (algo que no le gustaba demasiado hacer), comentará que la decisión de Gneisenau fue “el momento decisivo del siglo XIX”. Napoleón ha ganado la batalla de Ligny, sí, y pese al coste y los contratiempos no cabe duda de que ha sido una grandísima victoria. Pero será también la última de su carrera militar.

(continuará)

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