La batalla de Waterloo (XIII de XV)

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18 DE JUNIO (QUINTA PARTE DE SEIS). LA CARGA DE NEY.

El 7 de diciembre de 1815 es un día frío en París. A media mañana, el mariscal Ney se abrocha el gabán y recoge el sombrero de la cama, justo a tiempo para recibir a los guardias que vienen a buscarlo a la celda. Ney ni se inmuta. A paso rápido, la comitiva recorre el camino de la celda al carromato que trasladará al prisionero hasta los jardines de Luxemburgo, donde ha de ser ejecutado.

La ciudad está en silencio. Vela de antemano a su último mito, un hombre que aún en esa fecha, medio año después del desastre de Waterloo, sigue siendo considerado un héroe nacional, con un nivel de popularidad que iguala (cuando no rebasa) al del propio Napoleón. Francia ama a Michel Ney. Pero los borbones quieren verlo muerto. Ninguna otra decisión política manchará más la imagen del restaurado monarca Luis XVIII que la de fusilar al “valiente entre los valientes”. Ninguna otra ejecución de la historia reciente francesa, incluyendo todas las que hubo durante el Terror (y mira que los gabachos se quedaron descansados limpiando forros) será recibida con más oprobio por la población.

Ney2Ya ante el pelotón, Ney deja caer al suelo su sombrero, rehusa que le venden los ojos y, en una postrera demostración de tenerlos mejor puestos que nadie, insiste en que le permitan dar a él mismo la orden de disparar al pelotón de fusilamiento, algunos de cuyos integrantes no pueden reprimir las lágrimas. Ney les dirige sus últimas palabras: “Soldados, cuando os lo diga, disparadme directo al corazón. Esperad a mi orden, será la última que os dé. Protesto contra mi condena. He librado un centenar de batallas por Francia, y ni una sola contra ella. Soldados… apunten… ¡Fuego!” Y en ese segundo final, antes de morir, el mariscal cierra los ojos y visualiza de nuevo lo que ocurrió aquella tarde, seis meses atrás, en las lomas de Mont Saint-Jean. Recuerda la gran carga de caballería que ordenó y mantuvo cabezonamente sin encomendarse a nadie, el momento decisivo del día. Qué diferente habría sido todo si aquella acción hubiera salido bien. ¡Maldición! Qué diferente habría sido todo…

Mediatarde en Waterloo, 18 de junio. A una orden del mariscal Ney, los cornetas de la caballería tocan a formar en orden de batalla y los jinetes se ponen de inmediato a ello, cada escuadrón desplegándose en dos filas de cincuenta tipos. Entrecerrando los ojos algunos alcanzan a ver, entre la neblina de pólvora quemada, a las unidades aliadas más cercanas, a unos 700 metros de distancia, contrayéndose sobre sí mismas para transformar sus líneas en cuadros, única formación eficaz para defenderse de las cargas a caballo. Todo el mundo parece ocupado en lo suyo a fin de no pensar en el horror de lo que se avecina. La previa de una carga de caballería es siempre un momento peculiar, tenso y ominoso, como la previa de una tanda de penalties pero en versión “extreme”. Ésta lo es aún más, pues su desenlace ha de marcar con qué renglones se escribirá la historia en los próximos cien años. El aire huele a muerte y a victoria.

Cada jefe de escuadrón desenvaina su sable con un rápido movimiento y señala al enemigo, mientras grita el nombre de su unidad seguido por la orden «¡Al paso!«. Y la primera oleada de jinetes (unos 3.500) obedece, espoleando a sus caballos. 600 metros. Enseguida los jefes de escuadrón ordenan “¡Al trote!”, y la marcha se acelera, las compactas filas superando las posiciones más adelantadas de la infantería francesa, los soldados de a pie vitoreando el veloz paso de sus camaradas con los chacós alzados en la punta de sus fusiles (“Allez! Allez! Allez!”). 500 metros. “¡Al galope!”; y el sonido de los cascos de los caballos se acompasa, convirtiéndose en un retumbar sordo y constante. 400 metros. Las granadas de la artillería aliada silban por todas partes, enterrándose con un chasquido en la tierra húmeda para reventar en una llovizna de barro y metralla; y de pronto empiezan a verse caballos sin jinete, desbocados, adelantando al grueso de la formación, y hombres rodando por el suelo convertidos en amasijos de metal y carne. 300 metros. Los fogonazos cada vez suenan más cerca y aciertan más, y entre la neblina se aprecian ya las baterías de cañones enemigos, y tras ellos las formas masivas de los cuadros más próximos. 200 metros.

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El toque de carga se funde con gritos espontáneos de «¡Pour l’Empereur!«, y los primeros escuadrones de coraceros se lanzan a tumba abierta en subida por la pendiente de Mont Saint-Jean, los jinetes casi horizontales sobre las grupas de los caballos y con el brazo del sable completamente extendido. 100 metros. La carga alcanza la cima de la cresta como un ciclón y arrolla a la artillería anglo-aliada, que no ha tenido tiempo de enganchar los cañones a los avantrenes para llevarlos a retaguardia. Los artilleros que no mueren salen zumbando pies para que os quiero. Algunos mantienen la cabeza fría y se refugian en los cuadros, pero otros muchos siguen corriendo y ya no volverán a sus puestos, con lo que buena parte de la artillería de Wellington queda inutilizada por el resto de la batalla (y la broma podría haber salido aún más cara si los franceses se hubieran entretenido en inutilizar las bocas de los cañones; pero no hay tiempo para sutilezas, esto es una puta carga masiva de caballería). 50 metros. La marea de coraceros gabachos sigue adelante sin detenerse, atravesando los últimos jirones de humo para salir de nuevo a la luz de la tarde de junio, por fin. Y allí están los cuadros, prestos a recibirlos.

133El cuadro era una formación que concentraba hombro con hombro a muchos centenares de hombres (por lo general un batallón), presentando en todas direcciones cuatro filas de bayonetas que impedían a la caballería cargar a fondo, pues los caballos se rilaban ante la posibilidad de empalarse contra las puntas de acero. Obviamente se requería que los soldados que formaban el cuadro tuviesen nervios a prueba de bomba, porque si vacilaban ante la carga enemiga y empezaban a largarse presa del pánico, podía generarse una brecha a través de la cual los jinetes se abriesen paso y rompiesen el cuadro, masacrando a sus ocupantes desde dentro. Sin embargo, los ingleses son posiblemente el ejército mejor adiestrado del mundo a la hora de mantenerse en cuadro (lo han practicado mucho en la guerra de España), y desde luego el más rápido en adoptar o abandonar dicha formación para pasar a línea o a columna.

En cierto modo, las tácticas de guerra napoleónicas pueden verse como una suerte de piedra/papel/tijera: la línea es la mejor formación para disparar (pues permite generar la mayor potencia de fuego simultánea), mientras que la columna es la más efectiva para cargar a la bayoneta (ojo, no confundir con la “columna de marcha”, que se usa simplemente para desplazarse por el campo de batalla, no para combatir). Sin embargo, si la caballería te trinca en línea o en columna, te hace un traje. Por el contrario, aunque el cuadro es fundamental para frenar a la caballería, se muestra tremendamente vulnerable frente a los cañonazos de artillería. De ahí la importancia de los ya mencionados ataques en “armas combinadas”, que cuando se coordinan bien son devastadores: te cargo con los jacos, tú te pones en cuadro y entonces te machaco a cañonazos hasta que rompes dicho cuadro, justo a tiempo para que mi carga de caballería contacte contigo y te destroce. Si Ney lograse poner ese principio en práctica justo ahora ganaría la batalla él solito. Pero no será así…

En vez de eso, durante cerca de una hora y sin ayuda de nadie, una fuerza de caballería que llegará a superar los 9.000 hombres bate en interminables oleadas todo el frente de Wellington, que se ve obligado a poner en juego a las pocas reservas de infantería que le quedan y formar un total de 36 cuadros (20 alemanes, 12 ingleses, 3 holandeses y uno belga). Dichos cuadros se han desplegado en la vertiente cubierta de Mont Saint-Jean, de modo que la artillería francesa es casi inefectiva, pues solo las balas que salen rebotadas o se disparan a ciegas en parábola (para superar la cresta) tienen alguna posibilidad de hacer blanco. Además, Wellington ha dispuesto los cuadros en damero, de modo que cuando un escuadrón de caballería llega hasta el primero y renuncia a cargarle, siguiendo adelante, se encuentra con otro, y luego con otro, y con otro… hasta acabar atrapado en un campo de tiro cruzado; y aunque la capacidad de disparo de los cuadros es muy poco eficaz, a la larga la situación beneficia a los defensores, pues los caballos se van agotando y muriendo sin lograr ningún resultado tangible. Pero Ney sigue ordenando cargas una tras otra, erre que erre. En una hora le matan cinco caballos, y el tío se limita a ponerse de pie, limpiarse el barro de las manos y pedir otra montura. No se le puede negar que lo está dando todo.

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La especulación mayoritaria en los libros de historia militar clásicos culpabiliza exclusivamente a Ney por aquella serie de cargas estériles, que sacrificaron para nada a la mejor caballería de Europa. Se dice que el mariscal dio la orden de motu propio y sin consultar al Emperador, y algunos incluso especulan que lo hizo aprovechando un momento en el que Napo se había ausentado del campo de batalla, indispuesto. Sin embargo, historiadores más modernos coinciden en decir que tal teoría es un montón de estiercol: no han sobrevivido hasta nuestros días testimonios ni pruebas documentales al respecto, pero resulta difícil creer que una maniobra tan bestia se llevara a cabo durante tanto rato, a pocos centenares de metros de la posición del Emperador, sin que éste hubiera dado su consentimiento aunque fuera parcialmente (otro debate distinto es si a Ney se le fue la olla con el tema, claro; porque en total ordenó doce cargas, cuando a la cuarta o quinta ya se veía que aquello no tiraba ni con ruedas). De hecho, ocho años antes los franceses ya habían ganado la batalla de Eylau con una carga de similar magnitud, logrando en aquella ocasión desarbolar los cuadros rusos. Ah, pero es que en Eylau los franceses tenían a Murat…

Murat2Joachim Murat, el mejor comandante de caballería de Europa, que tantas batallas había ganado para Napoleón, pero al que el corso no ha querido traer a esta última fiesta por su traición de 1814, cuando se cambió de bando al ver que las cosas iban mal dadas para los franchutes. Durante los preparativos de la campaña de Waterloo, Murat solicitó audiencia con el Emperador para rogarle que le perdonara y le aceptara de nuevo; pero Napoleón le dijo que “nanay”, y un airado Murat le respondio “Sire, no puede permitirse el lujo de despedirme ¡Me necesita!”. En ese momento, ni el uno ni el otro eran conscientes de lo proféticas que resultarían aquellas palabras, pero años más tarde, en el exilio de Santa Elena, el propio Napoleón se lamentaba a su biógrafo Las Cases: “Murat lo habría conseguido. Y quizás nos habría valido la victoria. Porque, ¿qué era lo que se necesitaba en aquel momento de la batalla? Romper tres o cuatro cuadros ingleses. Solo eso.” Sí, con eso hubiera bastado. Pero Murat no está, y los cuadros ingleses aguantan.

Si lo piensas, todo es una cuestión de disciplina, de mantener la calma, pues en realidad la caballería no puede hacer otra cosa que correr entre los cuadros, esperando a que alguno cometa un error y deje abierta una brecha. Es una guerra de nervios en la que los aliados no pican, y los caballos franceses están cada vez más cansados, galopando más lentamente a medida que la mezcla de barro y sangre en la que se ha convertido el piso se remueve bajo sus cascos. Pese a eso, la moral de los franceses sigue estando por las nubes: un oficial de cuirassiers es desmontado y arrastrado al interior de un cuadro, y cuando le interrogan sobre cuántas fuerzas tiene el Emperador sobre el campo de batalla sonríe con mofa, apretando los dientes, y contesta “Vous verrez bientôt sa force, Messieurs, vous verrez bientôt…”.

Pasadas las seis de la tarde las cargas han cesado por completo y lo que queda de la caballería francesa se repliega, la mayoría de unidades deslomadas. Los soldados aliados respiran por fin, tras una hora y pico de agonía que ha puesto a prueba su cordura. Algunos lloran histéricamente para liberar la tensión, otros vomitan. Todos están extenuados, pero han resistido. Es fantástico estar vivo (no imaginan, los pobres, que lo peor para ellos aún está por llegar). Al mismo tiempo, los prusianos de Blücher y Von Bülow salen en tromba del Bois de París (desde luego se lo han tomado con calma, los muy cachondos) y tienen ya a tocar la villa de Plancenoit, en el flanco derecho francés. Napoleón no lo sabe aún, pero igual resulta que está empezando a perder la batalla de Waterloo…

(continuará)

1 comentario en “La batalla de Waterloo (XIII de XV)

  1. Oh que información perfecta diste.
    Más me llamó la atención lo de las formaciones y todo eso. Genial
    Conozco un juego especial que te puede fascinar. Es un mod, (de american conquest)llamado European Warfare, puedes bajarlo acá : http://www.mediafire.com/download/zw421q3t2c1sdy9/European+Warfare+Napoleonica.rar
    y entrar al grupo del juego :
    https://www.facebook.com/groups/547222725445954/?ref=ts&fref=ts
    Es de rts, como age of empires, pero en batallas muchos más realista. Tiene las 3 formaciones que mencionaste.
    Es genial

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