Me he comprado un exprimidor

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Reconozco que el de los exprimidores eléctricos es un territorio que nunca había hollado hasta ahora. Mis variopintas circunstancias vitales, además de una educación familiar basada en el ahorro y la cultura del esfuerzo, me llevaban siempre a acabar decantándome por el sacrificado pero fiable exprimidor manual. Desde hace cierto tiempo tengo uno de plástico en dos piezas, azul y transparente, que adquirí en un bazar oriental por el razonable precio de 1,5€, recomendación expresa del encargado del establecimiento, quien demostrando un conocimiento sobre el estrujado de cítricos sorprendente para alguien que regenta un negocio donde se venden mil artículos distintos (desde bombillas con la cara del Ratón Mickey hasta sombreros mejicanos), me desaconsejó el modelo de color verde del que yo me había encaprichado, usando un lenguaje acaso tosco pero que denotaba una mundología que me conquistó (“velde no… velde mal… asul eprime bien… asul putamadre”). Mi exprimidor de plástico azul/transparente es un artilugio austero pero que cumple correctamente la función para la que fue diseñado, y si mi consumo de zumo de frutas se hubiese mantenido dentro de los niveles habituales en mí, probablemente lo habría seguido usando sin ningún cargo de conciencia hasta el fin de mis días.

Pero ¡ay!, en tiempos recientes he descubierto diversas recetas de limonadas picantes y estoy completamente enganchado a ellas. De momento he probado dos versiones: la japonesa (con jengibre y wasabi) y la americana (con pomelo rojo y chile habanero). A la primera la llamo “limonada Hiroshima”, y a la segunda “limonada Alamogordo”, y cualquiera que las pruebe comprenderá el porqué. La respuesta más típica de mis comensales al degustar uno de estos brebajes atómicos es el estupor (“Ya no siento sed… solo dolor”, me dijo mi buen amigo Pere Clúa con los ojos zombificados), seguido por algún tipo de reacción estentórea como los gritos o el llanto. Sin embargo, al tercer trago aquello es como una droga que no puedes dejar (en la última cena que organicé en casa nos bajamos dos jarras de litro y medio entre tres personas). El caso es que, azuzado por los calores de agosto, estoy generando un volumen de limonada superior al que puedo asumir con mi exprimidor de 1,5€, pues al cabo de tres o cuatro minutos de trabajo me empieza a dejar dolorido el dedo central de la mano derecha y temo desarrollar una de esas lesiones típicas de los tenistas (que me reste soltura a la hora de dibujar o hacerme pajas); por lo tanto, he decidido abrazar la tecnología del siglo XXI comprándome un exprimidor eléctrico.

Como ya sabrán quienes me conocen, las soluciones fáciles en cuestión de adquisición de electrodomésticos no son mi fuerte, así que en vez de hacer lo que cualquier homo sapiens medio normal, que es irse a la tienda más cercana y adquirir el exprimidor que tengan de oferta, he llevado a cabo un concienzudo estudio de los pros y contras marca por marca y casi modelo por modelo, visitando páginas web y personándome en comercios diversos (El corte inglés, Kyoto, etc.) para asegurarme de hacer la elección correcta. Así, poco a poco he ido descartando toda la gama de Orbegozo (plástico demasiado frágil, asa incómoda…), Taurus (el modelo T-700 ofrece prestaciones interesantes, pero el depósito del zumo es opaco y la cabeza exprimidora parece complicada de limpiar), Bosch (su diseño me resulta demasiado inquietante), Ufesa (el EX 4935, además de tener poca potencia, parece la lámpara de Aladino) y Sogo (bastante caros por ser de metal, algo a lo que solo le veo utilidad si tuviera que ponerme a hacer limonada en la franja de Gaza), hasta que por fin he decidido convertirme en el satisfecho dueño de un Braun CJ 3000. Se trata de un exprimidor en plástico rígido blanco/transparente, perteneciente a la “Tribute Collection” de la marca alemana, que aúna calidad contrastada con un aspecto retro de corte setentero (ah, los 70… la edad dorada del electrodoméstico con enchufe de pared). Es pequeño, compacto, bonito (si ello es posible en un exprimidor), fácil de limpiar y guardar (cable enroscable), con un selector de pulpa de tres potencias y sin tapa, lo cual para mí era importante: no me gustan las tapas en los exprimidores, no quiero tocar plástico cuando exprimo, quiero mantener el contacto con la cáscara de la fruta, esa comunión íntima entre limón y ser humano que me retrotrae a épocas más inocentes y civilizadas, cuando todo (también las limonadas) era sencillo y puro.

Pues eso, gente, que me he comprado un exprimidor COJONUDO. 22,95€ en tiendas Miró.

3 comentarios en “Me he comprado un exprimidor

  1. Pingback: Orbegozo contra el Imperio Galáctico | MICROCAMBIOS de la densidad del aire

  2. ¿Ya?
    Vaya m***** de artículo, vengo de leer el de la tostadora, que casi me meo de la risa… pues eso, que se ve que en este te has esforzado poquito. Lo siento, tío, has generado unas expectativas que ahora no puedes incumplir…

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