50 sombras de Grey: Sombra aquí y sombra allá

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El Superman que dirigió Richard Donner en 1978 sigue siendo, en líneas generales, la versión más satisfactoria del superhéroe estrella de DC Comics que jamás se haya visto en la gran pantalla. El motivo principal (aparte de la imagen icónica de Christopher Reeve, que pesa como una losa sobre cualquier actor posterior que intenta hacerse con dicho papel), es que esa película es la única que abraza sin complejos ni vergüenza la naturaleza del personaje: un supertipo volador que lleva una capa, un esquijama azul y unos calzoncillos rojos por fuera. Tanto en Superman Returns como en El hombre de acero, los guionistas decidieron oscurecer su personalidad y los colores de su uniforme, dándole un nivel adicional de “gravitas” dramática porque creían que, de lo contrario, el gran público lo encontraría desfasado y ridículo. O sea, en realidad eran ELLOS quienes encontraban desfasado y ridículo a Superman; y claro, si no crees en lo que estás haciendo, es difícil hacerlo bien.

¿A qué viene empezar una reseña de 50 sombras de Grey hablando sobre Superman? Pues a que Hollywood, salvo excepciones, parece tener la misma actitud hacia el hijo de Krypton que hacia cualquier forma de sexualidad alternativa. En una inmensa mayoría de títulos, todo personaje que «folle raro» necesita ser justificado mediante una personalidad peculiar, cuando no directamente mediante un cuadro de desorden mental. Incluso en títulos que reflejan con cierto rigor o conocimiento de causa el universo del BDSM (siglas de Bondage, Dominación, Sadismo y Masoquismo), como Portero de Noche o Secretary, los protagonistas siempre han sufrido algún tipo de abusos o maltratos psicológicos que los han convertido en poco menos que psicópatas o inadaptados sociales. 50 sombras de Grey no solo no elude dicho tópico sino que lo convierte en el motor principal de su trama. No habría ningún problema si ello diera lugar a una historia interesante, rica a nivel emocional o simplemente estimulante en el plano erótico (mira tú si tenía bajo mi nivel de exigencia), pero no estamos de suerte: 50 sombras de Grey mezcla un guión pobrísimo, una factura visual rutinaria, unas interpretaciones de culebrón y una visión del sexo de lo más ridícula. O sea, un gatillazo en toda regla.

Anastasia Steele (interpretada por una Dakota Johnson convincente, aún abusando de los tics y las mordeduras de labio) es una estudiante universitaria y dependienta a media jornada en una ferretería, que se ve metida en el brete de tener que entrevistar para el periódico universitario a Christian Grey (Jamie Dorman, justito tanto en carisma como en dotes interpretativas), un joven, apuesto, soltero y enigmático multimillonario que es el epítome del “hombre creado a sí mismo”. La muchacha, una auténtica pánfila en el sentido más amplio del término (incluyendo el típico “look patito feo”: sabemos que está buenorra aunque se vista como una nerd), se meará literalmente en las bragas ante el magnetismo cuasi animal del fulano (o eso le parece a ella, porque la imagen que transmite es la de un chulopiscinas con traje caro). A su vez, Christian se enchotará cosa mala con Anastasia y empezará a tirarle la caña. Con esa ecuación en marcha, está claro que ambos deberían ir de cabeza al catre más pronto que tarde, ¿no? Pues va a ser que agua, ya que Mr. Grey tiene unos gustos fuera de lo corriente a la hora de la coyunda: látigos, fustas, cuerdas, plugs anales y otros cachivaches no menos divertidos. Por lo tanto, ambos inician una relación que básicamente consiste en que Christian persigue a Anastasia para que le deje darle candela, y ella se arruga y sale corriendo, pero entonces él hace un truco de nuevo rico (le compra un coche o un ordenador, la pasea en helicóptero o en planeador…) y la vuelve a atraer hacia sí. Por el camino, de vez en cuando van follando (pero “follan atrevido”, ojo, que a veces él se arrebata y le ata las manos con una corbata o le da un cachetito en el pandero; una locura, vamos). En cierto modo el asunto es como Pretty Woman pero al revés: aquí el multimillonario no quiere retirar a la puta y convertirla en una mujer “decente”, sino que quiere ligarse a una mojigata virgen y hacer de ella un auténtico putón verbenero.

Y hay que decir que la historia que se nos narra, con todo lo vacía, postiza y tópica que es (un cuento de hadas picantón, y poco más), esconde cierta inteligencia como producto comercial, como largometraje BDSM dirigido al público “vainilla” (o sea, el que no folla raro). El uso de modelos y situaciones arquetípicas facilita que un amplio espectro de la audiencia femenina pueda identificarse con la protagonista y se pregunte qué haría en su situación. O sea, que es sencillo de entender el exitazo que han tenido los libros originales de E. L. James. Lo que ya resulta más incomprensible es que a todo eso no se le saque mayor partido en pantalla, que quede reducido a dos horas de sopor sin apenas chispa. Sorprende bastante que lo más criticable de 50 sombras de Grey no sean sus hipérboles dramáticas, sus personajes de una pieza ni sus clichés de novela rosa, sino el papanatismo del que hace gala a la hora de tratar sus temas troncales. Es una película de azotes en la que no asoma ni un culo rojo: tras una risible mini-sesión de spanking, la cámara se toma verdaderas molestias para que no veamos el trasero de Anastasia en ningún plano, un esfuerzo que recuerda a aquel gag de Austin Powers en el que se usaban todo tipo de implementos (un par de melones, unas jarritas de leche…) para impedir que las tetas de Liz Hurley salieran en pantalla. Se nos intenta calentar la bragueta con frases como «yo no hago el amor… yo follo duro» pero a la hora de la verdad la película carece de una sola imagen que pueda competir en torridez con, por ejemplo, Nueve semanas y media (por citar el icono más evidente del erotismo cinematográfico mainstream). La directora Sam Taylor-Johnson filma los polvos de manera aburrida y tópica (la pareja dándole al mete-saca reflejada en un espejo) y ni siquiera deja ver un solo orgasmo en pantalla. Es como si en Salvar al soldado Ryan todos los nazis muriesen fuera de cámara…

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50 sombras de Grey ni siquiera funciona como melodrama al uso, pues en realidad no muestra una historia romántica. Ni tan solo se interesa en reflexionar sobre los mecanismos de una relación malsana a nivel emocional y/o sexual, en el sentido en que lo hacen películas como Antichrist o La pianista. Esto tiene la profundidad de lo que es, un simple folletín, y su mensaje es el que es, una colección de lugares comunes retrógrados y miopes a cargo de una autora despistada, que parece haber aprendido lo que sabe de BDSM leyendo la revista Cosmopolitan (en teoría está todo: las dinámicas de poder de la relación, el concepto de entrega y de límites pactados, la ritualización del sexo visto como un juego de roles, etc; pero está todo malinterpretado o puesto fuera de sitio). Christian Grey es un prototipo de maltratador, en efecto, pero no porque le vayan los látigos y las cuerdas de cáñamo en el dormitorio (que ya ves tú qué cosa…), sino por cómo trata a Anastasia fuera de él. Sí, el sexo es consensuado, pero el resto de la relación no lo es: Mr. Grey pretende controlar con quién se relaciona Anastasia, cómo viste, qué come, qué coche conduce (le regala un deportivo de la hostia, no sin antes deshacerse sin su permiso del coche que ella ya tenía), e incluso llega al extremo de colarse en su casa cuando la chica decide tomarse un respiro en la relación. No voy a hacer «spoilers», pero baste decir que en las dos entregas que aún faltan para completar esta trilogía, la cosa va a peor.

Christian Grey podría usarse sin problemas como ejemplo para una de esas campañas publicitarias que denuncian la violencia de género, si no fuera por el hecho de que Anastasia no es mucho mejor que él. Aparte de su comportamiento pasivo-agresivo y de que su única aspiración vital parezca ser encontrar a un chorbo que la cuide y la mantenga, siempre responde con los inputs emocionales equivocados: las ataduras y los fustazos le parecen una aberración (pese a ser de lo más inocentes; he visto mayor nivel de puteo físico en algunos concursos televisivos presentados por Ramón García), pero en cambio el hecho de ser acosada, espiada, manipulada y ninguneada la preocupa bastante menos. Grey es un troglodita que no da más de sí y confunde el BDSM con el maltrato psicológico y el abuso doméstico, pero en cierto modo es más honesto que ella: desde el primer momento le deja bien claras sus intenciones, incluyendo explicaciones detalladas, palabras de seguridad para cortar cualquier práctica que no le guste, e incluso un exhaustivo contrato de límites sexuales (cuya discusión cláusula por cláusula da lugar a la única escena de cierto voltaje y carisma del filme). Es comprensible que a ella no le vaya el mismo nivel de mambo que a él, pero los pollos y los arrebatos de llanto que le monta al respecto no proceden. ¿No te gusta? Pues puerta y que pase la siguiente (ya sé lo que me van a decir los fans: “es que ella está enamorada” y tal; mira, no me vengáis con rollos, si quiere que la traten como a una adulta, que madure un poco).

¿Es 50 sombras de Grey una película de influencia positiva o nociva? Ni una cosa ni otra. Por un lado, en una sociedad cateta que sigue considerando el sexo como algo vergonzante, tabú y banal, algo que es preferible mantener escondido en vez de celebrarlo, está bien que se reivindique un género de capa caída como la novela erótica. A mí al menos me hace gracia ver que las estanterías preferentes de las grandes superficies se llenan con trilogías sobre gente que se pasa el día de fornicio. El problema es que, como de costumbre con estas modas, la novela erótica que se está reivindicando no es Historia de O, La Venus de las pieles ni El amante de Lady Chatterley, sino subproductos de un valor literario dudoso y una vida editorial de lo más efímera (o sea, lo mismo que con la reciente fiebre por las novelas de zombis). También puede argumentarse que 50 sombras de Grey ha abonado algo de terreno a las causas feministas, aunque sólo sea por propiciar que muchas mujeres se hagan conscientes de su lado sexual, lo exploren y hablen de ello abiertamente con otras mujeres. Quizás sí, pero sería de agradecer que todo esto ocurriese a partir de planteamientos menos apolillados.

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Asimismo, es cierto que tanto los libros como la versión cinematográfica de esta historia están logrando convertir el BDSM (o más bien, su visión deformada, tontaina y un tanto folclórica del mismo) en trending topic, pero no estoy seguro de que al BDSM le haga falta tal cosa; siempre ha sido un estilo de vida privado y minoritario, practicado por quienes se lo creen de verdad. Es posible que necesite ser mejor explicado para normalizarse, pero desde luego lo que no necesita es exponerse a la luz ni convertirse en un nuevo sabor de helado. Por suerte, la fiebre pasará y todos volveremos a nuestras costumbres. El grueso de la población no se va a poner de pronto a practicar sadomaso light por las calles, del mismo modo que no se lanzó en tropel a visitar museos de arte tras leer El Código Da Vinci. Los policías de la moral y lo estándar pueden dormir tranquilos.

Por todo lo anterior, tomarse 50 sombras de Grey como una obra reivindicativa o metafórica, como una guía de iniciación carnal, un libelo o cualquier otra cosa que no sea una simple novela de ficción (no hay que olvidar que esta movida empezó como fan fiction de Crepúsculo), es perder el tiempo y la perspectiva. De hecho, lo único que cabría exigirle es que fuese un buen drama erótico; y ahí sí, no queda otra que reconocer que fracasa con estrépito. Decía Woody Allen que el sexo sólo es sucio cuando se hace bien. En 50 sombras de Grey todo está demasiado limpio, pulido y desinfectado.

Chema Pamundi contra los suecos

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Esta es una historia basada en hechos reales. Los nombres de algunos personajes especialmente idiotas han sido cambiados para preservar su identidad (si pudiera, cambiaba incluso el mío).

IKEA 3En el interminable proceso de intentar convertir mi casa en un lugar habitable, que deje de recordar al antro de Ella-Laraña y se parezca más a la vivienda de alguien que ha superado la fase anal, un buen día me doy cuenta de que necesito algún tipo de estantería, armariete o similar en el que colocar mis patéticos intentos de pintar miniaturas roleras, pasatiempo para el que la providencia me ha maldecido con un pulso como para robar panderetas y un criterio en la elección de colores que haría entrar en fuga epiléptica a un daltónico. Baste decir que mis guerreros del Caos hacen sobrado honor a su nombre, y que mis tiránidos parecen figuritas de chocolate para decorar la mona de Pascua. Hace mucho que asumí mis limitaciones en ese campo y decidí sustituir el pintado de miniaturas por la masturbación compulsiva, otro entretenimiento manual para el que, paradójicamente, mi pulso febril ha resultado ser de lo más adecuado.

Sea como sea, el caso es que me hace falta hacerme con una suerte de vitrina en la que colocar los moñecos. Empiezo visitando varios bazares de muebles pero enseguida compruebo que los modelos que me ofrecen son feos con ganas (al menos para mbilly-bookcase-white__43607_PE139450_S4í, que no tengo los mismos gustos que Tony Montana) y sus precios están fuera de mi órbita (¿80 euros por cuatro estantes de vidrio? Ni de coña, eso son por lo menos tres navecitas de X-Wing y un tomo Marvel Gold de Spider-Man), así que acabo recurriendo al lugar común de siempre a la hora de equipar un hogar: el sacrosanto catálogo de IKEA. Tras darle un repaso a fondo, llego a la conclusión de que, en vez de comprar un mueble nuevo, me bastaría con vaciar una de mis dos estanterías Billy pequeñas (no será difícil reubicar los tebeos que tengo allí), ponerle una puerta
con cristal y arreando. O sea, una inversión de sólo 20€, la mar de razonable. Sí, me tocará montar las piezas, pero así funcionan los suecos estos (ya sabéis el viejo chiste: “Bienvenido a su entrevista de trabajo en IKEA. Monte esta silla y siéntese, por favor”). Así que al día siguiente, para allá que me voy.

IKEA l’Hospitalet, 16:30 horas. Resulta que, como mis dos Billys tienen incorporada la pieza adicional de altillo (un estante más que se monta encima de la Billy básica para ganar espacio de almacenaje), necesitaré comprar no solo la puerta normal de cristal sino también la mini-puerta para dicho altillo. Esto significa que la inversión ya no va a ser de 20€ sino de 30. No pasa nada, sigue siendo barato; trinco un carrito, meto las dos piezas dentro y enfilo hacia la caja. Pero ¡Espera!, acabo de recordar que también me hacen falta algunos topes de metal para poder añadirle a la Billy una balda suelta que tengo por casa (no sé de dónde salió; simplemente se manifestó un buen día en mi trastero, de manera espontánea). “Esto lo deben de vender en alguna parte”, me digo, y le pregunto al respecto al primer dependiente con el que me cruzo, un tipo con una pelambrera estilo Chewbacca. Me contesta que no, que no venden topes sueltos, que me tendría que comprar una balda, y que cada balda ya viene con sus propios cuatro topes. “Pero es que ya tengo la balda”, le contesto. Demostrando un vocabulario más corto que las galletas de la fortuna de un restaurante chino, me repite que me compre una balda, que cada balda ya viene con sus propios cuatro topes. Entenderse con este tipo es inútil, así que decido dejar ganar al wookie y buscarme la vida por mi cuenta.

Evidentemente no voy a gastarme 9 eurazos en una balda QUE YA TENGO para conseguir los 4 malditos topes de metal que necesito, así que haciendo gala de todas mis habilidades ninja (que se reducen a ninguna) me acerco a la sección en la que están las estanterías Billy, hago ver que me las miro durante un rato, y en cuanto me quedo solo abro el embalaje de una de ellas, trinco los topes de metal y me los meto en el bolsillo. Tengo que repetir la operación tres veces porque las dos primeras, con los nervios, me he equivocado de modelo y he acabado haciéndome con los topes de un armario Fjälkinbrul y los de un zapatero Prötoflok, que no me sirven para una mierda. Pero bueno, al final consigo mi objetivo y salgo de la tienda como un comprador satisfecho, con la misma cara que el gato que se comió al canario. Llego a casa.

Mi disposición de estanterías en la “sala de peligro” (que es como llamo a la habitación en la que tengo los tebeos, los juegos, los dildos y demás frikadas de uso diario) es, de derecha a izquierda: juegos de tablero, juegos de rol, juegos de miniaturas, comics, libros. Como ya he dicho antes, tengo dos estanterías Billy pequeñas, que son las candidatas a convertirse en la flamante vitrina para mis miniaturas. Una de ellas está en la sección de comics (y, evidentemente, está llena de tebeos), mientras que la otra está en la sección de juegos de rol y miniaturas. Presa de un inusitado rapto de lucidez, decido usar esta última.

Despliego las instrucciones y los componentes. Paso 1: recomiendan clavar la Billy a la pared (lógico, para que el peso de las puertas de cristal no la hagan caer), así que uso un taladro y el clavazo que me indican las instrucciones para dejarla perfectamente sujeta. Paso 2: montar las bisagras de la puerta acristalada, aprovechando algunos de los agujeritos que la Billy lleva de serie para poner baldas. Qué raro, los tornillos de montaje bailan, no quedan ajustados. ¿Me he equivocado de tornillos? No, son los únicos que vienen en la caja. ¿Se habrán torrado los de IKEA? No parece probable, los suecos son gente eficaz: sus albóndigas son de una reCaptura de pantalla 2015-02-22 a las 21.16.06dondez inmaculada, inventaron la dinamita, el soplete, la escala Celsius, los hits musicales “Chiquitita” o “The Final Countdown” (métricamente tan perfectos que seguro que si los pones al revés oyes la voz de Dios) y sus unidades de voluntarios de las Waffen SS eran conocidas por su profesionalidad. ¿Cómo van a liarla parda con algo tan inocente como los tornillos de un mueble? No, debo de ser yo, que estoy acarajotao…

Durante media hora sigo negando la realidad, intentando ajustar con la fuerza de mi mente unos tornillos que siguen bailando porque sencillamente son mucho más estrechos que el agujero en el que pretendo meterlos. A ver, un momento… miro la otra estantería Billy, y veo que sus agujeros son más pequeños. Claro, ¡es el modelo nuevo! En algún momento indeterminado, el Sr. IKEA decidió renovar las Billy, cambiando arbitrariamente el tamaño de los agujeros y de los tornillos de montaje, como un Dios colérico y caprichoso jugando con las leyes de la creación; y yo, claro, tengo una Billy de cada tipo. Pues nada, las cambio de sitio y monto la puerta en la Billy nueva… pero espera espera espera espera… no puedo cambiarlas de sitio porque HE CLAVADO LA BILLY VIEJA A LA PUTA PARED. Mi muñeco de peluche de Cthulhu paga los platos rotos cuando empiezo a darle de hostias para intentar calmarme.

Una vez completada mi tronada imitación del increible Hulk, me siento en el suelo y recapacito. ¿Qué haría McGyver en mi situación? ¡¡¡MCGYVER SE HUBIERA COMPRADO LA ESTANTERÍA CORRECTA Y NO UNA DE CADA, PORQUE NO ES UN GILIPOLLAS COMO YO!!! No, Chema no, tranquilízate, la ira no es el camino (lo dijo aquella marioneta que imitaba a Yoda en Star Wars Episodio I: La amenaza fantasma). A ver, ¿qué tenemos? Tenemos una Billy modelo antiguo en la que no casan los tornillos de montaje, y una Billy modelo nuevo en la que SÍ casan los tornillos de montaje. PEEERO no podemos moverlas de sitio. Bueno, pues la cosa está clara, ¿no? Me levanto y empiezo a montar la puerta grande a la Billy nueva, haciéndome a la idea de que voy a tener mis miniaturas expuestas en medio de los comics, y no con los juegos (pura entropía, pero es lo que hay). Una vez colocada la pieza, me dispongo a montar la mini-puerta del altillo… y descubro que el altillo también pertenece a un modelo antiguo de Billy. O sea, que de vuelta al problema de los tornillos que no encajan. Es aquí cuando rompo a llorar. Son las 8:30 de la tarde.

Tras recuperar la presencia de espíritu se me ocurre bajar a la ferretería, a ver si suena la flauta y tienen unos tornillos similares a los que necesito. La ferretería de mi barrio es un comercio bastante peculiar: está regentado por dos individuos taciturnos y patibularios que llevan escrita en la frente la palabra “PELIGRO” y que parecen de todo menos ferreteros. Su tienda está tan atestada de cosas como la cueva de Ali Babá (hay herramientas incluso colgando del techo), pero desde que vivo aquí he intentado hacerles gasto al menos una docena de veces y nunca tienen de nada. He probado a comprarles un cable de alargo, un destornillador de estrella, unas pilas AAA, un tubo de super-glue, una escalera metálica… y en todos los casos me han mirado como si estuviera loco y uno de ellos me ha contestado con un escueto “De eso no tenemos”, mientras el otro negaba con la cabeza en gesto de desaprobación, o emitía una inquietante risita ahogada. Yo creo que la tienda es en realidad una tapadera, y estos dos julianes son agentes encubiertos de Spectra, o alienígenas, o cultistas de Nyarlathotep (y en la trastienda celebran sacrificios rituales, invocaciones mágicas y cursillos de bricolaje).

TOTAL, les describo el problema y les enseño una muestra de los tornillos que me hacen falta (“Como éste pero un poco más anchos”). Por supuesto, “de eso no tienen”. Claro, mira que yo también… esperar que en una ferretería me vendieran tornillos… a quién se le ocurre. Me entran ganas de gritarles “¿Y QUÉ COÑO TENÉIS AQUÍ?”, pero aprieto los dientes y, conteniendo a duras penas una mueca de odio homicida, me limito a sisearles si saben dónde podría encontrar tornillos de ese tipo. Cruzan miradas en silencio y uno de ellos me contesta con voz robótica que pruebe en Servicio Estación. Hostia claro, Servicio Estación, la macroferretería de cinco o seis plantas que hay en la calle Aragó con Passeig de Gràcia. Normalmente cierra a las 9 de la noche. Miro el reloj del móvil. Las nueve menos diez. Corriendo no llego a tiempo, necesito pillar una bici. Salgo de la tienda a toda mecha, sin dar las gracias ni despedirme. Ellos se quedan allí, supongo que llamando a su puta nave nodriza para informar de lo sucedido.

Corro hasta la estación más cercana de Bicing (el servicio de bicicletas compartidas del ayuntamiento de Barcelona), a unos 50 metros de distancia. Solo queda una bici libre y hay una chica que ya está sacando su tarjeta para pasarla por el sensor y llevársela, pero al ver mi enloquecida cara de “Si tocas ese manillar convertiré tu vida en un infierno”, decide cederme el turno. Me siento como Terminator cuando entra en el bar de carretera y le dice a uno de los parroquianos aquello de “Necesito tu ropa, tus botas y tu motocicleta”. Me monto en la bici y pedaleo al sprint Rambla de Catalunya abajo. En Servicio Estación tienen realmente todo tipo de útiles de ferretería, incluyendo cosas que dudo que haya necesitado nunca nadie, así que tardo cinco minutos en localizar los tornillos de montaje que busco. Cuatro euros y pico por una caja de 20, de la que solo voy a aprovechar cuatro. O sea, a más de un euro el tornillo. Me toca las narices pero, en cualquier caso, parece que por fin el karma se ha cansado de jugar a los dados con mi destino y me está dando un poco de cuartelillo… pero no, la broma dista mucho de haberse acabado. Porque cuando llego a la cola de caja me doy cuenta de que, con las prisas al salir de casa, me he dejado la cartera y no llevo encima ni un clavel, ni en efectivo ni en plástico. Cierro los ojos y estudio posibilidades mientras la cola avanza, pero me cuesta concentrarme en algo que no sea estrangular gatitos (de algún modo tengo que liberar la mala hostia que llevo acumulada). ¿Volver mañana a comprar los tornillos? Nanay, esto ya es una competición de a ver quién tiene los huevos más gordos, si el karma o yo. En realidad, lo veo con una claridad diáfana justo cuando me convierto en el siguiente cliente al que le tocaría pagar, solo existe UNA opción: el ladrón de tornillos va a atacar de nuevo.

La cajera ya está estirando los brazos para cogerme la caja de tornillos y podérmela cobrar, pero yo reacciono con los reflejos de un jaguar, sacándome el teléfono móvil del bolsillo y simulando que alguien me llama para poder abandonar la cola sin que parezca demasiado sospechoso (es un truco que uso a menudo, con gran éxito, como improvisada bomba de humo para escapar de conversaciones coñazo en fiestas y reuniones sociales diversas; “Uy perdona, tengo que contestar, que estoy pendiente de un tema muy tocho”). Me escabullo por las escaleras mecánicas y me pongo a pasear por la planta de fontanería, mientras disimuladamente abro la caja de tornillos, vacío su contenido en un bolsillo del abrigo y la dejo caer por ahí, oculta entre unos chubasqueros o yo qué sé. Luego salgo de la tienda simulando otra conversación de móvil y mirando al guardia de seguridad de la entrada con mi mejor expresión de “No estoy robando nada, estos no son los tornillos que buscais”.

Vuelvo a casa a paso ligero, subo los escalones hasta mi piso de tres en tres, entro y, sin siquiera sacarme el abrigo, agarro el destornillador y empiezo a colocar la puerta del altillo usando los nuevos tornillos, que encajan perfectamente. Resulta que el tornillo que usé para sujetar la Billy a la pared no era para eso sino para montar el tirador de la puerta del altillo. Ni me inmuto, voy a la caja de herramientas, pillo otro tornillo que me parece similar y monto el tirador a mala hostia. A estas alturas, me la pela cómo quede. Es casi como si me estuviera follando a la Billy por la fuerza. Soy Jack Bauer montando un mueble de IKEA, nada puede pararme. En mi cabeza, la banda sonora de esta escena es la fanfarria triunfante de la película Rocky. De hecho, al acabar levanto los brazos al cielo igual que el buen Balboa. Alguien debería aparecer y colgarme una medalla o darme una ensaladera de plata. Son las once de la noche. Lo he hecho. He montado la puertecita de una estantería Billy. Me ha costado siete horas y dos delitos de hurto, pero los malditos suecos no han podido conmigo.

Si tan solo supiera por qué pollas la puñetera puertecita no cierra bien…

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Miracle Mike

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Va, os voy a contar una historia. Una bastante singular. En ella hay derramamiento de sangre, hay miserias humanas, hay superación personal y hay incluso una velada fábula moral (supongo). Pero no es una oda épica ni habla de guerras o batallas. Tampoco aparecen monstruos ni elementos mágicos de ningún tipo. El protagonista no es un héroe, un anti-héroe ni un villano. No es un poderoso guerrero, un astuto ladronzuelo ni un sastrecillo valiente. El protagonista es un simple y modesto pollo. Un pollo llamado Mike.

Yo creo que os va a gustar. Igual ya la conocéis. Yo la descubrí ayer, como quien dice.
Ah, se me olvidaba: es absolutamente verídica. Salvo las partes que me he inventado por completo, claro.

Nuestro relato arranca en los Estados Unidos, a finales del verano de 1945. La película del momento es Días sin huella de Billy Wilder, que ha barrido en los Oscar. José Feliciano acaba de nacer (aún le faltan unas décadas para convertirse en el cantante ciego más famoso del planeta). Las bombas de Hiroshima y Nagasaki han iluminado el cielo nipón hace justo un mes. Norteamérica despierta a un mundo nuevo, tras haber sacrificado en los campos de batalla de Europa y del Pacífico a una de sus generaciones más prometedoras. Queda inaugurada la Guerra Fría. Aunque como ya os he dicho, esta historia no tiene nada que ver con ninguna contienda bélica ya sea fría, caliente o templada.

Pero bueno, estoy divagando (no lo puedo evitar, me encanta perderme en los detalles que son pura cosmética). Volvamos a lo que os quería contar y centremos el foco de atención en la pequeña localidad de Fruita, condado de Mesa, estado de Colorado, cuya mayor particularidad es alojar un importante yacimiento de fósiles de dinosaurios (sí, lo estoy haciendo de nuevo; os dije que no lo podía evitar). En el año 1945 Fruita es un pueblo de apenas 7.000 habitantes. Uno de dichos habitantes es Lloyd Olsen, granjero de profesión. Son las 19:17 de la tarde del lunes 10 de septiembre. Los días empiezan a acortarse a medida que el verano agoniza. Lloyd Olsen está sentado en su porche bebiendo limonada, mientras contempla cómo la brisa mece el neumático atado a una cuerda que, a modo de columpio, pende del árbol que se alza frente a la casa. Dentro (dentro de la casa, no del columpio), la mujer de Lloyd, Clara Olsen, empieza a preparar la cena. Su madre, la suegra de Lloyd, va a venir de visita y Clara quiere obsequiarla con algo un poco más elaborado que unas simples judías.

– “Papá, mata un pollo del corral y tráemelo, por favor.”
– “Voy enseguida mamá.”

Lloyd se levanta de la mecedora resoplando, camina con parsimonia hasta el pequeño cobertizo adyacente a la casa, agarra un hacha de mano de la caja de herramientas y enfila hacia el corral, en la parte trasera de la casa. Los pollos están tranquilos, a sus picotazos y sus cacareos, sin sospechar que a uno de ellos está por llegarle de manera inminente la sentencia de muerte. Es lo que tiene ser un pollo.

A Lloyd le resulta indiferente lo avícola, para él todas las crestas son más o menos iguales. Así que se limita a elegir el pollo que tiene la desgracia de estar más cerca en ese instante, un ejemplar de Wyandotte de unos cinco meses de vida y plumaje blanco. Tras fijar el objetivo, el granjero arma el brazo del hacha y lo descarga neumáticamente sobre la bestia en un rápido movimiento de arriba a abajo, decapitándola con un corte limpio. De inmediato el pollo empieza a corretear sin cabeza, una reacción normal que cualquier hombre de campo ha visto docenas de veces. Lloyd lo mira esperando que ocurra lo inevitable, que el reflejo nervioso cese y el ave descabezada caiga muerta.

Sin embargo, lo “inevitable” no ocurre. Esa tarde-noche en casa de los Olsen lo singular, lo delirante, lo psicotrónico, toman el control de los acontecimientos. Porque el pollo corretea unos metros, sí, pero después de eso no se desploma. Después de eso aletea, se sube a una percha y camina con pasos torpes hasta volver a reunirse con sus congéneres, en la esquina del corral; y allí se queda tan pancho, junto a los demás. Sin cabeza.

Sí. Sin cabeza.

Lloyd Olsen, presa de una extraña bruma de estupefacción que desde luego no puede achacar a la limonada, escruta con detenimiento al ave, todavía empeñada en no diñarla; y no solo es que no la diñe sino que incluso hace ademanes de intentar cacarear, aunque el único sonido que alcanza a emitir es una especie de siseo sordo por el agujero del cuello sobre el que unos minutos antes reposaba su testa. “¡Clara, ven a ver esto, no te lo vas a creer!”. El granjero y su mujer permanecen más o menos una hora en el corral, siguiendo en silencio las evoluciones del pollo decapitado. Alguien llama a la puerta.

– “Es mi madre, Lloyd… y la cena por hacer…”
– “Da igual, prepara cualquier cosa.”

Esa noche los Olsen acaban cenando tortitas. Lejos de contrariarse ante la improvisación de tal ágape, la madre de Clara encuentra todo el asunto divertidísimo y lo utiliza para bromear un poco a costa de Lloyd: “Hija, tu marido ya no sabe ni matar un pollo como es debido”. Clara ríe. En circunstancias normales a Lloyd ese tipo de comentarios le impactarían bajo la línea de flotación (“De verdad que tu madre sabe cómo tocarme las narices”), pero esa vez está demasiado absorto, pensando en los gallináceos, que de repente han escalado unas cuantas posiciones en su lista de intereses. Apenas habla en toda la velada.

Pasan los días.

Entre maravillados y asqueados, los Olsen observan al pollo, que continúa campando por el corral y haciendo cosas de pollo. Es evidente que intenta comer; tan evidente como que, sin cabeza, le resulta del todo imposible hacerlo. Lloyd Olsen decide llamar al veterinario del pueblo.

El veterinario, un hombre acostumbrado más que nada a purgar vacas y ayudar a parir yeguas, alucina. Pero ante todo es un profesional eficiente, así que hace lo que puede ante tan peculiar caso, que consiste en curar las heridas del bicho para que cicatricen más rápido.

– “¿De verdad quieres seguir adelante con esto, Lloyd?”
– “Sí, doc, me lo voy a quedar. Quiero ver cuánto aguanta.”
– “Ok. Yo ya no puedo hacer más, si quieres llevar esto más lejos vas a necesitar que lo examinen médicos mejores que yo, con mejor instrumental.”
– “¿Y cómo hago eso?”
– “Bueno… se me ocurre la universidad de Utah, es lo que te queda más cerca. Allí tienen los especialistas y el equipo necesario. Pero escucha, Lloyd, esto es una locu…”
– “Gracias por su tiempo, doc.”

El veterinario se marcha entre negaciones con la cabeza que vienen a decir “Esto no está bien”.

Lloyd bautiza al pollo con el nombre de Mike, y empieza a alimentarlo a diario con granitos de maiz molidos y una mezcla de leche y agua, suministrada por la abertura del pescuezo con ayuda de un gotero. La universidad de Utah se encuentra en Salt Lake City, a unos 400 kilómetros de donde viven los Olsen. Pero Lloyd es un hombre con una fijación entre ceja y ceja, así que una semana más tarde mete a Mike en una jaula, lo sube con cuidado a su coche y se va para la ciudad del Gran Lago Salado.

Los médicos y veterinarios facultativos empiezan tomándose a broma lo que les cuenta Lloyd. Pero entonces, claro, el granjero les enseña la jaula y las sonrisas condescendientes se convierten en estupor. En una época en que la gripe sigue matando gente a capazos por simple falta de acceso al tratamiento adecuado, el pollo Mike es sometido a todo tipo de pruebas médicas usando los más modernos aparatos del momento. Tras varios días de análisis se alcanza por fin un diagnóstico: el hachazo de Lloyd no fue tan certero como él creía. Falló al tratar de cortar la yugular del animal (que ha permanecido cerrada por un coágulo), dejándole además intacta parte del tronco del encéfalo y una oreja. Lo suficiente como para que Mike siga funcionando.

Llegados a este punto, merece la pena recordar al lector que ésta es una historia verídica.

Los doctores redactan un completo informe sobre Mike, recomendando a su dueño que deje correr lo del gotero o el maiz molido, y que en vez de eso empiece a alimentarlo con inyecciones de vitaminas aplicadas en el esófago, a saco. Algo similar a lo que se hace para dar de comer a los afectados por una traqueotomía. Lloyd y Mike vuelven a casa.

Con el transcurso de las semanas Mike se convierte en un rollizo pollo de tres kilos y medio de peso, que lleva una existencia mucho más normal de lo esperable para un animal al que le faltan todos los órganos de cuello para arriba. Una idea empieza a formarse en la mente de Lloyd.

El granjero ha echado cuentas y está cada vez más seguro de que ese pollo es algo digno de ser dado a conocer, algo que la gente pagaría por ver, algo que podría hacerle RICO. Tras consultarlo con mamá Olsen (“claro que sí papá, me parece una idea estupenda”), Lloyd decide que, dado que le está salvando la vida a Mike, ya va tocando que el plumífero devuelva el favor arrimando un poco el hombro. Que las inyecciones de vitaminas no son gratis, vaya.

Lloyd empieza a exhibir al pollo en un freak show.

El que se anuncia en los carteles como “Mike, el Pollo Maravilla” (Mike, the Wonder Chicken) pasea su talento por ciudades rurales de todo el estado, actuando junto a enanos, cabras de dos cabezas, mujeres barbudas y otras bromas de la naturaleza. En muy poco tiempo su performance se convierte en la atracción más popular de la feria, no por ser la más espectacular pero sí la más auténtica. Todo lo que hace Mike es moverse arriba y abajo por una pasarela de madera mientras al lado, en el suelo, su cabeza muerta le contempla desde el interior de una botella de formol. Pero a la gente le encanta. Las actuaciones por los pueblos sin nombre de Colorado dan paso a funciones en Nueva York, Atlantic City, Los Angeles, San Diego…

Lloyd incluso contrata a un representante artístico para Mike.

El fenómeno desata opiniones enfrentadas entre el público, desde los más impresionables que lo consideran un milagro divino hasta los más cínicos, a los que solo les parece un pollo tan idiota que ni siquiera sabe morirse. Sea como sea, todos pagan los 25 centavos que cuesta la entrada para ver a Mike corretear sin saber hacia dónde va. Su fama sigue creciendo hasta que la prensa acaba por hacerse eco y le dedica sendos reportajes fotográficos en las revistas Time y Life. En su máximo pico (nunca mejor dicho) de popularidad, el pollo llega a generar unas ganancias en torno a los 4.500 dólares al mes (más de 30.000 euros de hoy en día, calculando inflación). Los abogados de Lloyd Olsen lo han asegurado por unos 10.000 dólares en caso de enfermedad o muerte. Mike es, en efecto, la proverbial gallina de los huevos de oro.

O el gallo. O el pollo.

Ya me entendéis.

No obstante, nada dura para siempre. Todo camino por largo que sea tiene un final en el que la oscuridad, paciente, aguarda.

Una noche a principios de marzo de 1947. Una carretera secundaria en el condado de Maricopa, Arizona. Lloyd al volante de su coche. Mike dentro de su caja acolchada, en el asiento del acompañante. Vuelven de una gira. La última actuación ha acabado más tarde de lo planeado y la noche les ha echado su manto por encima, en medio del desierto. Lloyd y Mike resuelven hacer parada y fonda en un motel de carretera. A ver, claro… no es que el pollo y el humano lo decidan a medias, sino más bien que Lloyd ve las luces del edificio y se dice a sí mismo “estoy harto de conducir, aquí paramos”, y Mike no le contesta que no (es un poco como cuando tú eliges a qué restaurante ir a cenar, y tu pareja se limita a confirmar tu decisión con una sonrisa, ¿no? ¿No os parece? Bueno, da igual, avancemos).

– “Buenas noches.”
– “Buenas noches.”
– “Una habitación sencilla por favor.”
– “Con el animal hay recargo.”
– “Sí, lo que sea.”

A Lloyd se le cierran los ojos por el cansancio, así que tal como echa el pestillo de la habitación coloca la caja de Mike en el suelo y se deja caer sobre la cama. Morfeo lo recibe con los brazos abiertos antes siquiera de que sus mofletes toquen la almohada.

A las 3:37 de la madrugada Lloyd se despierta agitado por un ruido.

Mike no está bien. Emite gorgoteos y lo que parecen ser… ¿toses? Es como si se ahogara.

No está bien.

Con el cerebro aún medio desconectado por el sueño Lloyd se levanta de la cama, tropieza con una silla y llega maldiciendo hasta el maletín donde guarda las jeringas con las que alimenta y limpia a su fenómeno descabezado.

Abre el maletín… y en ese mismo instante un frío espasmo le recorre la columna. No le hace falta siquiera mirar dentro, sabe que el maletín está vacío. Acaba de recordar que se ha olvidado el instrumental de Mike en el lugar de su última actuación. Lloyd siempre suele dejar las jeringas a mano, entre bambalinas, por si el pollo tiene una emergencia en pleno show. Pero esta vez, al recogerlo todo con prisa porque se les hacía tarde, Lloyd ha cometido un error fatal.

El granjero se sienta en la cama abatido, impotente, aturdido. Si el pollo tuviera ojos podría ver como a su compañero de escenario se le llenan las mejillas de lágrimas. Pero aparte de no ver, Mike tiene sus propios problemas: es evidente que algo obtura su traquea y le impide respirar. Tras unos minutos de sufrimiento agónico queda inerte, tumbado boca arriba, las patas apuntando al techo. Exhala por última vez, emitiendo un sonido como de gaita que se desinfla, y muere.

Mike ha vivido 18 meses sin cabeza. Ha vivido más de lo que viven la mayoría de pollos. Dentro de sus limitadas capacidades, podría decirse que ha sido un pollo feliz. El puto amo de los pollos. Perder la cabeza, quien lo diría, quizás haya sido lo mejor que le ha pasado jamás.

Meses después del trágico desenlace, Lloyd Olsen aún siente tristeza por lo sucedido. O más que tristeza, vergüenza. Vergüenza ante su mujer, vergüenza ante sus amigos, vergüenza ante los fans del pollo sin cabeza más famoso de la historia, vergüenza ante el mundo. Todo lo que tenía que hacer para alcanzar sus sueños (un tractor nuevo, un cobertizo más grande, quizás incluso algún acre de tierra y unas vacas) era mantener viva a un ave de corral, y no ha sido capaz. Así que ha preferido no contarle a nadie sobre su muerte. Ni siquiera a Clara. Cuando alguien le pregunta al respecto, se muestra esquivo. Dice que descontando gastos, lo de Mike no le compensaba, así que se lo vendió a un tipo que tiene un circo. ¿Qué tipo? ¿Qué circo? Lloyd dice que no se acuerda.

Aún así la leyenda del pollo Mike, al que a esas alturas ya todos llaman “Miracle Mike”, sigue más viva que nunca. Por todo el país se propagan los rumores afirmando que aún anda de gira, actuando de ciudad en ciudad. “¡Está en Boston!” “¡No, está haciendo la ruta de los Grandes Lagos!” “¡No, está en Europa!”. Nadie lo ha visto, pero todo el mundo conoce a alguien, que conoce a alguien, que conoce a ALGUIEN, que dice que lo ha visto. La codicia incluso ha acabado dando lugar a un auténtico genocidio galliforme: multitud de granjeros convertidos en aprendices de Dr. Frankenstein, decapitando pollos a diestro y siniestro con la esperanza de toparse con otro Miracle Mike que les solucionara la vida.

En 1949 se descubre por fin que Mike lleva dos años muerto. El representante de Lloyd (bueno, en realidad de Mike) y sus abogados demandan al granjero por incumplimiento de contrato. Le sangran hasta el último dólar ganado a costa del pollo. Los Olsen acaban como empezaron.

Es el momento de que le echéis un vistazo a Mike…

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En 1999, coincidiendo con el 50 aniversario del descubrimiento de la muerte de Miracle Mike, el ayuntamiento de Fruita, Colorado, establece el «Mike the Headless Chicken Day», a celebrarse cada año durante la tercera semana de mayo. Ese día tienen lugar, entre otras festividades, una carrera de medio fondo en la que los participantes corren con los ojos vendados (como pollos sin cabeza), un concurso de lanzamiento de huevos y un bingo, en el que los números no son elegidos con un bombo, sino mediante las deposiciones de un grupo de gallinas sobre un cartón gigante con los números impresos.
En el 2008, la banda californiana de punk-rock The Radioactive Chicken Heads hace público su tema de tributo Headless Mike (que podéis ver AQUÍ).

Y esta es la historia que os quería contar. La historia de Miracle Mike. Estoy seguro de que puede interpretarse como una lúcida metáfora. Pero no sé de qué. Estoy seguro de que conlleva una honda enseñanza moral. Pero no sé cuál. Estoy seguro de que leerla os ha hecho más sabios. Pero no sé cómo. Lo único que sé es que empieza con un pollo vivo, y que termina con un pollo muerto.

The Newsroom: que la ficción no te estropee una buena noticia

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The Newsroom es “otra serie de Aaron Sorkin”, quien hace poco más de una década removió los cimientos de la narrativa televisiva tal como la conocemos con El ala oeste de la Casa Blanca (sí, de verdad me parece uno de los dos o tres shows más importantes de los últimos 25 años), y que desde entonces ha estado intentando replicar ese mismo nivel de excelencia con suerte desigual, tanto en televisión como en cine: ni en Studio 60 ni en La guerra de Charlie Wilson supó rascar bajo la epidermis del asunto que trataba (básicamente, la corrupción del poder), mientras que en La red social y Moneyball logró resultados dramáticos muy notables con temáticas que a priori no parecían dar para mucho (la creación de Facebook y la gestión de un equipo de baseball aplicando teorías estadísticas). The Newsroom sigue las vicisitudes “entre bastidores” de un programa de noticias de una cadena de TV por cable. La cadena en cuestión es ficticia (la ACN), pero las noticias son verdaderas, en el sentido de que están sacadas del mundo real (por ejemplo, uno de los episodios se centra en el accidente nuclear de Fukushima). Ahí radica buena parte de su gracia, pero esa idea por sí misma no es suficiente para conformar una buena obra de ficción. He visto con todas mis fuerzas los diez episodios de la primera temporada de The Newsroom pero, a menos que alguien me convenza de que las dos temporadas restantes son el equivalente televisivo de Ciudadano Kane, no tengo intención de seguir con ella.

A ver… desde luego The Newsroom tiene varias cosas que me parecen la mar de bien, pero también otras muchas que no me gustan ni un pelo. ¿Las que sí? Pues las que cabría esperar en este caso: los actores principales están estupendos (Jeff Daniels, Sam Waterston, Emily Mortimer…), tiene los típicos diálogos inteligentes y en «rapid-fire» marca de la casa, y realmente logra transmitir cierta sensación de veracidad con el tema de dramatizar noticias auténticas. Hasta ahí, vale.

Las cosas que no me gustan? Bueno, esto va a ser largo: no me gusta el patriotismo grueso de algunas escenas (uno de los periodistas del programa poniéndose una gorra de los bomberos de New York cuando el presentador se dispone a dar la noticia de la muerte de Bin Laden). No me gusta la visión única y moralizante con la que Sorkin trata las tramas (nadie tiene la menor duda sobre qué es LO CORRECTO; se ve que el periodismo de investigación es una profesión llena de santurrones ilusionados por construir un mundo mejor). No me gusta la superficialidad del discurso («Dios Bendiga a América», 2.0) por mucho que se camufle bajo toneladas de jerga técnica. No me gustan los monólogos que huelen demasiado a sermón de la montaña (Sorkin dándome mítines por boca de Jeff Daniels). No me gusta el hecho de que todos los personajes masculinos sean tipos listísimos que parecen salidos de Todos los hombres del presidente y, en cambio, todos los personajes femeninos sean histéricas o tías buenas (o las dos cosas) que parecen salidas de Primera Plana. No me gustan las insulsas subtramas amorosas que convierten la serie en una especie de Melrose Place con coartada intelectual. No me gusta que cada capítulo dure 50 minutos en lugar de 40 (más que nada porque esos 10 minutos de más no aportan nada y matan el ritmo). No me gusta su estructura narrativa marmólea (el clímax es siempre la redacción echando humo para emitir a tiempo EL NOTICIÓN de la semana).

En realidad, todo se resume en que no me gusta acabar cada episodio de The Newsroom con la sensación de que me lo estaría pasando infinitamente mejor revisitando El ala oeste de la Casa Blanca. Sé que es una comparación injusta, pero también es irremediable. Es lo que tiene el haber creado una obra maestra absoluta: que luego tienes que vivir con ella; y no tengo claro que Aaron Sorkin lo esté llevando bien del todo.

The Newsroom ya ha finalizado su andadura, tras tres temporadas y un total de 25 episodios emitidos. Lo que le queda ahora, me temo, es un rápido descenso hacia el olvido. No es ni mucho menos una mala serie, pero sí es una serie invisible e irrelevante (en un panorama televisivo rico en ficciones de calidad), y posiblemente no haya diagnóstico más cruel para un guionista estrella con alma evangelizadora como Aaron Sorkin. Si alguien tiene intención de tragársela hasta su conclusión, ya me contará si al final se casan…

PAMUNDI MUSIC AWARDS 2014, parte 4 (y última)

blaugranalvent Y llegamos a la lista de las 70 mejores tonadas del año, que es lo que interesa de verdad a la muchachada. Para escucharlas todas junticas, AQUí tenéis una playlist de You Tube la mar de cuca y AQUÍ otra playlist de Spotify, aunque en este segundo caso faltan 4 tonadas: la de Caustic Window en el puesto 47, la de Taylor Swift en el puesto 39, la de Bing & Ruth en el puesto 33 y la de Ty Segall en el puesto 15 (se siente; buscaros la vida, que se os ve gente espabilada…). Por lo demás, con esto doy por completados los PAMUNDI MUSIC AWARDS 2014. El jolgorio y el CRITERIO volverán en los PAMUNDI MUSIC AWARDS 2015. ¡Muac!

70
Tegan and Sara (Feat. The Lonely Island)
Everything is Awesome
https://www.youtube.com/watch?v=StTqXEQ2l-Y

69
Los Ganglios
LOL
https://www.youtube.com/watch?v=kTy1x5b6puo

68
Rival Sons
Electric Man
https://www.youtube.com/watch?v=clWhixvgN3I

67
El columpio asesino
Escalofrío
https://www.youtube.com/watch?v=HubmEmgwxWo

66
Against Me!
Transgender Dysphoria Blues
https://www.youtube.com/watch?v=TFgFGgjNQ4E

65
Bryan Ferry
Loop De Li
https://www.youtube.com/watch?v=6a0_ko3Vr68

64
The Orwells
Who Needs You
https://www.youtube.com/watch?v=AwAdhvvGFlo

63
Tinashe
Pretend
https://www.youtube.com/watch?v=kV_4PA3RSr4

62
TV on the Radio
Happy Idiot
https://www.youtube.com/watch?v=OaKVy-FlaUA

61
Wolves in the Throne Room
Celestite Mirror
https://www.youtube.com/watch?v=NG67MoJGmvE

60
Cuello
Ábreme el almacén
https://www.youtube.com/watch?v=GPUsuEG2GqY

59
Trust
Capitol
https://www.youtube.com/watch?v=cu438gwa4uE

58
Damien Rice
The Box
https://www.youtube.com/watch?v=dCkCWjc8xVI

57
…And You Will Know Us by the Trail of Dead
The Doomsday Book
https://www.youtube.com/watch?v=MZwv522VR2g

56
Kendrick Lamar
i
https://www.youtube.com/watch?v=8aShfolR6w8

55
Alvvays
Archie, Marry Me
https://www.youtube.com/watch?v=ZAn3JdtSrnY

54
Ariel Pink
Not Enough Violence
https://www.youtube.com/watch?v=98hcVICJWZE

53
Shovels & Rope
Bridge on Fire
https://www.youtube.com/watch?v=1imu8lwtNi0

52
Jessie Ware
Pieces
https://www.youtube.com/watch?v=xM8nxVccTdo

51
Botanist
Stargazer
https://www.youtube.com/watch?v=XnLaKpgzT8w

50
Cymbals Eat Guitars
Jackson
https://www.youtube.com/watch?v=EHSIHm3Zjr8

49
Nicki Minaj
Anaconda
https://www.youtube.com/watch?v=LDZX4ooRsWs

48
Real Estate
Primitive
https://www.youtube.com/watch?v=BH1xhu6JEoI

47
Caustic Window
101 Rainbows (ambient mix)
https://www.youtube.com/watch?v=hJi3NOyYcUM

46
Apathy (feat. Chris Webby)
Back in New England
https://www.youtube.com/watch?v=36BNDJmt5ls

45
Thee Silver Mt. Zion Memorial Orchestra and Tra-La-La Band
Take Away These Early Grave Blues
https://www.youtube.com/watch?v=49hwepxljT0

44
Ariel Pink
Put Your Number In My Phone
https://www.youtube.com/watch?v=TYoQ6WLuMq4

43
Tove Lo
Habits (Stay High)
https://www.youtube.com/watch?v=oh2LWWORoiM

42
Single
Me enamoré
https://www.youtube.com/watch?v=txsNes46m1k

41
Azealia Banks
Heavy Metal and Reflective
https://www.youtube.com/watch?v=nQOD8M6Okoc

40
El Último Vecino (Feat. Javiera Mena)
Culebra, Columna y Estatua
https://www.youtube.com/watch?v=UOSDp9PVfJU

39
Taylor Swift
Out of the Woods
https://www.youtube.com/watch?v=B0JC9x3xnWw

38
Ought
Habit
https://www.youtube.com/watch?v=gZ9Gkg_tado

37
Angel Olsen
Hi-Five
https://www.youtube.com/watch?v=oL_3Y4zNnqg

36
Neneh Cherry
Spit Three Times
https://www.youtube.com/watch?v=3ZIcS99JiH8

35
Benjamin Booker
Violent Shiver
https://www.youtube.com/watch?v=zm-rb8k1HkU

34
The hotelier
An Introduction to the Album
https://www.youtube.com/watch?v=PHsBgcwOw6Y

33
Bing & Ruth
The Towns We Love Is Our Town
https://www.youtube.com/watch?v=Q-VWqDOCCfI

32
Royksöpp (Feat. Robyn)
Monument
https://www.youtube.com/watch?v=Zo6UnKr6Bwg

31
Jenny Hval & Susanna
I Have Walked This Body
https://www.youtube.com/watch?v=C500tXJVZNw

30
Los Punsetes
Arsenal de excusas
https://www.youtube.com/watch?v=z6kkiL37AII

29
Rivulets
Your Own Place To Ruin
https://www.youtube.com/watch?v=MakZiGPVta0

28
Aphex Twin
minipops 67 (Source Field Mix)
https://www.youtube.com/watch?v=wm1XwkOHxx8

27
Panda Bear
Mr Noah
https://www.youtube.com/watch?v=CmXIIL2tmR8

26
Clark
Winter Linn
https://www.youtube.com/watch?v=XisOVzJ32_g

25
Mogwai
Remurdered
https://www.youtube.com/watch?v=PY7oNKQIAms

24
Grouper
Holding
https://www.youtube.com/watch?v=HxAHQLtN8wc

23
Lana del Rey
Cruel World
https://www.youtube.com/watch?v=-wa0CFqySSA

22
Sia
Fire Meet Gasoline
https://www.youtube.com/watch?v=UvRphO1Mh0I

21
Ariana Grande (Feat. Iggy Azalea)
Problem
https://www.youtube.com/watch?v=iS1g8G_njx8

20
La Roux
Let Me Down Gently
https://www.youtube.com/watch?v=KlyDYI_ddZY

19
Pharmakon
Intent or Instinct
https://www.youtube.com/watch?v=P7ySrD4ilf4

18
The New Pornographers
Dancehall Domine
https://www.youtube.com/watch?v=TBDzsNwe56w

17
The War on Drugs
Red Eyes
https://www.youtube.com/watch?v=1LmX5c7HoUw

16
D’Angelo & The Vanguard
Ain’t That Easy
https://www.youtube.com/watch?v=lZoxdPGu_4E

15
Ty Segall
The Singer
https://www.youtube.com/watch?v=Quou6o05g5A

14
Run the Jewels
Oh My Darling Don’t Cry
https://www.youtube.com/watch?v=G-S9mtYowPY

13
Sharon Van Etten
Your Love is Killing Me
https://www.youtube.com/watch?v=nyuPWHwZru0

12
St. Vincent
Digital Witness
https://www.youtube.com/watch?v=mVAxUMuhz98

11
Swans
Oxygen
https://www.youtube.com/watch?v=Xs6m9HeWXck

10
FKA twigs
Two Weeks
https://www.youtube.com/watch?v=3yDP9MKVhZc

9
Liars
Mess On a Mission
https://www.youtube.com/watch?v=jbrNt-dMDsY

8
Perfume Genius
Queen
https://www.youtube.com/watch?v=Z7OSSUwPVM4

7
Sun Kil Moon
Dogs
https://www.youtube.com/watch?v=1fm25YRaZP0

6
Sia
Chandelier
https://www.youtube.com/watch?v=2vjPBrBU-TM

5
D’Angelo & The Vanguard
Sugah Daddy
https://www.youtube.com/watch?v=vo3RAH0zLlU

4
Swans
She Loves Us
https://www.youtube.com/watch?v=IA9lA1QPCbU

3
tUnE-yArDs
Water Fountain
https://www.youtube.com/watch?v=jbiFcPhccu8

2
Future Islands
Seasons (Waiting on You)
https://www.youtube.com/watch?v=1Ee4bfu_t3c

1
The War on Drugs
An Ocean In Between the Waves
https://www.youtube.com/watch?v=23GdGEzZPvE

PAMUNDI MUSIC AWARDS 2014, parte 2

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20-Run the Jewels

20
Run The Jewels
Run The Jewels 2

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19
Angel Olsen
Burn Your Fire For
No Witness

18-Single

18
Single
Rea

17-Benjamin Booker

17
Benjamin Booker
Benjamin Booker

16-Ought

16
Ought
More Than Any Other Day

15-The New Pornographers

15
The New Pornographers
Brill Bruisers

https://www.youtube.com/watch?v=9SaHXd4RhDs

14-Grouper

14
Grouper
Ruins

https://www.youtube.com/watch?v=atoXylgyBks

13-Los Punsetes

13
Los Punsetes
LPIV

12-tUnE-yArDs

12
tUnE-yArDs
Nikki Nack

11-Neneh Cherry

11
Neneh Cherry
Blank Project

PAMUNDI MUSIC AWARDS 2014, parte 1

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INTRO COÑAZO

Más vale tarde que nunca, decían, ¿No? Pues efectivamente, más tarde que nunca (mediados de febrero) llegan los PAMUNDI MUSIC AWARDS en su edición 2014 (la octava ya). El buen gusto y el eclecticismo “poser” bien entendido llaman a la puerta de vuestra caverna, oh botarates, para traeros la LULZ de la razón en forma de CRITERIO musical.

¿De qué diantres estoy hablando, se preguntarán quienes entren en contacto por primera vez con esta mierda? Pues corto/pego la misma explicación que suelto en cada nueva edición: los PAMUNDI MUSIC AWARDS son mis listas particulares de los que considero mejores álbumes y tonadas del año recién acabado. La lista de álbumes incluye 20 entradas, mientras que la de tonadas incluye 70. ¿Por qué 20 y 70? Esto ya me cansé de explicarlo en el 2012, así que tiremos millas…

Escucho lo que escucho a base de seguir la actualidad de webs como Popmatters, Consequence of Sound, Tiny Mix Tapes, The Wild Honey Pie, Stereogum, Pitchfork, Uncut, Any Decent Music, NME, Spin, Paste, Mojo, Hipersónica, Jenesaispop o The Needle Drop (no puedo dejar de recomendar especialmente esta última, el excelente video-blog de Anthony Fantano). En cuanto a revistas de papel impreso, tal como está el patio cada vez me parecen un medio más lento y menos relevante, así que con los años mi consumo se ha ido reduciendo hasta limitarse a algún número ocasional de Mondosonoro y RockdeLux (los especiales con “lo mejor del año”, sobre todo).

Como de costumbre, voy a empezar dando la brasa con un artículo de resumen sobre lo que me ha parecido esta añada musical…

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Un curso raro en lo musical, este 2014. Lleno de “comebacks” inesperados, algunos de los cuales han salido muy bien (Neneh Cherry), otros ni fu ni fa (Bryan Ferry), y algunos incluso han hecho pasar vergüenza ajena a más de un fan (Pixies). Además, han saltado al primer plano muchos artistas que hasta ahora siempre habían permanecido un poco a la sombra de las grandes estrellas del pop/rock alternativo. Ha sido el año de Future Islands (su arrasador paso por el programa de David Letterman es posiblemente el momentazo del 2014), de The War on Drugs, de Lana del Rey (Ultraviolence es un disco fantástico de baladones fantasmagórico-glamourosos que nadie esperaba tras el acartonado Born to Die de hace dos años), o sobre todo de Sia, una escritora de canciones para gente como Beyoncé, Rihanna, Kylie Minogue o Madonna que por fin ha decidido dar un paso al frente y componer hits para sí misma, erigiéndose en la reina del cotarro gracias a un álbum, 1000 Forms of Fear, prolijo en estribillos descomunales como los de Chandelier o Fire Meet Gasoline, y además orinándose en el manido concepto de “diva pop” (se negó a mostrar su cara en el libreto del disco, no aparece en ninguno de sus videoclips e incluso ha llegado a actuar de espaldas a la cámara en algún programa de TV). Sia es una de esas tipas que caen bien porque aportan inteligencia a un negocio que normalmente está más dominado por la capacidad de enseñar pechuga que por los valores musicales.

En el 2014 he vuelto a pulverizar mi récord de escuchas, metiéndome por los tímpanos la burrada de 320 álbumes nuevos, que son bastantes más que los 230 del año pasado o los 180 del 2012. Ha sido casi sin querer, no creáis, porque la sensación que tengo no es la de haberme saturado mucho más de música que otras veces, sino todo lo contrario. A esto, sospecho, ha colaborado decisivamente mi suscripción a Spotify Premium (tenían una oferta de tres meses a 1€ y me tiré en plancha). Eso me ha permitido acceder a mucha más música y sobre todo de manera mucho más fácil (en el ordenador, en el móvil, en la tele… todo el día dándole). En Spotify no lo encuentras todo (como ausencias notables destacaría a Taylor Swift o el último de Ty Segall, por ejemplo), pero sí CASI todo. En general estoy más contento que unas pascuas con ellos.

Posiblemente, este haya sido el año de la última década en el que he visto más música en directo. Aparte del festín del Primavera Sound (experiencia mariana con The National, Neutral Milk Hotel y Slowdive), estuve en el Aloud Music Festival (salvo excepciones como Unicornibot, bostecé lo mío) y en el extraño BIME Live de Bilbao (repitiendo con The National, alucinando con Mogwai y quedándome más frío que caliente con el resto). Si a eso le sumo los conciertos sueltos, que si Depeche Mode (aunque sus discos sean ya inofensivos, en directo le siguen pintando la cara a cualquiera), que si Sharon Van Etten (me quiero casar con ella), que si El último vecino (Golpes Bajos meets El último de la fila meets Joy Division, para dar forma al grupo de synth-pop más estimulante del momento), la verdad es que no he parado.

Pixies-MichaelHalsbandLO QUE NO

Contrariamente a mi impresión del año pasado, creo que el 2014 ha sido un año flojo para la “electrónica pura”. Aphex Twin, Dntel, Caribou, Ben Frost, Arca o Simian Mobile Disco han sacado sendos discos que en general han cosechado buenas críticas, pero que a mí me han dejado igual. Es bastante sintomático que lo más interesante y fresco que he escuchado en este campo haya sido el álbum homónimo de Caustic Window (alias tras el que se esconde Richard D. James, o sea Aphex Twin), un disco que se compuso en 1994 y que se ha tirado 20 años en un cajón hasta ser finalmente publicado. Tampoco mis adorados Mogwai han logrado unos resultados sobresalientes en su (encomiable pero un tanto fallido) giro hacia las bases programadas, y al disco de despedida de Röyksopp le ha faltado sustancia para ser algo más que una buena colección de singles. Todd Terje ha estado bien como divertimento bailable, pero al cabo de un rato todos sus temas me acaban pareciendo variantes de la banda sonora del videojuego Out Run.

En cuanto a las sonadas decepciones, puedo destacar a unos The Horrors a los que por fin se les ha visto el truco (una de esas bandas que había ido cambiando de sonido, no tanto en base a aquello en lo que creían sino en base a aquello que les funcionaba; y en su reciente Luminous funcionan pocas cosas), a unos Interpol que difícilmente podrían volverse más irrelevantes, o a una Zola Jesus que se mueve como pez en el agua al colaborar con otra gente (M83, Orbital…) pero que cuando se queda sola en la intemperie con disco propio parece una mala copia de iamamiwhoami (quien a su vez este 2014 ha editado otro disco en el que parece una mala copia de sí misma…). Sin embargo, todos esos tropezones palidecen ante la debacle del año: los Pixies.

En la vida hay pocas cosas de las que uno pueda fiarse con los ojos cerrados, y hasta no hace demasiado los Pixies eran una de ellas. Entre el 87 y el 91 los de Boston cuajaron un catálogo de discos perfecto, tuvieron una influencia en el panorama del rock alternativo como nadie ha tenido desde entonces, y dieron una lección de inteligencia al separarse estando aún en la cima, antes de caer en cualquier tipo de decadencia. Siempre se les puso como un ejemplo de coherencia, actitud e integridad. Todo eso se fue a cagar a la velocidad del trueno el 19 de abril del 2014, cuando apareció en las tiendas de todo el mundo una inanidad como Indie Cindy, el inexplicable e innecesario retorno al estudio de grabación de Frank Black, Joey Santiago y David Lovering (Kim Deal, con buen criterio, decidió ahorrarse el manchurrón en su currículum). En realidad los fans llevábamos meses escaldados, pues las canciones de Indie Cindy habían visto ya la luz repartidas en tres EPs a cual más decepcionante. A ver, no es que sea un álbum forzosamente terrible (la mayoría de cortes son simplemente mediocres, y hay un par que quizás merecerían un 6 sobre 10), pero no tiene estructura, personalidad ni músculo. Baladas inanes, riffs sin la menor dinámica, estribillos redundantes, un tono general de desgana… The Pixies copiando a los puñeteros Weezer, lo que me faltaba por escuchar en esta vida. Es el tipo de música del que los fans de los Pixies nos reiríamos si la hubiese hecho cualquier otra banda. Nunca creí que una canción suya me haría sentir bochorno. Nunca.

Adam Granduciel, The War on Drugs, TBD Fest, 2014

LO QUE SÍ

Cualquier año en el que Swans publican disco nuevo, es un buen año. Desde que se reformaron en algún punto indeterminado del 2009, tras más de una década de hacer cada uno la guerra por su cuenta, no sólo no han fallado ni un tiro al centro de la diana sino que han ido afinando más y más la puntería, partiendo por la mitad la flecha anterior con cada nuevo disparo, como Robin Hood. My Father Will Guide Me up a Rope to the Sky fue un álbum excelente, seguido dos años más tarde por una obra maestra como The Seer (mejor álbum y mejor canción de los PAMUNDI MUSIC AWARDS 2012). Parecía una gesta imposible que su trabajo del 2014 fuese todavía superior, pero se las han ingeniado para reventar de nuevo las expectativas. ¿Son infalibles? Desde luego lo parecen. To Be Kind es violento, extremo, gutural, denso, sofocante y maravilloso. Es el ruido, el caos y la mala hostia destilados a una forma pura de belleza.

Que la banda de rock más arriesgada y estimulante del planeta esté liderada por un tipo que anda ya por la sesentena podría parecer preocupante, a la hora de hacerse una visión de conjunto del presente panorama musical. Por suerte, detrás de Swans vienen todo un pelotón de artistas más jóvenes que diluyen esa sensación: Ariel Pink, el hiperactivo Ty Segall (el 2014 ha sido “tranquilito” para él; sólo ha sacado un disco…), St. Vincent, The War on Drugs (nadie ha grabado guitarras eléctricas más escalofriantemente bonitas que ellos en el 2014), Sharon Van Etten, D’Angelo (que se descolgó a finales de diciembre con una masterpiece de funk y R&B como Black Messiah, pillando tan por sorpresa a todo el mundo que ni siquiera dio tiempo a incluirlo en muchas listas de “lo mejor del año”), Perfume Genius, Sun Kil Moon (Mark Kozelek partiéndonos el alma a base de poesía costumbrista) o la inteligentísima mezcla de ritmos no convencionales de tUnE-yArDs (tras escuchar los euforizantes tres minutos que dura Water Fountain, es difícil de entender que hace poco Merrill Garbus se plantease en serio dejar la música porque creía no tener talento…); y en el “frente nacional”, otro tanto. Ahí están Single, Los Punsetes (cuando empezaron mucha gente se los tomaba a broma, pero ya acumulan una buena ristra de himnos generacionales), Cuello (recogiendo con mucha inteligencia los guitarreos noventeros y metiéndoles una marcha más) o El columpio asesino certificando una de las mejores generaciones de bandas españolas desde principios de los 90. El presente es suyo, son quienes hoy en día marcan la senda y a quienes habrá que mirar cuando, dentro de diez o quince años, se quiera analizar lo que dio de sí la segunda década del siglo XXI. Yo diría que la cosa pinta bien. Estamos en buenas manos.

Y más o menos esto es todo lo que puedo destacar del 2014 a nivel musical. Mañana postearé la primera parte de la lista de los 20 DISCAZOS del año (puestos 20 al 11), pasado mañana la segunda parte (puestos 10 al 1), y al tercer día el gran colofón: la lista de las 70 MEJORES TONADAS (con sus enlaces de escucha y todo).

Millones de gracias a Amaia Carreira por diseñarme los chulísimos banners que dan imagen a los PAMUNDI MUSIC AWARDS 2014, y a Keka Puchades por sus tutoriales y soporte técnico a la hora de montar este blog, cuya principal razón de ser era poder colgar todo esto de manera ordenadita y lucida. Ha quedado así de chulo gracias a vosotras dos. Sois la reostia.

Arrancan los PAMUNDI MUSIC AWARDS 2014. Let’s have some fun, muthafuckas!!!

Cuando los vi tocar en un concierto de reunión, hace nueve años, recuerdo de manera nítida la excitación que sentí, compartida por el resto de veinteañeros que me rodeaban, mientras todos cantábamos “Hey” a coro. Quizás estaba escrito que ese momento no debía ocurrir. Era como si estuviéramos engañando a la muerte, o al tiempo, y al igual que en todas las fábulas del estilo “Cuidado con lo que deseas…”, estaba claro que aquello nos explotaría en la cara de un modo u otro; y así ha sido. Pronto, muy pronto, nadie recordará casi nada sobre este disco, o sobre su misma existencia. Pero su publicación es una pequeña tragedia, suficiente para hacerme desear que la reunión de la banda, e incluso aquel concierto mágico que les vi, nunca hubieran tenido lugar…” – Jayson Greene, en su reseña para Pitchfork del álbum EP-1 de Pixies.

Diario de Venusville: Tusk

Tusk-poster-WEB-READY1Se ha materializado mi última crítica cinematográfica para la web Diario de Venusville. Se trata de Tusk, la película con la que se supone que debemos recuperar la fe en Kevin Smith (ejem…). «Body horror» piscotrónico, humor grueso y mucha mala hostia, en una obra que podría ser mejor, sí, pero que también podría haber sido una absoluta catástrofe.

Para leerla, entrad en ESTE ENLACE.

Mirando a Steven Seagal con lupa

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Lunes noche: haciendo zapping suicida, casi a tumba abierta, entre el visionado de varios episodios de Life’s Too Short (serie cómica de Ricky Gervais que básicamente va de humillar a Warwick Davis y otros enanos; o sea, oro puro), me topo en Paramount Channel con Buscando Justicia, peli policiaca de cuando Steven Seagal bordeaba su plenitud interpretativa (si es que tal concepto puede llegar siquiera a formularse), mucho antes de convertirse en el actual señor mayor que se ha comido a Steven Seagal. Y claro, ¿qué puedo hacer yo, un hombre adulto, heterosexual y amante de las hostias como panes, ante tal regalo del destino? Pues en efecto: quedarme enganchado hasta los títulos de crédito finales con el cerebro en modo salvapantallas, incapaz de cambiar de canal, presa de una especie de síndrome de Stendhal invertido, que recuerda a lo que el filósofo Rafael Argullol definió en su día como “la atracción del abismo” (aunque creo recordar que no se refería a la filmografía de Steven Seagal sino a las pinturas románticas de Turner y Caspar David Friedrich; pero bueno, la idea es la misma).

Sin llegar a los niveles de excelencia de Glimmer Man (o cómo redecorar un restaurante chino más rápido que IKEA), ni de Alerta Máxima (dos horas luxando terroristas, culminadas con el brioso “uno-dos” de ensartar la quijotera de Tommy Lee Jones con un cuchillo en vertical hasta el mango y acto seguido enclastarlo contra un monitor de radar), hay que reconocer que Buscando Justicia también atesora su buen puñado de momentos merecedores de levantarse y aplaudir a la pantalla. Así pues, ya que no era capaz de apartar la vista del televisor decidí darle la vuelta a la situación y escrutar la película con toda mi atención, viéndola en grano fino. Ahí van algunos detalles que creo que merece la pena destacar:

– El personaje interpretado por Seagal es el inspector de policía Gino Felino, que en estos momentos me parece el mejor nombre jamás creado por el ser humano. Muy bien por el Sr. y la Sra. Felino, muy bien. Estuvieron ahí finos finos con el pareado, los Felino. El bautizo del pequeño Gino tuvo que ser un happening de lo más cachondo.

– El atuendo principal de Gino Felino cuando está de servicio consiste en: camisa negra bombacha abierta hasta el pecho, camiseta imperio negra, pantalón de pinzas negro y zapatos de puntera negros. Súmese a lo anterior el pelo engominado con coletita de torero, y da la impresión de que a nuestro héroe la investigación del caso le ha pillado a contrapelo, mientras bailaba en un concurso de salsa o tocaba las maracas en una orquesta latina, y ha tenido que salir corriendo a buscar justicia sin tiempo para cambiarse.

– Gino Felino acude a un bar de los bajos fondos a pedir información y, ante las pocas ganas de charla de los parroquianos, acaba midiéndoles el lomo a todos (se veía venir) con la ayuda de un palo de billar partido en dos. Entre la vestimenta antes descrita y la velocidad absurda a la que mueve ambos brazos repartiendo dolor en todas direcciones, parece el xilofonista de Locomía.

– La interpretación de Seagal, atención al dato, EMPEORA cuando le quitas el doblaje en español y lo escuchas en inglés, con su voz original de teleñeco.

– El malo de la función es un mafioso muy loco y muy cabrón interpretado por William Forsythe. Sin embargo, el encomiable esfuerzo del actor por componer un villano lo más despreciable posible queda totalmente anulado por su aspecto de contable regordete de mediana edad al que le compra la ropa su madre (Prueba nº 1 de la acusación). Forsythe solo consigue inspirar compasión en el espectador, que enseguida intuye la somanta de hostias que le va a llover al pobre diablo en cuanto Gino (Felino) entre en su espacio vital. Efectivamente, en la pelea culminante entre ambos, Felino lo hace volar contra todas las paredes de la casa, lo tira por una ventana, le ablanda la giba con un rodillo de amasar, le nivela el cráneo de un sartenazo y colofonea en nota alta abriéndole el sexto chakra en la puta frente con un sacacorchos. Parafraseando a mi buen amigo Xavi Garriga, «Lo más grande de Steven Seagal no es que zurre a los malosos, es que encima les humilla. Es el equivalente en artes marciales al matón de patio de colegio, que al grito de ‘¿Pero por qué te pegas?’ te daba bofetadas con tu propia mano.» (Prueba nº2 de la acusación).

Por supuesto, obra maestra absoluta y tal.