Quince clásicos de la literatura universal en un minuto

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Sant Jordi. Día del Libro. Me chifla esta fiesta. Me encanta esa modestia de ser un festivo en día laboral, como quitándose importancia. Me encanta lo guapa que se pone Barcelona (cuando no viene la lluvia a joder la marrana); y me encanta, sobre todo, que sea una jornada popular pero a la vez plácida, en la que la gente toma la calle no para tirar petardos ni hacer puñeteras maratones (mi abuela siempre me decía «No te fíes de la gente que corre; si corren, es que algo han hecho», y sigo pensando que tenía razón), sino para pasear y comprar libros.

Ya, ya lo sé. Comprar libros… que luego nadie se lee. Porque en España, reconozcámoslo, no lee ni Dios. Según el último barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas, el 35% de los españoles no lee nunca o casi nunca, y además se la pela (esto último no lo dice el barómetro, lo añado yo). Resulta un dato escandaloso, aunque tampoco me parece que podamos tomarlo de manera literal, porque de lo contrario ese 35% de tarugos ya se habrían matado a sí mismos al tragarse algún medicamento sin mirar el prospecto (y sin embargo, yo miro a mi alrededor y no hago más que ver por todas partes idiotas vivitos y coleando). Pero el caso es que nadie lee, ya me entendéis. Se dice que muchos niños de esta generación saben interactuar mejor con una tablet que con un libro. Eso no supondría ningún problema si se tratase de un mero cambio de soporte, pero no es así. Lo triste del caso no es que le des un libro a un chaval y lo primero que haga sea buscarle el botón de encendido, lo triste es que si le das una tablet lo ÚNICO que hará con ella será jugar al Plants Vs. Zombies.

someone-is-wrong-on-internetLa gente no lee porque no tiene tiempo (las galas de los reality shows de Tele 5 son cada vez más largas, y además hay un montón de bullshit a la que atender en Facebook y en Twitter), porque tampoco tiene demasiadas ganas (preferimos esperar a ver la serie cuando la hagan, sobre todo si se trata de cosas como Juego de Tronos, que acaban por adelantar a los libros convirtiéndolos así en novelizaciones), y porque decididamente no tiene dinero para permitírselo (con lo que cuesta un tochaco en tapa dura te alcanza para dos gintonics de Hendricks y Fever Tree; ¿dónde está el debate?).

E incluso entre los pocos que leemos, lo cierto es que la mayoría leemos puro estiercol. Actualmente, los títulos más populares para el público adulto son las sagas juveniles catetas (los pseudo-vampiros de Crepúsculo, la distopía chic de Los Juegos del Hambre y horteradas similares), o los desvaríos magufos del entrañable morning-singer Eduard Punset. Ambos ejemplos demuestran bien a las claras el lamentable listón de exigencia que nos imponemos a nosotros mismos. Nuestra sociedad, no cabe duda, se está convirtiendo a paso ligero en un gigantesco y acrítico criadero de amebas. El panorama es tan desolador que uno acaba añorando los tiempos en que los autores más leídos eran J. J. Benítez o Barbara Cartland (poca gente lo sabe, pero si te pones delante del espejo y dices «Barbaracarlan Barbaracarlan Barbaracarlan» ocurre como en la película Candyman: se te aparece y te dice ¡Aaaaay que te cojoooo!»).

Really-High-Guy-Meme-Takes-On-Reading-BooksTotal, que nadie lee, y menos aún a los autores clásicos; y no, vosotros tampoco lo hacéis, no me vengáis ahora con milongas. Pero tranquilos que aquí estoy yo, el CRITERIO, para remediar esa minusvalía espiritual y llevaros hacia la luz: bajo estas líneas os he preparado una suculenta selección de 15 obras maestras de la literatura universal reducidas a su mínima expresión, a sus sales esenciales, deshidratadas como si fueran comida para astronautas. Apenas os llevará unos segundos leer cada una de ellas, las más largas no más de un minuto. ¿Para qué meterse entre pecho y espalda un ladrillazo de casi mil páginas como Moby Dick (que de pronto, a mitad del libro, el chalao de Herman Melville te corta la acción y se pone a explicarte los tipos de ballena que hay en el mundo), cuando con el gracioso resumen de apenas doscientas palabras aquí incluído ya vas que te estrellas?

Las presentes sinopsis deberían bastar para soltar un par de ocurrentes chascarrillos en cualquier reunión social, aparentando que uno tiene cultura y carisma, y aumentando por lo tanto las posibilidades de encontrar a alguien con quien follar al final de la velada. Que oye, no nos engañemos, en realidad es lo que buscamos todos, ¿no? Volviendo a Eduard Punset, ¿para qué creéis que iba el tío a casa de aquellas tres chavalicas en el anuncio del pan de molde y les soltaba toda esa mierda Jedi sobre el doble horneado? ¿Y más teniendo en cuenta que ellas le advertían que NUNCA COMEN PAN? Observad su mirada de sátiro durante todo el spot. Para hablar de literatura no iba, ya os lo digo yo…

QUINCE CLÁSICOS DE LA LITERATURA UNIVERSAL EN UN MINUTO

1. Orgullo y prejuicio, de Jane Austen
Mr. Darcy: ¡Oh, ninguna mujer me parece lo bastante buena como para casarme con ella!
Elizabeth Bennet:  ¡Oh, nunca toleraría casarme con un hombre tan orgulloso como éste!
(al final, ambos cambian de opinión)
FIN

2. El retrato de Dorian Gray, de Oscar Wilde
Basil Hallward: Hay que ver Dorian, qué bonico es usted ¡Le voy a pintar!
(lo pinta)
Lord Henry Wotton: Y qué vicio tiene además… ¡Venga, vámonos de putas!
(se van)
Dorian Gray: ¡Ay, si pudiera mantenerme joven, y que el retrato envejeciera por mí!
(así ocurre)
Dorian Gray (años más tarde): ¡Joder, qué harto me tiene ya el cuadro de los cojones!
(se mata)
Los criados de Dorian Gray: Esto se veía venir. El señorito no andaba fino.
FIN

3. Rebelión en la granja, de George Orwell
Algunos cerdos con nombres divertidos como «Napoleón» o «Bola de Nieve» lideran una revuelta animal contra su granjero humano. Tras alcanzar sus objetivos políticos se pasan un tiempo haciendo el vaina y jugando al póker. Luego abrazan la dictadura. El cerdo Napoleón simboliza a Stalin.
Es todo razonablemente metafórico.
FIN

4. Adios a las armas, de Ernest Hemingway
Frederick Henry:
 Hay que ver, qué coñazo es estar en Italia durante la Gran Guerra, lejos de mi amada Catherine.
Catherine Barkley: ¡Querido, he venido a buscarte! ¡Escapémonos a Suiza, que lo pasaremos pirata, ya verás!
(para allá que se van)
Frederick Henry (tiempo después): Oye, pues tenías razón. Esto de Suiza es la lech…
Catherine Barkley: Ay, calla calla… que me está entrando una flojera, así de pronto…
(Catherine muere)
Frederick Henry: Esta puta guerra me ha convertido en un cínico.
FIN

5. Romeo y Julieta, de William Shakespeare
Romeo: ¡Oh, Julieta!
Julieta: ¡Oh, Romeo!
Romeo: ¡Oh, Julieta!
Julieta: ¡Oh, Romeo!
Romeo: ¡Oh, Julieta! (muere)
Julieta: ¡Oh, Rom…! ¿Romeo?… Mierda.
FIN

6. Los viajes de Gulliver, de Jonathan Swift
(Gulliver viaja como si no hubiera Dios)
Un habitante de Lilliput: Aquí somos todos pequeños.
Un habitante de Brobdingnag: Aquí somos todos grandes.
Un habitante de Laputa: Aquí flotamos.
Un caballo: Aquí los animales hablamos.
Gulliver: La conclusión que he sacado de mis aventuras es que los humanos son profundamente gilipollas.
FIN

7. La metamorfosis, de Franz Kafka
Gregorio Samsa: ¡Ostia puta! ¡Soy un bicho!
La familia de Gregorio Samsa: ¡Ostia puta! ¡Es un bicho!
(al cabo de un tiempo, Gregorio Samsa muere)
FIN

8. Guerra y paz, de Leo Tolstoy
Leo Tolstoy: Las vicisitudes históricas controlan todo lo que hacemos, así que no vale la pena detenerse a observar en detalle los actos de los individuos, porque son irrelevantes. Para demostrar este argumento, voy a examinar en detalle los actos de más de 500 individuos durante 1200 páginas.
(1200 páginas después)
Leo Tolstoy: ¿Véis lo que os decía?
FIN

9. El guardián entre el centeno, de J.D. Salinger
Holden Caulfield: Me rallo, me rallo, me rallo, me cago en todo, me rallo, me rallo, me cago en todo, me rallo, estoy confuso. El mundo de los adultos apesta. Los adolescentes somos unos locuelos.
FIN

10. El sueño de una noche de verano, de William Shakespeare
Hermia, Lysander, Demetrio y Helena: ¡Estamos todos enamorados de la persona equivocada!
(se van al bosque, les pasan cosas rarísimas, se emparejan correctamente y viven felices para siempre)
FIN

11. Jane Eyre, de Charlotte Brontë
(la gente en general trata mal a Jane Eyre)
Edward Rochester: Jane, tengo un secreto oscuro. ¿Te quedarás a mi lado sea lo que sea?


Jane Eyre: Sí.
Edward Rochester: No me acabo de fiar.
Jane Eyre: Te estoy diciendo que sí. No aturdas.


Edward Rochester: Ok. Mi secreto es que tengo una esposa lunática.
Jane Eyre: Me piro, pero ya.
(Jane Eyre se marcha; Jane Eyre vuelve)
Jane Eyre: Oye, que me lo he pensado y me quedo contig… Uuuuh… ¿pero qué te ha pasado, pichón?


Edward Rochester: Mi esposa se ha suicidado y me ha dejado manco y ciego.
Jane Eyre: Bueh, es igual; he dicho que me quedaba y me quedo. Total…
Edward Rochester: ¿Seguro que no te doy angustia?
Jane Eyre: Va, calla y tira, cansino.
FIN

12. El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes
PRIMERA PARTE
Don Quijote: Pero, ¿qué ven mis ojos? ¡He de hacer algo! El Código de Caballería me demanda que:
– A) Desfazca este entuerto,
– B) Destruya a esta criatura demoníaca,
– C) Ayude a esta víctima desvalida.
Sancho Panza: Que no mi señor, que no. Que estamos ante otra situación completamente normal y corriente.
Don Quijote: Calla, calla; yo tiro.
(Don Quijote se cae del caballo)
Sancho Panza (para sus adentros): Menos mal que tengo este carácter campechano, porque cualquier otro lo mandaba a la mierda.
(toda la escena anterior se repite numerosas veces)

Segunda parte
(la escena de la primera parte se repite numerosas veces; a Don Quijote le entra fiebre)
Don Quijote: ¡Ay, Sancho, ahora me doy cuenta de lo que me decías! ¡Qué loco estoy, hostias!
(Don Quijote muere)
Sancho Panza: A buenas horas mangas verdes.
FIN

13. Retrato de una dama, de Henry James
Caspar Goodwood: Isabel, soy un tipo la mar de majo, te quiero y soy rico. Cásate conmigo.
Isabel Archer: Mmmmh… no.
Lord Warburton: Isabel, soy un tipo la mar de majo, te quiero y soy rico. Cásate conmigo.
Isabel Archer: Mmmmh… no.
Gilbert Osmond: Isabel, soy un manipulador, un cazafortunas y te voy a arruinar la vida. Cásate conmigo.
Isabel Archer: Mmmmh… vale.
FIN

14. Hamlet, de William Shakespeare
Hamlet: Me quejo… me quejo… me quejo… qué mal rollo de familia… ser o no ser, y tal… fenezco.
FIN

15. Moby Dick, de Herman Melville
Ismael: Mi nombre es Ismael. Ahí lo dejo.
(Ismael se enrola en el barco ballenero del capitán Ahab)
Capitán Ahab: Tripulación, a ver una cosa. Vamos a ir en busca de la ballena blanca que me dejó cojo, y vamos a matarla.
Tripulación: ¡Oh, pobres de nosotros! ¡Tu obsesión de venganza será nuestra ruina!
Capitán Ahab: Ya, bueno… Es lo que hay. Hala, a navegar.
(navegan a tutiplén; casi encuentran a la ballena blanca; entonces casi encuentran a la ballena blanca; entonces casi encuentran a la ballena blanca…)
Herman Melville: Hola, soy el autor. Voy a romper la cuarta pared un rato para explicaros que el mar está lleno de peces.
(siguen navegando; casi encuentran a la ballena blanca; entonces casi encuentran a la ballena blanca; entonces casi encuentran a la ballena blanca; entonces ENCUENTRAN a la ballena blanca)
Capitán Ahab: ¡Toooma arponazooo!
Moby Dick (para sus adentros): Vas a pillar lo que no está escrito, campeón.
(todo el mundo muere excepto Ismael; se veía venir desde el principio)
FIN

P.D. del lector: Herman Melville era TONTACO, porque Moby Dick no es una ballena blanca, es un CACHALOTE.

Hazañas bélicas

Apocalypse Now17
– «¡Artie! Ven y aguanta esto un momento mientras yo sierro. ¿Por qué lloras, Artie? Sujeta mejor la madera.»
 «Me he caído y mis amigos se han ido patinando sin mí.»
Dejó de serrar.

 «¿Amigos? ¿Tus amigos? Enciérralos juntos en una habitación sin comida durante una semana… ¡y entonces entenderás qué son los amigos!»
del cómic Maus, de Art Spiegelman

 «Yo ordené un ataque, y sus tropas se negaron a atacar.»
 «Mis tropas atacaron señor, pero no pudieron avanzar.»

 «Porque no lo intentaron, yo mismo pude verlo. La mitad de los hombres no salieron de las trincheras.»
 «Una tercera parte quedaron inmovilizados por el fuego enemigo.»

 «Olvídese de las fracciones, coronel; el hecho es que una buena parte de sus hombres se quedaron en las trincheras. Coronel Dax, tengo intención de hacer procesar a diez hombres de cada compañía de su regimiento bajo pena de muerte por cobardía.»
(…)

 «¿Pero no ve señor que no son unos cobardes? Si algunos de ellos no salieron de las trincheras sin duda fue porque era imposible.»

 «Tenían la orden de atacar. Su obligación era obedecer la orden. Si era imposible, la única prueba válida serían sus cadáveres en el fondo de las trincheras. Son escoria.»
de la película Senderos de gloria, de Stanley Kubrick

Puedo resumir todo lo que he aprendido sobre los conflictos en unas pocas palabras; y pienso hacerlo: la civilización supone una enorme mejora sobre la carencia de ella (…). Todos los anarquistas de salón de las residencias universitarias deberían pasar una hora en Beirut (…). Somos unos estúpidos cuando renunciamos a defender la civilización. Es como si los romanos de la Antigüedad hubiesen dicho: «Bueno, la verdad es que las tribus germánicas tienen aspiraciones nacionalistas y culturales perfectamente válidas. Vamos a retirar las legiones del Rhin, discutiremos nuestras diferencias en una conferencia de paz multilateral presidida por el Imperio de los Patanes e instituiremos un programa de Estudios Vándalos en la Academia de Atenas».
del libro Vacaciones en la guerra, de P. J. O’Rourke

 «¡Señor, la mayor parte de la compañía está desplegada! ¡El primer pelotón intenta rodear por el flanco pero está bloqueado bajo el fuego de un francotirador! ¡Está en el edificio del tejado hundido!»
 «¡Lancen granadas de mortero sobre esa casa hasta destruirla! ¡Después, que el primer pelotón entre por delante sin dar rodeos! ¡Los demás que me sigan!»
de la serie de TV Hermanos de sangre

Ahora pienso que estar aquí es lo correcto
Pero he de reconocer que esta noche estoy asustado
Agachado en este agujero con la boca llena de arena
Qué fue primero, el país o el hombre
Mira a esos ojos rasgados que vienen colina arriba, tomándonos por sorpresa
Llegó la hora de matar o morir
(…)
Nunca volví a casa, mi pelotón nunca fue rescatado
Aquel pequeño agujero se convirtió en mi tumba
de la canción Everywhere, de Billy Bragg

 «¿Como se llamaba aquel chico de Anzio? El que siempre iba a gatas y cantaba la canción del trapecio.»

 «Vecchio.»

(Risas)
 «Si, Vecchio. Era un alelao.»
 «Meaba en forma de «V» en las chaquetas de todos. Por Vecchio. Y por Victoria.»

(Risas)
 «Era muy bajito ¿No?»

 «Era un poco enano.»

 «Me pregunto como entraría en los Rangers.»

 «Le dispararon en un pie; por eso iba a gatas.»

 «A gatas iba más deprisa. Hasta corría más deprisa.»
(Risas)
 «Vecchio… Caparzo… Verá… cuando acabas matando a uno de tus hombres, te dices que ocurrió para salvar la vida de otros dos o tres, o de diez, o incluso de cien. ¿Sabe cuantos hombres han muerto bajo mi mando?»
 «¿Cuantos?»

 «94… Eso significa que he salvado la vida a diez veces más ¿No? Quizá a veinte. A veinte veces más. Y así de fácil, así es como racionalizas tener que elegir entre la misión y los hombres.»

 «Solo que esta vez la misión es un hombre.»

 «Ojalá ese tal Ryan lo merezca. Más vale que cure alguna enfermedad o invente una bombilla de larga duración… porque lo cierto es que no cambiaría a diez Ryans por un Vecchio o un Caparzo.»
de la película Salvar al soldado Ryan, de Steven Spielberg

Mis queridos niños, no olvidéis jamás esto: los lobos que llevaron a cabo estas atrocidades eran lobos normales, quiero decir lobos como los demás. No se dejaron llevar por la excitación de la batalla ni por el olor de la pólvora. No se vieron arrastrados por el hambre. No estaban allí para defenderse, ni para vengar a uno de los suyos. Simplemente, habían recibido la orden de matar. No creáis a aquellos que os cuenten que eran lobos de alguna secta especial. ¡Es falso! Creedme, mis niños, volveré a repetíroslo: no hay lobos malos y lobos buenos; sólo está la Barbarie, que es un todo, y que consta de una única raza de monstruos, de verdugos, de sádicos, de asesinos. Hay animales que nacen sin patas, o sin orejas, y nos parecen anormales. Pues bien, esta raza había nacido sin corazón. El más dulce y amable entre ellos hubiera sido capaz de abriros el vientre en canal con una sonrisa en los labios.
del cómic La Bete Est Morte!, de Calvo

Para el cabo Fife, de pie ahora en medio del silencioso grupo de mando de la compañía, la ausencia de gritos sólo servía para aumentar su impresión previa de que todo era como una empresa comercial. Como una aventura comercial normal, en vez de una guerra (…). Era como si una ecuación matemática se hubiera expresado como un riesgo calculado: había dos barcos grandes y caros y unos veinticinco aviones enviados a destruirlos. Estos habían sido protegidos, durante todo el tiempo posible, por aviones más pequeños, que eran menos caros que ellos, y luego habían seguido solos basándose en la teoría de que todos los aviones grandes, o parte de ellos, bien valían todo o parte de los dos grandes barcos. Los cazas defensores, que obedecían a los mismos principios, intentaban mantener el precio lo más alto posible, consistiendo su mayor esperanza en cazar a los veinticinco aviones grandes sin pagar todo o nada de ninguno de los dos barcos. Y el que hubiera hombres dentro de aquellas máquinas caras que contendían entre si no era importante, excepto en el sentido de que eran necesarios para manipular las máquinas. La idea en sí misma, y lo que implicaba, era como una hoja fría de terror clavada en las entrañas indefensas de Fife (…). No le importaba morir en la guerra, en una guerra de verdad -o, por lo menos, creía que no le importaba-, pero no quería morir en una aventura comercial.
de la novela La delgada línea roja, de James Jones

Luché en una guerra,
y dejé a mis amigos tras de mí,
para ir en busca del enemigo.
Y no pasó mucho tiempo,
antes de que me encontrase frente a frente con otro chico,
y con un cadáver que cayó justo sobre mi,
con las balas volando alrededor
.
Y recordé las cosas que me decías cuando salíamos
.
Y apuesto a que estás en casa,
haciendo un collar de conchas
,
para que otro chico honrado y trabajador lo lleve alrededor de su cuello.
Bueno, no me hará daño pensar sobre tí como si estuvieras esperando a que te llegara
[esta carta
.
Porque voy a estar aquí bastante tiempo.
de la canción I Fought In a War, de Belle and Sebastian

 «Hoy, es navidad. Habrá una sesión de magia a la 09:30. El capellán Charlie os va a decir como el mundo libre vencerá al comunismo, con la ayuda de Dios, y unos pocos marines. A Dios, se le pone dura con los marines, porque matamos a todo bicho viviente. El juega a lo suyo, nosotros a lo nuestro. Y para mostrarle nuestra gratitud por su inmenso poder ¡le llenamos el cielo de almas hasta los topes!. Dios ya existía antes que el cuerpo de marines, así que el corazón se lo podéis dar a Cristo, pero el culo pertenece al cuerpo. ¿Habéis entendido, nenas?»
 «¡Señor, si señor!»

 «¡No lo he oído!»

 «¡¡Señor, si señor!!»

de la película La chaqueta metálica, de Stanley Kubrick

De pronto un rayo láser pasó por entre los taurinos, errado el blanco. Se oyó un grito espantoso que me hizo volver la cabeza. Alguien (creo que era Perry) se retorcía en el suelo con la mano derecha sobre el muñón marchito del brazo izquierdo, cercenado justo bajo el codo. La sangre manaba por entre sus dedos mientras el traje, confundidos los circuitos de camuflaje, pasaba del negro al blanco, al jungla, al desierto, al verde y al gris.
(…)
Aquello fue una carnicería, aunque el enemigo superaba en número a nuestro flanco por cinco a uno. Seguían avanzando sin vacilar, aunque debían pasar por encima de los cadáveres y miembros cercenados, en línea paralela a la nuestra. El suelo intermedio estaba rojo y viscoso por la sangre de los taurinos (todas las criaturas de Dios tienen hemoglobina); al igual que con los ositos de felpa, a mis ojos sin experiencia sus entrañas se parecían mucho a las de cualquier humano. Mi casco retumbaba con una risa histérica mientras los reducíamos a trozos ensangrentados.
de la novela La guerra interminable, de Joe Haldeman

 «¡Bien! ¡Las guapas poneros a la derecha, las feas a la izquierda! ¡Hey tu! ¿Que haces en la derecha? ¿Has tomado al Reich por idiota?»
 «Eur… sabe usted, soy muy bonita por dentro.
»
 «Bueno… la llevo a la enfermería para que la abran y asegurarme.
»
del cómic Hitler=SS, de Vuillemin y Gourio

 «Aristócratas prusianos ¡Valiente montón de mierda! (…) ¿Se marcha sin su cruz de hierro capitán? Es sólo cuestión de tiempo.»
 «¿Y el resto de su pelotón?… ¡He dicho «y el resto de su pelotón», sargento Steiner!»
 «Usted, capitán Stransky, usted es el resto de mi pelotón.»
(Steiner le pasa a Stransky una metralleta)
 «¿Sabe manejarla?»
 «Naturalmente.»
 «Muy bien, acepto. Le enseñaré como lucha un oficial prusiano.»
 «Y yo le enseñaré donde crecen las cruces de hierro.»
de la película La Cruz de Hierro, de Sam Peckimpah

Y entonces hay como un trueno largo y sordo que retumba en el flanco derecho, y los doce escuadrones de caballería se extienden por la llanura mientras ganan velocidad, y los artilleros rusos que empiezan a espabilarse, Popof, mira lo que viene por ahí, esa sí que no me la esperaba, tovarich, la virgen santa, nunca imaginé que tantos caballos y jinetes y sables pudieran moverse juntos al mismo tiempo (…).
Total. Que los artilleros rusos cambian de objetivo y empiezan a arrimarle candela a Murat y sus muchachos, y el primer cañonazo va y arranca de su caballo al general Fuckermann y lo proyecta en cachitos rojos sobre sus húsares que van detrás, ahí nos las den todas, pero hay muchas más, raaas-zaca, raaas-zaca, y ya corren caballos sin jinete adelantándose a las filas cerradas de los escuadrones, bota con bota y el sable extendido al frente mientras suena el tararí tararí, y los húsares sujetan las riendas con los dientes y empuñan en la mano izquierda la pistola, y los coraceros con destellos metálicos en el pecho y la cabeza, con boquetes redondos que se abren de pronto en mitad de la coraza y todo se vuelve de repente kilos de chatarra que rueda por el suelo, tiznándose de hollín y barro mientras sigue el tararí tararí y Murat, ciego como un toro, sigue al frente del asunto y está casi a la altura del 326, húsares por la derecha, coraceros por la izquierda y allá en su frente Estambul, o sea, Moscú, o sea, Sbodonovo, o sea los cañones rusos que escupen metralla como por un grifo.
de la novela corta La sombra del Águila, de Arturo Perez-Reverte

 «Quiero que recordéis, que ningún bastardo ganó jamás una guerra muriendo por su patria. La ganó, haciendo que otros pobres estúpidos bastardos murieran por ella. Muchachos, todas esas historias de que América no quiere luchar, que pretende estar al margen de la guerra, son un montón de estiércol (…). Los americanos aman al ganador, no pueden soportar al que pierde. Todo americano juega siempre para ganar. Yo no apostaría el pellejo por un hombre que, estando perdiendo, se riera. Por eso los americanos nunca hemos perdido, ni perderemos, una guerra. Porque la sola idea de perder nos resulta odiosa (…). Todos sabéis, y es la verdad, que compadezco a esos pobres contra los que vamos a luchar, por Dios que así es. Ya que no solo vamos a disparar contra ellos. ¡Nuestra intención es arrancarles las entrañas y usarlas después para engrasar las ruedas de nuestros tanques! ¡Vamos a matar a esos miserables teutones por millares! Bien… Algunos de vosotros estáis dudando de si tendréis miedo bajo el fuego. Eso no debe preocuparos. Estoy convencido de que todos cumpliréis con vuestro deber. ¡Los nazis son el enemigo!. ¡Cargad contra ellos, derramad su sangre, disparadles en el vientre!. Cuando pongáis la mano sobre una masa informe que momentos antes era el rostro de vuestro mejor amigo, ya no dudaréis (…). Sin duda habrá algo que podréis contar cuando volváis a vuestras casas; y dar gracias a Dios por ello. Si dentro de treinta años, sentados junto al hogar, y con vuestro nieto sobre las rodillas, él os pregunta que es lo que hicisteis en la Segunda Guerra Mundial, no tendréis que contestarle «pues… acarreé estiércol en Louisiana». Bien, ahora hijos de perra, ya sabéis como pienso.»
de la película Patton, de Franklin J. Schaffner

Con los corazones unidos en silencio… cargamos.
Hombro con hombro, escudo con escudo, con los ojos fijos en los de nuestros odiados enemigos, saboreando su incipiente terror… golpeamos.
Unidos… fundidos… una sola criatura, indivisible, impenetrable, imparable… empujamos.
Los persas jadean, y gimen, y juran, chillan y tropiezan y caen, estampando sus sesos en las piedras, sus pulmones ahogándose en las profundidades del mar salado. Los espartanos nos reímos como locos, y seguimos empujando.
Sin prisioneros. Sin piedad.
Hemos comenzado muy bien.
del cómic 300, de Frank Miller

Creo que puedo afirmar como hecho que ha dejado establecido la historia moderna que todo el mundo, o casi, en un conjunto de circunstancias determinado, hace lo que le dicen; y habréis de perdonarme, pero hay pocas probabilidades de que vosotros fuérais la excepción, como tampoco lo fui yo. Si habéis nacido en un país y en una época en que no sólo nadie viene a mataros a la mujer y a los hijos sino que, además, nadie viene a pediros que matéis a la mujer y a los hijos de otros, dadle gracias a Dios e id en paz. Pero no descartéis nunca el pensamiento de que a lo mejor tuvisteis más suerte que yo, pero que no sois mejores. Pues si tenéis la arrogancia de creer que lo sois, ahí empieza el peligro. Nos gusta eso de oponer el Estado, totalitario o no, al hombre vulgar, chinche o junco. Pero nos olvidamos entonces de que el Estado se compone de hombres, más o menos vulgares todos ellos, cada cual con su vida, su historia, la serie de casualidades que hicieron que un día se encontrara del lado bueno del fusil o de la hoja de papel, mientras que otros se encontraban del lado malo. Muy pocas veces ha escogido uno ese itinerario, ni siquiera hay una predisposición a seguirlo. A las víctimas, en la inmensa mayoría de los casos, nunca las torturaron o las mataron porque eran buenas, y sus verdugos no las torturaron porque fuesen malos. Pensar eso sería un tanto ingenuo, y basta con tratarse con cualquier burocracia, incluso la de la Cruz Roja, para convencerse de ello.
de la novela Las benévolas, de Jonathan Littell

 “Si ha oído de nosotros, probablemente sabrá que no estamos en el negocio de hacer prisioneros. Estamos en el negocio de matar nazis. Y amigo, el negocio va de puta madre.”
de la película Malditos bastardos, de Quentin Tarantino

Fue justo antes del amanecer,
una mañana miserable
en el negro ’44.

Cuando al comandante de la vanguardia
se le ordenó aguantar su posición,
tras pedir que le dejaran retirar a sus hombres.

Y los generales dieron las gracias,
al ver que las demás tropas,
lograban contener temporalmente a los tanques enemigos.

Y la cabeza de puente de Anzio
fue defendida a cambio
de unos pocos cientos de vidas corrientes.

Y el amable y viejo Rey Jorge,
le envió a mi madre una nota,
cuando se enteró de la muerte de mi padre.

Según recuerdo era en forma
de pergamino,
con membrete de oro y todo.

La encontré un día,
escondida,
en un cajón de viejas fotografías.

Y mis ojos aún se humedecen al recordar,
que su majestad la firmó,
con su propio sello de goma.

Estaba oscuro alrededor,
había escarcha en el suelo,
cuando los tigres fueron liberados.

Y no sobrevivió nadie,
de la Compañía C,
de Fusileros Reales.

Fueron todos dejados atrás,
la mayoría muertos,
el resto moribundos.

Y así fue como,
el alto mando
me arrebató a mi papá.
de la canción When the Tigers Broke Free, de Pink Floyd

 «Cuando vuelva a casa y la gente me pregunte: eh, Hoot ¿por qué lo haces tío? ¿Por qué? ¿Eres un yonqui de la guerra o qué?… no pienso decir ni una puta palabra. ¿Sabes por qué? Porque no me entenderían. No entienden por qué lo hacemos. No entenderían que es por el hombre que está a tu lado. Es por eso. No hay nada mas.»

de la película Black Hawk derribado, de Ridley Scott

Perplejo, hiciste lo posible por razonar conmigo. No más invasiones, dijiste, no más campañas, no más de nuestros chicos lanzándose contra las defensas niponas. Esos canallas se rendían. Se había acabado.
¿«Y qué vamos a hacer nosotros», te grité? Si los japoneses iban a convertirse en nuestros aliados, ¿qué demonios se suponía que teníamos que hacer nosotros al respecto?
Y entonces lo dijiste.
Te grité al oirlo. Te insulté de manera horrible. Me gustaría poder decir que lo siento, pero no puedo. No puedo disculparme con alguien que dice tal cosa. No puedo afrontar un futuro en el que eso sea cierto.
Billy, para ti la guerra fue como un gigantesco partido de rugby, a pesar de todos los horrores que sufriste. Ellos nos golpeaban, así que nosotros les golpeábamos el doble de fuerte, hasta que el árbitro hizo sonar su silbato y fin del partido, con la satisfacción de saber que habías ganado y que les habías propinado unos cuantos codazos que no olvidarían. Con eso te bastaba.
A mí no me basta.
Nadie arreglará nunca lo que me hicieron.
Al final, eso es lo que me resulta insoportable. Se espera de mí que viva con ello y que perdone demasiado. Sus ciudades ya no arderán más. Sus hombres volverán a casa. Sus mujeres no tendrán que entonar más canciones fúnebres.
Billy, ¿recuerdas lo que dijiste en respuesta a mi pregunta? ¿Cuando sonreiste, desconcertado por mi furia, pensando que un poco de frivolidad me calmaría? ¿Dándote cuenta, demasiado tarde, de que de algún modo aquello nos estaba separando definitivamente?
“Ahora tendremos que aprender a quererles, Carrie”.
Eso fue lo que dijiste.
del cómic Battlefields: Dear Billy, de Garth Ennis y Peter Snejbjerg

 “¿Queréis ver una guillotina en Picadilly? ¿Queréis llamar rey a ese andrajoso de Napoleón? ¿Qué vuestros hijos canten la Marsellesa? Señor Mowett, señor Pullings, batería de estribor.”
de la película Master and Commander: Al otro lado del mundo, de Peter Weir

 «Ey, Walt, ¿puedes bajar la voz? No me dejas oir la artillería.»
de la serie de TV Generation Kill

«Vivimos en un mundo que tiene muros, y esos muros han de estar vigilados por hombres armados. ¿Quién va a hacerlo? ¿Tú? ¿Usted, teniente Weinberg?. Yo tengo una responsabilidad mayor de la que puedas calibrar jamás.
 Tú lloras por Santiago y maldices a los marines. Tienes ese lujo. Tienes el lujo de no saber lo que yo sé, que la muerte de Santiago, aunque trágica, seguramente salvó vidas; y que mi existencia, aunque grotesca e incomprensible para ti, salva vidas. Tú no quieres la verdad porque en zonas de tu interior de las que no charlas con los amiguetes me quieres en ese muro, me necesitas en ese muro.
 Nosotros usamos palabras como honor, código, lealtad… las usamos como columna vertebral de una vida dedicada a defender algo. Tú las usas como gag; y no tengo ni el tiempo, ni las más mínimas ganas, de explicarme ante un hombre que se levanta y se acuesta bajo la manta de la libertad que yo le proporciono, y después cuestiona el modo en que la proporciono. Preferiría que sólo dijeras gracias y siguieras tu camino. De lo contrario te sugiero que cojas un arma y defiendas un puesto. De todos modos, me importa un carajo a qué creas tú que tienes derecho.»
de la película Algunos hombres buenos, de Rob Reiner

La guerra es el infierno, pero eso no significa ni la mitad de lo que es, porque la guerra es también misterio y terror, y aventura y valor, y descubrimiento y santidad, y lástima y desesperación, y ansiedad y amor. La guerra es asquerosa; la guerra es divertida. La guerra es excitante; la guerra es monótona. La guerra te convierte en hombre; la guerra te convierte en muerto.
de la novela Las cosas que llevaban los hombres que lucharon, de Tim O’Brien

En defensa de Los Teletubbies

74c820609bba56fadaa16e4d2d759308 En unas verdes colinas de aspecto similar al que tendría Hobbiton si lo hubiese redecorado Ikea, vivían cuatro extrañas criaturas a medio camino entre un oso panda y el primo trofollo del extraterrestre que salía en Mi amigo Mac. Tenían la piel de colores llamativos (puestos el uno al lado del otro parecía que iban disfrazados de parchís viviente), extrañas antenas sobre sus cabezas y una especie de pantalla de televisión implantada en la tripa. Un cuadro, vamos. Se llamaban Tinky Winky, Dipsy, Laa-Laa y Po, y solían vivir aventuras no exactamente emocionantes pero sí bastante hipnóticas. Se los conoció colectivamente como Los Teletubbies, y fueron quizás el cuarteto de personajes de ficción más famoso que dio la cultura pop de los 90.

El factor diferencial que tuvieron Los Teletubbies, cuando los desvistes de todo su impacto popular y los comparas, a nivel de simple concepto, con otros programas de TV infantiles inmediatamente posteriores a ellos (es imposible buscarles paralelismos con nada de su misma época, pues de algún modo supusieron un espacio pionero en su franja horaria), es que eran arte de vanguardia para niños. El túrmix entre despiporre cromático, tramas simples pero un tanto surrealistas y voluntad de educar por la vía del mensaje subliminal, daban al show un tono de alucinación psicodélica que dejaba a la chiquilleria absorta, como los monetes de 2001: una odisea del espacio ante el monolito. Los Teletubbies hablaban directamente al niño en su lenguaje gutural y un punto absurdo, sin concesiones ni filtros al mundo de los mayores.

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A la mayoría de padres, por supuesto, Los Teletubbies les horrorizaban/les aburrían/les inquietaban. Incluso los papases y las mamases más modern@s y progres solían preferir animaciones pulcras, técnicamente impecables e “insta-lovables” como Pocoyó, ejercicios absolutamente faltos de riesgo y ligeramente casposos como Los Lunnis (esas canciones infernales…) o clásicos del género como Barrio Sésamo (el Santo Grial de la televisión infantil; todo lo que se ha hecho después ha tenido que sufrir en un momento u otro la comparación de si “es peor o mejor que Barrio Sésamo”). Sin embargo, precisamente ese rechazo que provocaban Los Teletubbies entre el público adulto les dio su sello de autenticidad ante los niños. Es como cuando eres adolescente y tus mayores te pegan la brasa con eso de que la música que te gusta «sólo es ruido», y que era mucho mejor lo que se escuchaba en sus tiempos (los Beatles, Nino Bravo, Dire Straits… eso ya depende de la década en la que naciste). Por eso, hacerse fan de esos cuatro bicharracos de colorines tenía algo de actitud contestararia y punk. Al menos, todo lo contestataria y punk que pueda entender un crío de menos de cuatro años.

Pese a su aparente sencillez, Los Teletubbies siempre dejaron entrever que detrás del decorado había algo más, algo que estaba abierto a interpretaciones no sólo estilísticas sino incluso filosófico-sociales. Son de sobras conocidos, por ejemplo, los exabruptos del inefable tele-evangelista Jerry Falwell respecto a que el show hacía apología de la homosexualidad (sus argumentos: Tinky Winky era de color púrpura, su antena tenía forma de triángulo y llevaba bolso, todo lo cual eran señales inequívocas de mariconeo fino). O las numerosas teorías conspiranoicas sobre su utilización como herramienta de propaganda encubierta para todo tipo de causas malvadas (uno de mis ejemplos favoritos es este descacharrante artículo, que los vincula con una trama secreta capitaneada por los ateos, las feministas y la UNESCO para lavar los cerebros infantiles). Por no hablar de la multitud de parodias que se generaron en torno a ellos, la mejor de las cuales posiblemente sean los Nazitübbies, un mini-espacio dentro del talk show danés den 11. time, que mostraba cómo podrían haber sido los cuatro personajes si Hitler hubiese ganado la Segunda Guerra Mundial, y que sorprende por su fenomenal factura visual y su atención por los detalles (está currado de verdad, no es un simple sketch estilo Los Morancos con un croma de fondo).

Teniendo en cuenta todo lo que acabo de explicar, reconozco que me ha tocado un poco las narices la reciente aparición de los llamados “Teletubbies siniestros”, una presunta gamberrada que ha tomado internet al asalto pero que, ya lo siento, no es ni tan original, ni tan iconoclasta, ni tan epatante como se ha querido vender desde los rincones más hipsters de la blogosfera. La cosa empezó con la aparición en diversas redes sociales de una fotografía de Los Teletubbies pasada a blanco y negro y alterada a base de filtros de Photoshop. Hay que reconocer que la imagen tenía cierta cualidad sombría y que quedaba de lo más aparente como fondo de pantalla o portada de Facebook, pero tampoco iba más allá de la anécdota (sí, es ésta de aquí abajo…).

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Sin embargo, pocos días más tarde el «YouTuber» Christopher G. Brown decidió llevar la idea un paso más lejos: trincó un sketch de Los Teletubbies, lo pasó también a blanco y negro, le quitó el volumen, le pegó encima la estupenda canción Atmosphere de Joy Division basándose en un supuesto parecido con el videoclip original de la misma (parecido que, me temo, sólo sabe ver él) y hale, ya tenemos fenómeno viral de la semana.

Todo el mundo se hizo eco del asunto (yo lo vi desfilar incluso por webs como las de la revista Time o el New York Daily News) y enseguida se desataron titulares de lo más desaforado, incluyendo adjetivos como “Terrorífico”, frases lapidarias como “Te provocará pesadillas” y hasta comparaciones con el trabajo de artistas como Anton Corbijn, David Lynch o el E. Elias Merhige de Begotten (peli experimental loquísima, que si no habéis visto no deberíais perderos; está enterita AQUÍ). La gente, en general, flota mucho.

El video en sí no tiene nada especialmente destacable (se lograrían resultados similares o incluso mejores pillando por banda cualquier programa infantil, toqueteando su paleta de colores y metiéndole música de, pongamos por caso, Diamanda Galas), salvo su capacidad para demostrar, una vez más, el nivel de tontería complaciente que llena todo internet y las redes sociales en particular. Ante el video en B/N de Los Teletubbies sólo cabe seguir a la masa blob y soltar un “cómo-mola” acrítico, porque cualquier otra postura, cualquier mínima reflexión sobre su irrelevancia (no ya como pieza audiovisual sino como mero chascarrillo de You Tube), te deja a ojos de todo el mundo tirado en la cuneta de lo casposo. Si dices que no te ha molado el video de los Teletubbies siniestros es que no eres moderno ni enrollao. Es el mismo principio por el que quedas como
Image: Woman destroys Elias Garcia Martinez fresco in botched restorationun sieso si se te ocurre decir en Facebook que el asunto del Ecce Homo de Borja no te hizo NI PUTA GRACIA porque no deja de ser la profanación de una obra de arte (menor es cierto, pero eso sólo significa que tuvimos suerte de que dicha iglesia no tuviese nada de Murillo o Tiziano), y que Cecilia Giménez, la viejales que lo repintó, no te parece una graciosa friki sino una vándala sobrevenida, a la que habría que meterle un multazo que le quitase las ganas de volver a coger un pincel ni aunque fuese para glasear bizcochos (en vez de eso, y como vivimos en el imperio de lo imbécil, una agencia de publicidad la contrató como asesora creativa; porque ya sabemos que en internet ningún crimen queda sin recompensa, sobre todo si te garantiza publicidad y visitas).

http---o.aolcdn.com-hss-storage-midas-9ae48cfd0dc98febaf0b60c05df82eb7-201298130-sun+babyVolviendo al tema principal de este artículo y a modo ya de conclusión, mi problema con el video en blanco y negro de Los Teletubbies es que no es una parodia, un homenaje ni una burla como los Nazitübbies, ni tampoco un ataque tronado como el del reverendo Falwell, sino un intento (fallido, claro) de apropiarse de un icono infantil y legitimizarlo de cara a la modernidad adulta, en una demostración tanto de pedantería como de miopía galopante. Porque Los Teletubbies en color, los normales de toda la vida, ya molaban lo suyo. Ya eran inteligentes, arriesgados, extremos y hasta inquietantes. No hacía puñetera falta que viniese nadie a marinarlos con Joy Division para darles validez como producto culturalmente relevante y molón. Los Teletubbies SIEMPRE MOLARON; y si aún no te habías dado cuenta, si no habías sabido entenderlo, es simplemente porque no iban dirigidos a ti, iban dirigidos a ellos. Asúmelo y lárgate con la música (de Joy Division) a otra parte.

Californication: Follar y otras cosas

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Hank Moody es un escritor de éxito, pero eso no significa ni mucho menos que sea feliz: su novela God Hates Us All, que era puro nihilismo, ha sido convertida por Hollywood en una insufrible comedia romántica titulada Crazy Little Thing Called Love; vive en California, un lugar que odia y que le reseca por completo la inspiración para seguir escribiendo; y Karen, el amor de su vida y madre de su hija, lo ha enviado a paseo y se va a casar con otro. ¿Cómo reacciona Hank Moody ante este panorama? Pues un poco como lo haría un personaje creado por Bukowsky: poniéndose ciego, cepillándose todo lo que pilla (que es mucho, porque Moody es una especie de macho alfa inconsciente, que atrae a las mujeres sin apenas tener que hacer nada), y en general metiéndose involuntariamente en todo tipo de líos de los que pocas veces sabe salir sin acabar pisando algún rastrillo. Hank es como un niño grande con buen corazón pero poca cabeza, y con un punto de mala suerte que él mismo empeora debido a su indolencia.

Ignoro por qué se le tiene, en general, tanta tirria a una serie como Californication. Entiendo que un sector del público femenino pueda abominar del protagonista, pero aún en esos casos creo que no han entendido de qué va la cosa (o más bien, no han hecho el esfuerzo de entenderlo), porque si algo deja claro este show es que los tíos podemos llegar a ser muy ceporros cuando nos lo proponemos. Tampoco pasaría nada si Californication fuera simplemente una serie sobre un tipo que se pasa el día follando, pero afirmar eso es una simplificación similar a decir que Urgencias era una serie sobre gente que se pasa el día realizando intervenciones quirúrgicas. Sencillamente, no es cierto. Californication es una serie sobre el fracaso, sobre la crisis de los 40-50, sobre los clichés a los que llamamos colectivamente «felicidad» y sobre un montón de otras cosas.

TOTAL, que después de unos cuantos años de irle detrás por fin me he puesto con ella, metiéndome en vena las siete temporadas en poco más de un mes (a razón de 12 episodios de apenas media hora por temporada, por poco que te enganche te la meriendas). Mis conclusiones: cuatro temporadas iniciales estupendas (sobre todo las dos primeras, jodidamente redondas), y tres últimas temporadas que caen muy rápido en la mediocridad, en cuanto la fórmula se agota (se veía venir que el tema no daba para tanto) y las tramas se descontrolan por la vía del grand guignol.

Por lo menos el personaje central, Hank Moody, sigue siendo reconocible a lo largo de los 84 episodios, sosteniendo sobre sus espaldas todo el peso dramático de la serie. Los secundarios, en cambio, van descarrilando y perdiendo interés poco a poco, en situaciones cada vez más implausibles, gruesas y vodevilescas, hasta que llega un momento en el que todos te la traen al pairo. He visto los últimos 15 o 20 capítulos preocupado exclusivamente por la suerte de Hank, lo cual indica a la vez lo bien escrito e interpretado que está dicho personaje (David Duchovny se sale en un papel que le reivindica como actor y por fin le desencasilla como eterno agente Fox Mulder), pero también refleja la incapacidad de los guionistas para alargar de forma adecuada una historia a la que, siendo sincero, le sobran dos cursos casi completos.

012-californication-theredlistAún así, si has aguantado siete temporadas al lado de Hank Moody estás ya tan implicado con sus vicisitudes que no puedes evitar seguir con él, cruzando los dedos para que las cosas le vayan bien, para que recupere todo aquello que ha perdido: el amor de Karen, el respeto de su hija, su prestigio como escritor de talento, el control mismo sobre su vida. Por tanto, evaluar Californication en su conjunto se me hace complicado. La primera temporada me parece casi perfecta (y además puedes verla por sí misma, porque tiene un final semi-cerrado). La segunda y la tercera mantienen el pulso y amplian el espectro dramático. La cuarta temporada es valiente, porque hace que Moody se enfrente de manera inesperada a las consecuencias de sus actos y resuelve muy bien una de las subtramas más importantes de toda la serie. La quinta temporada es un intento (un tanto fallido) de darle aire fresco a la narración cambiando de tono (para mí la oscurecen demasiado, llevando a Hank a un nivel de degradación exageradísimo). La sexta es otro intento (también fallido) de reverdecer laureles repitiendo las cosas que mejor habían funcionado en los inicios, pero con poca chispa y muchas escenas gratuitas o directamente imposibles de tragar. La séptima y última se centra en los intentos del protagonista por auto-redimirse y «sentar cabeza», con un tono de moralina algo cutre (incluso lleva el pelo corto).

Mira, si me apretáis para que le ponga una nota global a la serie… creo que le doy un 7 (notable bajo); y se lo doy por tres motivos fundamentales: porque pese a todo nunca me he aburrido con ella (incluso en sus episodios más flojos tiene momentos brillantes, de comedia finísima y de drama muy intenso), porque Hank Moody es uno de los personajes de ficción catódica más chulos, más interesantes y mejor desarrollados que he visto jamás, y porque no resulta tan común una serie de TV en la que se hable de sexo sin ningún tipo de complejo, sin juzgar a los personajes ni castigarlos.

Ah, y un cuarto motivo: porque al fin y al cabo, con todas sus idas y venidas, con todo su desfile de tías buenas y sus chistes sobre pollas, cuando le quitas el envoltorio que la rodea, Californication no es otra cosa que una bonita historia de amor; y hoy en día cuesta encontrar historias de amor así de bonitas.

Diumenge de Rams

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En el verano de 1978 yo tenía 9 años (a punto de cumplir 10), y en los cines de toda España se estrenaba la comedia dirigida y protagonizada por Warren Beatty El cielo puede esperar, remake de la muy entretenida El difunto protesta (Alexander Hall, 1941). Por aquel entonces Warren Beatty era una estrellaza de Hollywood cuyo anterior filme, Shampoo, había reventado la taquilla y le había valido una nominación a los Oscar (como guionista) y otra a los Globos de Oro (como actor de comedia). El cielo puede esperar suponía, además, su debut tras la cámara.

Por tanto, la película se estrenó a todo trapo en Barcelona, en el cine Coliseum (uno de los más grandes de la ciudad), con un cartel gigantesco presidiendo la fachada. Era una ilustración extraordinariamente detallada (obra de Birney Lettick, autor de muchas portadas para la revista Time), en la que se veía al protagonista vestido con chandal y zapatillas de deporte, mirando en actitud casual un reloj de mano, mientras ignoraba las luces celestiales que se anunciaban a su espalda. Lo que llamaba más la atención, no obstante, lo que le daba toda su fuerza visual y tenía capacidad para disparar la imaginación de un niño, eran las gigantescas alas de ángel con las que estaba equipado el personaje. En conjunto, parecía un superhéroe en su día libre. Es una ilustración de otra época, de una escuela que hoy apenas existe, de cuando los posters de cine eran pequeñas obras de arte que decían algo, que te intrigaban y te arrastraban a comprar una entrada. Hoy todo son putas fotos de cabezas flotantes.

Yo pasaba a menudo por delante del Coliseum, y siempre se me quedaban los ojos clavados en el cartel, como si fuera un perro viendo una ristra de salchichas. Aquella imagen me generaba una fascinación y una curiosidad tremendas, y no me la quité de la cabeza hasta que por fin conseguí ver la película (al año siguiente, en un cine de verano en Tossa de Mar). Para ser una comedia romántica, me folló la mente más allá de toda lógica. Por algún motivo que ignoro se fijó en mi subconsciente hasta el punto de que aún hoy, cuatro décadas más tarde, se me hace un nudo en la garganta sólo con escuchar el estupendo tema musical de Dave Grusin.

De todos modos, más allá de la calidad de El cielo puede esperar como comedia con toques de género fantástico (a mí me parece que es estupenda y que le da sopas con honda a la original), lo que más me llamó la atención fue su trasfondo de fútbol americano: en principio el personaje central debía haber sido un boxeador, al igual que en la película de 1941, pero la negativa de Muhammad Ali a protagonizarla llevó a Beatty a asumir él mismo el papel, modificando la trama para que fuese el quarterback titular del equipo de fútbol americano Los Angeles Rams. Aunque en los años 70, en España, el fútbol americano era tan desconocido como el sánscrito, a mí eso me dio igual; con lo que yo me quedé prendado de inmediato fue con el equipamiento de los Rams y en especial con su casco, de un llamativo color azul y decorado por unos espectaculares cuernos amarillos. Me hice fan de los Rams antes incluso de hacerme aficionado 09000d5d8201f90a_gallery_600al fútbol americano. Fue, simple y llanamente, un puñetero flechazo. A día de hoy los Rams siguen siendo mi primer equipo deportivo, por delante incluso
del F.C. Barcelona. Cambiaría sin pensarlo
un instante todas las Champion Leagues blaugrana por otros tantos trofeos Vince Lombardi para los Rams (que desde el año 1995 ya no están en Los Angeles sino en St. Louis, aunque últimamente abundan los rumores acerca de su retorno a la soleada California). Mis amigos dicen que estoy chalao. Yo les respondo que tenía 9 años.

Uno se engancha a un equipo deportivo por razones muy diversas, aunque casi todas tienen que ver con vínculos emocionales y/o familiares. En el caso de los equipos de tu ciudad o tu país natal la conexión es evidente, pero en cuanto a los equipos de ligas americanas, que difícilmente has mamado desde pequeño (en especial la NBA y la NFL), acostumbran a establecerse nexos singulares, y suelen tener que ver con la admiración que despiertan los ganadores. Así, quienes descubrimos la NBA en los 70 y principios de los 80 nos hicimos de los L.A. Lakers (Magic Johnson, Abdul Jabbar…) o de los Boston Celtics (Larry Bird, Kevin McHale…), mientras que quienes la descubrieron una década más tarde se hicieron de los Chicago Bulls (Michael Jordan y otros cuatro tíos que jugaban a su lado). De manera similar y hablando ya de fútbol americano, en España hay mucho aficionado veterano de los San Francisco 49ers y de los Cincinatti Bengals, porque fueron los dos rivales que se enfrentaron en la primera Superbowl que se televisó por estos lares, a finales de los 80 (recuerdo haber visto la emisión por TV3); y quienes empezaron a ver dicho deporte a principios de los 2000 se hicieron casi mayoritariamente de los New England Patriots, que en aquel entonces eran la fiebre a seguir.

Kurt WarnerLo de los Rams, en cambio, es muy curioso. A lo largo de mi existencia, a base de charlar sobre la NFL aquí y allá, me he encontrado con
un puñado de tipos de más
o menos mi edad que son seguidores del equipo, con un nivel de fanatismo parecido al mío (no diré que igual, porque yo rozo lo psicótico); y casi todos se convirtieron a la fe verdadera tras haber visto El cielo puede esperar a una edad en la que aquello tenía capacidad para afectarles profundamente. Somos de los Rams porque les vimos en una película, cuando ni sabíamos a qué deporte jugaban. Nos hicimos fans muchos años antes de tener la posibilidad de verles en acción, sin saber si eran buenos o malos; sin saber, de hecho, que se trataba de un equipo básicamente perdedor. No conozco muchos casos similares, y creo que el hacernos conscientes de este detalle nos llevó a encariñarnos con ellos mucho más de lo que sería razonable. Los Rams solo han ganado una Superbowl en sus 79 años de historia. Fue en 1999, contra los Tennessee Titans, y yo no puedo volver a ver los dos últimos minutos de aquel partido sin que se me humedezcan los ojos por las lágrimas. ¿Otro ejemplo? Uno de los momentos de mi vida en los que he sentido más orgullo, genuino y honesto orgullo, fue en abril del 2012, cuando Torry Holt, ex-jugador mítico de aquellos Rams campeones y que en ese momento militaba ya en otro equipo, decidió dejar definitivamente el deporte en activo. El día antes de anunciarlo en rueda de prensa firmó un contrato de 24 horas de duración con los St. Louis Rams, para poder retirarse como jugador del club de sus amores. Si algún día Torry Holt necesita un trasplante de riñón, solo tiene que ponerse en contacto conmigo.

temp460102684--nfl_mezz_1280_1024¿Y cuál es exactamente el motivo de esta entrada de blog, aparte de explicar una colección de batallitas que van de lo irrelevante a lo directamente moñas? Pues que estamos en vísperas de Semana Santa y hoy en Catalunya ha sido Diumenge de Rams, una festividad que lógicamente, como fan fatal de dicho equipo, observo con especial fervor, y que me impele a hacer públicos unos versículos en recordatorio de aquella única Superbowl que nos llevamos a las vitrinas, hace ya demasiados años…

PADRE NUESTRO DE LOS RAMS
Nick Foles que estás en el huddle,
santificadas sean tus estadísticas,
vengan a nosotros tus touchdowns,
hágase tu voluntad,
Así en el Edward Jones Dome como en campo ajeno.

Las trescientas yardas de pase en cada partido,
dánoslas hoy,
y perdona nuestros insultos,
así como nosotros perdonamos tus intercepciones.

No nos dejes caer en el partido de wild card,
y líbranos del fumble,
Amen.



HECHOS DE LOS RAMS 2, 14-15

Entonces Kurt Warner, puesto de pie en medio de los once, levantó la voz y se expresó así: 4-21-13, formación en shot gun, play action hacía la derecha. ¡Hut-hut-hut!

Y he aquí que cuando Warner recibió el snap, un jugador de los Titans rebasó la linea en acción de blitz, y ya abalanzábase sobre Warner, presto a lograr el sack, cuando del cielo surgió un rayo de luz por entre las nubes, y escuchó Warner una voz que le decía así:

Y sucederá en los últimos tiempos,
que derramaré mi espíritu sobre todos los hombres.
Y obraré prodigios arriba en el cielo,
y milagros abajo en la tierra:
sangre, y fuego, y nubes de humo.
El sol se convertirá en tinieblas,
y la luna en sangre,
cuando llegue el día del Señor,
día grande y preclaro.
Y sucederá,
que todo el que invoque el nombre del Señor se salvará.
Y por cierto, Warner,
cambia la jugada a carrera,
que te van a hacer sack y vas a perder doce yardas,
y no en vano estáis ya en tercera y siete,
oh imbécil.

Y ocurrió que Warner, así inspirado, cambió la jugada sobre la marcha y cedió el balón a la mano a Marshal Faulk; y dícese que Faulk, en recibiendo el balón, corrió muchas yardas antes de caer placado. Y que aun en cayendo, viose que había superado la línea de anotación, y que por ello a los Rams les fue concedido el touchdown. Y prodújose mucho alborozo en Saint Louis, y mucha zozobra y crujir de dientes en Tennessee. Y así ocurrió, que los Rams ganaron aquella Superbowl a los Titans.

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FORTUNE AND GLORY: Chema Pamundi y el juego maldito

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A mediados del 2012 me compré Fortune and Glory, macrojuego de tablero de Flying Frog Productions. Desde la primera vez que lo vi, en la página web de la editorial, con su caja tamaño sarcófago (se podría enterrar a un enano dentro), su temática de aventuras pulp en los años 30 contra los nazis, la mafia y los cultistas, su look estilo En busca del arca perdida/Cuentos del Mono de Oro/Las minas del Rey Salomón, su calidad de componentes, su flexibilidad de reglas (permite de 1 a 8 jugadores en formato competitivo, cooperativo o por equipos) y su pintorro general (¡Nazis! ¿He dicho ya que salen nazis?), supe que tenía que ser mío. Los casi 100 eurazos que costaba (gastos de envío aparte) no fueron en absoluto un escollo, más allá de que tuve que pasarme las dos semanas siguientes alimentándome exclusivamente a base de yogures y agua del grifo, para compensar presupuesto. En todo caso, cuando el tipo de la empresa de transportes lo dejó a la puerta de mi casa, cuando lo tuve por fin ante mis narices y pude mirarlo con los ojos húmedos por las lágrimarl, quitarle el retractilado de plástico, abrir la caja, toquetear sus fichas y cartas y oler su tablero con la misma ceremonia que si me estuviera follando a la reina Cleopatra (sí, soy lo que se dice un pervertido), se me pasaron todos los males. Me abalancé sobre el teléfono, llamé a un trío de amigos jugones y los convoqué para una partida cuanto antes mejor («Tíos tíos tíos tíos… me ha llegado el Fortune and Glory. ¡¡¡TENEMOS QUE PROBARLO YA!!!»).

Un par de años más tarde, el juego seguía prácticamente tan virgen como el primer día, tras un único y bastante desastroso intento de partida con el que ya me quedó claro que su reglamento tenía el mismo nivel de claridad, orden y coherencia que el manuscrito Voynich, el Necronomicón o un libro de recetas escrito en wookie. Desde entonces, cada cierto tiempo volvía a él, intentando desentrañar sus misterios como si fueran el puto código de la máquina Enigma. Pero se me resistía. Yo, que he montado partidas de Twilight Imperium para 12 personas sin enloquecer, que entendí a la primera el Race for the Galaxy y que incluso disfruto con la complejidad absurda del Mage Knight de Vlaada Chvátil, me quedaba absorto ante las 32 páginas de reglas de Fortune and Glory, igual que la niña de Poltergeist se queda mirando la nieve del televisor con cara de haba. Jamás en mi puñetera vida me había topado con un reglamento más arcano y peor escrito para lo que, por otra parte, tenía pinta de ser un juego ligero y cachondísimo una vez lo entendías. Si es que lo llegabas a entender. Yo de momento no lo entendía. No entendía nada.

las fotosEn un principio pensé que era cosa mía, algún defecto de comprensión lectora derivado de consumir prensa futbolística en exceso (tengo la firme convicción de que los artículos de opinión de Luis Racionero en Mundo Deportivo me han vuelto más tonto), pero al darme una vuelta por los foros de Boardgame Geek, comprobé que había toda una corriente de gente tan o más desesperada que yo. Incluso rulaban por la red dos documentos en pdf hechos por fans, que intentaban arreglar el desbarajuste del juego reordenando sus reglas de manera lógica, añadiendo las FAQ y reescribiendo las partes confusas (que, calculo, totalizan en torno a un 75% del texto original). Así pues, decidí plantarme: me arremangué, imprimí todas las versiones del reglamento y todas las ayudas de juego que pude encontrar, desplegué el tablero en mi mesa e intenté hacer una partida por mí mismo (como ya he dicho, puede jugarse en solitario), a ver si me aclaraba de una maldita vez. No iba a permitir que un juego que incluye cartas como “Yeti Attack” o “High Speed Boat Chase” pudiese conmigo.

Los primeros dos turnos (que duraron otras tantas tardes), me obligaron a parar 57 veces para consultar alguno de los cuatro reglamentos de los que disponía (el original y los tres no oficiales creados por aficionados). A esas alturas, para qué engañaros, ignoraba si tras acabar la partida de prueba me quedarían energías para repetir la experiencia «for real», o si directamente le pegaría fuego al juego en el balcón de casa (riendo eufóricamente y completamente desnudo, en un estado de histeria semi-bestial). Sin embargo, a base de repasar y repasar los reglamentos, consultar foros e ir tomando apuntes en una libreta, poco a poco las diversas mecánicas, fases y subfases empezaron a cobrar sentido en mi cabeza (el día que logré entender cómo funcionaban las reglas de colapso de templos casi rompo a llorar). Al cuarto turno ya jugaba de memoria, y al quinto podía afirmar que por fin había domado a aquel hijoputa. Me sentía igual que Neo en Matrix, cuando le están entrenando a base de volcarle programas en la quijotera y de repente abre los ojos y, con una mezcla de fascinación, sorpresa y orgullo, dice “Ya sé kung-fu”. Dos semanas más tarde conseguí volver a jugar Fortune and Glory con mis amigos, explicándoles las reglas de carrerilla y controlando todas las dudas que surgieron durante la partida con la eficiencia de un ordenador de combate. El superhombre de Nietzsche, vamos…

OLYMPUS DIGITAL CAMERAEl “ameritrash” es un género de extremos (una definición corta y fácil sobre las diferencias entre un juego euro y uno ameritrash: en un juego euro, tienes una granja de vacas y la haces prosperar a base de gestionar sus recursos de manera eficiente; en un juego ameritrash, tienes una granja de vacas con poderes mutantes y la haces prosperar a base de lanzar bombardeos de alfombra sobre las granjas de tus rivales). Cuando está bien hecho, el ameritrash genera virguerías como Guerra del Anillo o Imperial Assault, que te hacen vivir una película y maravillarte como un niño (la foto sobre estas líneas pertenece a uno de esos momentos felices: una partida de Space Hulk multitudinaria que organicé hace más de mil años). Sin embargo, en otros muchos títulos del género la jugabilidad acaba siendo una especie de consideración secundaria que queda supeditada a la parte estética y de trasfondo (Zombiecide, I’m looking at you…), lo cual da lugar a productos descompensados o directamente aburridos, una caja atiborrada de miniaturas y componentes espectaculares pero dentro de la cuál, lamentablemente, no hay ningún juego. ¿Y dónde cabe situar a Fortune and Glory dentro de esta horquilla? Pues exactamente a medio camino entre la maravilla y el desastre.

Fortune and Glory compendia algunos de los peores vicios del ameritrash, a saber: es un festival de la aleatoriedad (los dados, no los jugadores, toman casi todas las decisiones relevantes), depende en exceso de las caóticas cartas de evento, que convierten la temática en una parodia (estás explorando la Antártida y te encuentras un Night Club, estás explorando el Sáhara y te ataca un pulpo gigante; y así todo…), el ritmo es absolutamente errático (no hay sensación de planteamiento-nudo-desenlace, sino de que van pasando cosas por azar hasta que de pronto alguien cumple las condiciones de victoria y la partida se termina de sopetón) y adolece de una completa falta de estrategia (ni siquiera te da la satisfacción de planificar tu siguiente ronda mientras el resto de jugadores actúan porque, realmente, no hay nada que planificar; lo único que puedes hacer es ir sorteando escollos según te salgan al paso); y por cierto, ¿a qué viene que los puntos de Gloria sirvan para comprar equipo y los puntos de Fortuna sirvan para ganar la partida? ¿Tanto costaba hacerlo al revés, que sería lo intuitivo, y evitar que la gente se haga la picha un lío?

Game_AdventureSin embargo, el juego acaba por redimirse de todas sus llufas gracias a un único argumento, tan básico como inapelable: es jodidamente divertido. Para empezar, tiene algunas ideas buenísimas que te sumergen de inmediato en la ambientación, como las cartas de peligro que si las fallas se dan la vuelta y se convierten en un “cliffhanger” a resolver al turno siguiente (en la mejor tradición de un serial de los años 30), o las cartas de artefacto y de aventura cuyo texto se combina para formar un tesoro siempre distinto y siempre gracioso (“The Sword… of the Dead”, “The Mask… of Poseidon”, “The Caverns… of the Monkey God”, etc). Además, el sistema de resolución de las aventuras es genuinamente emocionante y suele dar lugar a buenas historias (para ganar una de las partidas, dos de los jugadores tuvimos que infiltrarnos en el Amazonas, encontrar un templo perdido en medio de la jungla, escabullirnos de las estatuas vivientes que custodiaban la entrada, superar diversas trampas y acertijos, tirotear a los agentes nazis que intentaban arrebatarnos el tesoro y finalmente escapar de allí en avioneta; o sea, un día cualquiera en la oficina para Indiana Jones…).

Fortune and Glory ocupa exactamente el mismo nicho que Arkham Horror (o que el más moderno y ligeramente más estilizado Eldritch Horror), y hay que reconocerle que cumple su cometido con mayor desenfado, en la mitad de tiempo (unos 30-40 minutos por jugador, aproximadamente) y dejando la sensación general de que su temática está adaptada con mayor tino (a ratos recuerda de verdad a una aventura pulp, mientras que cualquier parecido entre Arkham Horror y un relato de Lovecraft es pura coincidencia). Sin embargo, le pesa el lastre de un reglamento desastrosamente redactado, de algunas mecánicas farragosas (tirada de dado para la iniciativa, tirada de dado para moverse, tirada de dado para robar evento, tirada de dado para encontrar el templo oculto en la selva, tirada de dado para… todo esto en un turno normal), y de demasiadas excepciones para casi todo. Nada que no se pueda parchear usando el sentido común, sí, pero yo no tengo por qué hacer el trabajo de los diseñadores, y no le habría venido nada mal algún que otro playtesting más.

dangerAdemás, es un juego lleno de partes móviles que giran un poco a lo loco (cartas de evento, cartas de ciudad, tablas de tácticas de los villanos, bases secretas, templos que acumulan marcadores de colapso, aventuras, cartas de aliados, cartas de objetivo, marcadores de puerto…). Jugando a Arkham Horror tienes cierta sensación (tampoco mucha, pero alguna sí) de ir avanzando en pos de un objetivo; en la parte final de una partida de Fortune and Glory, en cambio, miras lo que está ocurriendo en el tablero y sólo ves pollos sin cabeza corriendo alocadamente de un lado para otro.

Está claro que no es un juego que funcione siempre, ni que funcione con todo tipo de jugadores (ni en todo tipo de formatos: de hecho diría que sólo tiene sentido en su versión colaborativa y con un máximo de cuatro participantes). Además, por los 120 euros que cuesta incluyendo la primera expansión (casi imprescindible para dar variedad a los mazos de cartas), te puedes comprar tres juegos de calidad similar y más fáciles de sacar a la mesa (entre ellos el propio Arkham Horror, por ejemplo); y aún te sobrará pasta para irte después de la partida a tomar unas cervezas y comentar anécdotas y momentos gloriosos (como suele decir mi amigo Dicky, jugamos entre otras cosas para poder recordarlo luego). Por tanto, mi conclusión es que nadie en su sano juicio debería comprarse Fortune and Glory. Sin embargo, yo disto mucho de estar en mi sano juicio, y una vez hecha la burrada, es decir una vez comprado el juego, escalado el Everest que supone leer/entender/adaptar su reglamento, comprada también la primera expansión y jugado con la gente adecuada… reconozco que proporciona de dos a tres horas de diversión la mar de sólida.

Y en cualquier caso, joder… ¿Qué parte de «LOS MALOS SON LOS NAZIS» no habéis entendido?

F.C. Barcelona 2 – 1 Real Maligno (Jornada 28 de la Liga BBVA 2014/2015)

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1-0 de Matthieu, 1-1 de Cristiano Ronaldo, 2-1 de Suárez y chimpum (¿se dice «Chimpum», «Chinpum» o «Chimpún»? Nunca lo he sabido…). En eso se resume el partido, uno de los Barça – Real Maligno más eléctricos y de ida y vuelta de los últimos años. Ahora vayamos con los detalles: dicen las cantinelas que llegan desde Mordor que los de blanco, ayer, dominaron a un Barça que no tuvo la pelota y solo fue mejor en las áreas. A ver… ¿a alguien le parece insuficiente ser mejor EN LAS DOS ÁREAS de un partido de fútbol? Las áreas, que entre ambas delimitan un tercio del terreno de juego, son las zonas donde acaban sucediendo las cosas, donde se ganan y pierden partidos y títulos. Ahora va a resultar que tener pegada delante y seguridad atrás no es un ideal deseable. La de cosas que aprende uno leyendo el As y viendo El Chiringuito.

Es cierto, sí, que el Maligno fue mejor (a ratos MUY mejor) que el Barça durante al menos una hora de match. Tuvo más juego combinativo (descomunal Benzema), más velocidad de ejecución, más constancia en la presión y las ideas mucho más claras, pero ¿mereció más? Rotundamente no, porque de hecho TUVO ese más: tres o cuatro ocasiones francas (sobre todo en la primera parte) que falló sin ayuda de nadie. No las metió y la culpa fue enteramente suya. Si durante muchos años he criticado a los Barça en crisis, argumentando que dominar el balón y perder no es jugar bien al fútbol, porque como mínimo estás haciendo algo mal (no meter goles, lo más importante), tirando de la misma lógica me permito afirmar ahora que los de Ancellotti fueron ayer un equipo estupendo en ciertas fases del juego, pero carente de solidez, con mandíbula de cristal y un depósito de combustible limitado. Un equipo que empató en la jugada siguiente a poderse haber visto 2-0 abajo, un equipo con una defensa de broma y un portero estatua, un equipo que en la media hora final estaba físicamente muerto (que se lo hagan mirar, porque todos los partidos de aquí a final de temporada les van a durar 90 minutos como mínimo) y que fue mareado persiguiendo sombras. Jugaron bien en líneas generales, pero dejaron demasiadas zonas oscuras que les condenaron. O sea, que no jugaron tan bien. Por eso hoy el merenguismo llora en tertulias y columnas de opinión por la leche derramada, la oportunidad perdida de machacar al Barça antes del descanso. Se siente. No hay bracitos, no hay galletitas.

Otro día hablaremos de cómo nuestro centro del campo vive un ocaso generacional que no se va a solucionar por muchos Rakitics que vengan (una vez más tuvo que acabar saliendo al cesped Hernández para que todo volviese a tener sentido), de cómo taponarnos a un único jugador (Messi) sigue siendo el modo más efectivo de ralentizar nuestra circulación de medio campo para adelante, de la falta de sustancia que seguimos demostrando como grupo (y que las victorias van maquillando), y de si el resultadismo y la racanería eficaz de Luis Enrique (ayer jugamos con la defensa más atrasada que yo recuerdo haber visto en el Camp Nou) nos compensan en estos tiempos de arnica colectiva en los que toca ganar como sea (un Iniesta menor repartiendo estopa en lugar de asistencias). Nos hemos vuelto un equipo físico y contragolpeador, es cierto. Pero ayer ganamos un Clásico, ganamos a los discípulos de Satán, y eso no entiende de análisis futbolísticos. Eso era una necesidad. La Liga no está ni muchos menos ganada (me temo que aún perderemos unos cuantos puntos tontos), pero ahora mismo hay 19 equipos que se cambiarían por nosotros.

Tampoco me convence el discurso merengue de «Estamos contentos, dimos la cara». Bueno, más que no convencerme me tranquiliza, viniendo de un conjunto que hace un par de meses alardeaba de imparable campeón del mundo, aireaba la bandera de las 22 victorias seguidas, se postulaba para revalidar la Champions y apuntaba a batir todo tipo de records. Un equipo que, ya que hablamos de rachas, esta temporada ha ganado UNO de los SIETE partidos que ha disputado contra sus tres principales rivales domésticos, tanto en liga como en copa (Barça, Valencia y At. Madrid). ¿Ese es el listón que se ponen ahora? ¿»Dar la cara» y palmar? Me parece bien. Cuatro puntos por detrás. Tal día hará un año.

Ready Player One: aquellos maravillosos años

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Una buena novela de aventuras no es una buena sinopsis, ni una idea de partida ocurrente. Una buena novela de aventuras implica muchas cosas, entre ellas una narrativa amena, personajes que te impliquen, situaciones con gancho y, si además tiene una ambientación de ciencia-ficción, cierto “sentido de la maravilla” (no me gusta la traducción directa del término inglés “sense of wonder”, pero no se me ocurre otra manera de definir ese momento estupendo en el que el autor te pega en la cabeza con un concepto que te deja boquiabierto). Ready Player One tiene una sinopsis fenomenal, de esas que cuando se la resumes a alguien le brillan los ojos pensando que aquello debe de ser la hostia (sospecho que ahí radica buena parte del éxito del libro; a mí me llevó incluso a regalárselo a un par de amigos sin tener mayores referencias).

Sin embargo, la triste verdad es que Ready Player One está a mil millas de ser una buena novela de aventuras de ciencia-ficción. Es una nadería de casi trescientas páginas, con una calidad literaria cercana a la “fan fiction” arquetípica de consumo rápido. Si se tratase de una trama por entregas que un escritor aficionado hubiese ido colgando en su blog se le podría perdonar la vida (la historia que nos cuenta acumula suficientes escenas simpáticas como para aguantar bien el tipo durante sus dos primeros tercios), pero apenas justifica la tala de árboles para verla editada en papel a un precio de 18 eurazos. Por cierto, que como lector empiezo a estar un poco hartito del fenómeno fan fiction. Creo que hoy en día hay demasiada gente escribiendo novelas mediocres. Sobre todo novelas de género fantástico (y ya que estamos, especialmente de zombis ¿No estáis saturados de libros sobre zombis? Otro día hablaremos de zombis y del absurdo hype de Manuel Loureiro…).

Ready-player-one-2Va, la sinopsis de marras: año 2044, el mundo está anclado en una crisis sistémica que lo ha convertido en un lugar miserable. Nos hemos zampado los recusos naturales, nadie tiene un duro y la mayoría de la población malvive en una especie de rascacielos-chabola construidos a base de apilar roulottes, contenedores industriales, furgonetas viejas y cualquier cosa que pueda servir de habitáculo en el que hacinar a un ser humano (una de las pocas ideas más o menos epatantes que aporta el libro). Por suerte, toda esta distopía de mierda queda parcialmente mitigada por OASIS, un juego online masivo de realidad virtual tan exitoso que ha suplantado casi por completo a la auténtica realidad. La peña se gasta la poca pasta que tiene para pasarse el día conectada a OASIS. Hasta los colegios y las empresas tienen sedes allí (todo quisque estudia y trabaja de manera virtual a través del juego). El opio del pueblo no, lo siguiente. El inventor del asunto, James Halliday (una especie de Steve Jobs versión futurista y estrambótica), palma de repente dejando tres “huevos de pascua” ocultos dentro de OASIS. En su testamento, Halliday indica que la primera persona que encuentre los tres huevos heredará toda su fortuna, así como el control absoluto del mundo virtual que ha creado. La coña marinera del asunto es que, como James Halliday era un fanático de la cultura de los 80, en el año 2044 esa década está más de moda que nunca: todo OASIS está a rebosar de referencias ochenteras, y todo el mundo está obsesionado con estudiar las películas, libros, videojuegos y música de dicho periodo, a ver si encuentra pistas que le lleven hasta los huevos de pascua de marras (desde la muerte de Halliday, hace ya unos cuantos años, nadie ha encontrado ninguno). El protagonista de Ready Player One es un chaval que, por casualidad, se topa con una de dichas pistas. A partir de ahí empezarán las carreras, las tortas y los asesinatos (virtuales y de los otros). Pinta bien, ¿no? Os dije que era una gran sinopsis. Pero ojo, recordad que también os he advertido de que su desarrollo no estaba a la altura de las expectativas que os iba a generar…



Ready Player One es una novela extraña, llena de referencias que en teoría sólo interesarán a quien tenga más de treinta años (Los Cazafantasmas, Mazinger Z, Pacman, las canciones de Alphaville, la primera edición de Dungeons & Dragons…), pero que paradójicamente está escrita en clave juvenil, rollo Harry Potter. Una cosa rarísima, un tono a pie cambiado que al menos a mí me descolocó al leerla porque no acababa de entender a quién iba dirigido (demasiado simple para un lector formado y demasiado arcano para un adolescente). Por lo demás, las situaciones que plantea son bastante previsibles, los personajes son arquetipos un tanto aburridos, algunos de los diálogos son de vergüenza ajena (especialmente durante la obligada subtrama romántica entre teenagers), y todos los puntos de giro se resuelven haciendo aparecer por arte de birli-birloque a algún secundario nuevo en el momento justo para rescatar al protagonista de los match-balls en los que se va metiendo.

80435742La principal gracia del libro, como ya he dicho, es el festival de referencias ochenteras que estalla en cada página, como una sucesión de cachondos guiños-guiños codazos-codazos culturales al lector. Reconozco que esto me mantuvo con la sonrisa en los labios durante unas cuantas páginas (me lo pasé especialmente bien al leer cierta parte que emula la aventura de AD&D La tumba de los horrores, teniendo al lado el módulo original y comprobando que las descripciones del autor cuadraban a la perfección con el mapa y las ilustraciones originales). Sin embargo, al cabo de algunos capítulos el truco me empezó a resultar un lastre, por reiterativo y facilón. Demasiadas de esas referencias no tienen relevancia en la trama ni son descripciones al estilo de Tolkien o R. R. Martin, que aporten riqueza al universo en el que tiene lugar la historia; simplemente están ahí “porque molan” (se supone). Es como si el autor tuviese una lista de morcillas que quiere mencionar (Juegos de Guerra, Galaga, Regreso al Futuro, el ZX Spectrum, el Blue Monday de New Order, El Señor de los Anillos, Cortocircuito, el 2112 de Rush, Ultraman, el Kobayashi Maru de Star Trek…), y fuese tachando nombres a medida que se las ingenia para colocarlos (hay un momento especialmente forzado en el que sale un Delorean con el logo de Los Cazafantasmas en las puertas y el cuadro de mando del Coche Fantástico: ¡Jackpot! ¡Tres referencias en una!).

Siendo justo, también he de decir que parte de mi cabreo hacia el libro fue culpa de la traducción en castellano, obra de Juanjo Estrella, a quien Satanás confunda. Repasando su currículum por internet compruebo que figura como “un profesional de dilatada experiencia” que ha firmado traducciones como las de El código da Vinci y de algún que otro libro de Mary Shelley y Margaret Atwood. Le felicito por semejante bagaje, pero en Ready Player One no sólo no da la talla, sino que convierte la lectura en un ejercicio farragoso, que me hizo llorar sangre en más de un párrafo. Si una editorial tiene entre manos una novela eminentemente fandom haría bien en contratar como traductor a alguien que supiera de qué va el tema, aunque fuera mínimamente (igual que se haría para cualquier otra traducción especializada); y si ese alguien no sabe de qué va el tema, al menos debería hacer el esfuerzo de documentarse un poco. No puede ser que se traduzca a los replicantes de Blade Runner como “Réplicas”, que el juego de rol Dungeons & Dragons aparezca mencionado como “Dragones y Mazmorras” (y otras como “Mazmorras y Dragones”), que una espada bastarda Vorpal de toda la vida se traduzca por “espada Vorpal Bastard” (como si fuera una marca), que los niveles/fases (stages) de los videojuegos se rebauticen como “estadios”, que una frase mítica de Los Cazafantasmas figure de manera completamente distinta a como la pronuncian en la película… No sé, yo si estoy traduciendo un libro y me aparece el diálogo de una película, busco en un DVD esa escena y la reproduzco tal cual, no traduzco directamente lo que me sale del sombrero. Mal la editorial, mal los correctores (si los ha habido) y mal, muy mal, Juanjo Estrella.

post-18-0-91173600-1360294916La conclusión a todo lo anterior es que Ready Player One debería ser un libro-biblia para cualquier geek, pero hay demasiados detalles negativos que rebajan su impacto hasta convertirlo en una lectura sólo recomendable como juego mental, como una versión refinada de esos quizs de Facebook en los que te preguntan “¿Cuánto sabes sobre Dr. Who?”. Steven Spielberg está preparando su adaptación al cine, y aunque no resulta una historia nada fácil ni barata de plasmar en la gran pantalla (ya sólo las gestiones para poder utilizar todas las marcas e iconos pop que dan cuerpo a la historia puede ser una pesadilla), algo me dice que podría ser uno de esos rarísimos casos en los que la película mejora al libro. Porque es innegable que la historia y el mundo que plantea Ernest Cline tienen garra y potencia visual, pero va a hacer falta un buen guionista que pique piedra para arreglar esos diálogos…

No obstante, eso será cuando llegue (si llega) la película. Lo que tenemos de momento es el libro; y como libro, es cierto que Ready Player One entretiene lo suyo, pero se trata de un entretenimiento de bajo calibre, como cuando estás una noche haciendo zapping y te quedas enganchado mirando un capítulo de alguna serie menor, porque te suena uno de los actores o te pica la curiosidad saber quien es el asesino. A mí últimamente me pasa con Dos chicas sin blanca, una sitcom de “ver y olvidar” con la que me topo de vez en cuando. Casi ninguno de sus gags tiene puñetera gracia, pero yo no me fijo en los gags: me dedico a escrutar el culo y las tetas de Kat Dennings, incapaz de decidir si me resulta atractiva o demasiado petarda. Esa misma actitud fue la que me permitió resistir hasta la última página de Ready Player One sin tirar el libro por la ventana, y la que adoptaré cuando lea la secuela, que Ernest Cline ya está escribiendo. Sí, a pesar de todo lo que llevo dicho hasta ahora, la leeré; en inglés, a poder ser…

Droja en el Cola Cau, The Director’s Cut (o España, explicada en diez minutos)

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Del mismo modo que uno suele recordar dónde estaba el día en que Bin Laden decidió jugar a los bolos con dos Boeing 767 y las Torres Gemelas (yo: pegado al televisor con las palomitas; resulta horrible admitirlo pero es la noticia más emocionante que he seguido nunca en directo), o en qué circunstancias vio el final de Perdidos (yo: con unos amigos fanboys; cuando acabó el episodio le grité a la pantalla “¡Quiero que me devuelvan los seis años que ha durado esta mierda!”), tampoco creo que olvide jamás que, el día en que murió Jose Tojeiro, yo estaba haciendo el cabra de excursión por el Montseny.

Me enteré de la noticia en uno de los pocos claros de arboleda en los que pude pillar suficiente cobertura de móvil como para calmar mi síndrome de abstinencia urbanita y conectarme a Facebook, donde tenía claro que estaban pasando cosas mucho más interesantes que mis tristes conatos de entrar en comunión con la naturaleza (lo único con lo que entré en comunión esa tarde fueron los tres chorongos de jabalí que pisé). En efecto, las actualizaciones de mis contactos me informaron ipso-facto de que: 1) Tras su accidente de Fórmula 1 Fernando Alonso se había despertado en el hospital hablando en italiano y creyéndose que aún era piloto de karts; 2) Harrison Ford se había pegado una buena hostia con su avioneta (ignoro si se despertó en el hospital hablando interlingua y creyéndose que aún era carpintero); 3) En el estado de Maryland hay una ley en vigor que prohibe maltratar a las ostras (no se me ocurre ningún chiste que mejore ese titular), y 4) Jose Tojeiro, el celebrado autor del meme “Me pusieron droja en el Cola Cau”, había espichado. Las vicisitudes de Alonso, Ford y las ostras me la traen un tanto al fresco. Tojeiro, en cambio, se merece mi homenaje.

La posteridad es un asunto muy caprichoso. Uno puede picar piedra toda su vida, aportar ideas innovadoras a tutiplén y probar fórmulas de éxito contrastado para intentar dejar un legado perdurable a las generaciones venideras, y pese a eso irse de cabeza al olvido ¿Quien se acuerda ahora del HD DVD, de la Silla Hawaii (¡Ideaca!) de la excelente banda de indie-rock Campag Velocet (que según el NME lo iba a petar a finales de los 90, y creo que el disco nos lo acabamos comprando la madre del cantante y yo), o del remake español de Cheers? Jose Tojeiro, en cambio, sin proponérselo y sin apenas esfuerzo, creó genialidades lingüísticas como “prespitación” (lo que hacen las prespitutas), «compló», o sobre todo “droja”, que se han grabado a fuego en el imaginario castellanoparlante. Si la Real Academia de la Lengua tuviese la más mínima sintonía con lo que pasa en la calle, todos estos términos estarían recogidos en su diccionario desde hace más de una década. Pero eso no va a pasar, claro. Estamos hablando de una institución que monta un pifostio de tres pares de cojones a la hora de decidir si “solo” lleva o no lleva tilde (¿Lo echamos a cara o cruz, aunque sea para salir del paso?), que adopta normas tan psicotrónicas como de pronto empezar a llamar “ye” a la i griega de toda la vida, o que se queja de que Whatsapp está volviendo analfabeta a la población pero luego admite el uso de palabros como “culamen”, “bluyín” o “almóndiga”…

En fin, estábamos con Tojeiro, que el pobre se ha muerto a la edad de 80 años. La casualidad ha querido que hace solo (perdón, “sólo”) unos pocos meses, algún alma caritativa e interesada en la antropología-pop subiese a You Tube el documento original que en su día le convirtió en icono de la caspa ibérica: un reportaje del programa televisivo de investigación periodística Código Uno. Se emitió originalmente en 1993, y desde entonces no lo habíamos vuelto a ver de manera íntegra (a la versión que ha estado corriendo por internet durante todos estos años le faltaba mucho minutaje del debate posterior entre los tertulianos del programa). Vamos a revisarlo juntos y luego comentamos algunas cosas…

https://www.youtube.com/watch?v=MUBCnpHEDTE

Qué, ¿ya? Tremendo, ¿verdad? Es como Ciudadano Kane o Casablanca, que no pierden con el paso del tiempo. Analicemos ahora algunos detalles de esta opus magna audiovisual que me llaman poderosamente la atención:

Droja Planos1. Los planos dibujados por el protagonista para intentar aclarar lo que le pasó son como esas ayudas de juego improvisadas que uno hace cuando arbitra una partida de rol. En ellos, Tojeiro mezcla una precisión quirúrgica que tampoco sería imprescindible (las paredes están perfectamente rectas, los marcos de las puertas tienen zócalo, algunas ilustraciones incluyen más textos explicativos que un tebeo de Brian Bendis…), con ciertas libertades creativas de tono enigmático: se dibuja a sí mismo bastante más favorecido de lo que es, pero sin brazos. Respecto a las dos prespitutas, una de ellas podría ser algún tipo de licántropo (le llega la melena por las rodillas), mientras que la otra parece la Bruja Escarlata de los tebeos Marvel.

2. Las aportaciones de información interesante por parte de la ex-esposa son igual a cero. Podría estar horas hablando sin decir absolutamente nada relevante, como Cantinflas o Arturo Fernández. Lo cual, por supuesto, lo hace todo mucho más valioso desde una perspectiva meramente surrealista.

3. El momento reconstrucción de los hechos «Ábrenos, que somos nosotras«, merecería dar título a una antología de relatos en plan «Crónicas de la España negra», a una película de Pedro Almodóvar, a un disco de música indie, o similar (por ejemplo: Ábrenos, que somos Nosotrash).

4. Lo de Tojeiro volviendo a quedar con las prespitutas para que le roben repetidas veces (luego denuncia siempre los hurtos, eso sí que lo tiene), es una especie de versión premium de aquel chiste sobre la estafa en el parking de Carrefour

5. Varias particularidades inquietantes del piso de Tojeiro: en la mesilla de noche tiene una especie de cuchillo ceremonial con el filo vuelto hacia arriba (WTF), y algunas de las fotos con marco que hay en el armario del comedor son recortes de revistas (WTF x2). Además, según nos cuenta la narración en off, la puerta de su lavabo comunica directamente con la escalera de la finca, un atajo sorprendente (aunque puede tener su utilidad como vía de escape si tus enemigos vienen a por ti mientras estás cagando), que me lleva a la conclusión de que el arquitecto de «Tojeiro Manor» fue el mismo tipo que diseñó las minas de Moria.

6. Hablando ya del mini-coloquio posterior al reportaje, la mujer que fuma en pipa es MUNDIAL. Quiero tener una igual en casa. No es necesario que haga nada. Simplemente me gustaría tenerla sentada en un silloncito del salón fumando en pipa, como si fuera una instalación artística. Margarita Landi, se llamaba, y fue periodista de sucesos y crónica criminal en El Caso. Claro, de ahí la pipa, como Sherlock Holmes. Si hubiera sido periodista deportiva, supongo que llevaría un silbato.

7. El experto en hurtos del programa, usando lenguaje técnico: «Este señor es lo que llamamos UN JULAY«. Ahí, aportando. Lo que viene siendo un análisis en profundidad…

8. Todo el mundo tiene un pasado poco aireable, que visto en perspectiva parece ridículo. En cambio, Arturo Pérez-Reverte no ha vuelto a hacer en su puñetera vida nada mejor que esto (me refiero a esta entrega concreta de Código Uno, no al conjunto del programa en sí, que era un monton de estiercol del que hizo bien en salir corriendo). Ni Territorio Comanche, ni Capitán Alatriste, ni hostias. Pérez-Reverte fue el descubridor de Jose Tojeiro.

Podría seguir, y seguir, y seguir… analizando la interminable retahíla de huevos de pascua que esconde cada plano del reportaje (ni siquiera he dicho nada de la muñeca-caja fuerte para guardar la panoja…), pero creo que la idea básica ha quedado ya clara: Droja en el Cola Cau es un referente de la comedia involuntaria. Una pieza coral en la que todos los participantes aportan su grano de arena (Pérez-Reverte, la ex-esposa, las dos actrices del “Abre que somos nosotras”, la señora de la pipa, el “experto” del programa…), pero cuyo centro de gravedad es Jose Tojeiro, animal escénico sin igual. Decía Tojeiro en cierto momento del reportaje, “Nunca dormí más” (otra frase mítica). Ahora, nuestro héroe ya duerme el sueño eterno (descansa, dulce príncipe…). Por suerte nos queda su legado, su obra. Jose seguirá viviendo un poco en todos nosotros mientras tomemos Cola Cao o nos metamos droja. Muchos años antes de La hora chanante, de Miguel Noguera y de los chistes gráficos de Querido Antonio, Jose Tojeiro inventó el post humor; y ni siquiera se dio cuenta. No sólo eso, sino que en diez minutos de televisión pública en prime time, definió de la forma más certera posible ese concepto palurdo y cutre que es España. En nuestras putas narices.

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The Americans: Espías como nosotros

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La actual era dorada de las series de televisión, que han reemplazado en buena medida al cine como medio generador de mitos populares (Juego de Tronos es quizás la obra de ficción audiovisual con mayor penetración cultural desde Star Wars, y eso ya lo dice todo), propicia que, incluso por debajo de los productos más visibles (esos que se llevan toda la audiencia y todos los premios, como House of Cards, Breaking Bad, True Detective o Fargo), haya una «segunda división» de títulos menos conocidos (y también menos reconocidos), pero como mínimo igual de buenos.

The Americans es una de las más redondas de esas «hermanas pobres», series a las que casi nadie parece prestar atención y a las que nunca se menciona en la gala de los Emmy (aunque ahora, tras dos temporadas excelentes, parece que el aluvión de buenas críticas la está ayudando por fin a salir del anonimato televisivo). Narra las desventuras de una pareja de espías soviéticos que viven y trabajan en los EE.UU. de principios de los años ochenta (el periodo más caliente de la Guerra Fría), incrustados en la sociedad americana como si fueran el perfecto matrimonio yanqui, una tapadera tras la cuál se pasan el día analizando microfilms, montando dispositivos de escucha, disfrazándose para sonsacar información (tienen una colección de pelucas que ni Mortadelo) y limpiándole el forro a cualquiera que amenace con desenmascararlos. La trama tira de todos los gadgets sobre los que hemos oído hablar a lo largo de décadas y décadas de mitificación del espionaje, desde los micrófonos escondidos en plumas estilográficas hasta los paraguas con agujas retráctiles que inoculan veneno; elementos que podrían dar pie a la comedia estilo Superagente 86 pero que, en una serie tan bien ejecutada como ésta, parecen absolutamente verosímiles. Su creador y principal guionista, Joe Weisberg, fue miembro de la CIA, y se nota que sabe de lo que habla.

Americanoooos

Porque en The Americans todo funciona de perlas, destacando especialmente la precisa puesta en escena, la carismática pareja protagonista (a Keri Russell ya la conocíamos por Felicity, pero el tal Matthew Rhys, que no sé de dónde narices ha salido, me parece un actorazo), y unos guiones que tienen el mérito de saber jugar al encaje de bolillos culebronesco sin perder en ningún momento el fuelle ni la credibilidad, y que desarrollan con igual acierto las conspiraciones en la sombra que los conflictos de pareja (ella es una patriota totalmente entregada a la causa, mientras que él no le haría ascos a cambiar de bando porque con el capitalismo y el aire acondicionado se vive muy bien). De hecho, precisamente el elemento dramático de la serie es lo que te acaba absorbiendo e implicando por completo en la suerte de los personajes (y no solo de los principales: el elenco de secundarios tiene tanta enjundia que daría para un artículo propio), lo que te hace ver los finales de temporada con los puños apretados y conteniendo la respiración. De momento, los dos que llevamos han sido dos clases magistrales de ritmo, tensión y giros inesperados bien resueltos.

The Americans recuerda a John Le Carré y a Frederic Forsyth, y genera en el espectador el «placer culpable» de ir con los malos, que siempre es muy satisfactorio. No obstante, buena parte de su gracia es precisamente que no hace juicios morales, ninguno de sus personajes es héroe ni villano. Todos son brutales (en el mal sentido) y todos son humanos. Todos son, de algún modo, supervivientes que hacen lo que pueden para proteger a los suyos sin dejar de cumplir con su deber (aunque se pasen el día atenazados por los remordimientos, cuestionándose si tantas mentiras y sangre derramada llevan a alguna parte). Como dice una espía rusa en una escena muy reveladora: “Vosotros los americanos pensáis que todo es blanco o negro. Pero para nosotros, todo es gris». The Americans es una serie de infinitos matices de gris. Un pedazo de serie, que deberías estar viendo.

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