La batalla de Waterloo (IV de XV)

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14 DE JUNIO. LA ESTRATEGIA DE LA POSICIÓN CENTRAL.

Tal día como hoy, hace exactamente 202 años, Napoleón tenía ya su estado mayor fijado y el plan de batalla más o menos decidido, con lo que todo estaba listo para empezar a rular. El desplazamiento hasta la frontera belga de ciento y pico mil hombres (una verdadera ciudad en movimiento) sin que los aliados se enteren, figurará en los anales de la historia como otro más de los prodigios logísticos del corso, acaso el último verdadero golpe de genialidad de su carrera militar. La noche del 13, varias patrullas de centinelas prusianos han llegado a ver cierta concentración de fogatas de campamento que se extienden a lo largo del horizonte, pero ni se les ha pasado por la cabeza que los franceses, cercados como están, hayan planeado pasar a la ofensiva. Ni de coña Hans, no hagas caso, que deben de ser campesinos de la zona…

¿Y cuál es el plan de ataque de los franceses? En su cuartel general de campaña en Beaumont, el Emperador tiene dificultades para dormir (como siempre le pasa), así que se incorpora, enciende una lumbre y lo repasa todo mentalmente una vez más: él no quería luchar, al menos no de momento, pero en cuanto escapó de su destierro en Elba y volvió al poder, a primeros de marzo, las potencias aliadas le declararon la guerra (no a Francia, ojo, sino a él; ¡A ÉL en persona!), y empezaron a amasar una gran fuerza multinacional (Rusia, Prusia, Inglaterra, Austria, Bélgica…). Un macro-ejército que cuando logre reunirse invadirá Francia con cerca de setecientos mil hombres, llegando sin oposición hasta París y capturándole de nuevo. Por tanto, si Bonaparte quiere impedir esa catástrofe, no le queda más remedio que arremangarse y atacar mientras sus enemigos aún no están organizados del todo. De momento los aliados «sólo» cuentan con dos fuerzas en disposición de combatir: una prusiana de unos 130,000 efectivos al mando del veterano mariscal de campo von Blücher, y otra anglo-aliada de 105,000 dirigida por el Duque de Wellington.

Los objetivos de Napoleón: llegar cuanto antes hasta Bruselas dándoles una palera contundente a los aliados, infligiéndoles una derrota que de una tacada ponga a los Países Bajos de su lado, lleve a los ingleses a desentenderse del continente y aislarse en su isla, y obligue a prusianos y rusos a negociar la paz con Francia cada uno por su cuenta. Sin embargo, ¿cómo lograr dicha victoria? Los 128,000 hombres que finalmente seguirán al Emperador son bastantes menos que la combo de los anglo-aliados de Wellington más los prusianos de Blücher. Por tanto, la única posibilidad de Napo pasa por recuperar la estrategia de la “posición central”, que ya utilizase en la campaña de 1813, en la que un ejército francés agotado y sin caballería estuvo repartiendo sopas con honda a todas las potencias europeas a la vez (un poco como aquel número de las Secret Wars de Marvel, en el que Spider-Man le daba de hostias a toda la Patrulla-X en pleno) hasta que, ya derrengado, acabó por ser vencido en Leipzig.

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Esta estrategia de la posición central es exactamente lo que parece: los franceses se meterán como una cuña entre los prusianos y los anglo-aliados, atacando por separado primero a los unos, y luego a los otros. De ese modo, en vez de una sola batalla en desventaja numérica Napoleón librará dos, pero ambas en superioridad. Si ejecuta bien el plan (y tiene serias posibilidades de lograrlo), ninguno de los dos ejércitos enemigos podrá reaccionar a tiempo para auxiliar al otro. Es más, dada la tendencia natural de toda fuerza militar a retirarse siguiendo sus propias líneas de suministros (las de los anglo-aliados llevan hacia el norte, a los puertos del canal, y las de los prusianos al este, hacia Namur y Lieja), si el primer ataque es lo bastante demoledor y pone en fuga al oponente, Wellington y Blücher quedarán todavía más separados entre ellos.

El Emperador imagina la situación y sonríe para sí. Todo lo que necesita es rapidez, sorpresa y suerte. Los dos primeros factores no le preocupan, pues corren de su cuenta; y del tercero, la diosa Fortuna le ha proveído en generosas cantidades a lo largo de toda su vida. ¿Por qué tendría que ser diferente ahora, en su momento de mayor necesidad?

(continuará)

La batalla de Waterloo (III de XV)

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13 DE JUNIO. L’EMPEREUR CANTA LA ALINEACIÓN.

Tal día como hoy, hace exactamente 202 años, Napo partía de Avesnes y se unía por fin a su Armee du Nord en Beaumont, ya tocando Bélgica. Por el camino entre ambas poblaciones ha podido comprobar que, en efecto, Ney es una baza a la que no puede permitirse el lujo de renunciar. A lo largo del día le han ido llegando todo tipo de noticias de que, al paso del Mariscal entre las filas de soldados apostados bajo un sol de justicia, éstos le saludan, le vitorean, le presentan sus respetos, pese a que ahora mismo no tiene ningún rango sobre ellos. Pero lo que sí que sigue teniendo “le Rougeaud” (“cara roja”, que es el apodo que la soldadesca gabacha le ha dado a Ney) es su prestigio intacto. Las tropas sencillamente le adoran, y eso es algo que no pasa desapercibido para un líder militar tan cuidadoso con los detalles como Napoleón Bonaparte, que de hecho ha forjado su leyenda en buena medida gracias al carisma popular que siempre ha despertado. Ese mismo carisma que hizo que los soldados que marchaban a detenerle
a su vuelta de Elba acabasen arrodillados ante él, como si estuviesen contemplando a un dios viviente  Sí, ese tipo de entrega incondicional por parte de sus tropas es lo que l’Empereur necesita para imponerse en una empresa tan complicada como la que ahora afronta; y si el Mariscal Ney puede sumar algo en ese aspecto, pues oye tú, de puta madre, ¿no?

A las tres de la tarde Napo y Ney se encuentran de nuevo, junto a una posada en una colina desde la que puede verse el río Sambre, su orilla sur punteada por un constante hormigueo de tropas francesas acampadas hasta donde alcanza la vista. Napo está sentado junto a su mesilla de campaña, consultando mapas y papeles, rodeado de sus oficiales. Ney desmonta de su caballo (ha podido por fin hacerse con uno), y se presenta ante el Emperador, que casi sin mirarle le espeta algo parecido a esto: “Buenos días, Ney, me alegro de verle. Le voy a poner al mando del 1º y el 2º Cuerpo de Ejército, así como de la caballería ligera de mi Guardia. Mañana se le unirán los Coraceros de Kellerman. Sus órdenes son hacer retroceder al enemigo a lo largo de la carretera que lleva a Bruselas y tomar posiciones en Quatre Bras. Bienvenido.» Ney toma el sobre con las órdenes, saluda marcialmente, da media vuelta y monta de nuevo en su caballo. Mientras se aleja para reunirse con sus tropas, el corazón le late a mil por hora. Vuelve a ser un soldado. Se siente, quizás, como el protagonista del poema Los Granaderos, de Heinrich Heinze, que en sus rimas finales glosa de manera certera el sentimiento de un militar napoleónico profesional:

Así a punto y siempre en vela,
estaré cual centinela
fijo siempre en su lugar;
hasta que oiga en feliz día
rechinar la artillería
y los caballos trotar.

Y el Emperador, al frente
de su ejército impaciente
cabalgará, y al clamor,
armado saldré de la tierra,
y otra vez iré a la guerra,
detrás del Emperador.

Así pues, de repente Ney ha pasado de ser un don nadie a tener a su cargo toda el ala izquierda del ejército francés. El ala derecha quedará para Grouchy (ya hablaremos de él, porque lo suyo tiene mucha tela), mientras que el Emperador «in person» dirigirá a las fuerzas de la reserva (incluida, por supuesto, la Guardia Imperial). Ney está encantadísimo de la vida con este giro de los acontecimientos, pero hay que reconocer que al pobre le ha caído encima un marronazo del quince, porque el ejército se va a poner en marcha de forma inminente (esa misma madrugada, o como muy tarde la siguiente), y él aún no tiene claro cual va a ser el plan de ataque, más allá de las escuetas palabras que le ha dedicado el Emperador (“Hacer retroceder al enemigo a lo largo de la carretera que lleva a Bruselas y tomar posiciones en Quatre Bras”; ya ves tú, como si la cosa fuera jauja).

Todos esperaban que el mando de ese ala izquierda fuera para Davout, que es de largo el mariscal francés vivo con más talento estratégico. Sin embargo, Napo piensa dirigir la campaña con mano de hierro, en plan «hombre orquesta». Por tanto cree que le bastará con generales valerosos y obedientes como Ney y Grouchy, mientras que Davout, un hombre con mayor capacidad de iniciativa propia, queda encargado de la defensa de París por si las moscas (Bonaparte no tiene certeza de lo que van a hacer los aliados, y no quiere dejarles la puerta de casa abierta mientras él se va de campaña con el grueso de las tropas francesas). Personalmente siempre me ha parecido un tanto ventajista, con lo que sabemos hoy en día, criticar las decisiones de Napoleón respecto a su staff de mando para la campaña de 1815: decisiones tomadas hace dos siglos, con unos recursos de inteligencia militar muy limitados y sin apenas tiempo para darles vueltas. No obstante, al mismo tiempo no hay más tu tía que reconocer que esas decisiones tendrán funestas consecuencias para el resultado de la batalla de Waterloo, y por ende para el destino de Europa.

(continuará)

La batalla de Waterloo (II de XV)

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12 DE JUNIO. BONAPARTE Y NEY.

Tal día como hoy, hace exactamente 202 años, el Mariscal Louis Nicolas Davout, Ministro de Guerra de Francia, recibía una nota de puño y letra del Emperador Napoleón Bonaparte, que venía a decir “Envíe a buscar al Mariscal Ney y dígale que, si quiere llegar a tiempo para presenciar las primeras batallas de la campaña, deberá presentarse en Avesnes entre hoy y mañana. Pasaré la noche allí, y el 14 como muy tarde estaré en Beaumont”. Davout lo flipa, porque no esperaba que Napo se plantease perdonar a su ex-amigo, pero evidentemente chapa la boca y le hace llegar la nota a Ney.

El Mariscal Michel NeyMichel Ney, Marshall of the French Empire, Duc of Elchingen, Prince of Moscow  *oil on canvas  *65 x 55 cm  *1812, primer Duque de Elchingen y Príncipe de la Moskowa, es en junio de 1815 un tipo de 44 años cansado y deprimido, presa de la melancolía y la angustia al saberse marginado. Se va enterando del desarrollo de la campaña por rumores y contactos, y está consternado al comprobar que, según todos los indicios, el Emperador no piensa contar con él para esta nueva aventura. Cada pocos días se pasa por las Tullerías como quien no quiere la cosa, para ver si alguien del estado mayor ha dejado algún mensaje para él. Pero nada. Ney está convencido de que ha caído en desgracia a los ojos del hombre por el que una vez lo dio todo.

Lo dio todo, sí… hasta que dejó de darlo. Un año antes, en 1814, Ney fue uno de los cabecillas de la “revuelta de los Mariscales” que propició la abdicación de Napoleón y su destierro a la isla de Elba. Ney incluso llegó a enfrentarse a Bonaparte cara a cara, en una durísima discusión en la que le negó el control de sus propias tropas (Napoleón: “¡El ejército me obedecerá!”, Ney: “No, Sire, el ejército obedecerá a sus mandos”). Tras aquello, la monarquía fue reimplantada en Francia y Ney se vio ascendido y condecorado por el rey Luis XVIII. Cuando Napoleón escapó de Elba y pisó de nuevo suelo gabacho, en marzo de 1815, Ney fue a detenerlo, haciendo al rey la promesa de traerlo “en una jaula de hierro”. Sin embargo, a la hora de la verdad no tuvo estómago para apresar a Bonaparte, que logró convencerle de ponerse una vez más de su lado (y obligó a Luis XVIII a largarse zumbando del país).

Aún así, Napoleón no sabe qué pensar de Michel Ney. Por un lado le cuesta olvidar su traición de un año atrás, que le costó el Imperio y el exilio, pero por el otro tiene que agradecerle que, cuando escapó de dicho exilio, Ney desobedeciera las órdenes de apresarlo y se postrara de nuevo a sus pies. Napoleón considera a Ney un hombre con escasa iniciativa estratégica, pero también sabe que es un líder aguerrido como pocos y un héroe muy popular en Francia, principalmente por su brillante desempeño en España y en la retirada de Rusia, en donde sus decisiones salvaron miles de vidas francesas. Le llaman “el héroe de la Moskowa” y “le Brave des Braves” (el valiente entre los valientes). Napoleón duda de si Ney estará a la altura de lo que exige la campaña de Bélgica; pero a última hora antes de salir de París, tirando de instinto, le ha pasado a Davout la nota para que envíen a buscarlo. Le concederá audiencia, hablará con él, y entonces decidirá si lo envía de vuelta para casa o le otorga un puesto de mando en su Armee Du Nord.

Tras recibir la noticia de que el Emperador le quiere ver, la cara de Ney se ilumina y sus ojos se humedecen por la emoción. Vuelve a estar en la pomada. Su humor sombrío y taciturno se torna de pronto euforia y nervios, mientras se apresura en hacer los preparativos para partir cuanto antes. No tiene caballo propio ni ayudantes, y desde luego no tiene tiempo para conseguir una cosa ni otra, así que se limita a alquilar un carruaje, improvisar un equipaje ligero y salir a toda mecha hacia Avesnes, con la única compañía del Coronel Heym, un viejo amigo que en el pasado le había servido en más de una campaña, y que ahora se ofrece como su «aide-de-camp». Durante el viaje, Ney ha recuperado ya su habitual jovialidad. Si la entrevista sale bien (y está seguro de que saldrá bien), quizás Napoleón le entregue de nuevo el mando de tropas. Eso significaría que Ney volvería a enfrentarse al fuego enemigo, volvería a sentir el olor de la sangre y la pólvora, volvería a experimentar ese subidón de adrenalina al que no puede igualar ninguna droga. Y si muriese, no moriría en la cama como un paria olvidado, sino en el campo de batalla, en defensa de la patria y de su Emperador. Para Ney no hay mejor manera que esa de abandonar este mundo.

Al caer la tarde Ney llega a Avesnes, una mezcla de pueblillo y fortaleza del norte de Francia, cerca de la frontera con Bélgica, y se reuné con Napo para una cena informal. La conversación es desenfadada y más amistosa de lo que Ney preveía, pero el Emperador no le ofrece ningún puesto de responsabilidad, y él no se atreve a pedirlo. Da la sensación de que Bonaparte le está tanteando, a ver cómo reacciona, como si esperase un gesto de fidelidad por su parte. El Mariscal recoge el guante y le anuncia que acompañará a las tropas en su entrada en Bélgica, aunque sea como mero espectador. Napoleón contiene una sonrisa de aprobación. Sí, después de todo puede que Ney se merezca volver a la acción…

(continuará)

La batalla de Waterloo (I de XV)

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Tal día como hoy, hace exactamente 202 años, estaba en ciernes de dar comienzo la campaña militar de Waterloo, que en apenas una semana estremecería a toda Europa hasta culminar con la derrota del mejor de los hombres, Napoleon Bonaparte, Emperador de Francia. Lo que sigue es un relato día a día y por entregas (concretamente quince) de aquellos hechos, en el que he intentado aunar lo riguroso con lo cinematográfico. Probablemente me habré quedado corto en lo primero y habré exagerado en lo segundo, pero en todo caso me lo he pasado bomba intentándolo. Si os interesa el asunto, retroceded conmigo un par de siglos y sed testigos de uno de los episodios más espectaculares de la historia…

11 DE JUNIO. LOS PREPARATIVOS.

Tras varias semanas de revisar docenas de mapas de Bélgica y de diseñar en su mente la logística que necesitará la campaña, Napo ha pasado unos cuantos días enviando despachos por todo el país, con órdenes de que se silencie cualquier comunicación con la frontera, y de que se empiece a retirar de allí a todas las guarniciones de soldados franceses (los necesitará en el campo de batalla), reemplazándolos por guardia nacional, figurantes disfrazados y hasta muñecos de paja, a fin de que el enemigo no sospeche la fiesta que está a punto de liar el corso.

Una vez completadas sus obligaciones epistolares, Napoleón parte de París en su carruaje, en ruta hacia la frontera con Bélgica. Allí, l’Armee du Nord, el “auténtico” ejército francés con el que el Emperador se batirá frente a sus enemigos, está ya al completo, esperándole. Cerca de 150.000 BELLOS, incluyendo unos 30.000 de caballería (sí amigos, 30.000 que se dice pronto; aunque después del desastre de la campaña de Rusia, quizás llamar “caballos” a los jamelgos que montaban los regimientos de línea franceses en 1815 sea un rapto de romanticismo épico por mi parte), 25.000 hombres de la Guardia Imperial y más de 350 piezas de artillería.

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Son 150.000 gabachos dispuestos a partirse el pecho por su Emperador una vez más. Napoleón ha tenido que reclutarlos contra reloj, y la mezcla resultante es una fuerza de combate poderosísima, pero difícil de comandar. En palabras de Alessandro Barbero en su brutal libro La batalla: Historia de Waterloo: «Impresionable, siempre dispuesto a discutir, sin disciplina, receloso de sus jefes, turbado por el miedo a la traición y por eso susceptible al pánico, pero aguerrido y amante de la guerra, sediento de venganza, capaz de esfuerzos heróicos y de lances furiosos, y más fogoso, más exaltado, más vehemente que cualquier otro ejército republicano o imperial, así era el ejército de 1815. Napoleón nunca había tenido en sus manos un instrumento de guerra tan temible, ni tan frágil.”

A medida que transcurren las horas sin que pase nada, la tensión va creciendo en los diversos vivaques de campaña. Todo el mundo aguarda nervioso la llegada de l’Empereur y la orden de avanzar, cruzando el río Sambre, entrando en Bélgica y con ello declarando una vez más la guerra al resto del continente europeo. Es el domingo 11 de junio de 1815. El primer día de la campaña de Waterloo… (continuará)

Crónica del Primavera Sound 2015, tercera parte (de 3)

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SÁBADO 30 (día 3)

Para arrancar mi tercer y definitivo día de PS 2015 tenía muchas ganas de ver cómo sonaba «live» el volatil pop-rock de DIIV que tan bien funciona en disco, y más teniendo en cuenta que la banda venía con intención de presentar algunos de los temas que compondrán su segundo álbum, a publicar en algún momento del presente año. Sin embargo, una siesta traicionera y una compra tardía de vituallas en el supermercado (uno nunca tiene suficiente Red Bull en la nevera como para aguantar el tute de diez horas de conciertos diarios durante todo un fin de semana), me hacen llegar al Parc del Fórum justo cuando los de Brooklyn están diciendo aquello de “Gracias a todos, habéis sido un público fantástico, hasta la próxima”. Ver a Zachary Cole Smith ataviado con un camisón de Mickey Mouse y un gorro de caza sólo hace que me sepa aún peor habérmelos perdido. Pero bueno, no hay que llorar por la leche derramada, y tal y cual. A ver, ¿qué toca ahora? Ah, sí, los Fucked Up en el escenario ATP. Pues fantástico, corre corre, que a estos sí que quiero verlos desde bien cerquita.

20150530_200738Fucked Up son posiblemente la banda de punk más importante del momento. No sólo por la calidad o personalidad de su sonido (certificado en cuatro álbumes espectaculares, con mención especial al segundo, The Chemistry of Common Life), sino por haber conseguido, casi sin proponérselo, llevar el género hasta un público que nunca le había prestado atención (hasta un pánfilo como Moby se declaró lo bastante fan de ellos como para unírseles en una pintoresca cover del Blitzkrieg Bop de los Ramones). Cualquiera que no conociese a Fucked Up y se guiase sólo las pintas de los espectadores no sabría decir si esto va a ser un concierto de hard rock o de twee pop, y la salida de la banda al escenario seguiría sin aclararle nada: nueve personas (o sea, suficiente personal como para montar al menos tres bandas distintas) de aspecto tan ecléctico que parecen haber acabado juntas por azar, como los náufragos de Perdidos. Hay un par que parecen hippies despistadas, otro par que no desentonarían en una banda como Weezer, la bajista es una especie de profesora de matemáticas sexy, uno de los guitarristas lleva camisa hawaiana, y el cantante es el prototipo de «papá oso».

Sin embargo, basta que se disparen con el inicio de Year of the Rat para que a todo el mundo le quede clarinete que lo que hacen estos tipos es hardcore-punk de primerísima división. El frontman Damian Abraham es todo carisma, una auténtica bestia escénica. Ya a la segunda canción se baja a cantar con el público, y decide quedarse allí un buen rato. La gente le abraza, le pilla el micro, le dan cerveza, le ponen gorras y sombreros diversos como si estuvieran jugando con un Mr. Potato, y él les sonríe a todos mientras sigue vociferando sus estribillos cavernarios. Es un tío del que te gustaría hacerte amigo. El concierto es una andanada de hostias de lo más cachonda, un pogo continuo. En un parlamento entre canciones Damian nos cuenta que les chifla Barcelona, sus locales para fumar cannabis y su escena punk. Dice que el mejor show de su carrera lo dieron aquí hace algunos años, y que aquí descubrieron a bandas como Eskorbuto (cágate). Claro, si sueltas todo esto y acto seguido te tiras al monte con una interpretación descomunal de Queen of Hearts, ¿cómo no vamos a enamorarnos de tu puta banda?

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En cuanto acaba la descarga de ruido y furia de Fucked Up salgo pitando para el Ray-Ban, pese a que me gustaría quedarme un rato más porque Damian Abraham ha acabado el concierto entre el público, repartiendo abrazos, hablando con la gente y dejándose hacer fotos como si fuera… bueno, pues lo que es, una estrella del rock. Pero es que en el escenario Ray-Ban me espera Tori Amos; y uno nunca hace esperar a Tori Amos…

En realidad, si lo pienso, soy un fan bastante atípico de la pelirroja. Uno de esos a los que en realidad sólo le gustan sin reparos dos de sus discos (Little Earthquakes y Under the Pink, los dos primeros), y que del resto se queda con canciones sueltas. O sea, soy lo que podría llamarse un “fan de recopilatorio”. Aún así, creo que como artista despide una empatía y una sensibilidad que van más allá de la calidad puntual de sus composiciones o de su portentoso registro vocal. Es amiga de Neil Gaiman y de Trent Reznor, hostias; y aparte, por supuesto, me parece un pibonazo (incluso ahora, superada la cincuentena y con esas pintas de vendedora de Avon que se gasta). Sí, así de superficial soy.

20150530_203828Tori Amos aparece dando pasitos cortos y rápidos, vestida con una amplia blusa que sólo se me ocurre describir como “estilo abejorro”. Se sienta sobre una banqueta a horcajadas para poder tocar indistintamente el piano y el teclado eléctrico (Nacho Cano style), y empieza a darle a las teclas. Entre dos de sus temas dice que está nerviosa, no solo por ser poco asidua a festivales de este estilo, sino porque de hecho es su primera visita a España en más de dos décadas de publicar discos. Lo cierto es que se le nota un poco, deja ver cierto exceso de afectación al interpretar algunas canciones. Musicalmente el concierto me parece tan irregular como sus álbumes: Precious Things y Crucify suenan adecuadamente intensas, y The Waitress y Cornflake Girl suponen los esperados picos de comunión total con un público ansioso de romperse las manos aplaudiendo (las pantallas no paran de enfocar a gente llorando emocionada en las primeras filas), pero también pisa algunos rastrillos que se podría haber ahorrado, como la extraña/aburrida cover de In Your Room de Depeche Mode o la caótica Raspberry Swirl, que se diluye en un exceso de efectismos incluyendo un desconcertante «mashup» con el estribillo de You Spin Me Round (Like a Record) de Dead or Alive. En conjunto es un buen recital, que se me quedará grabado principalmente por lo especial y único de la cita y porque, bueno, ella es un encanto desde todos los puntos de vista. Me podría pasar el resto de mis noches invitando a cenar a esta mujer.

Tal como dije al principio de la primera crónica, de los veinte conciertos que llevo vistos ya en esta edición del PS sólo dos han tenido lugar en alguno de los dos escenarios grandes. El tercero y último será el de Interpol. No los tenía ni mucho menos entre mis elecciones prioritarias, a una hora en la que podría disfrutar de dos artistas emergentes que me llaman mucho más: el luminoso y arrebatado folk-rock de Torres (ejemplo), o el certero punk-rock de las ojipláticamente jóvenes Mourn (ejemplo), unas niñitas de diecisiete años que han tomado la escena indie rock “by storm”. Sin embargo, estoy con una amiga (¡Kekilla, saluda!) que lleva todo el fin de semana fiándose de mi criterio, y que además me está haciendo de reportera gráfica sin quejarse lo más mínimo (casi todas las fotazas que adornan estas crónicas son suyas), así que le toca elegir a ella.

Además, es un grupo al que no me importará ver de nuevo, pues tengo muy buen recuerdo de ellos en directo (aparte, es que los vi hace igual una década). En cierto modo guardan muchos paralelismos con The Strokes, los otros cabezas de cartel que tocan inmediatamente después de ellos (y a los que sí que no pienso ver): ambas bandas surgieron en New York más o menos por el cambio de siglo, ambas deslumbraron con sendos debuts que actualizaban el añejo sonido post-punk desde una perspectiva semi-mainstream (Interpol más oscuros, The Strokes más inmediatos), y ambas fueron entrando poco a poco en una mediocridad creativa que ya parece haberse convertido en crónica. La diferencia es que Interpol mantienen cierta actitud y ganas de hacer la mejor música de la que sean capaces, mientras que The Strokes llevan años haciendo gala de una indolencia que los ha convertido en un chiste.

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Así pues, cenita de bocatas sentados en el suelo lo más cerca posible del escenario Heineken, y a ver a Interpol. Atiendo al concierto con el 25% de los sentidos puestos en seguir las actualizaciones de lo que hace el Barça en la final de Copa del Rey, que se está jugando en ese mismo instante. Sin embargo, mi otro 75% de atención me basta para recordar algunas cosas que había olvidado sobre los autores de Turn on the Bright Lights: 1) Paul Banks, el cantante, me recuerda mucho a Guti, el ex-jugador de fútbol; 2) Me hipnotizan los constantes pasitos palante-patrás y los bailecitos estilo “danza de la lluvia” del guitarrista, Daniel Alexander Kessler; y 3) Sus dos primeros discos aún son la monda (una opinión que ellos parecen compartir, pues el 80% del setlist que tocan sale de allí).

Aunque su mejor momento ya queda muy atrás, Interpol siguen sonando sólidos y compactos, siguen tocando con vigor una colección de estribillos asesinos capaces de tumbar incluso a la audiencia más excéptica (Slow Hands, Evil, PDA… incluso el de su último single, All The Rage Back Home). No se detienen ni siquiera cuando el escenario sufre un apagón en el tramo final del concierto. ¿El sonido funciona? Pues a seguir tocando. Todo recto. Sí, me lo paso pipa con ellos, qué narices. En el Camp Nou, el Barça ha ganado su partido con holgura, lo que se dice dominando de principio a fin. En el Parc del Forum, Interpol han hecho lo mismo.

En cuanto los cuatro tipos se despiden y se largan salgo corriendo, antes de que me cierre el paso la legión de cabezas que ya alfombra todos los alrededores del escenario Primavera para ver a The Strokes (de largo, el concierto más multitudinario del festival, lo cual es fantástico porque liberará de incómodas apreturas al resto del recinto). Al pasar por delante de otro escenario, el ATP, escucho a las Babes in Toyland empezando a dar lo que, estoy seguro, va a ser una masterclass de grunge-rock. Me duele perdérmelas, pero ahora mismo tengo el punto de mira completamente fijado en el escenario Pitchfork para ver a The tUnE-yArDs, otra de mis citas obligadas del festival (quizás la que más; creo que hubiera priorizado este concierto por encima incluso de la Segunda Venida de Cristo).

Llego con media hora de margen, paseandito y comiéndome un helado. Aún somos cuatro gatos (tranquilos, se acabará llenando), y The tUnE-yArDs están probando y calibrando sus propios micros e instrumentos, lo cuál ya mola bastante por sí mismo. Viendo a la mujer-orquesta Merrill Garbus en medio de un estrado desde el que tiene que controlar a la vez dos teclados, un juego de percusión, un ukelele y un par de micrófonos, no me extraña que quiera comprobar por sí misma que todo esté perfecto. Una vez satisfecha con el sonido, Merrill llama a capítulo a sus músicos (un bajista, una baterista y dos coristas) y todos se abrazan en corrillo, como si fueran un equipo de basket antes de un partido importante. Empieza el fiestón.

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Mira que me suele decir poco el pop-rock de aires africanos (me quedé en el Graceland de Paul Simon), pero en cambio The tUnE-yArDs llevan dos álbumes dejándome sin palabras. Tanto su reciente Nikki Nack como sobre todo el anterior W H O K I L L me parecen triunfos incontestables del rock de vanguardia, dos trabajos rebosantes de vida, de colorido y de magia. Todo eso se plasma en escena con un espectáculo intenso y jodidamente divertido, dominado por unas percusiones demoledoras, una riqueza sonora que deja estupefacto (las canciones de la banda están tan llenas de matices que puedes escucharlas docenas de veces y seguir descubriendo giros nuevos), y la sensación de estar viendo a una superdotada que hace música en technicolor, en sensurround y en 3D.

20150531_004557Empiezan con la contundencia de Hey Life y Gangsta (¡Mi favorita!), y cierran con la euforia irresistible de Water Fountain y Bizness, coreadas de cabo a rabo por una audiencia enloquecida (en el clímax de la primera, los cinco músicos sueltan en seco sus instrumentos para ponerse a picar con baquetas mientras todos gritamos “Gimme your Head, Gimme your Head, Off with his head! Hey, Hey, Hey, Hey!!!”, y de inmediato retoman el estribillo). La verbena tribal dura en torno a una hora, pero no parecen haber pasado ni diez minutos. Demasiado corto, joder, demasiado corto. De hecho, algo así de bueno no debería acabarse nunca. El mejor puñetero concierto que he visto en el Primavera Sound 2015.

Sin tiempo para recomponerme, encadeno fiesta con fiesta y tiro porque me toca, ya que en el cercano escenario Ray-Ban está el electroduende Dan Deacon haciendo sudar a la muchedumbre. Este es otro artista al que me fastidiaba no poder ver debido a los diversos solapes, pero por suerte aún le queda media hora de matraca, y además recuerdo perfectamente el buen cuerpo que me dejó hace dos años, cuando actuó en el mismo escenario en el que acabo de ver a tUne-yArds, así que antes de darme cuenta ya estoy otra vez como las cabras. Deacon sigue con sus psicotrónicos sainetes entre canciones (le encanta hablarle a la luna y soltar todo tipo de mantras filosófico-musicales), y también sigue ofreciendo esas explosiones de ritmos programados que parecen compuestas por una banda de Gremlins y que pondrían a bailar a un muerto. Lo que se dice un apostol de la parranda y el buen rollo.

Ahora sí, estoy oficialmente aniquilado. Mi cabeza quiere ir a ver el electro-noise de Health, que actúan en el Pitchfork en diez minutos (días antes del inicio del festival, una de las cosas que daba por seguras era que estaría ahí para bailar su single Die Slow), pero mis piernas dicen que ni de coña, que total no hay para tanto con Health, y que mejor nos vayamos a tumbar un rato en la hierba frente al ATP, a ver qué echan; y mira tú qué bien, resulta que lo que están echando ahí es la actuación de los encantadoramente gamberros Thee Oh Sees. Bueno, pues no me voy a quejar. Los de San Francisco garajean con su habitual desenfado punkarra, cumpliendo con creces su función de mantener animada a una audiencia que empieza a ser consciente de que esto se nos va acabando. Los veo durante algo más de media hora y me voy a pillar buen sitio ante el escenario Ray-Ban, del que ya no me moveré hasta el final del festival, quedándome con las ganas de saber si han llegado a tocar la bonita Minotaur.

Y en el Ray-Ban, Caribou (o sea el genio canadiense Dan Snaith acompañado por una banda de tres músicos), demuestra que es, eminentemente, un artista de directo. Lo que en sus álbumes de estudio es una colección de amables singles de electro-psicodelia para escuchar de fondo mientras tomas el sol o vas en coche, en vivo se convierten en hipnóticos himnos dance, en una macro-rave que pone a, no sé, digamos que a veinte mil personas a hacer el masái.

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El grupo se mantiene en sombras, apenas contorneado por elegantes juegos de luces, pero lo que importa aquí no es mirarles a ellos, sino bailar igual que si se acabara el mundo; y mientras bailamos chutes de energía positiva como Our Love, All I Ever Need, Odessa, Bowls, Sun o Can’t Do Withouth You, voy mirando a mi alrededor y diría que nos están entrando ganas de follar a todos con todos. No creo que quepa mayor halago para un concierto de este tipo.

20150531_050025Ahora sí, esto se acaba. Como cada año, DJ Coco toma el testigo para poner punto final a la cita con su habitual sesión de mezclas musicales (de Daft Punk a Stone Roses, pasando por Arcade Fire). Diría que cada año pincha lo mismo el tío, pero… ¿a quién le importa? Toda la superficie hasta la cima de las escalinatas está llena de gente botando, cantando, agitando ramas de palmera (una de las tradiciones del festival) y celebrando en general. Estallan fuegos artificiales. Empieza a salir el sol. Desfilamos hacia nuestras respectivas camas. La vida debería ser un compás de espera entre Primavera Sounds.

Ya sólo faltan 364 días hasta el siguiente… 🙂

Canción del día:

Crónica del Primavera Sound 2015, segunda parte (de 3)

BARCELONA, SPAIN - MAY 29:  Public leaving the third day of Primavera Sound 2015 on May 29, 2015 in Barcelona, Spain.  (Photo by Xavi Torrent/WireImage)

VIERNES 29 (día 2)

Mi segunda jornada de festival (tercera si contamos la previa del miércoles con Albert Hammond Jr. y la OMD) empieza con The New Pornographers a las 19:30 en el ATP (aunque ellos tendrían reclamo de sobras como para llenar el escenario principal a una hora más estelar). Ya de antemano es un concierto que huele a victoria, principalmente porque la marabunta de fans que nos agolpamos en las primeras filas tenemos tantas ganas de verles que muy mal lo tendrían que hacer para no dejarnos contentos. Cuando salen por fin a tocar se crea cierto run-run de estupefacción al comprobar que les falta Neko Case, quizás ocupada en una gira propia o algo así (aunque en el backstage alcanzo a ver bailando y tarareando el concierto entero a una pelirroja que, si no es ella, es un puñetero clon; igual es que sencillamente estaba mal de voz y ha causado baja de última hora).

Sin embargo, no hay de que preocuparse, pues la ausencia de una de las tres vocalistas del grupo no afectará lo más mínimo a la famosa intensidad de sus coros ni a la calidad general del concierto, un auténtico fiestón desde el minuto uno. Los canadienses cuentan con un catálogo de temarros de pop bailable como para llenar dos setlists distintas sin demasiado esfuerzo (ya sólo con que tocasen la mitad de Twin Cinema, su álbum más completo, tendrían el concierto solucionado), y de hecho van tan sobrados que al primer cuarto de hora ya se han desprendido de un par de bombazos como Sing Me Spanish Techno y Dancehall Domine, dos canciones que a muchas otras bandas ya les gustaría tener como closer de un directo. En vivo, The New Pornographers logran calcar casi sin esfuerzo esa sensación de “quiero bailar este puto estribillo para siempre” que tan bien han transmitido siempre en estudio (hasta sus álbumes más irregulares tienen algún que otro tema descomunal), y completan la catarsis con una The Bleeding Heart Show redonda, de crescendo infinito (A. C. Newman repitiendo “We have arrived too late to play” al crepúsculo barcelonés como si fuera el último show de su vida). Efectivamente, salimos todos encantados.

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Tras recuperar el aliento me pongo a consultar el cuadre del día, dudando entre qué hacer para matar el tiempo hasta la actuación de Perfume Genius: las posibilidades basculan entre The Julie Ruin (el nuevo riot-grrrl act de Kathleen Hannah, ex-frontman de Bikini Kill y de Le Tigre; o sea, historia viva del punk-rock), y Tobias Jesso Jr., un pianista indie al que no he escuchado aún, pero que al parecer ha publicado uno de los presuntos mejores álbumes del 2015. En esas que me encuentro con unos hamijos y se me resuelve el problema, pues pasamos la siguiente media hora charlando y comparando actuaciones. A ellos les aburrieron Spiritualized, les encantaron Panda Bear, y me confirman que los Black Keys fueron la gran decepción del jueves noche (algo que ya se intuía, más que nada por el goteo de peña que se iba dejando caer todo el rato hasta la actuación de Los Punsetes). Dejo a mis amigos buscando sitio para ver a Belle and Sebastian (me encantaría acompañarles, porque ya he visto al combo de Stuart Murdoch un par de veces y siempre ha sido la leche), y me voy a lo mío.

Perfume Genius, o sea Mike Hadreas. El chorbo sale al escenario como si fuera un dios andrógino: mono negro, piel blanquísima, labios y uñas pintados de rojo y zapatos de charol y purpurina. Le falta el pelo verde para parecerse al Joker del tebeo La broma asesina. Timidísimo, sin apenas mirar al público y contoneándose como una serpiente, Perfume Genius procede a hurgarnos el alma con sus hechizantes historias sobre amores, desamores y miedos homosexuales, dejando patente la ejemplar evolución musical que ha experimentado en tres discos a cuál mejor, desde sus inicios en 2010 llenos de temas minimalistas al piano, con bastante poso de Antony and the Johnsons, hasta sus actuales composiciones, mucho más complejas y amenazadoras (latigazos electrónicos, guitarras, bruscos cambios de ritmo… se nota la producción de Adrian Utley, de Portishead) pero que siguen manteniendo el tono de confesión-pop susurrada al oído. La mezcla entre su turbadora fragilidad física y la absoluta seguridad con la que canta conforman una actuación arrebatadoramente sexy, colofoneada con una apoteósica Queen que deja al público tiritando. Dios salve a la reina.

BARCELONA, SPAIN - MAY 29:  Perfume Genius performs at Primavera Sound Festival on May 29, 2015 in Barcelona, Spain.  (Photo by Burak Cingi/Redferns via Getty Images)

Me paso a toda velocidad por el escenario Adidas Originals para asistir aunque sea a las dos últimas canciones de la actuación de los excelentes The Hotelier (que ahora mismo son la gran esperanza de un género tan moribundo como el emo-rock americano), y al ver la energía que transmiten me sabe mal no haberles podido disfrutar durante más rato (además, me temo que a estos sí que no va a haber manera de engancharlos por Europa fuera del formato de festival). En cuanto acaban me dirijo al escenario Primavera, el mayor del recinto, a prepararme para uno de mis momentos cumbre del PS 2015: Ride. Con tal de verlos voy a perderme a Ariel Pink (quizás el solape más sangrante de esta edición), y es más, con tal de verlos de cerca incluso voy a saltarme a las Sleater-Kinney, que una hora antes tocan justo enfrente, en el Heineken (el otro macro-escenario). Pero es que lo de Ride es para mí algo muy serio.

El shoegazing es uno de mis géneros favoritos del rock de las últimas tres décadas, y Ride son posiblemente mi banda favorita dentro de dicho género. Objetivamente hablando no tuvieron una carrera tan coherente como Slowdive (a partir del tercer disco, el decepcionante Carnival of Light, su magia se disolvió de repente), ni llegaron a firmar una obra seminal como el Loveless de My Bloody Valentine, pero antes de ser devorados por la auto-indulgencia tuvieron tiempo de firmar un listado de canciones bastante impresionante, en un corte más clásico y con mayor sentido de la melodía y de la diversión que sus compañeros de género. En cierto modo fueron “los Beatles del Shoegazing”. Entre 1991 y 1993 los tuve en un pedestal, y nunca pude verlos en directo. Por eso, me tomé como un acontecimiento solemne su reciente reunión, casi dos décadas después de haberse separado, y su inclusión en el line-up del festival (de hecho, el año pasado por estas fechas tuve una epifanía y vaticiné que reaparecerían y vendrían a tocar a Barcelona).

De todo lo anterior es fácil deducir que me cuesta horrores juzgar con objetividad un concierto que se abre con Leave Them All Behind, posiblemente una de las diez canciones de mi vida. Así que ni siquiera voy a intentarlo: lo que hacen Ride sobre el escenario Primavera me parece sencillamente magia. Tocan como dios (técnicamente son unos músicos fenomenales), generando sus inabarcables murallas de sonido igual que si estuviésemos en la primavera de 1992. Es un carnaval de luz. Se les ve implicados y felices de tener, por fin, el reconocimiento histórico que siempre merecieron. Están sobre el escenario algo más de 90 minutos y tocan casi todas las buenas, bordando maravillas como Time of Her Time, Vapour Trail o Drive Blind (meten muchísimo ruido pero con muchísimo criterio). Escucho a Andy Bell cantar las frases finales de OX4 (“Some fantasy you’ve been, Pick up the pieces in my mind, I’m going home…”), antes de esos dos preciosos minutos instrumentales que cierran la canción envolviéndote como un edredón sónico, y me acuerdo de alguien muy concreto; y como estoy acompañado tengo que aguantarme un poco para no llorar, pero lo consigo, y pienso que me siento a la vez triste y feliz. La música te hace estas cosas cuando es importante.

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Recupero fuerzas y presencia de espíritu con un Red Bull (sólo es la 1:30 de la madrugada y The Soft Moon tocan a las 4:00), mientras me tumbo en la hierba frente al ATP para ver al electro-gurú Jon Hopkins, que se trabaja una sesión cumplidora pero un tanto plana. Sí, consigue hacerme bailar con los brazos casi todo el rato, y hay que reconocer que lleva un montaje escénico-lumínico que es el recopetín, pero no llega a hincharme el pecho igual que lo han hecho sus últimos álbumes de estudio. En un festival en el que me está gustando todo, de momento esto es lo más cercano que he experimentado al gatillazo.

Para rellenar la siguiente hora muerta me monto un improvisado “quince minutos por banda”, paseándome por diversos escenarios a ver qué se cuece. Ratatat me recuerdan a unos franceses de los 90 que se llamaban Big Soul. Igual que aquellos, me parecen inocuos pero divertidos durante dos canciones, que es lo que tardo en bajar las atestadas escaleras del escenario Ray-Ban. A partir de ahí ya empiezan a hacérseme repetitivos, así que ni siquiera llego a pararme y vuelvo a salir por las escaleras de al lado, como si estuviera en una cinta transportadora. En otro rincón del recinto están Movement, que no suenan mal pero a los que alguien tendría que advertirles que el día anterior tocó James Blake, y que si no disimulan un poco mejor la gente se va a acabar dando cuenta de que le copian las canciones. Finalmente, Pallbearer me parecen sensiblemente mejores que las dos anteriores bandas, aunque a estas horas y como diría el poeta “ya no tengo el coño para farolillos doom metal”, así que opto por mirármelos sentado a cierta distancia, prestando casi la misma atención a los músicos que a los varios centenares de fans que hacen headbanging frente a ellos.

Finalmente, a las cuatro y poco de la madrugada salen a escena The Soft Moon, mi concierto final del viernes. Los de Oakland demuestran que pese a actuar en un escenario pequeño quieren dejar impronta en el festival, y ofrecen un intensísimo set de post-punk industrial con un aroma a medio camino entre Joy Division, Suicide y Cabaret Voltaire, y una actitud que los hace dignos herederos de todos ellos. Mucha oscuridad, mucha mala hostia (Luis Vasquez usa un bidón de metal para generar efectos de percusión, y le arrea verdaderas palizas) y sobre todo mucha calidad. Nota mental: me los tengo que escuchar más a fondo en disco porque me están pareciendo buenísimos.

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En cierto momento se me va la vista al backstage y flipo con la colección de “suicide girls” que tienen como roadies, todas allí filmando el concierto con los móviles, bebiendo birra y bailando. Sí, parece que sigue siendo cierta esa máxima de que los tíos que tienen pinta de malos se acaban llevando a las tías que están más buenas. Ante una reflexión de tal profundidad, recuerdo una frase que suele decir mi madre: “cuando empiezas a pensar tonterías es que ya toca irse a dormir”. Decido hacer lo propio. Mañana, fin de fiesta.

Canción del día:

Crónica del Primavera Sound 2015, primera parte (de 3)

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Un Primavera Sound más, el tercero consecutivo ya, después del hiato de casi una década que pasé sin pisar sus escenarios (desde la última vez que se celebró en el Poble Espanyol, un caos organizativo que me quitó las ganas de seguir festivaleando). Tras las ediciones 2013 y 2014, en las que el abono me cayó en las manos “de gratelo” sin que yo lo pidiese (una amiga que no podía ir, un regalo de cumpleaños…), en esta ocasión pasé por caja a apoquinar los 150 euros (más gastos de gestión); así que supongo que no me queda más remedio que reconocerlo: me he vuelto a enganchar.

Y eso que en esta ocasión la parrilla de artistas tampoco me parecía tan impresionante como las de años anteriores. Pero vamos, el Primavera Sound ha alcanzado ya un nivel de excelencia musical y logística difícil de superar (la organización de una cita de este tipo debe tener las mismas aspiraciones que los buenos árbitros de fútbol: que no se note su presencia), hasta el punto de que es el propio festival en conjunto lo que acaba brillando por encima de los nombres que traiga. El “marco incomparable” (la verdad es que el recinto es acojonante), la variedad de ofertas y la buena disposición general de la gente ayudan a ponerte en un estado de diversión casi orgánica. Te lo pasas bien toque quien toque; y el actual momento que viven el rock alternativo y la electrónica de vanguardia dan para que siempre vengan a tocar al menos seis o siete artistas de primer orden.

Leía hace poco, no recuerdo dónde, acerca de los problemas de crecimiento que empiezan a experimentar los festivales españoles estilo PS, atrapados entre la necesidad de ofrecer variedad, de no estancarse (esa sensación de que ciertos popes del indie fichan año sí/año no; uno de los motivos por los que dejé de ir al FIB fue que al cabo de cuatro ediciones ya había visto dos veces a casi todo el mundo), y la imposibilidad de incluir a según qué nombres en el line-up. Por ejemplo, buscando comparaciones con Glastonbury, el PS no podría traer a Foo Fighters (quizás demasiado mainstream), ni le saldría a cuenta pagar el caché de Kanye West (un artista fundamental para entender el pop de hoy en día pero que aquí debe de vender menos discos que Manel). Hay que tirar por otras vías.

Así, la evolución de estos certámenes pasa por soluciones creativas, y este año el Primavera Sound ha optado por la recuperación de “viejas glorias” como cabezas de cartel: The Replacements, la OMD, Patti Smith, Ride, y en menor medida Interpol, The Strokes, Spiritualized y Tori Amos. Me parece la mar de bien, es un cartel con innegable tirón para el gran público; pero a nivel personal, salvo por la Amos (que jamás viene de gira por aquí) y Ride (la única gran banda de shoegazing noventero que me quedaba pendiente), la cosa tampoco me ofrecía estímulos suficientes como para hacerme con el abono de tres días. Han sido los artistas de segunda fila quienes me han convencido: The New Pornographers, Jon Hopkins, Perfume Genius, The Soft Moon, tUnE-yArDs, Benjamin Booker, Mikal Cronin… Así pues, para mí éste va a ser un Primavera Sound de muchos más escenarios pequeños que grandes. Si alguien quiere encontrarme, la manera más segura de hacerlo es mirar hacia dónde se mueve la mayor marea de gente, y enfilar hacia el escenario que esté en dirección contraria. Dicho esto, empecemos.

MIÉRCOLES 27 (día 0)

La vida es lo que te sucede mientras haces otros planes, dicen, y los míos incluían empezar la jornada de presentación del festival con los shows de Christina Rosenvinge y Cinerama. No es que ni la una ni los otros me vuelvan locos (lo de la cantante de Hago Chas y aparezco a tu lado como musa del alt-rock patrio siempre me ha parecido un hype sostenido, que sólo se justifica por el hecho de que no hay muchas más intérpretes españolas de sus características). Sin embargo, la inesperada explosión de mi ordenador me retiene en casa hasta las 8 de la tarde, así que no llego al Parc del Forum hasta una vez empezada la tercera actuación del día, Albert Hammond Jr.

Desde luego, el festival ha sabido rentabilizar la inclusión de los Strokes en la parrilla, pues por el mismo precio van a tener al cantante Julian Casablancas al frente de su banda alternativa The Voidz (que me parecen horrorosos, por cierto), y al guitarrista Albert Hammond Jr. defendiendo su discografía en solitario, que cuenta ya con dos álbumes (el tercero se edita en julio). No he escuchado ninguno de ellos, pero si me tengo que guiar por la sucesión de medios tiempos guitarreros que provienen del escenario, la conclusión es que no estoy demasiado impresionado, aunque al menos tampoco paso la vergüenza ajena que me produjeron en su día los dos últimos discos de The Strokes. Una cosa correcta y punto. Aparte de eso, Hammond se ha cortado el pelo (se le ve mayor) y se ha comprado un traje. O sea, “ha madurado”, una expresión peligrosa cuando hablamos de rock, porque demasiado a menudo se traduce en aburrimiento. Teniendo en cuenta su apellido que remite a un padre mítico, y lo soso que me está pareciendo, no puedo evitar acordarme de Jakob Dylan y sus Wallflowers.

Finiquitado Albert Hammond Jr., ya solo me queda una actuación por ver, la OMD (podría pillar luego el metro hasta la sala Apolo, donde hacia la 1 de la madrugada tocan los post-punkarras Viet Cong, pero siendo ésta la velada previa de calentamiento no quiero forzar, que a partir del jueves tengo mucha matraca que ver y bailar). El día anterior, en casa con tres amigos, les comenté que hoy tocaba la OMD en el concierto gratuito de presentación del Primavera Sound 2015, y que si se animaban a venir. Dos de ellos no habían oído hablar jamás de la banda, y el tercero dijo que los recordaba como “un grupo de los 80 con dos canciones buenas”. Esto demuestra lo que llamamos “ilusión de proximidad”: uno se cree que lo que él conoce es igualmente conocido por los demás. Yo siempre había situado a Orchestral Maneuvers in the Dark a la altura popular de Depeche Mode, pero lo cierto es que, aunque cueste creerlo, la mayoría de gente ya ni se acuerda de los autores de discos tan fundamentales para entender el pop electrónico como Dazzle Ships o Architecture and Morality.

OMD 03 Dani Canto

Y sin embargo, a las 11 de la noche en el Parc del Fórum nos hemos juntado los fans suficientes como para llenar toda la explanada sin que quepa un alfiler. Andy McCluskey y Paul Humphreys salen a escena, y de nuevo volvemos a estar en lo profundo de los 80. Están más arrugados que entonces, sí, pero eso es lo único malo que puede decirse de un concierto en el que suenan hitazos del nivel de Enola Gay, Souvenir, (Forever) Live and Die, Tesla Girls, Talking Loud and Clear, Messages, Electricity o Joan of Arc (el órdago a la grande de la noche), himnos generacionales inapelables que no han perdido un ápice de chispa. Incluso Metroland, única concesión a su más reciente trabajo (English Electric, del 2013), se mezcla de manera orgánica con el resto del setlist, como un clásico más, sin desteñir en absoluto una performance que ha sido lo que tenía que ser: un «Lo mejor de la OMD» con el público entregado desde los primeros acordes de la primera canción y los músicos en un estado de forma envidiable (McCluskey no para de bailar ni un instante). Primer puerto de montaña importante, y primera alegría. Hemos empezado bien. Hemos empezado muy bien.

Canción del día:

JUEVES 28 (día 1)

Tras la intro de ayer, me presento en el recinto del Parc del Forum a las 8 de la tarde para iniciar “oficialmente” mi PS 2015 con el arrebatado blues-rock garajero de Benjamin Booker, autor de uno de los álbumes que más noqueado me dejaron en el 2014 (por temazos como por ejemplo ÉSTE). A una hora complicada, con el sol aún pegando, en un escenario que le viene enorme y ante un público que en su mayoría está cogiendo sitio para ver al que va a salir después de él (Antony and the Johnsons), el de Virginia se mete a todo quisque en el bolsillo con una actuación intensa y llena de actitud. Claro, el muy motherfucker no tiene una sola canción mala, y eso también ayuda.

Al acabar su set, Booker se despide recordándonos que a continuación, en el escenario de enfrente, actúan “the fucking Replacements”, y que él va a estar en primera fila pegando botes con ellos. Pues ya me contarás qué tal, Benjamin, porque lo que es yo me voy al escenario Pitchfork a ver a Ought. The Replacements nunca fueron un grupo al que prestase demasiada atención (hubo un tiempo en que incluso los confundía con The Residents), así que no voy a fingir ahora que siempre fui fan. Ya corregiré ese cráter en mi expediente, pero de momento tengo una cita con la banda de Montreal. Me encantan estos chavales, me suenan a Talking Heads y a Television, y sobre el escenario desgranan las canciones de su (por ahora) único disco a ritmo de ametralladora. Me lo paso pipa brincando al ritmo de Today More Than Any Other Day y Habit, y sigo sin entender que no los conozca ni Dios.

Una de mis máximas para sobrevivir al Primavera Sound es ver como mínimo un concierto cada día en el escenario Ray-Ban. No porque su propuesta sea mejor que las demás, sino porque está situado al fondo de un anfiteatro con gradas para sentarse. Desde allí, descansando el cuerpo y con la brisilla del mar refrescándome, disfruto como un burro con el que tiene potencial para ser el mejor acto de hoy: el de Mikal Cronin, cuya capacidad para componer canciones de rock bonitas lleva tres discos dejándome tonto. Que si Weight, que si Apathy, que si Am I Wrong, que si See It My Way… Me podría pasar horas escuchando esas guitarras, que suenan cristalinas incluso cuando se pone a distorsionar. Por actuaciones así vengo al Primavera Sound. Impecable.

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Tras Mikal toca el teórico plato fuerte de la jornada, Spiritualized. Tengo algunos reparos con ellos, porque los vi en los 90 en el Festival de Benicassim, presentando una obra maestra como Ladies and Gentlemen, We Are Floating in Space y no creo que aquello pueda ser superado. De aquel concierto de madrugada recuerdo que fue larguísimo, que lo vi tumbado en el suelo como si me hubieran dejado caer desde una avioneta (porque ya no me tenía en pie), y que, pese a no haber consumido ningún tipo de drogas, el cansancio me hizo tener alucinaciones (haciendo honor al título de su disco, me pareció ver a los músicos levitar por el escenario mientras tocaban). En efecto, no lo superan, pero no es por culpa suya: ellos mantienen intacta su capacidad para convertir las canciones en experiencias lisérgicas (Electric Mainline dura siete minutos como podría durar diecisiete), mezclando de manera magistral gospel, space rock y psicodelia con la voz de Jason Pierce como hipnótico hilo conductor. No, ellos lo hacen igual de bien que siempre. Sencillamente, soy yo quien ha cambiado en estos quince años. Ahora me interesan y me llenan más otras cosas.

Ya en la última media hora de Spiritualized se han podido ver rebaños de gente yéndose para el escenario principal, en el que a estas horas deben de estar empezando a tocar The Black Keys. No podría importarme menos. Sí, Lonely Boy y tal, pero no tengo ganas de aguantar tumultos para bailar una puñetera canción, y a esa misma hora en el mini-escenario Adidas Originals, en la otra punta del recinto, actúan Los Punsetes, y si me doy prisa aún voy a poder pillar sitio en primera fila. Ya los vi hace unos meses en Madrid (por tercera vez en los últimos años), y el hecho de que tenga tantas ganas de repetir certifica lo mucho que me gustan, lo mucho que me enganchan sus melodías y lo adentro que me han llegado siempre sus letras, con las que me identifico a muchos niveles. En directo son un seguro de vida, nunca defraudan. La cantante Ariadna va vestida de marinero y, como de costumbre, se mantiene quieta igual que un palo ante el micrófono. Se mueve tan poco que le podrían hacer una resonancia magnética mientras canta; y sin embargo, todo ese hieratismo tiene el efecto de reforzar aún más la escalofriante intensidad, la sensación de verdad, que transmiten temazos como Alférez Provisional, Opinión de Mierda, Tus Amigos, Amanece más temprano, Tráfico de órganos de iglesia o el momento álgido de la actuación, Maricas (nudo en la garganta, como siempre). Canciones que, nunca me había dado cuenta hasta este momento, tratan de manera conjunta un tema principal: el egoísmo. Podría dar un jodido arsenal de excusas para explicar por qué he venido a ver a Los Punsetes en lugar de a The Black Keys, pero en realidad la respuesta es sencilla: Los Punsetes son mejores. Nada de Mikal Cronin, esto ha sido lo más enorme de hoy.

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Es la una de la madrugada, llevo cinco horas sin parar, así que ya toca descansar y comer algo aprovechando que toda la música que va a sonar en la próxima hora me parece perdonable. Me voy a la zona de tenderetes y me cruspo unos fideos al wok con salsa de cacahuete (parece mentira, pero una de las cosas que más echaba de menos del PS eran los resopones nocturnos de fideos orientales), mientras de fondo se oye la sala de torturas de Sunn O))) amortizando bafles en el escenario ATP. Lo de Sunn O))) puede llegar a ser estimable en disco, pero tragárselos en directo es un ejercicio de hipsterismo metalero (me aburro pero pongo cara de que me están pareciendo buenísimos) que no me va a tener como testigo.

En vez de eso, hago un poco de tiempo sentado en las escalinatas del Ray-Ban viendo a los británicos Jungle (son aplicados en lo suyo, pero el neo-soul británico no es lo mío), y cierro la jornada con el duo que seguramente tiene el mejor nombre de todos los artistas que concurren este año al PS: The Suicide of Western Culture. Los bailé ya hace un par de ediciones y desde entonces han mejorado bastante, se les ve más sueltos, más sucios (en el buen sentido) y con más canciones buenas. Cada vez me recuerdan más a Fuck Buttons y eso nunca me va a parecer malo. Me contorsiono cual locuelo con Hey, Guys! I Know The Name Of The Culprits y con Love Your Friends, Hate the Politicians, y tiro para la boca de metro aún tarareándolas y moviendo los pies a ritmo sincopado. Qué divertido es todo esto, joder.

Canción del día:

La madre de todos los tripletes

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El lunes 18 de mayo quedará para siempre registrado en los anales periodísticos como el día en que, en casi toda España, el baloncesto se convirtió de repente en el nuevo deporte rey. Sólo así se explica que la noticia de que el Barça de fútbol acababa de ganar su Liga BBVA número 23 fuese secundaria para diversos medios generalistas y en teoría neutrales (aquí, insertar risas), los cuales prefirieron informar de manera destacada acerca de la Euroliga de basquet conquistada por el Real Maligno. Tres ejemplos al respecto: 1) El programa Jugones de La Sexta abrió con un reportaje de diez minutos sobre la gesta del baloncesto capitalino (cuando en toda la semana anterior no había dedicado ni diez segundos a mencionar que ese mismo fin de semana se disputaba la Final Four); 2) El diario ABC estampó en su portada a los héroes blancos de la canasta levantando el trofeo (no se recuerda que ocurriese lo mismo en ninguna de las dos Euroligas blaugrana ni por supuesto en la que ganó el Joventut de Badalona en 1994); y 3) El artículo de opinión de Alfredo Relaño en As se titulaba “Liga para el Barça, Euroliga para el Madrid” (en favor de Relaño hay que decir que fue el más avispado de la clase: él ya llevaba días hablando de basquet, consciente de que el fútbol era mejor no tocarlo mucho). Es decir, que el periodismo deportivo suele dedicar el 95% de su tiempo al balompie… salvo cuando el F.C. Barcelona se embolsa la Liga. ¿Alucinante? No hombre no, esto es España; y España, digan lo que digan, es aplastantemente merengue (y además es de derechas; aunque eso ya sería tema para otro artículo…).

8qtU0Posiblemente había ese domingo menos madridistas pendientes de la Final Four de baloncesto que del inútil hat trick que Cristiano Ronaldo se estaba cascando en Cornellà-El Prat a la misma hora (con absurda celebración de perdedor de Liga incluída)… o ya que estamos, menos de los que habrá echando espuma por la boca durante las próximas finales de Copa del Rey y Champions League, en las que ni siquiera jugará el equipo merengue. O sea, en realidad el baloncesto sigue interesándoles sólo a los forofos de toda la vida (entre los que me cuento, ojo), pero lo que importaba ese lunes en las entrañas de Mordor era poder celebrar algo, LO QUE FUERA, con tal de disimular el ruido que estaba haciendo el F.C. Barcelona como campeón liguero y más que probable tripletista (algo que debería ocurrir con cierta facilidad, salvo pájaras inexplicables ante el Athletic y la Juve). Así pues, que nadie se sorprenda si el 6 de junio los culés nos llevamos al saco nuestra quinta Copa de Europa de fútbol y al día siguiente la Sexta, ABC y Alfredito Relaño deciden destacar, no sé, el podio de Alberto Contador en la Critérium del Dauphiné, por ejemplo. Así son las cosas, y así nos las cuentan.

Es normal que en Merenguelandia intenten buscar cortinas de humo ante la resurrección azulgrana de la mano de Luis Enrique, porque lo cierto es que ha sido un milagro del todo inesperado, en una época que se intuía como de reconstrucción del equipo, con la desaparición o la metamorfosis a un rol menor de muchos de los jugadores que habían formado su gloriosa columna vertebral (Puyol, Xavi, Valdés…), otros que parecían estar iniciando un ocaso prematuro (Piqué, Busquets, Iniesta…), y sobre todo uno en particular que daba sensación de haber perdido de manera definitiva su toque divino (Messi). De hecho, a mediados del mes de diciembre, ante el contraste que suponía un Barça que jugaba rayando lo mediocre, y que aguantaba a trompicones tanto en Liga como en Champions frente a un Maligno que se paseaba en modo rodillo (racha de 22 victorias consecutivas y tal), la prensa cavernaria incluso vaticinó el imparable inicio de una dinastía blanca (Prueba 1 de la Acusación), lanzando una hiperbólica afirmación que sonaba a delirio de borracho: el equipo de Ancelotti estaba a la altura del mejor Barça de Guardiola, decían (Prueba 2 de la Acusación). Sí, y se quedaron todos tan panchos. Cobran cada final de mes como periodistas profesionales, pero en realidad son meros hooligans subvencionados.

Por suerte para las huestes blaugrana, todo ese precipitado ejercicio de wishful thinking se derrumbó con la llegada del mundialito de clubes (competición puta donde las haya, por las fechas en las que se juega, por el desgaste de viajes que exige, y porque ganarla apenas otorga prestigio pero perderla supone una humillación), que el Real Maligno conquistó bien pero al coste de desplomarse físicamente. Carletto se había pasado toda la primera manga de la temporada exprimiendo a los mismos 13 jugadores sin apenas rotaciones, y en ese mes de diciembre empezó a secárseles el depósito de combustible. Al principio pareció un bajón puntual, pero con el paso de las semanas se hizo evidente que la cosa iba a peor: jugadores fuera de forma, plaga de lesiones, cracks deprimidos o enfadados, e ideas de bombero en el despliegue táctico del equipo para intentar remendar los descosidos que quedaban al aire en los partidos decisivos (que Ancelotti prefierese el parche de incrustar a Sergio Ramos en el mediocampo antes que hacer jugar a Illarramendi o Lucas Silva, es una demostración palmaria de la fe que tenía en sus suplentes). Total, una temporada tirada a la basura.

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El fútbol es terriblemente injusto y volátil. En baloncesto, tenis, balonmano y casi cualquier otro deporte que se nos ocurra, aquel que juega mejor suele ganar al menos 8 de cada 10 veces; pero en fútbol, debido a sus tanteos relativamente bajos y su concepción un tanto arcaica del reglamento (la mayoría de decisiones se dejan a la inspiración del árbitro, incluída la duración exacta de los partidos), puedes estar dándole un baño de juego a tu rival, con un porcentaje de posesión humillante y un maremoto de ocasiones de gol… y aún así acabar palmando. Si esto te ocurre en un torneo de regularidad como la Liga, todavía tienes cierto margen para corregir dinámicas, pero en un campeonato de eliminatorias directas te vas a la calle al primer paso en falso. De ahí nacen expresiones como “la pelota no ha querido entrar” (sería inimaginable que Rafa Nadal o LeBron James usaran esa frase para justificar una derrota) o “las notas se ponen a final de temporada”, mantras para relativizar todos esos intangibles que, sumados uno encima de otro, acaban definiendo la finísima línea entre éxito y fracaso, entre el Barça de Guardiola que empieza su leyenda con un gol de Andrés Iniesta sobre la bocina en Stamford Bridge, y el Maligno de Mourinho que se queda a las puertas de una final por un penalti en el Allianz Arena, que Sergio Ramos chuta a la órbita baja de la Tierra.

Por lo tanto, tan ventajista fue hace meses machacar a Lucho por su irregular arranque de liga (algo en lo que TODOS los culés caímos), como lo es subirse ahora al carro de su victoria y en cambio llenarse la boca de explicaciones condescencientes acerca del descalabro merengue. Un sólo gol de Gareth Bale en la vuelta de semifinales contra la Juve (de los dos o tres que falló), y ahora el Maligno estaría en Berlín. Un mal partido de Ter Stegen en la vuelta contra el Bayern Munich (que nos apisonó en cuanto a ocasiones en la primera parte), y quizás el Barça habría caído eliminado. Lo mejor en estos casos es simplemente ser prudente y evitar pontificar, porque muchas veces no callarse en noviembre equivale a quedar retratado en junio. Sin embargo, lo que sí puede hacerse sin temor a meter la pata es analizar los fríos datos, tratando de establecer tendencias que aclaren lo ocurrido (aunque sea en parte); y los escalofriantes datos del Real Maligno señalan de manera clara a un culpable principal: Florentino Pérez, al que ojalá la providencia y las prestidigitaciones fiscales mantengan en la presidencia del Real Mordor durante muchos años. Mientra sigas ahí, sospecho que el F.C. Barcelona seguirá recortando poco a poco distancias a las hordas de Satanás en cuestión de palmarés.

El-Real-Madrid-de-Florentino-Perez-ya-ha-despedido-a-8-entrenadoresPrecisamente para evitar acusaciones de ventajismo, incluso voy a dejar de lado el hecho de que el Barça, en los últimos 25 años (o sea, desde la llegada de Johann Cruyff como entrenador), haya ganado más títulos de Liga que en sus 100 años anteriores (casi el doble de los que ha ganado el Real Madrid, por cierto), y me voy a centrar en los dos períodos de Florentino Pérez al mando de la entidad merengue: en su primera etapa presidencial, de seis años de duración (del 2000 al 2006), el Real Madrid conquistó dos Ligas y una Champions. En la segunda etapa de mandato de Floper, que empezó a mediados del 2009 (o sea, que lleva también seis años), de momento lleva ganadas 1 Liga, 1 Champions y 2 Copas del Rey. Sumándolo todo, en sus doce años de gobierno el florentinato ha aportado a la sala de trofeos del Bernabeu 3 Ligas, 2 Champions Leagues y 2 Copas del Rey. En ese mismo lapso de tiempo el Barça ha conquistado idéntico número de Copas del Rey y Champions Leagues (dos, ampliables a tres dentro de pocos días), y siete campeonatos de Liga. Se mire por donde se mire, es una comparativa demoledora, que deja claro de qué color es la hegemonía del fútbol español desde hace unos cuantos lustros (una pista: no es de color blanco). Lo dicho, Florentino quédate, por favor.

¿A qué se debe este nivel de arrase? Mi opinión es que, más allá de tácticas puntuales o del acierto/desacierto a la hora de elegir entrenadores (el Barça ha ganado ligas con Rijkaard, Guardiola, Vilanova, Luis Enrique… e incluso con el desastroso Tata Martino nos quedamos a un gol mal anulado de ser campeones), el factor dominante, la diferencia entre ambos clubes, es el modelo deportivo. El del Barça podrá ser más o menos criticable, sobre todo por su excesivo apego a un estilo futbolístico que requiere jugadores de características muy particulares (ahí están los semi-fracasos de Ibrahimovic, Villa o Fabregas, mega-cracks que no supieron adaptarse), pero es que el Real Maligno no tiene modelo ninguno. Los dos clubes son dos trasatlánticos con urgencias históricas que se renuevan de año en año, y con una política de fichajes a golpe de talonario (por cada Cristiano Ronaldo hay un Neymar, por cada Luis Suárez un Gareth Bale), pero al menos el Barça toma la mayoría de decisiones intentando cubrir necesidades a medio/largo plazo, mientras que el Real Madrid se limita a acumular los cromos que a su presidente le apetece tener en el álbum.

carlo1-479479Así, la caballería mediática madrileña no ha dudado en despedazar a Ancelotti por no haber ganado un solo título en este curso, sin valorar que el italiano, aparte de comportarse como un verdadero hombre de club y de lograr pacificar un vestuario que estaba en pie de guerra tras el paso de tierra quemada de Jose Mourinho, ha sacado auténtico petróleo (¡Ganó la Décima, leches!) a una plantilla absolutamente descompensada, sin apenas piezas relevantes de banquillo y con un once inicial que es la cama de un loco: un portero desquiciado, un centro del campo a base de mediapuntas reconvertidos (James, Isco…) y que se derrumba por la simple lesión de un jugador clase-media como Modric, mas una delantera liderada por un mega-crack planetario que, lejos de ejercer de líder motivador, se comporta como un niñato a la que la cosa se tuerce, y que parece dar la misma importancia a los registros personales que a los colectivos, sin ser consciente de que (por lo general) lo segundo es lo que lleva a lo primero y no al revés. No hay constancia de ninguna temporada en que la afición merengue haya tomado la Cibeles para celebrar una Bota de Oro o un Pichichi…

Por todo ello, y de esto es de lo que realmente quería hablar en la presente encíclica (la introducción me ha quedado larga, lo sé), si hay algo que lamento a estas alturas es que el rival del F.C. Barcelona en la próxima final de la UEFA Champions League sea la Juventus de Turín y no la turba de Chamartín. La mayoría de culés a los que conozco siguen con el complejo de inferioridad y el miedo escénico que transmite el Real Madrid, al que históricamente hemos visto como un supervillano que nos privaba de alcanzar la grandeza futbolística. Yo en cambio creo que, tal como estamos nosotros y tal como están ellos, éste era el momento perfecto para atropellarlos en una final europea, ante la mirada atónita del mundo entero. Si mi abuela tuviera ruedas sería una bicicleta, en efecto, pero es que incluso sin dejarme llevar por la pasión dudo que ahora mismo haya demasiado color entre ambos equipos.

El F.C. Barcelona ha llegado al mes de mayo como el equipo físicamente más fuerte e intenso de la Tierra, algo que no ha sido común a lo largo de nuestra historia, y que queda en el haber de Luis Enrique, que ha estado finísimo midiendo las rotaciones. Tiene la mejor defensa (36 goles encajados en 58 partidos), el mejor centro del campo y el mejor ataque (me tengo que ir muchos años hacia atrás para encontrar un tridente más bestia que Messi-Suárez-Neymar). Obviamente en una final a 90 minutos puede pasar de todo; y en dos, más. Pero este año no puede haber excusas: cualquier cosa que no sea Liga, Copa y Champions sólo podrá computarse como un fracaso y una ocasión perdida.

El actual Real Madrid no nos supera en nada, ni en intensidad, ni en forma física, ni en despliegue táctico ni mucho menos en fútbol puro y duro (hablo por hoy, no por diciembre ni por marzo; lo digo por si alguien quiere recordarme los dos enfrentamientos ligueros de esta temporada en los que, es cierto, los Malos fueron mejores que nosotros). De hecho, la «Vecchia Signora» sí que nos aventaja en al menos un aspecto: en oficio, en saber explotar hasta el límite sus opciones, lo que se conoce como «fútbol subterráneo». Te meten un gol y sudas sangre para remontarles, y por ahí es por donde nos podrían complicar la vida (antes de la ronda de semifinales de la competición, por cierto, ya comenté que este equipo era el tapado, y que mucho cuidadito con ellos).

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De verdad, hacedme caso pueblo culé, en una hipotética final de Champions contra el Real Maligno tendríamos mucho más a ganar que a perder. Es lo que se conoce como «coste de oportunidad», aquello a lo que renunciamos para evitar un riesgo; y este es un coste de oportunidad demasiado alto como para ignorarlo. El F.C. Barcelona se ha pasado 90 años de historia perdiendo copas de Europa (hasta que por fin ganamos la primera en Wembley, en 1992). Hemos estado muchas décadas a la intemperie, ya sabemos lo que es pasar frío. Ellos no, ellos no lo saben. Es cierto que tuvieron que esperar más de tres décadas para ganar “la Séptima”, pero eso sólo significa que ya tenían seis para consolarse. Por lo tanto, perder una final de Champions League contra el equipo más laureado de la historia del fútbol, por mucho que sea tu enemigo más odiado, por mucho que escueza, por mucha mofa que generase cada vez que nos cruzásemos con un vikingo, en realidad no variaría en absoluto el actual status quo: ellos seguirían estando arriba, y nosotros abajo. Es decir, como ahora.

En cambio, si les ganásemos, se les acababa automáticamente la camama. Arrebatarles una Champions League en enfrentamiento directo sería un órdago ganador. Los Rebeldes de Star Wars sabían muy bien que su única posibilidad de nivelar la guerra contra el Imperio era reventando de un tiro la Estrella de la Muerte. Pues nosotros igual. Porque, reconozcámoslo, jamás les vamos a igualar a Champions Leagues ganadas. No con el actual nivel de competitividad en el fútbol. Necesitamos un acto de terrorismo deportivo. Necesitamos comernos sus tripas en una final cara a cara.

Sería tabula rasa. Tierra cero. Una victoria que valdría por las cinco Champions de diferencia que nos llevarían aún. Ya no podrían sacar a pasear sus copas de Europa sin que les recordásemos que, la que tenía que haber sido la undécima, se la birlamos nosotros. La sensación (imposible de rebatir) que flotaría en el aire sería que el único motivo por el que tienen las otras diez es porque no jugaron esas finales contra nosotros.

Y frente a una posibilidad así de jugosa, ¿nos vamos a conformar con un puñetero triplete?

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El disputado voto del Sr. Pamundi

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Pues ayer voté en las elecciones a la alcaldía de Barcelona, sí sí sí sí (Shocking News para cualquiera que me conozca). No lo había dicho antes porque una cosa es dar tu opinión y otra muy distinta dar mítines («Yo voy a hacer esto, vosotros tendríais que hacer lo mismo», y demás cansinismos internáuticos), pero el caso es que voté. Es la tercera vez que ejerzo ese derecho en mi vida, y la segunda que lo hago en unas municipales. Este 2015 el meollo electoral está tan divertido que creo que voy a votar las tres veces. Los abstencionistas convencidos es lo que tenemos, que lejos de dar lecciones morales al prójimo nos parece igual de válido a nivel democrático meter/no meter el papelito en la urna; y cuando decidimos hacerlo sube el pan, porque somos un factor de despiste con el que nadie contaba.

Lo que tengo claro es que, de aquí hasta que me muera, sólo voy a movilizarme en favor de partidos que presenten como cabeza de lista a una mujer. ¿Suena a argumento chorra? Bueno, hay para quien lo fundamental es el independentismo (por encima incluso de ideologías izquierda-derecha), y hay para quien lo fundamental es la lealtad de voto (sin importar el currículum de escandalazos que acumule el partido en cuestión). Me parecen motivos legítimos y suficientes para decidirse por una opción. En mi caso, simplemente es que no me interesa que sigamos mandando los tíos, creo que ya hemos gobernado durante los suficientes siglos como para demostrar lo subnormales que somos en líneas generales. Les toca a ellas. Hace ya demasiado que les toca a ellas. Llegados a este punto, creo que la discriminación positiva llevada al extremo más absurdo es la única vía posible para lograr la igualdad de una puñetera vez; y si hay que sacrificar a una generación entera de machos (la mía, concretamente), pues nos jodemos. Mucho peor que nosotros no lo podrían hacer aunque se esforzaran, les llevamos varias guerras mundiales de ventaja (además, creedme, el feminismo es un argumento con el que se folla más).

Por lo tanto, esta máxima limitaba mis posibilidades de voto a tres opciones básicas: Barcelona en Comú, la CUP y Ciutadans. Descartando automáticamente a estos últimos (bromas las justas), me quedaban Ada Colau y María José Lecha. Tras darle ciertas vueltas al asunto, me decanté por la primera (Shocking News 2.0). ¿Por qué? Pues porque mi segunda prioridad era desalojar a la derecha del consistorio de la ciudad en la que vivo, y no había nadie más con opciones reales de lograrlo (tal y como se ha demostrado). También porque, por correa de transmisión, a mí la que me caía bien de verdad era la candidata de Ahora Madrid, Manuela Carmena, pero a esa no la podía votar (y pese a que ha quedado segunda y normalmente está feo no dejar que intente formar gobierno la lista más votada, en este caso los madrileños tienen todo mi apoyo para pactar hasta con el mismo Belcebú, con tal de echar a la puta calle a Esperanza Aguirre, la dicharachera Dame Commander pepera; es que quiero que se retire ya porque ardo en deseos de que escriba sus memorias…).

Aparte, yo no soy independentista, lo cual matizaba las simpatías que me produce la CUP (aunque en un hipotético referendum por la secesión catalana votaría SÍ/SÍ/SÍ porque España ya me tiene hasta los cojones incluso a mí, porque ha demostrado sobradas veces que no hay la más mínima voluntad política de acercar posturas y porque creo que, si nos hemos de independizar, cuanto más cohesionado y sólido sea el resultado menos daño social nos haremos). De los tres agentes políticos que están moviendo el proceso por el Dret a Decidir, la CUP es de muy largo el más fiable, el más genuino y el más honesto, y espero que en las próximas autonómicas arrasen (que creo que lo harán, porque pese a lo que digan muchos analistas tronados, buena parte del voto que ayer fue a Colau se trasvasará hacia ellos; porque ideológicamente, oh botarates, la CUP está más cerca de Barcelona en Comú que del alcanfor de CiU). Pero vamos, que esos pequeños matices me acabaron llevando hacia la Colau.

Ada Colau me parece una persona a la que, en efecto, igual el cargo de alcaldesa le viene grande. Una persona que posiblemente se vaya a equivocar mucho, que no vaya a saber gestionar las situaciones de crisis urbana que le vengan (por ejemplo, quedándose como un conejo delante de los faros de un coche si hay una macro-nevada o un aguacero que colapsen la ciudad), que vaya a representar a Barcelona de manera un tanto patosa en cuanto a imagen internacional… todo eso me parece factible, sí. Pero, ¿sabéis qué? ME LA PELA. Me la pela porque la Colau también me parece fundamentalmente una buena persona, y eso es algo que no puedo decir de la mayoría de mangantes encorbatados que han manejado mi alcaldía durante casi cuatro décadas; y porque los contraargumentos que os llevo escuchando a muchos de vosotros durante el último mes y medio son que es feminista, que es una cumba y que está gorda. Si hablamos de simplificaciones y de voto inmaduro, sospecho que no soy yo el que se lo tiene que hacer mirar. Sí, también me tenéis hasta los cojones.

Ya digo, es más que posible que la Colau no esté a la altura del desafío, claro; pero sinceramente, en este minuto de partido prefiero gente que no esté preparada, ni tenga bagaje, ni experiencia, ni haya tocado poder… pero que en cambio me parezca gente honrada, de la que me pueda fiar y con la que me identifique hasta cierto punto. O sea, yo me veo en la piel de esta tipa y creo que podría pisar muchos de los mismos rastrillos que va a pisar ella. Cuando por ejemplo haga unas declaraciones metiendo el remo y por culpa de eso el World Mobile Congress se pire de BCN, o cuando intente poner en práctica una idea de bombero como la del dinero local (los billetes de Monopoly) y la cosa sea un desastre, pensaré «esto me podría haber pasado a mí, porque yo también soy un idiota”. Pero no creo que vaya a estafarme, y eso ya es mucho; y oye tú, si nos estafa, dentro de cuatro años la chutamos al río y listos.

Estoy hasta los cascabeles de tipos «profesionales» y «preparados» que me tratan como si fuera un niño tontaina, de partidos tradicionales que se consideran los únicos legitimados para gobernar, de políticos clasistas que siguen considerando que el poder es un coto privado al que se accede sólo por línea sucesoria o por recomendación de algún otro miembro de la secta. Por tanto, que aparezca de pronto un movimiento social de base ciudadana y le pegue un sartenazo en la cara a toda esa caterva, no tiene precio. ¿Que el 15-M no sirvió para nada? ¿Que el souffle había bajado? Pues ahí lo tenéis. ¿Son unos populistas, unos radicales, y un fenómeno mediático? Pues ya véis cómo está la cosa de calentita, que aún así los seguimos prefiriendo a ellos que a los de siempre. Seguid ignorándonos y practicando el sofisma, seguid…

Por último, me encanta el caos potencial que algo tan bizarre como Barcelona en Comú puede generar en los próximos meses. El caos es algo que me divierte mucho cuando me siento a comer y pongo las noticias. Quiero ver hundirse al Titanic. Quiero ver explotar Neo-Tokyo. Quiero ver arder Roma.

¿Vosotros no?

The Dark Affleck

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¿Alguien se acuerda de cuándo empezamos a odiar colectivamente a Ben Affleck? ¿Y del por qué? Al menos para mí, es una bruma indefinida entre la empalagosa escena final de Persiguiendo a Amy (que, por lo demás, es lo más cerca que ha estado Kevin Smith de hacer una película redonda), y aquella lamentable secuencia de Armageddon en la que cantaba. En algún momento entre esos dos puntos, su pelo repeinado, su cara de buey y esas pequeñas orejillas rojas empezaron a hacérseme insoportables en pantalla. Su acartonado desempeño en títulos posteriores como Pearl Harbour, Pánico nuclear, Las fuerzas de la naturaleza u Operación Reno no hizo más que echar gasolina al fuego, y antes de darme cuenta me había unido sin remedio a la creciente legión de haters. La mera presencia de su jeto en el cartel de un nuevo estreno era motivo suficiente para no entrar al cine (hasta el punto de que no fui a ver Daredevil y me esperé a que la echaran por la tele, aún siendo un fan irredento del personaje de la Marvel). Su periodo de arrejunte con J.Lo, que hizo germinar una ristra de espantos fílmicos todavía más injustificables (Gigli o Jersey Girl) ya me pilló muy lejos de él. Simplemente, borré a Ben Affleck de mi cabeza. Conozco a un buen montón de gente a la que le pasó lo mismo.

aflecjsu2Pero entonces llegó el 2010, y Affleck se descolgó de pronto con la estupenda The Town, Ciudad de ladrones, una película de atracos seca y afilada como una mala cosa. La dirigió, escribió y protagonizó, y se las ingenió para brillar en los tres apartados. Poco antes ya había mostrado ciertos destellos de recuperación, bordando en la correcta Hollywoodland el papel secundario de George Reeves (el actor que hacía de Superman en la serie de TV de los 50), y debutando tras la cámara con Adios, pequeña adios, un thriller de inusitada solidez dramática. Todo aquello empezaba a apuntar a palabras mayores, a que quizás habíamos sido un tanto injustos con el muchacho y que, después de todo, no sólo era un actor competente sino un director/guionista con personalidad y buen ojo (es cierto que, en los inicios de su carrera, ya había ganado un premio de la academia por co-escribir junto a Matt Damon la algo sobrevalorada El indomable Will Hunting, pero aquello le pareció un simple golpe de suerte a casi todo el mundo). Dos años más tarde, en 2012, la multipremiada Argo fue una confirmación que desbordó incluso las previsiones más optimistas. Ben Affleck, convertido casi de la noche a la mañana en una de las voces más interesantes del nuevo cine americano. Tócate los cojones…

Sin embargo, cuesta eliminar los vicios adquiridos. Así que cuando saltó la noticia de que Affleck había sido el elegido para encarnar al hombre murciélago en ese combate de wrestling fílmico que promete ser el Superman vs. Batman de Zack Snyder (cualquier peli fantástica que incluya un “vs.” en el título ya está dejando clara su naturaleza de ejercicio circense un tanto menor, llámese Aliens vs. Predator, Freddy vs. Jason o Godzilla vs. Frankenstein), volví a sumarme a la turba enfervorizada que recorría internet agitando antorchas virtuales y cagándose en la estampa del actor de Boston. ¿Cómo que el tarambana ese iba a ser el sustituto de Christian Bale? ¿Se habían vuelto todos locos? ¿A quién se habría follado para lograr el papel? Así me pasé las primeras semanas, lanzando veneno dialéctico en toda red social a la que tuve acceso. Hasta que, un buen día, cierto amigo que contemporiza estas cosas bastante más que yo me soltó algo del estilo de “¿Ben Affleck hará de Batman? Pues ya ves tú qué cosa, ni que fuera interpretar a Enrique VIII…”. Al oír esa frase, tan precisa en su simplicidad, se me deshinchó la vena gorda… tomé aire… reflexioné sobre todo el puñetero asunto durante diez minutos… y llegué a la conclusión de que mi amigo tenía razón. Ben Affleck como Batman… ¿y qué? ¿Donde está el problema?

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Dejando de lado a los anecdóticos Lewis Wilson y Robert Lowery que dieron vida al personaje en seriales de los años 40, y la parodia semi-consciente de Adam West en la televisión sesentera (él parecía ser el único en no darse cuenta de que estaba protagonizando una serie de humor), el papel de Batman nunca ha estado exento de polémica. Salvo Christian Bale, todos los actores que se han enfundado la máscara negra con orejitas han recibido su buena ración de sopapos: Michael Keaton supo salvar el trago con mucho oficio (su intensidad interpretativa es lo mejor de las «timburtonianas» Batman y Batman Vuelve), pero no hay olvidemos que en un principio su elección levantó ampollas por ser un actor de comedia, de aspecto fofo y con una estatura que no llegaba al metro ochenta. Tras él, Val Kilmer interpretó en Batman Forever a una versión del héroe clavada a la de los tebeos en lo morfológico pero plana en lo dramático (quizás, de haber contado con un mejor guión estaríamos hablando de otra cosa…). Por último, George Clooney se creía tan poco lo que veía cuando se miraba al espejo enfundado en el puñetero traje con pezones, que en Batman y Robin (¿el peor filme de tipos con capa que nunca haya parido un gran estudio?) ni siquiera se esforzó por hacerlo bien. Así pues, repasando este historial, ¿de verdad es TAN terrible la apuesta por Affleck?

Si os dijese que el próximo actor en hacer de Bruce Wayne/Batman será una estrella de Hollywood, que además es un geek declarado de los tebeos de superhéroes (o sea, que respeta y comprende el material con el que tiene que trabajar), que atesora experiencia en casi todos los géneros cinematográficos (comedia, drama, acción, fantástico… sólo le falta una del oeste), que ha recibido diversos galardones como director, productor, guionista y actor (incluyendo dos Oscars), y que físicamente es un armario de 1,92 de estatura, con un cuerpo musculado de casi 100 kilos de peso y una mandíbula prominente (o sea, ES Batman), seguro que os pondríais a salivar de inmediato, ¿no? Entonces, si a continuación os dijese que ese tipo responde al nombre de Ben Affleck, ¿qué justificaría que de pronto arrugaseis la nariz? ¿Qué parte exacta de su currículum creéis que le invalida para interpretar a un tío que lucha contra el mal disfrazado de quiróptero? ¿Que hace DOCE PUTOS AÑOS protagonizó Daredevil, una mala peli de justicieros con cuero y licra? ¡Joder, superadlo ya! Ok, acepto que quizás no fue el Matt Murdock más carismático posible, pero os voy a contar un secreto: Affleck no escribió el ridículo guión de Daredevil, no diseñó el estúpido look del villano Bullseye, no decidió que Kingpin fuese negro, no redujo a un personajazo como Elektra a mero interés romántico y no tuvo nada que ver con todos los demás aspectos que no funcionaban en aquel bodrio. De hecho, el trabajo interpretativo de Ben Affleck fue bastante funcional, pasando casi desapercibido entre la debacle que estallaba a su alrededor (Colin Farrell y Michael Clarke Duncan estaban bastante peor que él, sin ir más lejos).

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De haber redactado este artículo hace sólo un mes, antes de la aparición del primer teaser-trailer de Superman vs. Batman, incluso podría haber esgrimido el argumento de que fichar a Affleck era un movimiento inteligente para aportar algo más de ligereza, colorido y espíritu pulp a las adaptaciones fílmicas de los tebeos de la editorial DC, un universo superheróico que tras el «tríptico murcielaguero» de Christopher Nolan (Batman Begins, El caballero oscuro y El caballero oscuro: la leyenda renace), más la indigesta Man of Steel, empieza a acumular ya demasiado siniestrismo y espesor narrativo. Por desgracia, el trailer en cuestión deja ver los mismos vicios de siempre: exceso de seriedad y drama, mucha noche y mucha lluvia y personajes con cara de pasarse el día cagando mármol. Con Affleck o sin él, esto tiene pinta de ladrillazo.

[Nota al margen, que daría para otro escrito: está la mar de bien que Batman sea un mega-fascista y se calce la exo-armadura para apalizar hijos de Krypton, pero que el tebeo de referencia sobre el justiciero de Gotham siga siendo el Dark Knight de Frank Miller, que tiene ya 30 años, revela de manera muy elocuente el problema de autoestima que tiene DC con su galería de personajes; parece que a la gente de Warner Brothers sigue sin entrarle en la mollera que los tebeos de superhéroes son sobre todo DI-VER-TI-DOS, algo que en cambio Marvel ha entendido de putísima madre; si en DC/Warner quieren tener alguna opción de hacerse nicho de mercado en este género, deberían virar cuanto antes hacia el espíritu festivo del Superman de Richard Donner; aunque fuese un poco].

Incluso, podría decirse que hay una coda tras la decisión de confiar el papel a Ben Affleck: aunque la cosa acabe siendo un desastre de proporciones bíblicas, apostaría a que será un desastre positivo. Porque después de lo alto que dejó el listón Christian Bale, estaba claro que cualquiera que viniese detrás nos iba a parecer peor por comparación, iba a tener que cargar con una pesada mochila de prejuicios. Tampoco hay demasiada gente que dé un chavo por Jared Leto como nuevo Joker, teniendo en cuenta lo alargadísima que es la sombra de Heath Ledger. Sin embargo, si Affleck y Leto fracasan, su sacrificio servirá al menos para liberar a los personajes del peso del mito, y los actores que vengan después de ellos lo tendrán mucho más fácil. Es algo comparable a lo que le ocurrió a Brandon Routh en Superman Returns (otro largometraje de superhéroes para pegarse un tiro): recoger el testigo de Christopher Reeve era una tarea imposiblemente compleja, pero la tunda de palos que se llevó, “inmolándose por la causa”, allanó el terreno para que el posterior Henry Cavill pudiese componer un acercamiento al personaje más limpio y libre de suspicacias.

Vamos, que sí, que Ben Affleck ha cometido muchos errores a lo largo de su carrera (por un momento pareció que eligiese proyectos utilizando una ruleta). Pero ha pagado con creces por ellos y ha conseguido salir vivo, reinventándose y puliéndose como actor hasta unos límites que parecían improbables no hace tanto (en sus dos últimos trabajos, To The Wonder y Desaparecida, estaba estupendo). Sigue teniendo una filmografía irregular, pero acordaros de lo que pensábamos sobre Robert Downey Jr. sólo uno o dos años antes de verlo metido en la armadura de Iron Man; o aún más extremo, lo que pensábamos de Matthew McConaughey antes de que, sin previo aviso, empezase a callarnos la boca con papeles descomunales como los de Killer Joe, El lobo de Wall Street, Interestelar o True Detective (ya, ahora va a resultar que siempre habéis sido fans de McConaughey; no me hagáis reír…). Pocas cosas hay más cerriles que el fandom, pero de verdad, haced el siguiente ejercicio: durante los próximos 30 segundos vaciad de prejuicios vuestra quijotera, mirad la imagen bajo estas líneas y decidme, con sinceridad, dónde están los ocho puñeteros errores. Porque por más que me fijo, no los veo por ninguna parte. Yo lo único que veo en esta foto… es a Batman.

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